Capitulo 04: Negocios
Papeles, decoraciones, incluso toda cosa que había en la encimera de la cocina, y en aquel salón cayeron al suelo pero no era eso lo que le importaba al alfa aleman en ese momento.
Sus manos rasgaron la tela del vestido rojo y suave de Cassandra para poder arrancárselo del cuerpo.
Solamente se detuvo unos segundos para apresiar la ropa interior de la castaña.
Nunca había sido un hombre devoto pero ver el encaje negro que abrazaba la piel suave y limpia de Cassandra sintió que estaba presenciando un milagro. Nunca había visto nada más hermoso.
Solo ella era capaz de vestir esas prendas exóticas y excitantes que endurecían su entrepierna.
— Maldita...— soltó un gruñido y Cassandra sonrió.
Retiró la prenda con delicadeza y, mientras lo hacía, se hincó en el suelo para poder estar a la altura perfecta. Pensaba en lo delicado que tenía que ser para no hacerle daño a la castaña cuando ésta acarició su cabello y lo hizo mirarla.
— Damien... — sus mejillas estaban totalmente rojas y sus ojos brillaba la excitación más pura — Fóllame con esa misma violencia que sabes que me gusta. Demuéstrame lo profundo que es tu deseo... Devórame, márcame... Quiero que mi cuerpo sea una evidencia de que no prefieres a otra mujer que no sea yo.
Una sonrisa casi predatoria apareció en el rostro del alfa y asintió.
Tomó los muslos de Cassandra para levantarlos, dejando marcas de sus dedos en la piel y entonces procedió a lamer la piel, besarla y morderla hasta que sus dientes dejaban marcas rojas y violetas. Damien dejó su rastro de besos salvajes en las piernas de Cassandra, bajando hasta llegar a sus nalgas.
Mordió también la carne suave y después con los dedos las separó para ver bien su entrada rosada y húmeda, casi palpitante.
Brillaba por el lubricante que salía perezosamente, delatando la excitación de la heredera española. El alfa tragó saliva y gruñó al hundir la cara entre las piernas de la omega, lamiendo y sorbiendo, provocando impúdicos sonidos que Cassandra coreaba con sus gemidos desvergonzados.
Sus manos estaban ambas enredadas en la cabellera platinada de Damien para darse apoyo mientras movía sus caderas desesperado contra la boca de su prometido.
Aún sentía el ardor de sus mordidas y ese dolor era un fuego que sumaba al calor de su deseo.
Damien intercalaba la atención que brindaba al coño de su prometida, pasando la lengua de
esa entrada suave y cálida a su coño, dándose
un festín completo. Sentía que podría tener un orgasmo simplemente por estar ahí, hincado ante Cassandra, venerándola a su manera.
¿Cuántas veces había esperado ese momento estando en Brasil?
¿Cuántas veces la había deseado sin poder hacer nada al respecto, acostándose con otras mujeres apra sacarse a esa maldita de la cabeza?
Cassandra tenía algo que lo volvía loco, y él se había dado cuenta de eso desde la primera vez que la vio. No era la primera vez que tenían relaciones, es más, ambos se descontrolaban cuando los labios del otro chocaban.
Con ayuda de un par de dedos empezó a prepararla para recibirla. No pensaba ceder a llegar al éxtasis sin estar dentro de la castaña. Menos aún sin antes haber llevado a Cassandra a sentir un orgasmo antes.
Su boca se ocupaba del coño de la omega mientras sus dedos se empapaban de lubricante, entrando y saliendo de él, sintiendo cómo hervía por dentro, cómo lo apretaba con cada espasmo. Damien tenía la polla tan dura que sentía que podría reventar en cualquier momento.
— Mierda... — gimió entonces Cassandra — ¡Mierda, mierda, métela! ¡No soporto más, fóllame...!
No podía desobedecer una orden así.
¿Qué pensarían sus hombres si supieran que una omega del tamaño de Cassandra lo tenía en la palma de su mano...? El pensamiento le causó gracia pero no se detuvo demasiado en ello.
Damien se levantó del suelo y desabrochó sus pantalones para liberar su erección.
Cassandra separó las piernas para él y su respiración agitada delataba su urgencia.
Cerró los ojos al sentir la presión que hizo la punta contra su entrada pero pronto se vio obligada a abrirlos cuando Damien le tomó la cara bruscamente, apretando sus mejillas.
— Mírame — ordenó con la voz ronca —. Mira cómo te hago mía. Mira cómo te voy a follar tan bien que no vas a pensar en otra cosa más que en mi verga llenándote.
Antes de que pudiera responder nada, Damien cumplió su palabra y lo penetró de un solo movimiento.
Cassandra arqueó la espalda con un gemido agudo. Había sido tal la presión, la fuerza y la intención... que terminó arrancando excitantes gemidos de los labios de la castaña.
Damien sonrió, lleno de lujuria.
Su polla de nuevo palpitó al ver sus pezones, rosados y apetecibles. Era todo un universo de sensaciones.
El interior de Cassandra hervía. Hervía y lo apretaba como el demonio. Su cuerpo le pertenecía. Damien suspiró y, por medio segundo, agradeció a todos los dioses que existieran en el mundo. Tomó los muslos de Cassandra para pegarla bien a su pecho y entonces empezó a moverse.
La voz de Cassandra hacía eco en la sala. Sus gemidos rotos, interrumpidos, desesperados eran música a oídos de Damien.
Besó sus labios, los mordió hasta hacerle sangre. Dejó marcas en su cuello y su pecho, alrededor de sus pezones y en todo lugar en el que alcanzara. Cassandra estaba prácticamente derretida cómo mantequilla entre los brazos de Damien que, después de tantos meses, volvía a tocar su cuerpo de la manera que ella quería.
Mientras Damien la follaba de ese modo, reacomodando sus órganos con cada embestida, mordiéndola y besándola hasta dejar moretones y heridas en su piel... pensó que se estaba haciendo adicta.
Y le gustaba.
No.
Le fascinaba.
Sus uñas se clavaron en la piel de la espalda del alfa, abriendo surcos rojizos. Damien la cargó en brazos para follarla de pie y Cassandra se aferró a él como si su vida dependiera de ello.
Había un gran deseo en sus miradas, era un fuego que los consumía cada que sus cuerpos chocaban. El deseo los cegaban y el placer los llevaba al límite. Ambos se pertenecían en cuerpo y alma aunque no lo admitieran. Cada beso, cada caricia, y mordida era una prueba del fuego que les quemaba por dentro. Ellos eran fuego, dispuestos a quemar todo a su paso con tal de obtener placer.
••••
Cassandra soltó un resoplido al ver las marcas rojas y violáceas en su busto y cuello, cortesía de Damien. Aquel idiota había cruzado los límites al marcarla de esa manera. Frunció el ceño, sintiendo una mezcla de ira y frustración.
— Típico de él, — murmuró mientras se dirigía al espejo para disimular aquellas pruebas de la noche pasada.
Comenzó a maquillar con precisión, asegurándose de cubrir cada una de las áreas. Tenía una reunión con los suizos en unas horas, y luego debía asistir a un evento de modelaje. Tenía que verse perfecta. Una vez que las marcas desaparecieron bajo la capa de maquillaje, sonrió satisfecha al espejo.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió lentamente, revelando a Damien, quien se apoyó en el marco de la puerta, observándola.
— ¿Ya te vas? — preguntó con voz ronca, su torso desnudo aún húmedo por la reciente ducha. Su cabello estaba desordenado, y llevaba solo unos pantalones negros que caían casualmente sobre sus caderas. La combinación de su abdomen definido y los tatuajes que adornaban su piel le daba un aire peligroso y jodidamente atractivo.
Cassandra tragó saliva. «Mierda...» pensó, pero rápidamente recobró la compostura.
— Tengo una reunión con los suizos y luego un evento,— dijo con indiferencia mientras guardaba el maquillaje.
Damien se acercó con pasos pesados, sosteniendo una taza de café que le ofreció sin decir una palabra. Cassandra lo tomó gustosa, bebiendo un sorbo. El café era fuerte, amargo, justo como a ella le gustaba. Después de beber, le devolvió la taza y lo miró a los ojos, sintiendo la familiar tensión que siempre había entre ellos.
— ¿Quieres que te acompañe?— preguntó Damien con tono despreocupado, pero sus ojos no la dejaban ni un segundo.
Cassandra arqueó una ceja, divertida.
— ¿Tú no tienes que asistir a la boda de tu padre? — replicó, recordando el evento familiar del que él le había hablado días atrás.
Damien encogió los hombros, restándole importancia.
— No soporto a mi madrastra. Es insufrible,— dijo con un suspiro, mientras Cassandra dejaba escapar una risa suave.
— ¿Desde cuándo te dejas molestar por alguien? — provocó ella, sabiendo que Damien rara vez admitía ser afectado por alguien.
— No es eso, — replicó él, acercándose aún más, inclinándose ligeramente hacia ella — Es solo que prefiero pasar mi tiempo en cosas más interesantes... — sus palabras quedaron flotando en el aire, cargadas de intención.
Cassandra sonrió, pero rápidamente lo apartó de su mente. Se dirigió al armario y sacó su atuendo: un blazer negro con solapas pronunciadas y un corte ajustado, junto con unos pantalones de cintura alta del mismo color. Debajo del blazer, eligió un top corto con un escote profundo en V. Se abrochó un cinturón ancho con detalles dorados, y luego tomó una pequeña bolsa de hombro blanca con una cadena dorada.
Mientras se vestía, sintió los ojos de Damien recorriendo cada rincón de su cuerpo. El calor de su mirada era casi palpable.
— ¿Me veo bien?— preguntó juguetonamente mientras se miraba en el espejo y aplicaba un labial rojo intenso, haciendo que sus labios y ojos resaltaran con fuerza.
Damien se humedeció los labios, sin disimular.
— Te ves jodidamente sexy,— murmuró, su voz grave y profunda, con un matiz de deseo innegable.
Cassandra rodó los ojos, acostumbrada a los comentarios de Damien, pero no pudo evitar sentir una oleada de satisfacción. Termina de acomodarse el cabello y lanza una mirada fugaz a su reflejo.
— ¿Me pasas el collar que está sobre la mesita? — preguntó, señalando el delicado accesorio de oro con incrustaciones de cristales.
Damien se acercó a la mesita, tomó el collar y se acercó a ella, quien se recogió el cabello hacia un lado, exponiendo su cuello.
— Sé un caballero por una vez y ponme el collar, — bromeó, entrecerrando los ojos en un gesto de desafío.
Él sonrió de lado, divertido por el comentario, y sin decir nada, colocó el collar alrededor de su cuello, aprovechando la cercanía para rozar suavemente su piel con los dedos. Cassandra sintió un escalofrío recorrer su columna cuando la punta de sus dedos trazó una línea sobre su cuello. Era una caricia deliberada, cargada de intenciones no dichas.
— ¿Por qué una D, una R y una I? — preguntó Damien en voz baja, observando las iniciales colgando del delicado collar de oro.
— Dinastía Romanov e Ivanovich, — respondió ella, tocando las letras con una sonrisa nostálgica — Mi padre me lo regaló cuando cumplí diecisiete.
Damien, sin decir una palabra, inclinó la cabeza y dejó un suave beso en la base de su cuello, sus labios rozando la piel de Cassandra mientras sus manos se posaban firmemente en su cintura. Ella se tensó brevemente, pero no lo apartó.
— Muy pronto, — murmuró Damien contra su piel — Cuando seas mi mujer, habrá una S.
Cassandra alzó una ceja, divertida.
— ¿Una S?
— Schimitz,— susurró él, sonriendo contra su cuello — Serás Cassandra Romanova Ivanovich de Schimitz.
Cassandra dejó escapar una risa suave, consciente de lo largo y formal que sonaba el nombre.
— Es bueno que no tenga segundo nombre, — comentó con ironía.
Damien soltó una risa baja.
— Lo tienes, solo que lo odias,— dijo, provocándola. — Detestas cuando lo mencionan.
Cassandra rodó los ojos y se volteó en sus brazos, envolviendo los suyos alrededor del cuello de Damien, atrayéndolo más cerca. Su aliento cálido rozó los labios de él.
— No estoy tan segura de que lo sepas, — murmuró ella, desafiándolo una vez más — No recuerdo haberte dicho mi segundo nombre.
Damien sonrió con arrogancia, como si lo supiera todo, pero antes de que pudiera contestar, Cassandra miró su reloj y suspiró.
— Debo irme, — dijo, rompiendo la tensión y dando un paso atrás.
— Te veré más tarde — murmuró Damien antes de inclinarse para besarla profundamente, mordiendo suavemente su labio inferior al separarse.
Cassandra le lanzó una última sonrisa antes de dirigirse al ascensor.
— Nos vemos, Luna, — agregó Damien burlón, sabiendo cómo odiaba ese nombre.
Ella le sacó el dedo del medio antes de que las puertas del ascensor se cerraran, y, justo antes de que lo hicieran, levantó su top lo suficiente como para dejarle ver sus senos. Damien maldijo en voz baja.
— Desgraciada,— murmuró, con una sonrisa de puro deseo en sus labios.
••••
Estacióno el coche delante de aquella bodega. Los guardaespaldas que iban detrás de ella también estacionaron, rápidamente bajaron de las camionetas y uno de ellos se apresuró a abrirle la puerta.
— Gracias Octavian. — dice Cassandra al bajar del coche.
— Es un placer, señorita.
Marcos, Octavian, y Nathan. Sus guardaespaldas de confianza y a quienes podría decirse que podían considerarlos sus amigos se apresuraron a mantenrse a su lado. Marcos iba a su izquierda, Octavian a su derecha y Nathan detrás de ella, mientras que los otros gorilas la protegían detrás de Nathan.
Cassandra hizo una mueca al ver aquella bodega. Odiaba a los Suizos. Entró a la sala de la oscura bodega, apartada, donde la mafia suiza había acordado reunirse. El lugar, iluminado solo por una tenue luz, tenía un aire de lujo decadente: columnas de mármol, paredes forradas de terciopelo y un gran cuadro de un paisaje suizo colgando en la pared.
Cassandra blanqueo los ojos eso parecía más una sala de conferencia que una bodega.
Alrededor de una mesa ovalada, cinco hombres esperaban a la heredera Española. Todos lucían serios, algunos con cicatrices visibles y otros con miradas frías. El líder el cuál era un hombre canoso llamado Viktor, estaba sentado en el centro, sus ojos analizaban cada movimiento de Cassandra mientras ella se acercaba.
Cassandra caminó con la cabeza alta, proyectando una confianza que la caractizaba, algo que no se veía a menudo en estas reuniones. Colocó su bolso con calma sobre la mesa y tomó asiento sin esperar a que la invitaran, sus hombres la rodearon.
— Viktor, — saludó con una sonrisa afilada, — Vamos a hacer esto rápido. El cincuenta por ciento del trato o no hay acuerdo.
Los suizos intercambiaron miradas. Un murmullo recorrió la mesa hasta que uno de los hombres, un tipo grande y corpulento, resopló y golpeó la mesa con el puño.
— ¿Cincuenta por ciento?— dijo en un tono despectivo, observando a Cassandra como si fuera una niña jugando con cosas de mayores. — No vinimos a hacer tratos con una modelito buena para nada.
Cassandra ni siquiera parpadeó. Su mirada fría y calculada se mantuvo fija en Viktor, como si el insulto no hubiera sido pronunciado. Siguió hablando, dirigiéndose a otro de los presentes, que había permanecido en silencio hasta ese momento.
— La pregunta clave, ¿Cómo evitamos a la policía en el puerto, para que no se meta en nuestras embarcaciónes? — pregunto el suizo.
— La respuesta es simple: tengo al jefe de la policía del puerto en mi bolsillo. Nadie tocará los barcos. Están en mis manos.— Responde Cassandra.
Él suizo asintió, interesado, pero antes de que pudiera responder, el hombre que la había insultado, visiblemente irritado por haber sido ignorado, golpeó la mesa de nuevo y se levantó de su asiento.
— ¡Te estoy hablando, zorra arrogante! — escupió, su cara enrojecida por la ira. — No me ignores.
Cassandra lentamente giró su cabeza hacia él, sus ojos centelleaban de desprecio y se pudp de pie.
— No vine aquí para hablar con lame botas como tú,— respondió con voz gélida. — Si no tienes algo importante que decir, te sugiero que te calles.
La habitación quedó en un silencio sepulcral. El aire se volvió denso, cargado de electricidad. Lars, furioso, desenfundó su pistola y la apuntó directamente a la cabeza de Cassandra. Todos los presentes se tensaron, algunos incluso se levantaron de sus sillas, sus guardaespaldas también sacaron sus armas listos para disparar, pero Cassandra no se movió ni un milímetro. Solo lo miró con una sonrisa burlona.
— Hazlo, — dijo ella, desafiándolo con una calma que helaría la sangre de cualquiera. — Dispara, si tienes las agallas suficientes.
El jefe, Viktor, levantó la mano.
— Lars, no lo hagas,— ordenó en un tono firme.
Cassandra levantó una mano, interrumpiéndolo, sin apartar la vista de Lars.
— Déjalo, Viktor,— dijo con un tono suave, casi divertido. — Quiero ver si tiene los huevos para apretar el gatillo.
Lars titubeó. Su dedo en el gatillo tembló, pero no disparó. Cassandra, al ver su debilidad, dejó escapar una pequeña risa.
— Eso pensé,— susurró.
Con un movimiento rápido, Cassandra sacó una pistola de su cintura, la apuntó directamente a la cabeza de Lars y, sin dudar, jaló del gatillo. El sonido del disparo resonó en la sala, silenciando todo a su alrededor. Lars cayó al suelo, muerto, mientras la sangre comenzaba a manchar la alfombra bajo sus pies.
Cassandra bajó el arma, aún sonriendo, y dirigió su mirada hacia Viktor, que no se movió ni un centímetro, aunque su mandíbula estaba apretada.
— Nadie, — dijo Cassandra en voz baja pero firme, — me apunta con un arma y sale ileso. Si quieres negociar, aprende a controlar a tus hombres.
Extendio una mano hacia Octavian, su guardaespaldas le extendió un pañuelo. Cassandra resopló al ver que la sangre de aquel desgraciado salpicó su rostro.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación. Viktor, manteniendo la calma a pesar de la situación, miró el cuerpo de Lars por un segundo y luego volvió su atención a Cassandra. Sabía que no tenía opción. Cassandra no era una mujer con la que se pudiera jugar.
— El cincuenta por ciento está bien,— dijo Viktor, resignado, haciendo un gesto a uno de sus hombres.
En cuestión de segundos, cuatro maletines fueron colocados sobre la mesa frente a Cassandra. Ella los inspeccionó brevemente, luego se levantó, ajustándose como si nada hubiera pasado.
— Un placer hacer negocios, — dijo con una sonrisa antes de girarse y salir de la habitación con sus tacones resonando en aquella bodega con su séquito detrás de ella.
Los suizos la observaron salir, todos conscientes de que acababan de hacer un trato con una de las personas más peligrosas con las que jamás se habían cruzado.
La hija del diablo y el ángel. No por nada la llamaban de esa manera.
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