Capítulo 6
El castigo más largo de mi vida llegó a su fin junto con el comienzo de la primavera. El lunes no había clases y yo había quedado con Lorena para tomar juntas el colectivo que nos llevaría al parque en el que nos íbamos a reunir con algunos de nuestros compañeros de cuarto año. Ella ya se había repuesto completamente de su enfermedad y casi había superado el lastimero seis que habíamos sacado en el trabajo práctico de Geografía. Estaba acostumbrada a mantenerse por encima del umbral de los ochos, pero yo estaba contenta de que no hubiéramos desaprobado.
—¡No puedo creer que ya sea libre para salir! —le dije una vez que nos sentamos en el fondo del transporte.
—Debió haber sido horrible —coincidió.
—No sabés... Lo único que me mantenía cuerda era ver a Gonzalo en el colegio.
—¿Va a venir hoy al parque?
—No, ya tenía planes con los chicos de su curso —respondí algo triste.
Me hubiera encantado salir con él en mi primer día de libertad, pero como había arreglado con sus amigos, no quise insistirle demasiado. Me dijo que no nos mataría un día separados, él podría pasar tiempo con sus amigos y yo con las mías. Evité mencionar que el grupo con el que me reuniría era mixto y que Ezequiel iba a estar ahí. La reacción de Gonzalo había sido algo exagerada cuando nos vio haciendo la tarea juntos en el recreo y, aunque no había motivos reales por los que tuviera que preocuparse, quería evitar otra discusión innecesaria.
—¡Qué pena! Hacen una pareja muy bonita —comentó Lorena y me regaló una sonrisa.
—¡Gracias, Lore! Gonza es un amor. Vos harías una hermosa pareja con Ezequiel.
Quería ver cómo reaccionaba. Estaba segura de que le gustaba desde siempre, pero ella era muy reservada en cuanto a chicos se trataba. Lorena se sonrojó a más no poder y dijo:
—¿Qué decís? No pienso salir con nadie hasta que terminemos la escuela. Quiero concentrarme en sacar buenas notas para después entrar a estudiar Ingeniería. Un chico en mi vida no haría más que distraerme.
—¿De verdad? Si Ezequiel te propusiera que fueras su novia hoy mismo, ¿lo rechazarías?
—Eso no va a pasar.
—¿Pero... y si pasara?
Estaba segura de que si Lorena y Ezequiel empezaban a salir, ya no tendría que preocuparme por los celos de Gonzalo. No sé por qué se había empeñado tanto en pensar que mi compañero estaba interesado en mí.
—Mmh... No sé, ¿por qué? ¿Vos sabés algo? ¿Te dijo algo de mí?
Sus preguntas no hacían más que confirmar que estaba enamorada de Ezequiel.
—No me dijo nada. Solo me parece que se verían bien juntos.
Lorena parecía algo decepcionada de que nuestro compañero no me hubiera confesado que estaba enamorado de ella en secreto.
Al llegar al parque repleto de adolescentes, nos demoramos bastante en encontrar a nuestro grupo. Sobre una manta estaban sentados tomando mate Agustín y Ezequiel. Poco después de habernos unido a ellos, llegaron Mariana y Soledad, dos compañeras con quienes no había hablado demasiado, pero con las que tampoco me llevaba mal.
—¿Les gusta la pastafrola de batata? —preguntó Mariana.
—¿Y a quién no? —comentó Ezequiel mirando cómo ella sacaba la comida de su mochila.
—A mí no me gusta —confesó Lorena.
—¿Qué? ¿Por qué no te gusta? —interrogó Ezequiel con los ojos muy abiertos.
Lorena se encogió de hombros y respondió:
—No me gusta el dulce, no sé.
—¡Qué rara que sos! —exclamó él sin percatarse de la expresión de dolor de mi amiga.
La tarde transcurrió entre risas, anécdotas e imitaciones de algunos de nuestros profesores y compañeros de clases que hizo Agustín. Lorena se reía de cada chiste malo que Ezequiel soltaba y con satisfacción noté cómo él parecía encantado con la atención que ella le brindaba.
Decidí regresar a casa antes de que mis compañeros tomasen la decisión de marcharse del parque. No quería llegar tarde y que volvieran a regañarme o, peor aún, a castigarme.
Antes del atardecer ya estaba entrando a la sala. Desearía no haberlo hecho.
—¡Mamá! —grité sin poder creer lo que estaba viendo.
El hombre calvo que estaba sobre mi madre se levantó enseguida. Ella aún tendida sobre su esterilla de yoga tomó su remera y se la llevó hacia el pecho desnudo.
—¡Maya, andá a tu habitación! —ordenó la descarada.
No podía creer que encima tuviera las agallas de gritarme. Me pregunté cuánto tiempo llevaría engañando a mi padre. No entendía cómo había sido capaz de hacernos una cosa así. Sentía que la traición era para nosotros dos como familia. En ese momento la odié.
—Yo... Mejor me voy. Te veo otro día, Sonia —dijo el hombre.
Lo había visto antes, mi madre se reunía los lunes por la tarde a practicar yoga con sus amigas y ese desagradable calvo era su instructor. Si no recordaba mal, llevaba poco más de un año tomando clases con él. Quizás se habían estado acostando durante todo ese tiempo. Pensar en eso me generaba rabia y repulsión.
—¡Fuera de mi casa! —le grité al rompehogares.
—Maya, por favor... —comenzó a hablar mi madre, pero no la dejé continuar.
—¡¿Cómo pudiste hacernos una cosa así?! ¿No sos feliz con papá?
Ella bajó la mirada y supe que no. Aquello me dolió por mi padre y también por mí, que había estado viviendo en la mentira en la que mi madre nos había enredado haciéndonos creer que éramos una familia feliz.
Mientras ella se vestía a toda prisa, su amante se escabulló por la puerta.
—Hace algún tiempo que tu padre y yo tenemos problemas —dijo con resignación.
Me generaba aún más odio que se mostrara tan calmada. No sé qué esperaba en realidad. Tal vez que se pusiera a llorar o quizás que me rogara perdón.
—¡Eso no justifica nada!
—No, claro que no —reconoció.
Mi padre era gruñón y no ayudaba en los quehaceres domésticos, pero nos quería. Tenía que reconocer que algunas veces llegaba del trabajo cansado y su malhumor acababa por contagiarnos a mi madre y a mí, pero la mayor parte del tiempo estábamos bien.
—¿Papá lo sabe? —pregunté aunque sabía la respuesta.
Ella negó con la cabeza.
—Si no se lo decís esta noche, se lo voy a decir yo —sentencié con la mayor frialdad de la que fui capaz y me fui a mi habitación.
Una vez en mi cuarto, me tiré en la cama y lloré empapando la almohada que me puse cubriendo el rostro.
No salí para cenar. Tampoco me llamaron.
Mi madre se había tomado en serio mi amenaza y había optado por ser ella quien le contase la verdad a mi padre. Escuché la pelea. La más fuerte y definitiva de todas.
Mi padre no pasaría una noche más en casa, lo había dejado claro en la discusión y aunque al principio pensé que me llevaría con él, no fue así.
Después de lo que me parecieron horas, él abrió la puerta de mi habitación y yo me quité la almohada del rostro para verlo. Cuando lo hice, la luz me lastimó los ojos.
Era la primera vez que veía a mi padre llorar.
—Quiero ir con vos —pedí con un hilo de voz.
Él negó apenas con la cabeza y explicó:
—Me voy a ir a un hotel hasta que encuentre algo. Lo mejor es que te quedes con mamá. Ella te ama.
No hubo un abrazo ni palabras de despedida. No le dije que lo quería ni que no podría vivir allí sin él. Se fue sin más explicaciones y yo no sabía que esa sería nuestra última vez juntos en muchísimo tiempo.
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