Capítulo 5
El miércoles Gonzalo volvió a llegar tarde, por lo que no lo vi en la entrada. Si seguía acumulando medias faltas y saltándose las clases, acabaría por quedar libre. Me apunté mentalmente advertirle más tarde sobre esa posibilidad.
Me llegó un mensaje de Lorena que estaba enferma y me pedía que le pasara la tarea luego. Le prometí que lo haría, aunque últimamente estaba muy distraída y apenas copiaba alguna que otra cosa de los temas dados por los profesores. Mis carpetas eran una mezcla de apuntes tomados a desgano, corazones pintados con las iniciales G y M y algunos dibujos de personajes de animés que me ponía a bosquejar sin demasiado talento.
—Maya, podemos hablar —dijo Ezequiel cuando sonó el timbre del primer recreo.
—Sí —respondí caminando a su lado hacia la salida del salón.
—¿Sabés algo de Lore? —preguntó con timidez.
—Ah, sí. Está enferma. Me parece que se resfrió. No creo que sea grave —dije para tranquilizarlo y con la esperanza de que aquello fuera suficiente como para saciar su curiosidad y que me dejara en paz para pasar el recreo con Gonzalo.
—Agustín también faltó y mañana tenemos que entregar el trabajo de Geografía. ¿Armamos algo por si ellos no lo hacen? Si desapruebo otra materia, mis viejos me van a matar —confesó.
—¿Qué? ¿Ahora? —pregunté.
No me apetecía en lo más mínimo pasar el recreo haciendo el trabajo, pero era consciente de que si no lo hacíamos, íbamos a desaprobar. Y en mi casa tampoco estarían felices si eso ocurría.
—Sí... o si preferís podemos ir a mi casa después de la escuela.
—Mmh... No puedo. Estoy castigada. Bueno, tratemos de armar algo por las dudas. Aunque lo más probable es que Lorena lo traiga hecho mañana.
—Si se siente mal, mejor hagámoslo nosotros, pobre.
—Sí, bueno. ¿Qué hay que hacer?
—Ahora me fijo en la carpeta. ¿Querés que comparemos tus apuntes con los míos y nos fijamos qué podemos armar con eso?
—No, con los tuyos va a estar bien. No traje los míos —mentí porque me daba vergüenza confesar que hacía días que no copiaba casi nada.
Me prometí a mí misma intentar tomar más responsabilidad en el colegio. No estaba dispuesta a soportar más tiempo castigada.
—Está bien. Yo te dicto lo que hay que poner entonces.
—¿Seguro?
—Sí, mi letra es horrible —confesó.
—Bueno, pero resumí todo lo que puedas o no vamos a llegar —pedí, no quería perderme también el segundo recreo.
Ninguno de los dos entendía demasiado, pero llegamos a la conclusión de que las preguntas iban en el mismo orden que las explicaciones del profesor, así que seguimos esa lógica para responder. No era mi mejor trabajo, eso estaba claro. Sin embargo, con un poco de suerte nos pondrían un seis por el intento o Lorena traería terminado un proyecto excepcional para presentar al día siguiente.
No encontré a Gonzalo en el segundo recreo y asumí que había vuelto a faltar a clases. No era así. Me increpó a la salida de la escuela y de la peor manera.
—¡No puedo creer la clase de persona que sos! Después de que ayer te confié algo tan importante como lo que me pasó, te estabas riendo en mi cara. ¡Soy un tonto por pensar que sentías algo por mí!
No entendía de qué me estaba hablando. Me importaba y mucho. Sin lugar a dudas, podía confiar en mí. No le había contado a nadie su secreto. Quizás alguno de sus amigos lo había traicionado, pero yo no. Jamás hubiera hecho algo que lo pudiese afectar.
—No me mires con esa cara. ¡Cómo si no supieras de qué te estoy hablando! Por favor... ¡Qué tarado que fui! ¡Pensé que eras distinta! —continuó alzando la voz cada vez más.
Algunos estudiantes que salían de la escuela nos miraban extrañados o con cautela, pero seguían caminando.
—Es que no sé de qué me estás hablando. ¿Cómo querés que te mire? —susurré, intentando dejar de llamar la atención.
—¿Qué soy para vos? Nada... Seguro....
—Sos alguien muy importante para mí y no quiero verte mal. No sé qué pensás que hice, pero te juro que no fue así. Yo te... Yo te quiero —dije con sinceridad.
No sabía en qué momento había empezado a llorar y me sequé los ojos con el puño de la campera de jean.
—Encima tenés el descaro de jurar... ¡Te vi, Maya! ¡Te vi con mis propios ojos!
—¿Qué decís? ¡Yo no hice nada! ¡Nunca le conté a nadie lo que me confesaste ayer, te lo juro!
Me agarró fuerte del brazo y cerré los ojos.
—¿Quién dijo algo sobre lo de ayer? Te vi seduciendo ese pibe de tu curso —dijo bajando la voz y al notar que me hacía daño, me soltó.
—¿Qué?
—No te hagas la tonta, porque no te queda. Hace días que vengo observando cómo te mira, pero no pensé que fueras vos la que lo buscabas. Te vi en el aula, vi cómo te inclinaste en distintas ocasiones hacia él mientras dejabas que te mire el escote —explicó con el ceño fruncido, parecía decepcionado de mí.
Su explicación me dejó confundida. Nunca había notado que Ezequiel me mirara en lo más mínimo y de ninguna manera yo hubiera hecho algo para que se fijase en mí. Aunque nunca me lo había dicho, sabía que a Lorena le gustaba desde primer año y a mí no me parecía atractivo ni tenía una personalidad que me llamara particularmente la atención.
—Teníamos que hacer un trabajo en grupo de Geografía, eso fue todo... —comencé a explicar pero me interrumpió con un grito.
—¿Y justo con él tenías que ponerte en grupo? ¿Qué pasa? ¿Querías calentar a ese tipo o qué?
—¿Qué? No, te juro que no. Era un trabajo de a cuatro y yo hice equipo con Lorena y como él y Agustín también estaban solos, nos juntamos con ellos.
—Ah, pero en el aula bien que se quedaron ustedes dos solitos.
—Porque los demás faltaron. Te juro que no me siento atraída por Ezequiel y jamás se me pasó por la cabeza que él pudiera sentir algo por mí. Yo quiero estar con vos. De verdad sos el único chico que me interesa —dije poniendo mis manos en su rostro para obligarlo a mirarme.
Aunque su ojo se veía incluso peor que el día anterior, Gonzalo era precioso. Quería que me leyera el interior a través de la mirada. Yo no quería estar con nadie más. Lo necesitaba a él y quería que confiara en mí. Entendía que le habían hecho muchísimo daño en la vida, pero sabía que si me lo permitía podría ayudarlo a sanar sus heridas emocionales.
—¿Estás siendo sincera? —preguntó con voz calmada.
—Sí. Solo quiero estar con vos —prometí.
—¿De verdad no te diste cuenta de la forma pervertida que tiene ese tal Ezequiel de mirarte?
Negué con la cabeza sin apartar mis ojos de los suyos.
—Ay, ay, ay... Sos muy ingenua todavía. ¡No sé qué voy a hacer con vos! Tenés que empezar a darte cuenta de cómo son la mayoría de los hombres en realidad, pero no te preocupes. Yo te voy a cuidar de esos depravados —dijo y me abrazó colocando una mano detrás de mi cabeza.
Apoyé la mejilla en su pecho, podía sentir los rítmicos latidos de su corazón. Permití que me abrazara mientras acariciaba mi cabello hasta que ambos logramos calmarnos. Desde que lo conocí, mi mundo se había convertido en un torbellino de emociones. Sentía que si llegaba a perderlo, me iba a morir.
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