Capítulo 4
El martes llegué temprano a la escuela y para mi sorpresa Gonzalo también. No lo reconocí enseguida porque tenía la capucha del buzo puesta y también llevaba gafas de sol. Estaba apoyado contra la pared junto a la puerta del colegio que aún permanecía cerrada.
—¡Gonzalo! ¿Estás de incógnito? —pregunté divertida acercándome a él.
Se limitó a encogerse de hombros y a mirar hacia otro lado. Cuando giró la cabeza noté una sombra entre rosada y violácea en la piel justo debajo de sus lentes. Contuve el impulso de abrazarlo. Alguien lo había golpeado, de eso estaba segura. Me pregunté si se habría peleado con Julián, pero aunque su amigo se había mostrado bastante enojado con él el día anterior, parecían haber arreglado las cosas.
—¿Estás bien? —pregunté.
No respondió. Sentía que debía protegerlo de quien fuera que le había hecho daño, así que insistí:
—¿Julián te lastimó?
—¿Pero qué idioteces estás diciendo? ¿¡Cómo se te ocurre juzgar así a mi amigo, qué digo amigo, hermano del alma!? ¿Por qué no te vas? ¿No tenés a nadie más a quién molestar?
—Perdón, no quería...
Comencé a disculparme, pero en ese instante sonó el timbre de entrada y alguien abrió las puertas. Gonzalo dio un paso al frente y me empujó con el hombro cuando se dirigió a toda prisa hacia el interior de la escuela. Lo seguí, pero cruzó el patio a grandes zancadas y desapareció dentro del baño de varones.
Tenía ganas de llorar y me ahogaba la culpa por haberlo hecho sentir peor de lo que seguramente se sentía. Sin pruebas, había asumido que Julián lo había golpeado cuando debería haber esperado que fuese él quien me contara lo sucedido. Es más, ni siquiera tendría que haberle pedido explicaciones, no tenía por qué dármelas. Debería haber respetado su silencio.
Entré a clases con la sensación de que había arruinado cualquier oportunidad de tener una relación con Gonzalo. Fui a mi asiento sin mirar ni saludar a nadie. Estaba haciendo mi mejor esfuerzo para no ponerme a llorar delante de todos mis compañeros de curso y sentía un nudo en la garganta que me hacía difícil tragar saliva e incluso respirar.
—¿Qué pasó? —preguntó Lorena mientras acomodaba su mochila en el pupitre libre más cercano al mío.
Negué con la cabeza de forma sutil. Sabía que si decía algo, no podría contener las lágrimas. Por suerte, mi compañera entendió. Me dio una palmada en el hombro y respetó mi silencio.
La hora de Matemática fue una auténtica tortura. No podía dejar de pensar en Gonzalo y en cómo yo había arruinado lo que teníamos.
Una vez que sonó el timbre del recreo tuve un pequeño debate interno sobre si debía ir a disculparme o no. Me moría de vergüenza, pero decidí que podía tragarme el orgullo e intentar solucionar las cosas con el único chico que se había fijado en mí.
Recorrí el patio, pero solo encontré a Julián y a Karen conversando muy serios junto al mástil de la bandera. Decidí que era mejor no interrumpirlos y seguí buscando a Gonzalo. Lo encontré después de unos minutos sentado en uno de los pasillos junto a la puerta del laboratorio de Química. Llevaba sus gafas y su capucha y miraba desanimado su celular.
Me paré a su lado, pero me ignoró.
—¿Puedo sentarme? —pregunté con un hilo de voz.
Si me rechazaba, ya no podría contener las lágrimas.
—Supongo que sí —respondió sin mirarme.
Era un pequeño avance. Por lo menos, no me había enviado a freír churros.
—Por favor, por favor, por favor, ¿me podrías perdonar? —pedí con las manos juntas.
Me miró serio. Sabía que me estaba escrutando detrás de sus gafas de sol en las que podía ver mi patético reflejo. Se mordió el labio y negó con la cabeza.
—¡Basta! ¡No seas tonta! ¡Vení! —dijo con cariño y abrió los brazos.
Me acomodé en su pecho y dejé que me abrazara. Una vez allí acurrucada rompí a llorar. No podía creer que había estado a punto de perderlo. Entonces supe que lo quería y que lo quería de verdad. Me aterraba la idea de perderlo.
—Todo está bien. No te preocupes. Yo te voy a cuidar siempre —prometió.
Alcé apenas mi cabeza para mirarlo y nos besamos con ternura. Me parecía surrealista. Él me consolaba y prometía cuidar de mí, cuando era yo quien sentía que debía protegerlo, pero que al mismo tiempo le había causado daño.
Nos separamos y él se quitó las gafas. Bajó la cabeza, pero yo elevé su mentón con suavidad para que me mirara. Tenía el ojo izquierdo morado. El moretón se le estaba poniendo violeta oscuro y su párpado estaba hinchado. Sus profundos ojos marrones reflejaban la pena que sentía.
—Cuando te sientas listo podés contarme. Podés confiar en mí.
—Si de verdad te interesa saberlo, fue uno de los cerdos que se acuesta con mi madre —dijo y volvió a colocarse las gafas.
—¿Ella lo sabe?
—No le importa. Siempre fue así y no es el primero. Mientras le den plata o drogas deja que le hagan cualquier cosa. Es mi culpa por intentar defenderla.
—¡Así que acá estaban, tortolitos! —dijo Julián apareciendo de la nada y arruinando aquel íntimo momento.
Me di cuenta de que estaba sentada sobre las piernas de Gonzalo y me acomodé en el piso sonrojada.
—¿Tortolitos? ¡Estás hablando como una abuela de cien años! —exclamó Karen despeinando los rulos rebeldes de su amigo.
El timbre sonó y les prometí que los vería en el siguiente recreo.
En clases tampoco pude concentrarme. Sin embargo, esta vez no estaba triste, sino que experimentaba una sensación agridulce. Por un lado, Gonzalo había confiado en mí contándome lo que probablemente era uno de los secretos más grandes de su vida y me había dicho cosas hermosas. Por otro, me causaba pena y rabia saber la terrible situación que estaba viviendo en su casa. No sabía cómo, pero necesitaba ayudarlo.
Lorena se acercó a hablarme en el segundo recreo, pero le dije que había quedado en encontrarme con alguien y que si no era algo urgente, podríamos conversar después. Ella lo entendió y no me detuvo. Casi corrí para llegar al patio. Esta vez no me costó demasiado encontrar a Gonzalo, que conversaba de forma animada con Julián y Karen.
—Gonza me dijo que pensás que soy una persona violenta. ¿Te parezco un tipo violento? —preguntó Julián apenas notó mi presencia.
No parecía enojado, quizás solo sorprendido. Deseé que la tierra se abriera y me tragara en ese instante.
—Te juro que eso fue un terrible malentendido. De verdad, perdón —rogué sin saber qué otra cosa podía decir.
—Te perdono, supongo... —respondió Julián encogiéndose de hombros.
No entendía por qué Gonzalo le había dicho eso a Julián, si habíamos quedado en que todo estaba bien y me había explicado quién le había pegado. Me pregunté hasta qué punto sabrían Julián y Karen sobre la vida de su amigo afuera de la escuela.
—¿Hasta cuándo vas a estar castigada? Si vamos a andar juntos, no podemos limitarnos a vernos solo en el colegio —dijo Gonzalo cambiando de tema.
—Hasta el lunes —respondí aliviada de que la conversación fuera hacia lugares más agradables.
Quería salir conmigo fuera del colegio y yo suponía que aquello significaba que estábamos de novios.
—Muy bien, creo que puedo esperar hasta el lunes —agregó de forma casual.
—¿Y cuándo vamos a salir solos vos y yo? —le preguntó Julián a Karen regalándole una sonrisa que hacía que se le marcaran los hoyuelos.
—En tus sueños, bonito —respondió ella divertida y le dio un beso en la mejilla.
—¡Vos te lo perdés! Te aseguro que lo pasarías mucho mejor conmigo que con el chico del cyber.
Gonzalo hizo una mueca de asco y dijo:
—¡Quieren parar lo que sea esto! Si ustedes salen y después se pelean, los que sufrirían son los amigos. En este caso, yo.
Todos reímos. Me sentía muy feliz de poder estar con Gonzalo y de que me hubiera incluido en su grupo. Podría decirse que hasta ese momento, Lorena había sido lo más cercano a una amiga, pero mi relación con ella no podía compararse con la intimidad que había entre estos tres chicos.
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