Capítulo 3
Cuando Gonzalo consideró que estaba lo suficientemente lúcido como para conducir, ya era tarde y los últimos invitados se estaban despidiendo mientras dejaban un auténtico basurero en la terraza donde había tenido lugar la fiesta. Por fortuna recién comenzaba a amanecer, y si tenía suerte, mis padres aún estarían dormidos.
Nos despedimos con un beso apasionado dentro del coche aparcado en la puerta de mi casa. Apenas fue uno más de los muchos que nos dimos, pero lo recordaría para siempre.
—Nos vemos el lunes —dijo y me dio una nalgada cuando me estaba bajando del auto.
Entré a la sala tratando de hacer el menor ruido posible y fui directamente a mi habitación. Si mis padres me veían entrando a hurtadillas a esas horas, y después de haberme ido de fiesta toda la noche sin su permiso, sin lugar a dudas, me matarían. La suerte estuvo de mi lado y no me descubrieron, pero sabía que estaba jugando con fuego.
El domingo pasó demasiado lento. Esperaba con ansias que llegara el lunes para volver a ver a Gonzalo, pero las horas parecían eternas. Intenté estudiar para una prueba de Historia que iba a tener en la semana, pero no lograba concentrarme.
No vi a Gonzalo en la entrada del colegio y, aunque repasé con la mirada la fila de alumnos de quinto año por lo menos en tres ocasiones, tampoco pude verlo mientras izaban la bandera. Él rara vez llegaba temprano a clases y me resigné a que no lo vería hasta el recreo. Sin embargo, aunque lo busqué por todo el patio, no lo encontré en la escuela esa mañana. Me pregunté si estaría enfermo. Me moría de ganas de mandarle un mensaje, pero me contuve. Era mejor no tener conversaciones registradas en mi teléfono, porque aunque cambiaba mis claves con relativa frecuencia, estaba segura de que mis padres siempre encontraban la forma de revisar mi celular. Odiaba no tener privacidad.
Después de la jornada escolar, me demoré algunos minutos en la esquina del colegio conversando con Lorena, Agustín y Ezequiel, mis compañeros de equipo con quienes había quedado en hacer un trabajo para Geografía. No tenía muchos amigos, pero me sentía cómoda con Lorena. Ella no hablaba mucho y tampoco yo. Sin embargo, quedarme cerca suyo era menos raro que andar siempre sola por los pasillos de la escuela. En cuanto a mis otros compañeros, simplemente se habían sentado detrás nuestro cuando el profesor nos indicó formar equipo.
—Si quieren, podemos juntarnos mañana en mi casa, así nos sacamos el trabajo de encima —propuso Ezequiel.
—No puedo, perdón —dije con pesar.
Estaba cansada de tener que rechazar cada propuesta por culpa de mi castigo.
—Puedo hacerlo yo y después se los paso, por si es necesario corregirlo o agregarle algo más —sugirió Lorena.
Siempre que hacíamos equipo juntas, ella terminaba haciendo casi todo el trabajo, pero los demás teníamos la decencia de, por lo menos, fingir que estábamos haciendo algún que otro aporte. Era de las personas más listas que conocí en mi vida.
—¿En serio? ¡Gracias! ¡Sos la mejor! —dijo Ezequiel.
—Sí, no hay problema —agregó Lorena, que tenía hasta las orejas rojas.
Le dije que si necesitaba ayuda, podía llamarme por teléfono y ella aceptó, aunque yo sabía que no lo haría. Luego me despedí de todos con un beso en la mejilla y me puse en marcha hacia la parada del colectivo. Cuando estaba por llegar, vi a Gonzalo conversando con una chica de su curso. Tenía el pelo teñido de un rojo muy intenso y una bandana azul en la cabeza. A pesar del frío llevaba una remera blanca con tirantes que se ceñía a su cuerpo. Por desgracia para mí, era muy guapa.
—Hola —dije al pasar junto a ellos consciente de que Gonzalo no había reparado en mí, y seguí caminando.
—¡Ey, Pérez! —me llamó.
Giré y me dirigí hacia donde estaban. Tenía la mandíbula tensa y aunque sabía que quizás estaba siendo exagerada, me sentía profundamente celosa de esa chica con la que no había hablado, pero que había visto varias veces en la escuela cerca de Gonzalo.
—Pérez, Karen. Karen, Pérez —dijo señalando con su mano derecha cuando pronunciaba nuestros nombres o más bien su nombre y mi apellido.
—Soy Maya —lo corregí.
—Hola. ¡Al fin nos conocemos! —saludó Karen y me besó en la mejilla.
Gonzalo me miraba como si intentara descifrar lo que yo pensaba en ese momento.
—No te vi en la escuela —me limité a decir intentando mantener una expresión indiferente.
—Eso es porque no tenía ganas de ir a clases.
—Nos rateamos. Si no querés que este chico te lleve por mal camino, no deberías juntarte con él. Te lo digo por experiencia —comentó Karen divertida.
Habían pasado toda la mañana juntos, posiblemente solos y no estaba segura si quería saber qué habían estado haciendo.
Distinguí que Julián se acercaba hacia nosotros con cara de pocos amigos. Gonzalo y Karen comenzaron a reírse a carcajadas. Yo no entendía nada.
—¡Los odio! —gritó empujando el hombro de Gonzalo que comenzó a reír con más fuerza.
—Nos amás —lo corrigió Karen que había recuperado la compostura y ahora tenía media sonrisa burlona.
—¡Nunca los voy a perdonar! —agregó el muchacho cruzándose de brazos.
—¡No seas exagerado!
—¿Que no exagere? ¡¿Que no exagere?! ¿Sabés lo que me hicieron estos dos hijos de su madre? —dijo dirigiendo la última pregunta hacia mí.
Negué con la cabeza. Iba a tener problemas en mi casa por llegar tarde, pero necesitaba saber qué había pasado.
—Teníamos que presentar en grupo nuestro proyecto de Química y pensaron que era una buena idea dejarme solo. Así que ahí estuve yo hablando solo delante de todos en la clase y teniendo que soportar los gritos de la profesora.
—Te hubiéramos invitado. Fue tu culpa por llegar tan temprano —dijo Gonzalo que había dejado de reír.
—Bueno, ya fue... Estamos desaprobados, por si les quedaba alguna duda. ¿Quieren ir a tomar algo a la plaza? Invita Karen. Me lo debe por no haber venido a mi cumpleaños.
—¡Ay, no! Ya te dije que no fui porque salí con el chico del cyber. Está totalmente justificado. Además no tengo un peso.
La explicación de la joven sirvió para que el nudo que había comenzado a formarse en mi garganta se aflojara. Me consolaba pensar que si Karen estaba interesada en alguien más, lo más probable era que viera a Gonzalo solo como a un amigo.
—A mí no me miren. Gasté lo último que me quedaba en cargarle nafta a la fiera —se apresuró a decir Gonzalo.
—Será otro día... —Karen empezó a hablar, pero Gonzalo la interrumpió.
—Pérez... Perdón, Maya, ¿tenés algo de plata? A mí el chino me vende sin mostrarle el documento, pero ya no me fía porque la última vez tardé como dos meses en poder pagarle.
—Es que no me puedo quedar —expliqué.
Hasta ese momento me había mantenido al margen de todo como si hubiera sido una espectadora de una obra de teatro.
—Pero, nos podés prestar unos pesos, ¿no? —insistió.
—Em... Sí. No hay problema —accedí y le di lo que me quedaba del dinero que mi madre me había dado.
Era muy tarde ya, me despedí de ellos y corrí para alcanzar el colectivo. Cuando llegara a mi casa tendría que decirle a mi madre que había perdido el transporte o que me había quedado hablando con Lorena sobre el trabajo de Geografía. Opté por la segunda opción, porque no era del todo mentira. Era mejor mantener a Gonzalo y a sus amigos al margen. Mi padre aún no había olvidado aquella vez que el "mamarracho", como él lo llamaba, me había llevado a casa manejando borracho.
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