Capítulo 28
—"Ella no te rechazaría" —se burló Gonzalo poniéndose de pie y avanzando hacia la puerta que yo acababa de cerrar.
—Es la verdad. A Lorena le gusta Ezequiel desde hace mucho —dije intentando parecer despreocupada.
—¡No fue eso lo que pareció que le insinuabas!
—¿Qué? ¿Por qué no?
—No, fue como si quisieras decirle que cualquier chica, incluso vos, se moriría de ganas de estar con él. ¿Qué es lo que tiene él que yo no tenga? ¿La cara de tonto? ¿La miopía? ¿Qué mierda tiene ese tipo que te calienta tanto? —preguntó hecho una furia.
—Dejá de decir idioteces —dije riendo de lo ridículo que sonaba.
—¿Ahora te parezco un idiota?
—Estás actuando como uno —reconocí.
—¡Perdí todo mi día de trabajo para estar con vos y con ese tonto con cara de sapo, y me llamás idiota!
—¡No te llamé idiota, pero estás actuando como uno! Además, no es mi culpa que hayas querido venir y que perdieras tu día de trabajo —esta vez era yo la que gritaba.
—¡Estás reconociendo entonces que no querías que viniera! ¿Qué ibas a hacer si no hubiera estado acá? ¿Te lo querías coger? ¡De virgen a puta pasaste!
Aquello fue como una bofetada y lo empujé. No podía seguir soportando que me tratara de esa forma. Él estuvo a punto de caerse y arremetí de nuevo contra él. Realmente me había dolido lo que me había dicho. Sin embargo, se defendió, cerró el puño y lo asestó de lleno en la comisura de mi boca.
Me llevé la yema de los dedos al labio que me escocía y palpitaba. Cuando los bajé, noté que estaban manchados de sangre.
Entonces pareció reparar en la gravedad de lo que había hecho.
—Maya, perdón. ¿Estás bien?
Volví a empujarlo, salí corriendo y me encerré en el baño. Temblaba de dolor y de rabia contenida. No podía creer que me hubiera golpeado.
—¡Maya! ¡Abrime! Podemos arreglarlo —pidió del otro lado de la puerta.
—¡Andate, Gonzalo! —exigí con la voz quebrada.
Me miré en el espejo. La presión de su puño había provocado que me mordiera y el labio me estaba sangrando de un pequeño corte. Aquella herida me dolía tanto física como emocionalmente. Se suponía que él me iba a cuidar del peligro, pero era él en realidad el que representaba un peligro para mí.
—Fue sin querer. Actué sin pensar. Perdoname, por favor.
Sentí que estaba llorando del otro lado de la puerta y no pude evitar sentir pena por él.
—¡Me lastimaste! —le reproché con una mano en el pestillo.
—No quería hacerlo. Fue uno de los peores días de mi vida. Sentir que te podía perder por culpa de ese idiota nubló mi mente por completo. Por favor, no me dejes. Sos lo único bonito que me pasó en la vida.
Abrí la puerta despacio y dejé que me abrazara.
—Prometeme que no me vas a dejar. Fue un accidente, Maya. Por favor —rogó temblando abrazándome con fuerza como si temiera que fuera a desvanecerme en un parpadeo.
—Tenés que confiar en mí. Yo no quiero a ningún otro, te quiero a vos —expliqué agotada.
—Confío en vos, pero no en él. Te tenés que cuidar de tipos así.
Hablaba de Ezequiel como si fuera un monstruo. Sin embargo, el que me había hecho daño era él.
—Me pegaste y no sé si pueda perdonarte alguna vez —dije y lo aparté de mí con un suave empujón.
—Te prometo que nunca más voy a hacer algo así. No sé qué me pasó. No me siento como yo.
—No sé... Necesito estar sola. Andate, por favor, Gonzalo —pronuncié las palabras con todo el dolor de mi alma.
—No quiero irme sin saber que vamos a estar bien. Sin vos, me muero —dijo mirándome a los ojos y supe que hablaba en serio.
—No digas eso —pedí negando con la cabeza.
Sentía que no podía respirar. No podría soportar que Gonzalo se hiciera daño por mi culpa.
—Es la verdad. Sin vos no tengo nada más por qué vivir.
—No me hagas esto —pedí.
—Si no me amás, decímelo ahora, y no nos vamos a volver a ver —pidió limpiándose las lágrimas con el puño de su camisa negra.
Lo miré a los ojos y me perdí en su profunda oscuridad. Lo amaba y supe que me estaba entregando su vida en las manos.
—Te amo —dije, por fin.
—No me dejes. Quedate conmigo —pidió y sus labios se crisparon hacia abajo.
Nos miramos durante algunos segundos en los que ninguno dijo nada. Finalmente, di un paso hacia él y lo abracé. Él me envolvió con sus brazos.
Sabía que lo que había hecho era imperdonable y dolía demasiado. Sin embargo, imaginarme la vida sin él resultaba muchísimo más doloroso.
—Tenés una oportunidad, pero si me volvés a lastimar, no te lo voy a perdonar nunca —advertí.
—Gracias. No va a volver a pasar, te lo prometo.
Alcé la mirada y sentí que estaba siendo sincero. Él tenía miedo de perderme y se sentía culpable. Yo también tenía miedo y no quería estar sola.
Se inclinó y me rozó suavemente con sus labios en aquel sitio que sentía palpitante de dolor. Me estremecí y colocó sus manos en mi espalda.
Lo deseaba, sus caricias resultaban embriagadoras, pero las palabras de Karen acechaban en mi mente como una sombra hostil. No podíamos arreglar todos nuestros problemas con sexo y después fingir que nada había pasado.
—Creo que deberías irte —sugerí haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad.
—¿Ya no querés estar conmigo? —preguntó dolido y se separó apenas de mí.
—No es eso.
—Ya no sé cómo decirte que lo siento. Me odio por lo que hice. ¡Fue un error y voy a pasar cada segundo de mi vida arrepintiéndome! —dijo alzando la voz y golpeó la pared con un puño.
—¡Gonzalo! —exclamé asustada y tomé su mano herida entre las mías.
Tenía sangrando los nudillos de la mano derecha. No quería que se hiciera daño.
—Ya sé... No es necesario que lo digas. Pensás que soy un monstruo. No te culpo, si hasta mi propia madre me odia —dijo llorando y se sentó en cuclillas en el suelo.
Me arrodillé a su lado y lo abracé con fuerza. Quería apartar todo el dolor que cargaba con él.
—No creo que seas un monstruo. Yo te amo —dije y besé su mejilla con ternura.
—¿No me vas a dejar? —preguntó aterrado.
Yo negué apenas con la cabeza y acaricié muy despacio su largo flequillo. No podía dejarlo. Era como un animal herido atrapado en una trampa y yo sentía que necesitaba protegerlo. Creía que podía apartarlo de la oscuridad que había en su interior y que algunas veces se apoderaba de su alma y de sus actos.
Me parecía que fueran dos personas viviendo en una sola. En ocasiones le temía y en otras, en cambio, era vulnerable. En esos momentos mi corazón era suyo y, aunque me aterraba aceptarlo, sabía que le pertenecía por completo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top