Capítulo 27
El encuentro íntimo que Gonzalo y yo habíamos tenido nos unió más que nunca. Aquella semana no discutimos por nada y él se mostraba cariñoso y dulce conmigo cada vez que nos veíamos.
Cierta mañana, en la que estábamos sentados en uno de los bancos del patio, noté que el brillo en sus ojos se había apagado y que unas finas ojeras lilas ensombrecían su mirada. Llevé con ternura mi mano hacia su mejilla y él cerró los ojos. Luego colocó su mano sobre la mía y me acarició con el pulgar haciendo movimientos circulares.
Tenía el presentimiento de que algo malo le había ocurrido, por lo que le pregunté:
—Gonza, ¿está todo bien?
—Más o menos —reconoció abriendo los ojos.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? —quise saber.
—Pasé una noche horrible. No dormí casi nada.
—¿Pesadillas? —aventuré.
—No, ojalá. Me peleé con mi vieja —confesó.
—¿Ya salió del hospital?
—Sí, se suponía que iba a venir a casa. No pude convencerla de que vaya al centro de rehabilitación. Eso ya me lo esperaba, pero pensé que iba a quedarse conmigo hasta que se sintiera mejor.
—Lo siento mucho.
—Bueno, el trato era que viniera conmigo a casa, pero no se quedó más de un cuarto de hora antes de que un imbécil viniera a llevársela. Ella me quitó también el dinero que tenía ahorrado —explicó con el rostro consternado por el dolor.
Lo abracé y él correspondió. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y yo acaricié su cabello. Se me encogía el corazón al verlo así, tan vulnerable.
—Es horrible que haya actuado de esa forma, después de que la cuidaras tanto en el hospital y de todo lo que hiciste por ella —dije.
—La culpa es mía.
—No, claro que no.
Nos separamos apenas y pude ver el dolor reflejado en sus ojos.
—Sí, porque sigo esperando que cambie, cuando eso nunca va a pasar. Jamás me quiso. Al principio yo no era más que una carga para ella y ahora solo me busca cuando necesita dinero.
—Estoy segura de que te quiere, pero las drogas hacen que las personas actúen de forma diferente.
—¡No la conocés! ¡No tenés forma de saber lo que siente o no por mí! —soltó.
—Es verdad, no la conozco, pero te conozco a vos y sé lo mucho que la apoyaste durante todo este tiempo. Es imposible que no te quiera.
—Solo se acerca para quitarme dinero —insistió.
—Eso es lo que las drogas le obligan a hacer. Si necesitás plata, puedo pedirle a mi mamá —ofrecí.
—No, no es eso. Lo puedo reponer, tengo algunas entregas esta semana —dijo quitándole peso a la situación.
—Tenés bastantes clientes que compran licores. Eso es bueno —dije para desviar el tema de conversación hacia lugares menos dolorosos para él.
—Sí y no es lo único.
—¿Vendes otras bebidas? —quise saber.
—No, dejá no lo entenderías —dijo restándole importancia con un ademán de su mano.
Su expresión cambió de repente, y cuando seguí el curso de su mirada, descubrí a Ezequiel de pie junto a nosotros. Me sonreía detrás de sus gafas y por un instante temí que Gonzalo pudiera abalanzarse sobre él.
—Maya, hola. ¿Cómo estás? —preguntó mi compañero ignorando por completo la mirada asesina de mi pareja.
—Bien —dije intentando parecer tranquila.
—Perdoná que te moleste, pero recién hablé con la profesora de Química y esta semana es la última en la que podemos entregar el trabajo integrador —explicó hablando rápido.
—¿Qué trabajo? —pregunté, no tenía idea de qué me estaba hablando.
—Bueno, había que formar equipos y como habías faltado te apunté conmigo.
—Oh, bueno, gracias.
—Sí, la cosa es que deberíamos juntarnos a hacer el trabajo. ¿Te parece si vamos a tu casa después de clases?
Le lancé una mirada rápida a Gonzalo. Se estaba poniendo rojo de la ira.
—Sí, no hay ningún problema —respondí, después de todo, yo no estaba haciendo nada malo.
—Genial. Te veo en clases, Maya —dijo y se marchó.
—¿Qué mierda estás haciendo? —siseó Gonzalo.
—Nada, solo voy a hacer un trabajo con mi compañero de curso.
—¿Solos en tu casa? ¿Después de que ambos me ignoraran por completo recién?
—Si tanto te molesta, podés venir —dije, encogiéndome de hombros e intentando parecer despreocupada. La verdad era que por dentro estaba muerta de miedo.
El timbre que anunciaba el final del recreo sonó y yo me levanté dispuesta a irme, pero él cogió mi muñeca y tiró de ella para que volviera a sentarme.
—¡No terminamos de hablar! —me retó.
—Es solo un trabajo práctico —dije mordiéndome el labio.
Apretó con fuerza mi barbilla con su pulgar y su índice para forzarme a mirarlo.
—Sos mía, Maya. No me gusta que invites a otros tipos a tu casa. Sos mía, y eso no va a cambiar —pronunció las palabras con una voz tan suave que me produjo escalofríos.
—Yo te amo a vos, solo a vos —intenté tranquilizarlo y me apretó la mandíbula con más fuerza.
—Los voy a acompañar. Te voy a cuidar. No me fío de ese tipo y lo que pueda llegar a hacerte si se queda a solas con vos.
—Maya, ¿está todo bien? —preguntó Lorena, que nos sorprendió a ambos, y al oírla Gonzalo apartó su mano como si le hubieran echado agua fría.
Me llevé por instinto la mano hacia el rostro que me dolía allí donde Gonzalo había ejercido presión.
—Sí —respondí mirándola con vergüenza de que hubiera presenciado nuestra discusión.
Era extraño que no estuviera ya en clases. Ella no solía entrar tarde.
Gonzalo se levantó y empujó a Lorena con el hombro al irse a toda prisa de camino a su aula.
—¿Qué fue eso? —quiso saber.
No quería mencionar que Ezequiel había sido el culpable de nuestra pelea. No podría soportar que ella se enfadara aún más conmigo.
—Nada, es un poco celoso algunas veces —dije.
—¿Un poco celoso? ¡Te lastimó! ¡Mirá tu cara! ¡Te dejó todos los dedos marcados! —exclamó horrorizada.
—Solo está pasando por un momento muy complicado en su casa. No suele ser así —intenté sonar despreocupada, aunque estaba controlando las ganas de ponerme a llorar.
Estaba a punto de levantarme para ir a clases, pero Lorena se sentó a mi lado y me miró con el ceño fruncido de preocupación.
—Estuve hablando con Ezequiel —dijo ella.
—Yo solo hice equipo con él porque no me dejaron otra opción —me excusé antes de que ella me pudiera reclamar algo.
—Sí, ya sé. Perdón por enojarme. Sé que no te gusta y que él solo está preocupado por vos.
—Oh, eso. No sé en qué estaba pensando y me olvidé de agradecerle que me acompañara a mi casa cuando... me sentía mal —comenté e hice una mueca de dolor al recordar el momento en el que Gonzalo me había dejado.
—¿Te sentías mal o tu novio te hizo sentir mal?
Bajé la mirada. Ambas conocíamos la respuesta, pero no quería reconocerlo frente a Lorena. En ese momento pensé que ella no lo conocía lo suficiente y, vista desde afuera, la situación parecía mucho peor de lo que realmente era.
Esa mañana me senté con Lorena en todas las clases. Me alegraba que volviéramos a ser amigas, pero me preocupaba el odio que parecía profesar por Gonzalo. Él estaba pasando por un momento muy complicado, pero no era una mala persona como ella pensaba.
Después de cursar, nos dirigimos a mi casa, Gonzalo, Ezequiel y yo, en el pequeño escarabajo azul de mi novio. Fue un viaje muy incómodo, en el que Gonzalo me cogió de la mano con fuerza mientras utilizaba el volante con su mano libre. Era evidente que quería que Ezequiel notara que estaba conmigo y su actitud me resultaba exagerada e innecesaria. Me hacía sentir incómoda que me viera como un objeto de su propiedad y comenzaba a arrepentirme de haberle dicho que era suya.
Una vez en casa, las cosas se pusieron aún peor. Gonzalo se sentó en el sillón de mi padre y no dejaba de mirarnos con cara de pocos amigos mientras nosotros trabajábamos. Estaba segura de que Ezequiel estaba tan o más incómodo que yo.
Cuando mi compañero se fuera, iba a tener que explicarle a Gonzalo que no podía seguir comportándose de esa manera. Yo no era un objeto al que pudiera reclamar como de su propiedad y era absurdo que se mostrara tan inseguro. Lo amaba y tenía que confiar en mí.
Ezequiel y yo terminamos el trabajo de Química, pese a que era muy complicado concentrarnos con Gonzalo carraspeando nervioso cada vez que me acercaba para ver algo en la hoja de mi compañero.
—Espero que esté bien este trabajo —dije guardando las hojas en mi carpeta.
—Sí. Cualquier cosa, mañana le preguntamos a Lore. Es la mejor de la clase y no creo que tenga problemas en ayudarnos —comentó Ezequiel.
—Sí, es muy lista y buena persona. Creo que harían una buena pareja ustedes dos —añadí lo suficientemente alto como para que Gonzalo también lo escuchara.
—¿Vos decís? No creo que se fije en un tonto como yo. Ella está para mucho más —dijo mientras limpiaba sus anteojos con la parte inferior de su camiseta.
—Ella no te rechazaría —aseguré y le sonreí de forma cómplice.
Estaba muy contenta por mi amiga. Además, si ellos salían, seguramente Gonzalo dejaría de actuar como un completo idiota cada vez que me veía hablando con mi compañero.
Me despedí de Ezequiel y comenzó el infierno.
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