Capítulo 24
Me sentía abrumada. Sabía que tendría que enfrentarme a Gonzalo tarde o temprano. Necesitaba saber qué había pasado entre él y Karen la noche anterior, pero, al mismo tiempo, me daba pánico averiguarlo.
Me armé de valor y decidí enfrentarlo en el recreo. Por suerte, estaba solo.
—Hola, hermosa. ¿Cómo estás? —me saludó apenas me vio e intentó besarme, pero lo esquivé.
Me miró extrañado por mi reacción hacia su muestra de afecto.
Me crucé de brazos y lo increpé:
—¡Me dejaste plantada ayer!
—Sí, es que tuve que entregar un pedido de licores —me mintió tan descaradamente que sentí ganas de abofetearlo, pero me contuve.
—¿Qué te dijo Karen? —quise saber.
—¿Karen? —preguntó fingiendo no entender a qué me refería.
—Sí, Karen —insistí.
—Nada, ¿por qué?
Sentía la rabia hacerse un ovillo cada vez más grande en mi interior.
—¡Ayer te llamó Karen y te fuiste corriendo con ella! ¡No te importó dejarme! ¡Tampoco te importó que mi madre hubiera comprado la cena! Si Julián no te llamaba, ni siquiera me hubieras avisado que no pensabas regresar.
Los estudiantes que estaban cerca nos observaban sin disimular.
—¡Estás loca! —esta vez, él también alzó la voz.
—¿Vas a negarme que ayer estuviste con Karen?
—¡Estás completamente loca, Maya! ¡Esto se terminó! ¡O mejor dicho, lo nuestro nunca existió! ¡Adiós, Maya! —concluyó y dio media vuelta.
No esperaba aquello. Pensé que iba a darme alguna explicación o que me iba a pedir perdón.
Mi mundo entero se hizo trizas.
Me quedé allí, parada en mitad del patio. Las personas iban y venían. El timbre sonó. Yo estaba paralizada.
—¿Maya? —preguntó una voz que no era la de Gonzalo.
Insistió, pero como si hubiera sido una actriz que había olvidado sus líneas, no supe responder.
—¿Estás bien? —preguntó Ezequiel, colocándose frente a mí para que pudiera verlo.
Asentí levemente con la cabeza y sentí que temblaba.
—¿Segura? Parece que hubieras visto un fantasma.
Pero la verdad era que yo me había convertido en un fantasma.
—Es tarde. ¿Vamos a clase? —preguntó y, otra vez, no obtuvo respuesta.
Colocó una mano en mi espalda y dejé que me guiara hasta mi asiento como si fuera una marioneta.
Lorena resopló.
Cuando me senté en mi pupitre, cerré los ojos y sentí como si me hundiera en un agujero negro.
No había nada sin Gonzalo y en esa oscuridad ni siquiera estaba yo.
No sé cómo, pero me las arreglé para sobrevivir las siguientes horas sumergida en aquel estado de inexistencia.
—Te ves fatal. ¿Querés que llame a tu mamá? —me preguntó Ezequiel.
Entonces, un atisbo de lo que solía ser, se abrió paso entre aquel océano de nada y respondió:
—No.
—Te voy a acompañar a tu casa. No vaya a ser que te caigas por el camino. ¿Está bien?
Interpretó mi silencio como un sí y pidió un auto desde su teléfono. Me las arreglé para darle mi dirección y, una vez más, lo dejé guiarme. Sentía que caminábamos entre nubes de tormenta y con cada paso me pesaba más el adiós de Gonzalo.
Me senté en el auto al lado de Ezequiel y volví a cerrar los ojos. Quería que todo fuera una pesadilla. Necesitaba despertar, pero no sabía cómo.
—¿Esta es tu casa? —preguntó Ezequiel.
Abrí los ojos. Habíamos llegado.
—Sí —respondí con un hilo de voz.
—Puedo quedarme, si querés —sugirió.
—No —respondí simplemente.
Me bajé del auto y entré en mi casa. Nunca le di las gracias a Ezequiel por lo que hizo por mí.
Me senté en el piso con la espalda apoyada en la puerta y abracé mis rodillas. La casa jamás me había parecido tan grande, tan silenciosa y tan vacía.
Sentía que acababa de morir, pero que mi cuerpo aún no lo sabía.
En cierto momento, me obligué a levantarme y comencé a vagar como si fuese un alma en pena. Iba rozando con la yema de los dedos las paredes de los pasillos y los muebles, mientras recordaba sus besos y sus abrazos, que posiblemente no iban a ser míos nunca más.
Finalmente exhausta, me recosté en mi cama y me rendí. Sentía que de nada servía mi vida, porque ya lo había perdido todo.
Cuando mi madre regresó por la noche, me encontró recostada y me preguntó si me sentía mal. Le dije que sí.
No cené esa noche y no fui a la escuela durante el resto de la semana, solo sobreviví gracias a la voluntad de algo ajeno a mi percepción.
Alguien en la escuela llamó a mi madre y le explicó que si no regresaba, iba a perder el año. Entonces no tuve más opción que volver al mundo de los vivos, ya que no quería que me internaran en un hospital psiquiátrico. Sin embargo, no estaba lista para regresar. Aún no me sentía lo suficientemente fuerte como para verlo otra vez.
Llevé por instinto la mano al dije de corazón que me había regalado Gonzalo y mirando el piso le sugerí a mi madre:
—Quizás pueda dejar este año y empezar de nuevo el próximo... No me está yendo muy bien.
—¡Maya, no seas tonta! —me gritó.
—Pero, mamá... No tiene sentido volver. Si igual no voy a poder levantar las materias. Si voy a repetir de todas formas, ¿por qué no espero al año que viene y empiezo de cero? —intenté convencerla.
Sabía que el próximo año no estarían Gonzalo ni su grupo de amigos en la escuela y era mejor así.
—¡En esta casa no nos rendimos! Pedile ayuda a Lorena, seguro que te da una mano y pasás de año.
Tenía el presentimiento de que Lorena me odiaba y ese era otro de los motivos por los que no quería regresar.
—Te peleaste con Lorena. Por eso no querés volver —afirmó y luego resopló por lo bajo.
—Por favor, no me obligues a hacerlo—rogué con los ojos llenos de lágrimas.
—En este momento parece el fin del mundo, pero las amistades y los amores a tu edad van y vienen. Seguro que si hablan de lo que pasó pueden arreglar las cosas y, si no es así, tampoco te preocupes, acercate a otras personas y listo —sugirió mi madre restándole importancia.
Ella no entendía lo difícil que sería para mí estar ahí.
—Prefiero morirme antes que tener que volver a la escuela.
—No exageres, Maya. ¡Mañana vas a ir al colegio! ¡Si es necesario, te llevo de los pelos, pero vas a ir! —gritó concluyendo la discusión.
Yo corrí al baño y me encerré allí. Estaba dispuesta a cumplir con mi promesa. Rebusqué en la puerta del espejo y encontré la navaja de afeitar de mi padre. La desarme temblando y me quedé con el filo en la mano. Estiré el brazo sobre la pileta con el puño apretado para que mis venas se marcaran. Acerqué el filo a mi delgada piel y cerré los ojos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top