Capítulo 23

Mi madre llegó a casa y Gonzalo no había regresado. Ella saludó a Julián y después me entregó las bolsas con las compras que traía.

—Hola... No nos conocemos. ¿O sí? Soy Sonia, la mamá de Maya.

—No, señora. Soy Julián.

—Es un amigo de Gonzalo —expliqué.

—Pero no está Gonzalo —observó mi madre.

—Salió un momento, dijo que iba a regresar pronto —dije, aunque habían pasado horas desde que se había marchado.

—Ya es tarde, creo que mejor me voy —dijo Julián.

—¿Por qué no te quedás a cenar? —sugirió mi madre.

—¿Segura? ¿No hay problema si me quedo? —preguntó él acomodándose su cabello enrulado.

—Sí. No pasa nada —aseguró ella.

—Le voy a mandar un mensaje a Gonzalo. Ya se está tardando mucho —dijo Julián.

Asentí con la cabeza. Yo misma lo hubiera hecho de haber tenido saldo en mi celular.

—Compré un pollo hecho. Espero que te guste —dijo mi madre mirando a Julián mientras él intercambiaba mensajes con mi novio.

—Sí, muchas gracias, señora.

—Por favor, no me llames señora.

—¡Uh! Gonzalo no viene. ¿Me quedo igual? No quiero molestarlas —preguntó Julián mirando primero a mi madre y después a mí.

Ella me miró y yo me encogí de hombros. Después de unos segundos, como mi madre no decía nada, le respondí a Julián:

—Como vos quieras. Mejor quedate.

—Gonzalo no tendrá problemas, ¿no? —preguntó inseguro.

Él conocía tan bien como yo, quizás más, el mal temperamento que mi novio podía llegar a tener. Sin embargo, él se había ido a buscar a Karen apenas lo había llamado. Además, nos había dejado plantados y solo se dignó a responder cuando Julián le preguntó si iba a regresar. Aquello me llenaba de rabia.

—No creo. Sos su mejor amigo —respondí con una falsa seguridad en mi voz.

—Bueno, entonces me quedo —aceptó.

Ayudé a mi madre a poner la mesa y a servir la comida. Hasta que no sentí el aroma del pollo al spiedo, no me di cuenta de lo hambrienta que estaba.

—Contame Julián, ¿tenés novia? —le preguntó ella apenas empezamos a comer.

—¡Mamá! —la reprendí en voz baja.

—¿Qué tiene de malo mi pregunta? —se quejó.

—No... Digamos que las chicas me ven más como un amigo. Salvo Maya, a la que veo como una amiga, pero que me ve como el amigo de Gonzalo —intentó bromear, pero solo hizo que me sintiera mal por lo que había dicho antes.

Era verdad, aunque había pasado bastante tiempo con él, jamás lo había visto como un amigo. Simplemente hasta ese momento había sido el amigo de mi novio.

—Perdón —dije apenada.

—Solo fue una broma.

—Si querés, te corto un poco el pelo y vas a ver cómo todas empiezan a caer muertas por vos —sugirió mi madre.

—¡Mamá! —dije esta vez alzando la voz.

—Eh... No... Este... ¿Qué tiene de malo mi cabello?

—Te queda lindo así. No te preocupes —aclaré y al ver que Julián se sonrojaba me arrepentí de haber usado esas palabras.

Mi mamá siguió incomodando a Julián con sus preguntas durante el resto de la velada. Cuando terminamos de comer, preguntó:

—¿Quieren un poco de budín de chocolate? Se lo compré a una clienta que vino a hacerse las uñas esta tarde.

—No, muchas gracias, pero ya es muy tarde y mañana tenemos que ir al colegio temprano —se excusó Julián que parecía querer huir de mi madre lo más pronto posible.

—¡Es una pena! Lo pasé muy bien hoy. Cuando quieras estás invitado —dijo ella.

—Sí, gracias. Estuvo muy rica la comida.

Lo acompañé hasta la puerta y noté que sus hombros se relajaban cuando salió al fresco aire de la noche.

—Siento mucho que mi madre te haya incomodado tanto con sus preguntas. Algunas veces se comporta mejor —dije en voz baja y él sonrió.

—No te preocupes. Gracias por todo, Maya. Intentaré aplicar tus consejos. Fue una pena que Gonzalo no haya podido venir —dijo.

No estaba segura de cuáles habían sido esos consejos, pero me alegraba haber podido ayudar a que aclarara sus sentimientos.

—Sí, me hubiera gustado que se quedase —reconocí.

—Nos vemos mañana —se despidió y me dio un beso en la mejilla antes de marcharse.

Cuando cerré la puerta, y seguramente sin que Julián estuviera lo suficientemente lejos como para no escucharla, mi madre gritó:

—¡Qué chico más lindo! Si tu relación con Gonzalo fracasa, podés tratar de acercarte a él. Tiene su autoestima tan baja que seguro que si te le acercás un poco, lo podés tener comiendo a tus pies.

—¡Mamá! —grité.

No era religiosa, pero aun así, le rogué a Dios internamente que Julián tuviera problemas repentinos de audición.

—No tiene nada de malo tener una vela encendida por si acaso...

—Mejor vamos a comer budín y ya no hablemos de eso —sugerí intentando no alzar demasiado la voz.

—Ah, no te dije antes porque no quería incomodar a tu amigo, pero adiviná a quién me encontré en la calle tomado de la mano de una pendeja que no sé si sería mayor de edad.

Si se había estado conteniendo para no incomodar a Julián, temía lo que pudiera llegar a contarme.

—¿A quién?

—Al descarado de tu padre.

Me sorprendió que mi padre ya estuviera saliendo con alguien, pero mi mamá tampoco podía reprocharle demasiado. Después de todo, ella lo había engañado. Por un lado, me aliviaba saber que estaba bien y que no había entrado en una depresión tan grande como para quitarse la vida. Sin embargo, hacía semanas que no me hablaba.

—¿Y qué hiciste? —quise saber.

Sonrió orgullosa de sí misma y me contó cómo le había gritado de todo en medio de una de las avenidas más transitadas de la ciudad.

—¿Y él qué te dijo?

—Nada, para no quedar mal con la prostituta esa, reconoció que había estado complicado buscando un lugar para mudarse y que no tuvo tiempo de pasarnos la plata que te corresponde por ser su hija. Me dio lo que tenía en la billetera con tal de que me callara y después se fue.

—¿Te dio algún número de teléfono o te dijo dónde podemos encontrarlo?

—Solo me dio puras excusas. Me contó que le robaron el celular en la pensión y dice que no tiene un lugar fijo donde quedarse. Dijo que en cuanto se instale te va a buscar, pero por la actitud que tenía, no creo que tenga muchas ganas de vernos, nena.

Esa noche soñé que estaba perdida en un desierto helado. Gritaba el nombre de Gonzalo, pero me respondía mi propio eco. Mientras se formaba una tormenta de nieve, me volví pequeña y llamé a mi padre. También se había ido.

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