Capítulo 21

Durante la última hora, la preceptora nos repartió a unos pocos desafortunados la vianda que el Gobierno hacía llegar al colegio para los chicos más humildes. Era el sándwich menos apetitoso que había visto en mi vida. El pan integral estaba duro y el relleno consistía en una feta de queso, a esto lo acompañaba una barrita de cereal. Odiaba tener que aceptar ese tipo de ayuda. Definitivamente, detestaba ser pobre.

—¿Qué tal estuvo tu día, preciosa? —preguntó mi novio después de la escuela.

Parecía más animado de lo que lo había visto en los últimos días.

—Estuvo... Dejémoslo ahí. ¿Qué tal el tuyo?

—Fue mejorando hacia el final de la hora de Matemática. Estuve hablando con Julián y con Karen y ya está todo solucionado, o eso creo. En fin, los tres volvimos a ser amigos como antes.

En parte me alegraba que volviera a tener a sus amigos, pero no podía ignorar que su estado de ánimo dependía de la atención que Karen le prestara o le dejase de prestar. Por otro lado, me preguntaba si la relación romántica que había empezado esa mañana entre Julián y Karen, habría muerto apenas comenzaba a nacer. No podía evitar sentir un poco de pena por Julián.

—Me hace feliz escuchar eso. Ah, casi me olvido de decirte que mi mamá me pidió que te preguntara si querés cenar con nosotras cuando ella vuelva del trabajo.

—Sí, está bien. ¿Ahora está en tu casa?

—No, viene recién a la noche.

—Entonces, ¿tenemos la casa para nosotros solos? —preguntó colocando sus manos en mi cintura y dándome besos tiernos en el cuello.

—Mmh, creo que sí.

—¿Creés o estás segura?

Preguntó rozando con sus labios el lóbulo de mi oreja.

—Estoy segura —le respondí, separándolo de mí un poco incómoda, después de reparar en que los estudiantes que salían del colegio nos estaban mirando.

—¿Querés que vayamos a tu casa ahora, así pasamos la tarde juntos? —preguntó y se acercó de nuevo.

—Sí, está bien. ¡Vamos! —acepté y me escabullí de su abrazo para ir hasta su auto.

Gonzalo condujo más rápido de lo que me hubiera gustado. Sabía lo que él esperaba que ocurriese y yo no estaba segura de querer lo mismo.

—Me acabo de dar cuenta de que no sé si mi mamá me dejó algo para que prepare en el almuerzo. Se supone que ella me inscribió para recibir una vianda —confesé cuando estábamos llegando.

—Ya improvisaremos algo. A mí también me dan uno de esos sándwiches horribles todos los días.

Me sorprendieron sus palabras, aunque ya había sospechado que no estaba en la mejor situación económica, no imaginaba a su madre como el tipo de personas que fuesen al colegio para pedir una ayuda alimentaria.

—¿Todos los días es lo mismo?

—Sí, y aunque lo calientes no mejora. El queso no se derrite y el pan es incomible —se quejó.

—Quizás pueda buscar trabajo —le conté cuando estacionó el escarabajo frente a mi puerta.

—¡No seas tonta! Mejor terminá la escuela. Si necesitás algo de plata, te puedo ayudar.

—No, no podría aceptar algo así —dije mirando el piso.

Bajamos del auto y entramos en mi casa. Gonzalo se las ingenio para tostar y condimentar tanto el pan como el queso de las viandas que traíamos de la escuela.

—Veremos si quedan más pasables así —comentó y me alcanzó mi sandwich en un plato.

Le agregué un poco de mayonesa y mordí un trozo antes de sentarme a la mesa del comedor, Gonzalo me imitó.

—Te quedó muy rico —dije después de probarlo.

—No es necesario que me mientas.

—De verdad, me gusta —agregué.

Lo cierto era que no estaba mal. Sin lugar a dudas, Gonzalo tenía un don para la cocina y se las ingeniaba para tener éxito incluso sin contar con ingredientes decentes.

—Solo lo decís porque estás enamorada de mí, pero no importa. Me alegra que no haya quedado del todo horrible.

—Ya te dije que me gustó y no tiene casi nada que ver el hecho de que esté enamorada de vos.

Observé de reojo que sonreía. Quizás necesitaba escuchar más seguido ese tipo de cosas y así, más a menudo, sentirse querido.

—Eso solo confirma que tenés un pésimo gusto —bromeó.

—No creo, después de todo, me gustás vos.

—¿Segura? Demostrámelo dándome un beso.

No lo dudé, me levanté de mi silla y caminé hacia él, que inclinó la cabeza hacia atrás. Lo besé y correspondió. Cuando me separé dispuesta a volver a mi asiento me tomó de la muñeca y tiró de ella hasta sentarme en su regazo. Continuó besándome y acariciándome cada vez con más pasión.

Su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón y nos obligó a separarnos.

—Es Julián, tengo que atender —se disculpó.

Yo permanecí sentada sobre su regazo mientras hablaba.

—Hola... No, no estoy en casa... No puedo, estoy en lo de Maya... ¿Tiene que ser ahora?... Sabías que iba a pasar... Sí, yo te advertí cómo era... Bueno, si no queda otra.

Cortó. Cuando me acerqué para seguir besándolo, me apartó diciendo:

—Julián viene en camino. Tiene el corazón roto y en parte es por tu culpa, así que ya verás cómo hacer para que se sienta mejor —dijo y me empujó apenas para que me levantara de sus piernas.

—¿Cómo que mi culpa?

—Fue tu idea presentarle a esa tal Lorena, ¿no?

—No creí que mi amiga significara tanto para él...

—¡Claro que no! ¡No seas tonta! Si no hubiera sido porque ella lo rechazó, Karen no hubiese dejado que pasara lo que pasó después y ya sabemos cómo es ella —explicó tomando una servilleta y arrojándola con rabia hacia el centro de la mesa.

—No, la verdad es que yo no sé. ¿Por qué no me decís? —pedí alzando un poco la voz, comenzaba a hartarme de los cambios de humor repentinos que tenía.

—Podría decirse que es como Marilyn Monroe, ella besa, pero no ama; escucha, pero no cree y se va antes de que la dejen.

Lo miré entrecerrando los ojos, acababa de comparar a su amiga con quien había sido la mujer más sexy del mundo, mientras que yo no era más que la culpable de cualquier cosa que le pasara. No importaba si era algo que escapase por completo de mi control, siempre encontraba la forma de hacerme sentir mal por lo que le ocurría.

—¿Cómo iba a saber yo que a ella le iba a agarrar una especie de síndrome de Madre Teresa de Calcuta e iba a intentar consolarlo de ese modo? —intenté defenderme, pero no hice más que empeorar su mal humor.

—¡¿Nunca sabés nada, no?! ¡¿Por qué será que desde que estamos juntos mi jodida vida se convirtió en un problema tras otro?! —me preguntó poniéndose de pie.

Retrocedí un paso y sentí un pequeño agujero negro gestándose en donde solía estar mi corazón. No era justo que me tratara así, cuando yo estaba dispuesta a darlo todo por él.

—Lamento mucho arruinarte la vida —me disculpé, bajé la cabeza y comencé a llorar en silencio.

Quizás tenía razón y, al final, no era más que una carga o un estorbo para las personas que quería. Después de todo, mi madre siempre me había visto de ese modo y mi padre, simplemente había desaparecido de mi vida. Incluso Lorena, que siempre se había mostrado amable conmigo, parecía odiarme después de que no hubiera tenido otra opción más que formar equipo con Ezequiel.

El tema de mi compañero de laboratorio era otra granada a punto de estallar. Me daba pánico pensar en cómo podría reaccionar Gonzalo si se llegaba a enterar. La imagen del conductor en el piso siendo pateado por mi novio invadió mi mente y, cuando mi cerebro le colocó el rostro de Ezequiel, me obligué a pestañear para deshacerme de aquella imagen.

Gonzalo se acercó, pero está vez no retrocedí. Me abrazó fuerte y se quedó allí de pie acariciándome el cabello hasta que llamaron a la puerta.

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