Capítulo 18
—¡Gracias por todo, chicos! ¡Pasé una noche genial! —agradeció Lorena mientras esperábamos que el remís la viniera a buscar.
—Gracias a vos por venir —dije y le di un abrazo.
—Si querés, te acompaño, así no viajás sola —le propuso Julián.
—¿Seguro?
—Sí, no hay problema —insistió él.
—Bueno, gracias. Sos muy dulce. Ya llegó el auto —afirmó mi amiga al escuchar un bocinazo.
Les abrí la puerta y todos salimos a la vereda para despedirlos. Un vehículo de color plata los esperaba frente a mi casa. Julián rodeó con un brazo a Lorena y nos saludó de forma general.
—¡Cuídense!
—Esperá, Juli. Karen, ¿querés que te acerquemos hasta tu casa? —preguntó Lorena deteniéndose.
—No, tranquila. Tengan una linda noche —les deseó Karen y los saludó con la mano.
—¿Cómo vas a ir a tu casa? —quiso saber Gonzalo, una vez que regresamos a la sala.
—En colectivo —respondió.
—No seas tonta, vas a estar esperando un montón. A esta hora no pasan —dijo él.
—Entonces, supongo que caminaré —se resignó encogiéndose de hombros.
—¡Son cómo cincuenta cuadras! Además, no voy a dejar que salgas así vestida... ¡Maya, prestale unos pantalones y una remera decentes! —me ordenó.
—No pienso cambiarme. Me veo genial así —se negó cruzándose de brazos, movimiento que hizo que resaltaran aún más sus pronunciadas curvas.
—Te llevo en mi auto —aseveró Gonzalo.
—Ni loca me subo, estás medio borracho y no me quiero morir tan joven —rechazó la oferta.
—Te acompaño, pero cambiate la ropa —insistió.
—Acompáñenme si quieren, pero no pienso usar ropa de mojigata... Sin ofender, Maya.
Miré mi atuendo y no estaba tan mal. Me había puesto unos jeans azul claro que me llegaban por encima de unas botas de caña baja y una remera ancha que me había anudado a la cintura para enseñar de forma sutil el ombligo.
Gonzalo resopló y dijo:
—Bueno, vamos —accedió, aunque parecía enojado.
—Ya sé que no te gusta mi ropa, pero ¿estás segura de que no querés que te preste una campera?, está un poco fresco.
—No, tranquila. Estoy bien. Soy una mujer de sangre caliente —dijo y se rio por lo bajo, mientras Gonzalo le lanzaba una mirada furiosa.
No podía evitar que me afectara el modo en el que Gonzalo sentía celos por Karen. Estaba segura de que si no le importara más que como una amiga, no se comportaría de esa forma con ella. Tenía que buscar la manera de reemplazar el lugar que ella ocupaba en su corazón, antes de que el mío se rompiese por completo.
Gonzalo me tomó de la mano mientras caminábamos en la fresca madrugada de primavera. Karen iba tiritando junto a Gonzalo.
—¡Ya me hartaste! —gritó él de repente y se quitó su campera para ponérsela a Karen sobre los hombros.
También tenía frío, pero ella estaba mucho más desabrigada que yo.
Karen no dijo nada, pero tampoco lo rechazó. Simplemente siguió adelante, con la campera de cuero de mi novio sobre los hombros. Una vez más, me sentía como si yo estuviera de más, cuando era ella quien debía sobrar.
Un auto se acercó a la banquina y el conductor bajó la ventanilla para gritarle algo obsceno a Karen y luego agregar:
—¿Cuánto me cobrás, mamita?
Karen le enseñó el dedo medio y le gritó:
—¡Imbécil!
Ella continuó caminando sin mirar atrás, pero yo sentí un tirón en la mano porque Gonzalo se había detenido. Todo ocurrió tan rápido que apenas entendí lo que pasaba cuando fue demasiado tarde. Él me soltó y corrió hacia la puerta del conductor. Metió la mano por la ventanilla que estaba abierta y destrabó la puerta. La abrió y, en un abrir y cerrar de ojos, tomó al hombre de la remera para arrojarlo sobre el cordón de la vereda.
—¡Era un chiste, perdón! —alcanzó a decir antes de que Gonzalo comenzara a darle patadas.
—¡Qué carajo...! —gritó Karen y corrió hacia ellos.
La campera de cuero resbaló de sus hombros al suelo mientras ella jalaba de la remera de Gonzalo intentando apartarlo del sujeto.
—¡Basta! —grité.
Me daba miedo acercarme, había golpes saliendo de todos lados. Un crujido me indicó que una patada de Gonzalo le había roto la nariz al hombre. Entonces, Karen mordió con fuerza el brazo de Gonzalo y en el intento de librarse de ella, dejó de prestar atención al tipo que se arrastró hacia su auto para arrancar lo más rápido posible. Lo vi alejarse con la puerta abierta, que se cerró apenas el vehículo ganó velocidad.
—¿Por qué me mordiste? ¡Mierda, estoy sangrando!
—¡¿Por qué te mordí?! ¡¿Qué se te pasó por la cabeza?! ¡No podés andar por la vida cagando a palos a la gente! Le rompiste la nariz y ya sos mayor de edad, ¡vas a terminar en cana si seguís así! —le gritó.
Karen no era muy alta y Gonzalo le llevaba como una cabeza, pero en ese momento parecía gigante, mientras que él había quedado reducido.
—No lo pensé, perdón —se disculpó bajando la mirada para observar su campera tirada en un charco de agua sucia junto al cordón de la vereda.
El miedo que me había dado Gonzalo hacía un momento se había convertido en lástima. Seguramente estaba lidiando con muchas cosas y aquel desconocido solo había detonado el volcán de ira que llevaba dentro.
—¡Nunca pensás nada! —gritó ella picándole el pecho con un dedo.
—Es tu culpa, por ir vestida como una...
¡PLAF!
El sonido de la cachetada que Karen le propinó debió haberse escuchado hasta la esquina.
—Karen... —comencé a decir, pero resultaba invisible para ellos en ese momento.
Gonzalo se llevó la mano a la mejilla. Tenía los ojos enrojecidos.
Karen respiraba con dificultad y lloraba con lágrimas teñidas de negro por el delineador. Se le estaba despegando una pestaña postiza y aun así era más hermosa de lo que yo nunca podría llegar a ser.
—¡Maya, nos vamos! —me ordenó él y se dio media vuelta.
No levantó su campera ni miró a Karen, si yo no hubiera corrido para alcanzarlo me hubiera abandonado allí también. Volteé para verla a ella, que negó apenas con la cabeza. Hubiera querido ayudarla, pero no había nada que pudiese hacer en ese momento.
Esperaba que llegase a salvo a su casa. Ya habíamos caminado bastante, por lo que supuse que su casa estaba cerca, pero tenía miedo de que el hombre del auto volviera para tomar venganza.
—¿Vamos a dejarla sola? —pregunté llegando a la esquina.
—Quise cuidarla y ya viste cómo me lo pagó. Si algo llega a pasarle, será enteramente su culpa —concluyó.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y llevé mis dedos al dije que colgaba de mi cuello. "Siempre te voy a cuidar", había grabado Gonzalo tanto en el corazón de plata como en el interior de mi cabeza.
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