Capítulo 13
El colchón se hundió bajo su peso y sus brazos firmes rodearon mi cintura. Lo sentía pegado a mi espalda y el calor de su cuerpo me envolvía por completo. Aparté el cabello de mi cuello para que sus labios pudieran tener acceso a él. Cerré los ojos disfrutando de sus besos, pero en cuanto percibí que sus caricias podían llegar a volverse peligrosas, intercepté su mano y la coloqué de nuevo sobre mi ombligo.
—Así, no —susurré.
—¿Qué pasa, Maya? ¿No te gusta?
—No es eso —me apresuré a decir.
—Entonces, ¿qué?
Podía sentir la forma en la que me deseaba. Yo me sentía igual, pero no era el momento ni el lugar para dar un salto tan grande. Además, seguía enfadada con él porque me había hecho daño y no me gustó la forma en la que me había tratado.
—Está mi madre en casa.
—No va a escucharnos —prometió.
—Hoy me lastimaste la muñeca —intenté desviar el tema de conversación, pero insistía con las caricias y no sabía hasta qué punto sería capaz de rechazarlo.
—¿De verdad?
—Sí, mirá —dije estirando mi mano para encender el velador.
La luz me hizo cerrar los ojos y al abrirlos vi que él se había llevado el brazo a los suyos para protegerse. Me arrodillé y le enseñé las marcas que me había hecho.
Tomó mi muñeca para examinar mis moretones y luego los recorrió suavemente con los labios. Su contacto me hizo estremecer.
—No me di cuenta de que eras tan frágil. Intentaré tener más cuidado la próxima vez —se excusó mirándome a los ojos con mi mano apoyada en su cara.
No se había disculpado, pero parecía arrepentido.
—No me gustó la forma en la que me trataste —admití.
—No quería que bebieras de más. Si querés, podemos ir a mi casa mañana después de clases y probamos tu tolerancia con el alcohol, pero no me parecía prudente que lo hicieras delante de tu madre. Además, te hubiera dado sueño y prefiero tenerte despierta para mí esta noche.
Otra vez intentaba llevar la conversación hacia su terreno.
—No, no quiero embriagarme. Es solo que no me gustó tu actitud. Me dio miedo y me lastimaste.
—¿Te duele mucho? —quiso saber mientras frotaba mi muñeca con suavidad.
—No mucho —reconocí.
Se sentó en la cama y apoyó la espalda contra la pared. Me atrajo hacia él para besarme, pero al sentir sus manos bajando por mi espalda me separé.
—Vamos, confiá en mí. Te va a gustar —insistió.
—Hoy no —dije firme, aunque una parte mía no quería detenerlo.
—Entiendo, no estás lista para tener una relación seria. En el fondo no sos más que una niña —concluyó decepcionado y se levantó de la cama.
—Esperá, no te vayas —lo detuve y tomé su mano.
No quería que pensara en mí de esa forma, pero no era el momento indicado. Necesitaba que me entendiera. Me preguntaba por qué todo tenía que ser tan difícil. En un momento estábamos bien y al instante, mi mundo comenzaba desmoronarse.
—¿Qué pasa, Maya? —preguntó reflejando la frustración que sentía en la voz.
—Quiero estar con vos, pero no puedo hacer lo que querés. Al menos no mientras mi madre está en la habitación de al lado —expliqué.
—Bueno, te veo mañana —dijo con frialdad y se soltó.
—¿Estamos bien? —pronuncié en voz más alta de la que hubiera deseado, pero no podía dejar que se fuera sin más.
—Sí, Maya, estamos bien. Mañana hablamos —respondió cortante y salió de la habitación.
Dormí poco y mal, no dejaba de pensar en Gonzalo y en lo que habíamos vivido. Me preguntaba cómo hubiera sido todo si le permitía que continuase con sus caricias. Podría haber sido el mejor momento de nuestras vidas y quizás estaríamos mejor que nunca. En cambio, sentía que mis inseguridades lo habían alejado.
Él no era mucho mayor que yo, pero había tenido una vida complicada y ese tipo de cosas lo habían hecho madurar de golpe. Algunas de mis actitudes le parecían infantiles y eso me generaba una desagradable opresión en el pecho.
Me levanté antes de que sonara el despertador. Quería verlo, pero no lo encontré en la sala. Supuse que había abandonado la casa de madrugada. Si algo le pasaba por haber tenido que manejar borracho por mi culpa, jamás me lo perdonaría.
Marqué su número, pero tenía el teléfono apagado. Maldije por lo bajo, debía haberle insistido en que se quedara conmigo. Me hubiese gustado dormir abrazada a él.
—¡Buenos días! ¿Quieren desayunar? Oh... ¿ya se fue Gonzalo?
La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
—Hola, mamá. Sí, quería cambiarse la ropa antes de entrar al colegio —improvisé, ya que no me apetecía contarle nada de lo que había ocurrido durante la noche.
—Es muy guapo, parece un actor de novela y el licor que prepara es una delicia. Además es amable y educado. Me encanta la pareja que hacen —dijo emocionada mientras se dirigía hacia la cocina.
No podía negar que era un muchacho precioso, pero comenzaba a darme cuenta de que había algo oscuro en su interior.
No fue al colegio aquel día y tampoco me atendió el teléfono cuando lo llamé durante el recreo. La línea de mi padre seguía teniendo problemas y tampoco pude comunicarme con él. La ausencia de los dos hombres que amaba me hacía sentir miedo y debajo de todo ese miedo estaba el vacío.
—Maya, ¿estás bien? —me preguntó Julián caminando hacia mí.
No lo había visto llegar. Karen iba a su lado y no tenía buena cara. Nuestra última conversación no había sido nada agradable.
—Bien. ¿Ustedes? —mentí.
—Estábamos pensando en ir después de clases al hospital para ver a Gonzalo. ¿Te gustaría acompañarnos? —preguntó Julián.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Gonzalo estaba en el hospital. Creo que si Julián no me hubiera tomado de los brazos en ese instante, me hubiese caído.
—Gonzalo está bien —explicó Karen.
Intenté preguntar qué le había pasado, pero se me enredaron las palabras, solo podía llorar.
—Ya te dije que está bien —repitió.
—Pero... Está en el hospital y es por mi culpa —articulé como pude.
—¡Dejá de sentirte el puto centro del mundo! ¡Ya te dije que Gonzalo está en perfectas condiciones! Su mamá es la que está internada —me gritó Karen.
Me calmé, pero aún sollozaba. Pensar en que podía estar internado después de un horrible accidente en coche, me hizo darme cuenta de que si lo hubiera perdido, yo hubiese muerto con él.
El timbre nos indicó que podíamos regresar a clases, pero los tres lo ignoramos.
Julián me dio un pañuelo de papel y lo usé para secarme las lágrimas.
—¿Estás bien? —preguntó él y yo asentí con la cabeza.
—¡No puedo creer lo escandalosa que podés llegar a ser, Maya! Entiendo que estés enamorada y todo, pero mi amigo te está haciendo mal a la cabeza —dijo Karen de forma mordaz mientras se acomodaba la bandana azul.
Lo más doloroso era la verdad tan cruda de sus palabras.
—¿Estará bien la madre de Gonzalo? —le pregunté a Julián que siempre se había mostrado amable conmigo.
—No sé. Por lo que me dijo él, su vida pende de un hilo —respondió.
Necesitaba verlo, abrazarlo y decirle que estaría con él para acompañarlo sin importar qué sucediera. Sin embargo, no había contestado mis llamadas. Tal vez, no me quería a su lado.
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