Capítulo 12

Sentía que estar con Gonzalo era como hundirme en el más profundo abismo para después elevarme al cielo a su lado. Me enjuagué la cara, no quería que mi madre se diera cuenta de que había estado llorando y me tomé unos segundos para respirar mirándome al espejo. Necesitaba calmarme antes de salir del baño porque aún sentía la adrenalina en mi cuerpo.

Cuando regresé al comedor, vi las bolsas de las compras sobre la mesa y a mi madre examinando la botella que Gonzalo acababa de darle.

—¡Hola, ma! —la saludé.

—Hola, nena. ¿Qué tal tu día?

No pensaba mencionar que había sido una de las peores tardes de mi vida, así que ignoré la pregunta y los presenté:

—Ma, él es Gonzalo. Gonzalo, ella es Sonia, mi mamá.

—Sí, pero si ya lo conocí recién. Es un encanto. Vamos a tener que probar esto porque se ve exquisito —comentó apoyando la botella de licor sobre la mesa.

No sé qué le habría dicho Gonzalo, pero fuera lo que fuese, mi madre parecía encantada con él. Estaba segura de que si mi padre hubiera estado en casa, no habría sido tan sencillo para Gonzalo impresionarlos.

Me senté junto a él, que me dio unas palmaditas en la pierna para tranquilizarme mientras mi madre hurgaba dentro del aparador.

—¡Acá las tengo! —dijo ella y repartió las copas que solíamos reservar para las fiestas u ocasiones especiales.

Le sonreí a mi madre. Me emocionaba la idea de que considerara el conocer a Gonzalo como una ocasión especial. Cuando ella me sirvió una gran cantidad de licor, sentí por primera vez que ya no me veía como a una niña.

—¡Qué sean muy felices! ¡Chin chin! —agregó.

Los tres chocamos nuestras copas y bebimos. Cerré los ojos disfrutando del dulzor que inundaba mi boca y una leve presión en el brazo me indicó que estaba bebiendo demasiado rápido. Gonzalo me miraba con cautela, mientras que mi madre casi había vaciado su copa.

—¡Bueno, va a ser mejor que me ponga a preparar la comida!

—¿La ayudo en algo, Sonia?

Debo admitir que mi chico podía ser un auténtico caballero cuando se lo proponía.

—No, tesoro. Ya te dije que me tutees.

—Perdón, Sonia.

Mi mamá caminó hacia él y le pellizcó la mejilla. Cuando se fue a la cocina noté que le había dejado la piel roja allí donde había presionado. Sentí que me moría de la vergüenza y dije:

—Perdón.

Él me tomó de la mano y la acarició con su pulgar. Entonces, dijo algo que casi provocó que tirase la copa que estaba apoyada sobre la mesa:

—Ojalá no nos hubiera interrumpido. Te hubiera hecho mía sobre esta mesa. Sin importar nada.

—Maya, tené cuidado porque me parece que el alcohol se te está subiendo a las mejillas —comentó mi madre al salir de la cocina para dejar una jarra con agua en la mesa e ir a buscar algo.

Gonzalo soltó una risa silenciosa mientras ella sacaba una fuente del aparador.

Me preocupaba que él hubiera interpretado de forma errónea mi propuesta de dar el siguiente paso en nuestra relación. Yo quería ser su novia, era lo que más deseaba, pero no estaba segura de querer avanzar tan rápido en cuanto a nuestra intimidad. Era posible que hubiera despertado un deseo en él que no creía poder saciar, al menos no por ahora.

Bebí un largo trago intentando hallar claridad en el torbellino de pensamientos que sacudía mi mente en ese momento.

—¡Maya! —me retó en voz baja.

Lo ignoré y bebí un poco más.

—¿Qué hacés? —parecía enojado.

—¿Qué pasa? —me quejé.

La habitación comenzaba a moverse de forma inusual.

—¿Me estás cargando? ¿Estás tratando de emborracharte mientras está tu mamá en la casa? Vos misma me dijiste que no estás acostumbrada a beber. No vas a tomar más alcohol esta noche o si no...

—¿O si no qué? —respondí desafiante.

Me agarró la muñeca con fuerza. Intenté safarme de su agarre, pero no pude.

—Me estás lastimando —me quejé.

Me soltó y dijo en voz baja, pero sin dejar lugar a réplicas:

—Vas a tomar agua.

Vació mi copa en la suya y me sirvió agua fresca de la jarra que había traído mi madre algunos minutos atrás.

Lo miré con los ojos entrecerrados. Su mirada se mantenía firme y opté por obedecerlo. Me sentía mareada y no quería acabar haciendo el ridículo durante la cena.

Cuando terminé de beber y apoyé la copa sobre la mesa, me acarició la parte interior del muslo y su contacto me produjo un cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo.

Mi madre regresó con una bandeja de supremas de pollo con limón en una mano y una con papas fritas en la otra. La ayudé a poner la mesa.

Estaba enfadada con Gonzalo, porque me había lastimado y me había tratado como si no fuera más que una chiquilla a la que había que educar para que aprenda a comportarse. Sin embargo, procuré que no se notara mientras cenábamos. Él estaba siendo todo un encanto con mi madre y después de varios tragos, ella lo adoraba.

Mi madre bostezó sin poder disimular lo cansada que estaba y Gonzalo dijo:

—Es tarde y mañana tenemos que ir a clases. Es mejor que me vaya. Gracias por todo Sonia, lo pasé muy bien y la comida estuvo deliciosa.

—¿Viniste con el auto? —quiso saber.

—Sí.

—No voy a dejar que te vayas manejando, si tomaste. Sería una imprudencia. Mejor quedate esta noche en el sofá.

Definitivamente mi madre debía estar borracha, porque en otras circunstancias lo más probable era que no hubiera permitido que un chico se quedara a dormir bajo el mismo techo que yo.

—¿No hay problema si me quedo? ¿Segura? —le preguntó.

Ninguno había pedido mi opinión, aunque posiblemente tampoco hubiera optado por arriesgar la vida de Gonzalo enviándolo a conducir bajo los efectos del alcohol. Sin embargo, sabía que si se quedaba a dormir en mi casa, aunque oficialmente le fuera asignado el sofá, acabaría por encontrar la forma de escabullirse a mi habitación. Esa idea me asustaba y me atraía en partes iguales.

Ayudé a preparar el sofá para que estuviera cómodo, aunque los dos sabíamos que aquello no era más que una fachada. Me recosté segura de que en cuanto mi madre se durmiese, él abriría despacio la puerta de mi cuarto y se acostaría bajo mis sábanas.

Me puse mi mejor pijama y me recosté sin sueño. Lo imaginé esperando el momento más adecuado para levantarse en el silencio de la noche. Esperándolo, lo pensé imaginándome.

Tenía que abrir muy despacio la puerta de mi habitación y así lo hizo.

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