Capítulo 11

Antes de salir hacia la escuela, como si hubiera forma de que pudiera olvidarlo, mi madre me recordó:

—Voy a ir después del trabajo al supermercado para comprar algo rico. No te olvides de decirle a Gonzalo que venga a cenar.

Había pasado la noche dándole vueltas al asunto. Tenía miedo de que él no aceptara la invitación, pero me daba pánico que conociese a mi madre y asumiera que en el futuro me podría convertir en una persona como ella.

—Sí, mamá. Le voy a decir, no te preocupes —prometí.

Aunque esa mañana pasé los dos recreos conversando con Gonzalo, Karen y Julián, no me atreví a hablar acerca de la invitación de mi madre. Tenía miedo de que me rechazara y no hubiera sido capaz de soportar un desplante delante de los chicos.

Recién cuando nos despedimos de sus amigos, después de clases, decidí que era momento de abordar el tema. Si no lo hacía en ese instante, perdería cualquier oportunidad de hacerlo, lo que sería sinónimo de un escándalo por parte de mi madre. Quizás podría mentir y decirle que su madre era muy estricta como para dejarlo salir los días de semana.

—¿Vas a hacer algo esta noche? —pregunté al ver que sacaba del bolsillo las llaves de su coche listo para irse.

—¿Por qué? —quiso saber con un dejo de picardía en la voz.

—Es que mi madre quiere que cenemos los tres juntos, así te conoce. ¿Te parece si venís tipo siete a casa? —dije rápido y sin respirar.

—¿Qué? ¿Por qué?

Su expresión había cambiado por completo. Parecía enojado o quizás asustado por la idea.

—Nada, es que quiere conocerte.

—¿Y a mí, por qué? Creo que si presentás a alguien en tu casa, debería ser alguien con quien salgas hace tiempo o con quien tengas una relación formal. No sé qué pinto yo en todo ese asunto.

Sus palabras fueron como un hierro al rojo vivo atravesando mi corazón.

—Entonces, ¿no tenemos una relación?

No tengo idea de dónde saqué las fuerzas para pronunciar esas palabras. Todo en lo que había creído hasta ese momento se había esfumado. Me sentía como una completa idiota por haber creido que me quería de la misma forma que yo a él.

—Nunca hablamos de tener una relación —dijo serio.

Sentí como pisoteaba los trocitos de nada en los que me había convertido.

—¿Todo lo que vivimos no fue nada para vos?

Bajé la vista y pude ver como una de mis lágrimas caía al suelo.

—Yo no dije eso —respondió.

—¿Entonces?

—¿Entonces qué? Nos estamos conociendo. Eso no quiere decir que ya seamos novios o algo así.

"Nada serio", me había dicho Karen. Yo no era más de lo que ella había significado para él. Quizás menos, porque ellos aún eran amigos. En cambio, nosotros no éramos nada, solo nos estábamos conociendo. Me pregunté si le habría roto el corazón a ella de la misma forma que me lo acababa de romper a mí.

—Tengo que irme —concluí.

Crucé la calle sin mirar atrás. Pestañaba rápido para disimular mis lágrimas. Una parte de mí deseaba que él corriera a detenerme, pero sabía que eso no sucedería.

Lo había apresurado todo. Acababa de perder algo que nunca había llegado a empezar. Quería desaparecer y que todo a mi alrededor desapareciera conmigo.

Durante el viaje a casa lloré al recordar los hermosos momentos que había vivido con quien hasta entonces pensaba que sería el amor de mi vida. Evidentemente él no sentía lo mismo por mí. Me sentía la cosa más insignificante del mundo.

Era consciente de que los pasajeros del colectivo me estaban mirando e incluso una anciana me preguntó si me encontraba bien. Acabé por bajarme varias paradas antes y tuve que caminar el resto del trayecto. Si las personas recibiesen premios a la ingenuidad, me los hubiera llevado todos.

Mi madre no estaba en casa, pero me había dejado una milanesa en la heladera. No tenía hambre y prefería no tener que darle explicaciones por mi lamentable estado de ánimo. Sabía que diría algo así como que ella tenía razón y que Gonzalo no me quería para una relación seria.

Cuando se me acabaron las lágrimas, llamé por teléfono a mi papá. Necesitaba sentirme querida, pero me respondió una voz que decía:

—El número que usted ha marcado se encuentra temporalmente fuera de servicio.

Solté un improperio y arrojé el celular sobre la cama.

Llené la bañera con agua caliente y me sumergí allí hasta que se enfrió. No sabía cómo decirle a mi madre que Gonzalo no vendría. La verdad dolía demasiado y no sería capaz de pronunciarla en voz alta sin quebrarme.

Poco después del atardecer, alguien tocó el timbre. Pensé en ignorarlo, pero insistieron tanto que supuse que algún vecino tenía una emergencia o que mi madre había perdido las llaves.

—¿Quién es? —pregunté desanimada.

—Gonzalo.

Creo que morí de pie y reviví en menos de un segundo. Abrí la puerta temiendo que mis sentidos me estuvieran engañando. Era él. Tenía el cabello mojado con el flequillo peinado hacia un lado y llevaba en la mano una botella de un licor de dulce de leche, que él mismo había preparado.

—No pensé que fueras a venir —confesé.

—¿Puedo pasar?

—Sí, claro.

Di un paso hacia atrás y él ingresó a mi sala.

—¿Dónde dejo esto? —preguntó sacudiendo la botella.

—En la mesa está bien... ¿Qué te hizo cambiar de idea?

—Bueno... Me pareció que era importante para vos que conociera a tu mamá —dijo mientras me seguía hasta la mesa y apoyó sobre ella el licor.

Nos sentamos enfrentados y él extendió la mano para que yo la tomara. Lo miré a los ojos, el golpe que le habían dado ya casi había desaparecido de su rostro. Pensé que era el chico más guapo que hubiera conocido.

—Dijiste que no somos nada y que solo nos estábamos conociendo. ¿Por qué te preocupa entonces lo que es importante para mí? —pregunté dolida.

—Eso es verdad, recién nos estamos conociendo, pero eso no significa que no me importes. Solo no le encuentro sentido a apresurar tanto las cosas.

Una lágrima escurridiza recorrió mi mejilla y terminó en mis labios.

—Yo quiero estar con vos —dije y me mordí el labio.

—Y yo también quiero estar con vos. Sos lo único bonito que me pasó en mucho tiempo, pero no creo que estés lista para tener una relación conmigo.

No entendía, por qué venía hasta mi casa arreglado como para impresionar a mi madre si lo que iba a hacer después era terminar conmigo.

—No me dejes —rogué y me sentí patética apenas lo hice.

—Somos de mundos muy diferentes. No te conviene estar conmigo —dijo, soltó mi mano y bajó la mirada.

Me puse de pie y rodeé la mesa. Me arrodillé en el suelo junto a él y noté que tenía los ojos enrojecidos.

—Danos una oportunidad y hagamos que esto funcione. Te quiero, como nunca antes quise a nadie. Me gustaría que demos el siguiente paso en nuestra relación.

Enredó sus dedos en mi pelo, se inclinó y me besó con pasión. Nos separamos por falta de aire y me levantó sin dificultad haciendo que me acomodase a horcajadas sobre sus piernas. Podía sentir lo mucho que me deseaba. Yo también lo deseaba.

Si en ese momento no hubiéramos escuchado el ruido de las llaves en la puerta de entrada, no sé hasta dónde hubiésemos sido capaces de llegar. Me separé sonrojada y corrí al baño antes de que mi madre entrara a la sala. Odiaba dejar que se conociesen sin mí, pero si ella me hubiera visto así, yo no hubiese sabido darle explicaciones.

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