Prólogo.


«Había una vez, en un lugar perdido de España, no ubicado por ninguno ni en la historia ni por humanos, ni por los dioses. Solo era una entre un millón de grandes batallas, en aquella el gran Dios de la guerra, Ares, conoció a una guerrera que buscaba la paz de su pueblo contra millones de hombres avariciosos por la riqueza que poseía aquel pueblo no llamativo; esa mujer se llamaba Luba, y fue tan estoica con gran Dios de la guerra que encantó del principio para el fin.

Ofreció a la guerrera estoica una oferta de ayuda ante su gran deseo por conseguir la paz de su pueblo, Luba no le creyó e ignoró, pero aquello sólo incentivó al gran hombre de miles de batallas ganadas con excelencia, por lo que, para ganarse la atención de aquella valiente y estoica mujer, Ares terminó la guerra por la ansiada paz estando espalda contra espalda en aquella batalla junto a la mujer. Tras aquella gran batalla, el dios de la guerra consiguió su intención, llamando la atención de la mujer y también sentenciando dos corazones en un gran milagro con sabor a perdición.

Ares supo amar por varios años a la guerrera Luba, hasta tuvo que ser regañado por Afrodita y Hera cuando dicha mujer estaba esperando un hijo en el vientre, la última mujer le advirtió que el embarazo y milagro que tanto ansiaba su estoica Luba le arrebataría el aliento y la vida, cuando lo supo la mirada del guerrero conectó con su guerrera ya cansada en la cumbre del parto pero la felicidad y deseo quienes iluminaban la dulce mirada de su amada Luba. Tuvieron una hermosa pelirroja hija de piel tan delicada como un flor pero tersa como la de una espinosa. Luba sabía que no la vería crecer pero suplicó a su único amor que su pequeña bendición creada entre el amor y la paz, fuera cuidada por su padre que leyera la carta una carta cuando cumpliera una edad madura, que los amaba, que estaba sencillamente plena y satisfecha con su corta pero vigorosa vida. Siendo así, como Ares perdió a su estoica mujer tras el maravilloso regalo que heredaría todo lo que alguna vez fue aquella que perdió.

La niña fue llamada Amori Paz, en honor al momento donde el amor unió a grandes guerreros a disfrutar de la corta vida de un humano excepcional. Con el tiempo, la niña se volvió un prodigio, una mujer con buenos principios, de carácter elegante, rudo y sin igual; su misión desde que nació afrodita le concedió ser la encargada de guiar al amor entre tanta guerra sinfin, dar paz, y eso fue lo único que nunca obtuvo para ella pero sí para los demás. Anhelaba sentir el amor, la amistad pero solo conseguía a través de sus travesías y batallas ganadas elogios, fidelidad y admiración por quienes más observaba un núcleo posible de otorgarle algo de cariño no familiar que deseaba experimentar.

No era de expresar aquel deseo, sólo dejaba que aquel hilo rojo que siempre observaba fluir por el mundo para conectar uno con otro, también hubiera un hilo que la conectara con alguien para amar, más nunca llegó y solo siguió su camino fiel a la misión de Afrodita pero vacía y solitaria entre tantas guerras y victorias obtenidas. Entre tanto, Ares ofreció a Amori pasar tiempo con sus otros hermanos mestizos, conoció a Clarisse LaRue, y otros de una gran cabaña hijos pertenecientes al progenitor. Hizo nuevamente lazos de hermandad, pero seguía sintiendo que algo le faltaba para ser feliz y plena como alguna vez su madre lo fue con su estoico padre.

Los días fueron pasando, las semanas y los meses, años... Como seis, hasta que sin querer chocó con el hijo de Hades, conocido como Nico Di Ângelo, la vibra y solitaria figura del adolescente cautivó a la pelirroja guerrera, en él vio una ilusión y estoicamente ambos chocaron, con el tiempo se volvieron amigos y parecía que no faltaría tiempo para sentir, disfrutar y experimentar ese famoso sabor del amor fuera del núcleo familiar, estaba emocionada, se la veía radiante ya no era solo una mujer nacida para la guerra y la paz, sino que al fin tenía otro propósito para volver de cada victoria o al menos eso lo pensaba.

Un día, Artemisa tocó suelo del campamento mestizo, pidiendo un favor que solamente la exigía a ella extinguir, sin embargo, el hijo de Hades tenía malos momentos con aquella Diosa y vio el trato como traición. La pelirroja lo quiso explicar, ella siempre fue directa y sincera, pero los ojos de D'Angelo estaban cegados por el recuerdo de la pérdida de su única hermana, la traición y la decepción de ella con la comunicación de su mejor amiga casi algo más, contra la persona que le había arrebatado su hermana. No dejó explicarle los motivos, sólo agarró todo tipo de palabras hirientes, que poco a poco fueron destrozando la inocente alma e ilusión del amor de la pelirroja, solo por una simple malinterpretación, el hijo de Hades rompió la única conexión de humanidad o el deseo de ser amada por alguien que parecía merecedor por tanto sufrimiento que luchaba por sobrellevar. Creía haber encontrado un igual en el refugiarse, pero se había equivocado. Por lo que, con el corazón, orgullo e ilusiones rotas, se marchó con Artemisa a culminar la misión pero con los peores sentimientos y emociones para batallar una pelea.

Nadie sabía lo que realmente pasaba por la cabeza, corazón y alma de aquella semidiosa de Ares, pero Artemisa pudo ver una vez más como el hombre seguía siendo un gran perdedor y patético ser de la existencia, alejando e intentando resguardar a la mejor guerrera de Ares y quien algún día esperaba que estuviera en su batallón.

El tiempo nuevamente pasó, la pelirroja acabó la misión más nunca regresó ni con Artemisa, ni con su padre ni por ningún lugar. No tenía motivos para regresar, porque por más que lo intentaba el dolor de la decepción que cargaba era mucho más fuerte que sus ganas de vida que hubiera tenido antes de conocer a Nico Di Ângelo, ese hijo de Hades, realmente cumplía con el título del príncipe de la tinieblas.»

Maldito bastardo.

La voz oscura y siniestra, pero exquisitamente varonil había espetado ante todo lo escuchado. La mirada rojiza de la que había narrado la historia estaba vacía, como un alma en pena, sin ganas de algo más.

—Ya hice todo lo tenía para el mundo, termina con mi vida... Matadme. —la voz raposa pero aterciopelada de aquella mirada rojiza, prevenida de una mujer pelirroja de ya avanzada edad, tal vez unos años más viejos de lo que debía aparentar.

—No puedo conceder ese deseo, no puedo hacerlo.

La pelirroja con llamas en los ojos, enojada se tiró encima del hombre de piel oscura, cabello largo del color de la noche pero azul cobalto como el cielo nocturnos, como para atacarlo, y lograr que por una vez de todas la mate por odio.

—¡Matame! ¡Mátame ya! ¡Maldito hombre! ¡Maldito egoísta! ¡Maldito idiota, matame! —gritó con tanto enojo, tanto dolor atravesando su corazón hasta la garganta, sus uñas destruidas tratando de dañarlo.

Pero en el último grito, se la escucha rota y con desesperación, más cuando el hombre agarra sus muñecas. La vuelca en la cama y la acorrala sin ningún ápice de libertad ni movilidad, logrando que ella grite, grite de dolor, de frustración y entre sollozos suplique por lo único que piensa que es su salvación.

—No puedo dejarte morir, Amori. —la voz ronca y determinada la acorraló reconociendola por su nombre, logrando que la mujer se sintiera pequeña en los brazos del fortachon hombre. Más aún cuando este fundió su rostro entre el cuello y hombro desnudo de su cuerpo—No puedo.. Porque te amo... Y encontraré la forma de quitarte esa maldición. Lo prometo.

Aquel hombre fortachon, que era el doble del pequeño cuerpo femenino de la pelirroja estaba perdidamente enamorado de ella, y quieras o no, Amori Paz también estaba perdidamente enamorada de él, pero lo mencionado como maldición era verdad. La misión de Artemisa era contra un ser oscuro, envidioso y rencoroso, un ser que odiaba con creces el hombre que la protegía ahora, aquel hombre la maldijo con la pena de muerte por su gran dolor con el cual fue con intenciones de matarlo. Cegando sus ojos y bendición de Afrodita, siéndole imposible de ver el fuerte hilo de amor que enlazaba su vida con el gran hombre.

La maldición empezaba a carcomer como peste oscura la piel rojiza clara de la pelirroja, una mancha que ennegrecía su corazón, su alma y vida. Pidiendo la muerte, y perdiendo poco a poco lo que tanto de verdad había añorado por años.

—Lograré salvarte Amori, o dejaré de llamarme Black Rose, por haberte fallado amor mío.

El hombre estaba perdido en ella, pero también era conocido como un gran villano de toda la vida, tanto para los humanos y dioses, un malvado ser podía ser salvado por la mujer cegada por el dolor, y que suplicaba morir para terminar con toda decepción.

Todos los días era una lucha, todos los meses buscaba una respuesta para la salvación de su mujer, hasta que un día, vagando entre la oscuridad y sus actos de prófugo villano; logró encontrar una posible pero muy especial cura para su amada. Debía atraer la cura hacia ellos, pero debía también lograr que amanzaran a la bestia que lo resguardaba.

Siendo así como dio con la ubicación de Leila Robinson, la hija perdida de Apolo, en algún país bajo de México. Una semidiosa era la salvación para su reina, para su amada. Y lograría atraerla con la última migaja de inocencia que su amada tenía através de sueños que consumirían un poco el maná de la hija de Apolo, haciendo de sus habilidades un descontrol para atraerla a su paradero a través de los sueños del semidios, cuidadoso y cauteloso para que los dioses no supieran sus verdaderas intenciones, dejándolo bajo la máscara que ya portaba por su antecedente de maldad, lograría atraer la cura y esperaba que su amada lo salvara del caos que se atrevería a causar sólo para ella.

Porque al final del día, Amori Paz, debía regresar al mundo dando Amor y Paz como su nombre lo decía.

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