Recuerdo la vez que llegué a ese campamento, los Dioses pensaban que me estaba volviendo demasiado salvaje que me faltaba convivencia con otros mestizos, papá decía que no había ningún mal en ir de vacaciones, que el ejército podría librar las batallas sin un soldado menos, y que la llamaría si las cosas se volvían tensas. El punto era, que ella no era solo un soldado más, era la guerrera y princesa de la guerra, sin guerra en sus días se aburriría irremediablemente. Ares lo sabía e igualmente la observó como si fuera que esto sólo era un paso más a otro logro desbloqueado.

Ciertamente, todo lo que veía en esas épocas lejanas, todo lo que conseguía era un logro desbloqueado y ganado en su vida, las cicatrices eran recuerdos de la supervivencia, su orgullo en la corta vida.

Sin embargo, no todo fue bueno en cuanto dio pasos en el campamento mestizo, ninguna batalla la preparó para la batalla personal que haría mella en ella al sentir amor, un amor que no fue correspondido por ser juzgada antes de tiempo.

Ni siquiera ella pensaba que fuera tan difícil pedir algo para ella de la eterna bendición de Afrodita.

Era quien buscaba entre toda la guerra, también el amor y la paz, concedida entre ambas partes.

Quería seguir sintiendo la paz a lado de Nico.

Quería seguir dando cariño para tal vez en algún momento también recibirlo.

Quería un lugar donde volver tras cada batalla, un lugar que no fuera el Olimpo...

Sus hermanos, el cariño, no podía brindarse siempre, porque el caos y envidia siempre causaban estragos entre hermanos. No podía conseguir integrarse en la vida de sus hermanos, o tenerlos de ancla. No se sentía cómoda, aún cuando siempre lo intentara.

A lo mejor... Ser Amori Paz... Solo era para eso, dar Amor y Paz, pero nunca recibirla en esta única vida.