Capítulo 55: Papá
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Papá es alguien
que te ama en vida
y saca risas.
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El despacho del director estaba desierto, a pesar de que a través de las ventanas era posible observar algunos alumnos que se apresuraban a regresar al castillo, el silencio reinaba en aquella habitación. Las chicas todavía no podían ocultar aquella felicidad de estar finalmente libres de todo peligro después de todo ese tiempo de batallas. Observaron el despacho con cariño, era obvio que ambas chicas habían pensado que tal vez nunca más serían capaces de estar presentes en aquella habitación. Todo estaba intacto, todo se mantenía igual que como lo habían abandonado esa misma mañana a excepción de una caja de marfil rectangular de tamaño bastante grande tanto de largo como de ancho. Calynn se acercó con curiosidad para después observar que ese tipo de caja contenía su propia tapa del mismo material. La pequeña empujó con bastante fuerza aquella tapa mientras escuchaba la aproximación de unos pasos justo detrás de ella para después observar el cadáver de Meryl ante sus ojos una vez más. Le habían arreglado la túnica para que se viera menos doblada, habían lavado y quitado las manchas de sangre que habían quedado estampadas en su ropa, le habían escondido sus ojos detrás de sus párpados, la mueca de horror había bajado su intensidad y sus manos se encontraban juntas, pegadas a su pecho y con una rosa entre sus dedos.
Calynn sintió la compañía de Lily junto a ella poco después mientras ambas lloraban en silencio, entendiéndose completamente la una a la otra, con el corazón estrujado. Dumbledore se acercó a ambas con cautela y en silencio para después dejarles un pedazo de un pergamino y un tintero con pluma sobre la tapa de marfil.
—Pensé que tal vez ustedes serían las indicadas para escribir el epitafio que se labrará en su tumba, piensen en algo que les recuerde a ella y que le expresen el amor que le tienen al mismo tiempo —comentó el anciano mientras Lily y Calynn se miraban. La pelirroja tomó la iniciativa mientras escribía una lluvia de ideas mientras que la pequeña Black cerró sus ojos, de los cuales aún brotaban lágrimas, y comenzó a pensar en algo que le recordara a ella. Lo primero que se le vino a la mente fueron sus bromas y su buen sentido del humor que solía tener, todas aquellas carcajadas en el Gran Comedor que solían sacarle más de una sonrisa, ese fue el tesoro de Calynn durante muchos meses. La palabra "tesoro" le resonó en los oídos, sonaba bien, parecía única, se escuchaba sinigual, pero había algo más en aquella palabra que le hizo analizar más a fondo aquel sentimiento especial que le generaba la palabra.
Fue capaz, por un momento, de recordar parte de su pasado. Había bajado las antiguas escaleras de su casa de la calle de la Hilandera con un gran sigilo mientras se acercaba al cubo de basura que se encontraba en la cocina. Metió la mano sin pensarlo mientras sacaba tres libros de lomo bastante grueso y subía los escalones de regreso a su habitación. Intentó recordar el nombre de aquellos libros, pero le fue imposible, por lo que se dejó llevar en sus recuerdos. Había tomado uno de esos ejemplares mientras lo colocaba en sus piernas para leerlo con tranquilidad mientras era capaz de sentir la textura de las páginas en la punta de sus dedos como si estuviera allí una vez más. La letra extremadamente pequeña se podía observar en cada una de esas hojas separadas por capítulos, al parecer todos o la mayoría llevaban el nombre de una persona como Juan, Lucas, Marco; pero por alguna razón se había detenido en el apartado que llevaba por nombre "Mateo." En aquella página, una ligera frase en negritas llamó su atención y se dispuso a leerla con curiosidad: "Donde esté tu tesoro, allí está tu corazón"
—Ya la tengo —mencionó la niña a Lily sin cuidado alguno. La pelirroja solo le entregó la pluma con extrañeza. Calynn escribió lentamente la frase con una muy buena caligrafía para que después Lily la leyera y esbozara una sonrisa, al menos le había gustado—. Mi madre solía tirar a la basura algunos libros que consideraba que no eran importantes, por lo que yo me escabullía para sacarlos de ahí y tener algo con lo que entretenerme cuando ustedes estaban en la escuela. Por alguna razón se me vino el recuerdo de esta frase en particular, no recuerdo el título del libro, pero creo que me pareció muy profunda aquella frase —mencionó Calynn mientras Lily asentía con la cabeza, las lágrimas seguían saliendo de las cuencas de sus ojos sin poder evitarlo—. Era nuestro tesoro Lily, era la única que lograba hacernos olvidar de nuestra realidad durante todos estos meses, era ese tesoro escondido en el cuerpo de otra persona, pero igual de valioso. Nuestro corazón está en la esencia de su persona cuando era capaz de hacernos felices de un momento a otro —susurró—. ¡Además proviene de un libro! —exclamó mucho más fuerte de lo que había dicho con anterioridad—. Tú adoras los libros y ella también lo hacía.
Lily la miró únicamente asintiendo con la cabeza sin decir nada antes de dejarse caer sobre el hombro de su compañera y soltarse a llorar como no había tenido oportunidad de hacerlo durante todo el día. Una vez que ambas chicas se habían tranquilizado, le entregaron a Dumbledore el pergamino y a McGonagall la pluma y el tintero para después escuchar un grito ahogado por parte del director.
—Profesora McGonagall —llamó el hombre con gran sorpresa mientras las niñas no comprendían lo que sucedía. En cuanto McGonagall se acercó lo suficiente para poder leer, Dumbledore bajó la voz—. Ariana —susurró para que después la profesora tornara el mismo gesto de asombro que el director.
—¿Qué sucede? —cuestionó Calynn bastante extrañada.
Dumbledore tan solo le dedicó una mirada perdida, al parecer tampoco sabía qué decir.
—¿Por qué eligió este epitafio, señorita Black? —preguntó Dumbledore sin rodeos.
—Era una frase que me llamó la atención de un libro que alguna vez tuve de pequeña, por alguna razón pude recordarlo y en este momento significó algo muy profundo para mí, podría decir que fue una serendipia, las palabras llegaron en el momento preciso —comentó Calynn sin desviar la vista del profesor en ningún momento—. ¿Qué lo hace especial para usted, profesor? —volvió a cuestionar la chica con curiosidad.
Dumbledore tan solo le dedicaba otra mirada a aquel pergamino mientras volvía a leer las mismas palabras con sus labios. Calynn pudo ver que de los ojos del profesor era posible ver unas cuantas lágrimas mientras no mencionaba una palabra.
—Albus —comentó McGonagall para después acercarse al hombre y abrazarlo lentamente, tratando de tranquilizarlo—. Niñas, por favor, permítanos un momento —terminó la profesora mientras las chicas comenzaban a dirigirse a la puerta del despacho de Dumbledore, aunque Calynn no sabía qué hacer ya que se supone que había sido expulsada de aquel lugar.
—Señorita Black, usted quédese —logró escucharse entre los sollozos del profesor mientras McGonagall solo le dedicaba una ligera mirada de reproche y se separaba de su abrazo. Lily solo se despidió con la mano y cerró la puerta antes de comenzar a bajar los escalones.
Dumbledore sacó un pañuelo para secarse las lágrimas mientras caminaba para sentarse en su silla habitual, McGonagall tan solo observaba a ambos con cierto temor en un extremo del despacho, Calynn aprovechó la oportunidad para sentarse frente al director—. Hay momentos, señorita Black, donde hasta el mago más poderoso puede ser aparentemente débil —comenzó el anciano—. Yo no quería que conociera esta faceta de mí, pero creo que es la manera más real de ver que soy un humano mortal como todos los demás. —Hizo una pausa para tomar aire y después seguir hablando lentamente—. La razón por la que mi debilidad se hace presente en este momento es porque estas mismas palabras son aquellas que decoran la tumba de mi hermana Ariana que... —Buscó las palabras correctas para después proseguir—, que perdió la vida hace ya muchos años. El silencio se hizo presente en la sala, esa revelación había tomado a Calynn por sorpresa, saber una parte de la vida personal de Dumbledore le generaba interés, pero le destrozaba el corazón enterarse de este acontecimiento al no saber mucho acerca del profesor—. Era tan solo una niña, como usted —comentó de nuevo Dumbledore, ganándose otra mirada de reproche por parte de McGonagall—. Solo catorce años e igual de amable que usted, señorita Black —terminó.
Calynn no sabía del todo qué mencionar. Le sorprendía demasiado la coincidencia que había ocurrido con el epitafio, pero igualmente la curiosidad por saber más acerca de la hermana del director le controlaba el habla.
—Pero, profesor, ¿su hermana también tuvo que luchar contra el lado tenebroso? —cuestionó Calynn intentando no sonar muy irrespetuosa.
—No, ella era, en este caso de quien todos huían —comenzó—. Mi hermana era juzgada erróneamente, así como lo hicieron con usted. En el fondo, ella era una persona amable y bondadosa, pero fueron los ataques de esos muggles los que la volvieron un monstruo —comentó sin poder evitar una voz quebrada—. Mi hermana dejó de ser la misma después de esos ataques, su personalidad había sido dañada para siempre, se ganó la soledad por no poder controlar el monstruo que se había formado dentro de ella sin su consentimiento —explicó Dumbledore sin preámbulos, bastante triste y avergonzado.
Sin embargo, había algo que la pequeña no entendía del todo.
—Pero, si había logrado refugiarse de todas las personas que la juzgaban, ¿cómo fue que murió tan joven? —cuestionó Calynn.
La pequeña Black observó cómo la mano de Minerva se posaba sobre el hombro del director, al parecer había tocado un tema bastante difícil.
—No me juzgue, señorita Black, por favor –inició Dumbledore ganándose una mirada de extrañeza por parte de Calynn—. Una noche, un amigo, mi hermano y yo tuvimos un enfrentamiento de varitas por problemas personales que de verdad no eran tan valiosos como para haber decidido pelear por ellos. Ariana intentó detenernos, intentó que dejáramos de pelear, pero al hacerlo, alguien de nosotros lanzó una Maldición Imperdonable que le quitó la vida en un instante, justo frente a mis ojos —relató Dumbledore sin evitar sollozar un poco—. Hasta el día de hoy me arrepiento de haber creado un conflicto con mi propia familia, vivir con la idea de que yo pude haber matado a mi propia hermana me desgarra cada día más y más. Por esta misma razón fui tan insistente con usted acerca de su madre, que no intentara hacerle daño a pesar de todo —comentó mientras la pequeña Black negaba con la cabeza.
—Sé que estará pensando que no es lo mismo, pero sí lo es. Cuando una persona mata una persona por su voluntad misma y por vez primera, la reacción de nuestra mente puede ser de dos formas: un trauma psicológico o el encuentro de una pasión escondida. Para mi gusto, ninguna de las dos es aconsejable, cualquiera de las dos daña el concepto de humano con el que todos nacemos, ahora piénselo de esta forma, ¿qué es una persona que ya no tiene alma humana en su interior? —preguntó mientras Calynn reflexionaba.
—Es solo un cuerpo —respondió.
–¿Y los cuerpos sienten? ¿Los cuerpos son capaces de razonar y utilizar valores? ¿Acaso los cuerpos necesitan vida para que se puedan llamar así? —volvió a cuestionar Dumbledore. La pequeña Black tan solo volteó hacia aquella caja donde descansaba su amiga.
—No, solo están ahí, pero lo importante es lo que se quedó en la mente y en el corazón de las personas —respondió la pequeña con la cabeza abajo.
—Las personas más malvadas no necesitan matar a alguien para su objetivo, destruir la reputación o la cordura de una persona son suficientes porque no solo destruyen a una persona, destruyen la imagen de ese ser en un gran grupo de personas —comentó—. Incluso me atrevería a decir que su madre era más inteligente que el mismo Voldemort ya que durante tantos años le quitó dos cosas esenciales del ser humano: su identidad y su infancia, eso, con el paso de los años, duele más que la muerte misma —finalizó el director mientras la niña se levantaba y se hacía paso entre ambos profesores para después dejarse caer en un abrazo con Dumbledore, McGonagall únicamente los miraba sin saber qué decir, de cualquier manera había sido la mejor forma de cerrar la conversación. Una vez que se separaron, la chica tornó un gesto serio y comenzó a hablar.
—Profesor, me preguntaba, según El Profeta mi padre se encuentra en el hospital San Mungo de Enfermedades Mágicas y me gustaría saber si podría visitarlo antes de que lo transfieran a Azkaban —comentó bastante esperanzada, al menos quería despedirse de él por última vez.
Dumbledore lo pensó por un momento antes de dirigirse a la profesora McGonagall.
—Profesora, ¿podría investigar si el señor Black sigue en el hospital? Entrar a Azkaban sería más complicado —terminó mientras la mujer asentía con la cabeza y después salía del despacho a gran velocidad.
—Señorita Black, en lo que la profesora regresa, me gustaría hablar de una decisión bastante difícil que debe de tomar y también acerca de algunos detalles de los que quiero que esté enterada —comentó el anciano.
—Está bien —respondió Calynn acomodándose en el asiento, al parecer sería una charla bastante larga.
—El ministro me ha entregado una carta firmada por todos los miembros del Tribunal de Wizengamot que es suficiente para hacer posible su reintegración al colegio —mencionó Dumbledore mientras el gesto de Calynn se tornaba ligeramente preocupado.
—Pensé que lo que habían mencionado en juicio eran meramente palabras —comentó la chica, perpleja.
—No es la posibilidad de regresar al colegio nuestro problema, sino que la decisión de que quiera volver a estar con sus compañeros después de lo acontecido y de que ahora se sabe casi todo acerca de usted —explicó el director, haciendo que la chica lograra ver el parámetro que le deparaba si decidía volver como si no hubiera ocurrido nada—. Podría decidir seguir en su grado o adelantarse al año al que debería ir realmente ya que después de los entrenamientos aquí en clase le han brindado bastante información para estar más grados arriba —expuso el hombre sin recibir respuesta de la pequeña—. Sin embargo, seguiría viendo al señor Malfoy y al señor Longbottom; comprenderá que meterme con el hijo de Abraxas Malfoy sin ninguna justificación sería un acto verdaderamente incorrecto, además de que, a pesar de todo, el apellido Malfoy ha ganado el renombre en el mundo mágico por su pureza de sangre. —Siguió hablando Dumbledore mientras la pequeña todavía guardaba silencio—. Tomaría clases sin la señorita Callen y sin el señor Snape. —El último nombre mencionado le hizo levantar la vista y darse cuenta del infierno que se crearía tomando las clases, rodeada de más enemigos que amigos; aunque tampoco se imaginaba como la nueva celebridad del colegio después de sus actos heroicos.
—Pero ¿qué otra opción tengo? —cuestionó la chica, tratando de no pensar en todos los aspectos que había mencionado Dumbledore hace unos momentos—. Mi antiguo hogar fue saqueado por el Ministerio, mi madre está muerta, mi padre está oculto y mi antiguo padre está en prisión; ¿en dónde se supone que voy a vivir si no es aquí? —Realizó una pequeña pausa—. Supongo que tendré que buscar la ayuda de algún amigo para quedarme en su hogar en verano, la única desventaja es que no tengo amigos que puedan hacer eso —comentó la chica mientras recordaba la situación de los padres de Lily. Iba a comentar sobre ello cuando Dumbledore la interrumpió.
—La profesora McGonagall ha pensado que es una idea descabellada, pero, personalmente, me gustaría que viviera conmigo, arriba del despacho hay suficiente espacio para una habitación más —comentó el anciano mientras la chica se quedaba estupefacta.
—¿Y Lily? —preguntó sin rodeos.
—Los señores Evans irán al hospital San Mungo bajo mis órdenes —comenzó—. Creen que tal vez haya arreglo para su memoria, sin embargo, la terapia no será sencilla —terminó como si no quisiera mencionar lo último.
—¿A qué se refiere? —interrogó la niña bastante extrañada.
—Ya le había comentado que la tortura es un camino para recuperar la memoria —mencionó, ganándose una mirada de reproche por parte de la chica—. Tiene sus peligros, pero no hay otra alternativa para intentar recuperar esos recuerdos.
—¿Entonces sus padres van a ser torturados para intentar que recuerden a su hija? —espetó Calynn sin saber qué decir—. ¿De verdad no hay otra forma?
Dumbledore solo negó con la cabeza.
—Mientras tanto, la hermana de la señorita Evans se hará cargo de ambas con ayuda del colegio y del Ministerio que ha accedido a apoyar a ambas chicas con dinero muggle para lo que necesiten durante el tiempo en que sus padres estén incapacitados —explicó el anciano mientras Calynn asentía, no se le hacía una mala idea—. De cualquier manera, hablaré de este tema con la señorita Evans, por lo que me gustaría que me reservara el derecho de ser la primera persona en mencionárselo —comentó—. Y sobre vivir aquí, señorita Black, me entusiasma saber cuál será su decisión —finalizó.
—Soy un peligro, profesor. Voldemort no se cansará de buscarme, de alguna manera, la importancia de que sea yo un Horrocrux le genera un gran temor. —Hizo una pausa—. Pero profesor, ¿qué es un Horrocrux con exactitud? —interrogó Calynn mientras el profesor comenzaba a pensar las palabras.
Dumbledore se encontraba en una situación bastante complicada, no quería mentirle, pero después de todo lo que había pasado, ¿sería justo decirle que su muerte era esencial para acabar con el mismo Voldemort? Eliminó esos pensamientos de su mente al instante, conocía el nivel de Legeremancia de la pequeña. Después de un suspiro, el anciano respondió con lentitud.
—Un Horrocrux es una magia oscura que hace que cualquier persona u objeto en el que se cree brinde poder al creador de éstos cuando está cerca, pero también, si se destruye alguno, debilita al creador —comentó Dumbledore intentando que sus palabras no fueran tan crueles.
—¿Entonces por qué escondió el diario si lo necesita cerca de él? —preguntó Calynn.
—Tal vez no quería que esa fortaleza que le brinda se acabara cuando el Ministerio los persiguiera —mintió el director para que la siguiente pregunta lo pusiera aún más nervioso.
—Profesor, ¿cómo se realiza un Horrocrux?
La desorganización de las palabras de Dumbledore volvió a presentarse, de verdad no quería responder esa pregunta, no quería mencionar la maldad de esa acción, no quería llenarle más la mente con imágenes que no valen la pena. Pero sabía que ya no era una niña.
—En el mundo mágico hay una muerte que se considera la más dolorosa e irónicamente no se involucran Maldiciones Imperdonables, sino que son los dementores los encargados de realizarla —comenzó—. Para hacer un Horrocrux debe conseguirse una persona, entre más pequeña más pura es el alma y más resistente es el Horrocrux. Esa persona debe llevarse con un grupo de dementores sin que pueda moverse para que reciba el beso del dementor después de que se haya quedado sin una pizca de felicidad. Con el alma conseguida de aquel cuerpo después del beso, se utiliza un hechizo para introducir esta alma en el objeto o persona que portará el Horrocrux. Se guarda solo el alma ya que esta es la esencia de la persona, es un asesinato limpio —terminó Dumbledore sin que la pequeña Black pudiera evitar una mueca de asco y traumatismo—. Pero ahora no es momento de hablar sobre esto, ¿entonces qué va a decidir sobre su vida ya que no regresará a Hogwarts? —cuestionó el anciano, insistente.
—Creo que aceptaré su propuesta de vivir aquí, en el despacho. A pesar de todo, usted es la persona responsable de haber podido librarme de aquel infierno —comentó Calynn—. Espero no ser mucha molestia, señor director.
Los ojos de Dumbledore y su semblante habían cambiado por completo, al parecer temía que la chica se negara.
—Claro que no, señorita Black, estoy seguro de que la profesora McGonagall la recibirá igual de contenta —dijo el anciano antes de que la mujer irrumpiera en la habitación.
—¿Qué decías sobre mí, Dumbledore? —preguntó curiosa.
—Solo bromeábamos un poco, ¿qué información obtuvo? —dijo cambiando de tema.
—Seguirá en San Mungo hasta entrada la noche para después ir a Azkaban —respondió la mujer.
—Entonces debemos ir ahí ahora mismo —mencionó Dumbledore mientras se levantaba de su silla—. Señorita Black, espérenos un momento abajo, puede usar la capa para que nadie la vea si así lo desea, aunque la mayoría de los alumnos se encuentran en clase.
Calynn tomó un pergamino que le regaló Dumbledore, al parecer para escribir una carta, y salió del despacho, dejando a ambos profesores.
—Le has dicho, ¿cierto? —cuestionó McGonagall con seriedad, obteniendo un asentamiento de cabeza por parte del director—. Ella no es Ariana, debes entenderlo y aceptarlo —reprochó la mujer con bastante enojo.
—Lo sé Minerva, nadie será Ariana —respondió bastante seguro.
—Entonces, ¿por qué tanto interés en esta chica? —cuestionó McGonagall sin comprender.
—Todavía necesita protección, Voldemort la estará buscando y no tiene donde vivir —respondió el hombre.
—¿Le has explicado lo que es un Horrocrux? —preguntó la profesora, obteniendo un silencio por parte de Dumbledore—. ¿Qué harás cuando se entere? Sabes que para acabar con el Señor Tenebroso tendrás que matarla a ella primero —exasperó McGonagall, no estaba de acuerdo con guardar ese tipo de secretos.
—Se lo diré, cuando llegue el momento. —Se limitó a decir el anciano.
—¿Y no crees que se sentirá mal de qué le hayas mentido? Ella ha confiado plenamente en ti, deberías ser recíproco —comentó la mujer.
—¡No quiero que nadie más muera por mi culpa! —exclamó Dumbledore antes de quitarse sus anteojos—. Tiene la edad de Ariana —susurró sin poder evitarlo—. Si le digo que ella debe morir para acabar con el mal, ¿de qué habrá servido esta pelea? ¿Cómo cree que se sentirá acerca de la muerte de sus compañeras? Minerva, ¿realmente Voldemort es tan valioso como para sacrificar a ambas niñas? —le dijo a la profesora, recordando a Thana y a Meryl.
—Nunca fue por el Señor Tenebroso, siempre fue por Calynn —contestó McGonagall.
—Defendimos y protegimos su Horrocrux durante todo este tiempo.
—Ella no es un Horrocrux, ella es una niña —comenzó McGonagall—. No la veas de la misma forma en la que los muggles veían a tu hermana, ella no es un Obscurial, Albus —añadió—. Tan solo es una niña.
El silencio en la habitación penetró el corazón aún más fuerte que las palabras mismas. Después de un gran rato de reflexión, Dumbledore se levantó de la silla y le abrió la puerta a la profesora para comenzar a bajar las escaleras.
—Es hora de irnos, señorita Black —mencionó McGonagall amablemente.
La chica de encontraba atando la carta recién escrita a la pata de su ave para que después esta saliera volando sin mirar atrás. Calynn se acercó a ambos y se quitó la capa para avisar que estaba lista.
Se desaparecieron realmente rápido y en cuanto sus pies tocaron el suelo, le fue posible vislumbrar una calle gracias a las luces de los faros que la iluminaban en la oscuridad que comenzaba a presentarse gracias a la noche que caía.
Se acercaron a uno de los edificios visibles que se veía totalmente abandonado con el nombre de "Purge y Dowse S.A", Al parecer eran unos almacenes, al acercarse más era posible observar un pequeño letrero que decía: "Cerrados por reformas". Sin embargo, Dumbledore se acercó a una ventanilla donde se veía un maniquí al que comenzó a hablarle.
—Venimos como visitas de Cygnus Black. —El maniquí tan solo movió su cabeza ligeramente para que después Dumbledore comenzara a caminar hacia aquella ventana con ambas mujeres siguiéndole el paso. Atravesaron aquel cristal mientras sentían como si les cayera una cubeta de agua fría, pero estaba totalmente secos cuando llegaron al otro lado, donde justo frente a ellos se encontraba un escritorio con una bruja detrás de él.
—Buenas noches, somos visitas de Cygnus Black —mencionó Dumbledore.
—Necesito que escriban sus nombres en la lista de aquí, la hora actual y al paciente que visitarán, ¿son familia? —cuestionó después de que recordara algo.
—Yo sí —mencionó Calynn.
—Bien, un par de aurores los escoltarán hacia allá, bonita noche. —Se despidió la mujer para después ser dirigidos por un par de hombres con sus túnicas características a través de algunos pasillos llenos de distintas personas con expresiones tristes y con ojos rojos, al parecer no habían recibido muy buenas noticias. Llegaron a un ascensor donde presionaron el número cuatro. Los ascensores eran ligeramente parecidos a los del Ministerio, sin embargo, no tenían tantos acabados dorados, sino que se limitaban a una estructura más sencilla y liviana. Al principio de aquel pasillo se lograba observar un gran cartel que decía "Planta cuatro: Embrujos irreversibles, maleficios y encantamientos mal realizados". A su alrededor había muchos cuartos pequeños con varias personas agonizantes, preocupadas o dormidas que le daban al hospital un ligero toque terrorífico. Los condujeron a través de ese pasillo principal hasta una de las últimas habitaciones donde era posible observar a los pacientes más solitarios y con mayor seguridad. Cada cama era resguardada por una pequeña reja abierta mientras que en la cama era posible observar a las diferentes personas con fuertes ataduras en las muñecas y los tobillos, algunas se conservaban quietas y otras intentaban zafarse de cualquier forma posible. Doblaron una esquina y justo en el cuarto más cercano es donde entraron y Calynn observó a su padre como nunca lo había hecho.
Sus ojos no se veían extraños, sus gestos no le provocaban temor, aunque era imposible no pensar en aquellas torturas de hace solo unos meses.
—¡Calynn! Mi niña, pensé que nunca más volvería a verte —exclamó mientras intentaba mover sus manos, pero le fue imposible.
Calynn solo se acercó en silencio y se sentó en una silla de plástico que se encontraba junto a la cama. Ahí le fue posible observar que tenía cerca de ocho diferentes jarabes en su mesita de noche. Igualmente lograba ver los vendajes enrojecidos justo donde Bellatrix le había encajado aquella daga.
—Hola... —Dudó un poco las palabras—, papá —decidió empezar así. Dumbledore y McGonagall se habían limitado a quedarse justo en el marco de la puerta para darles privacidad.
—Estás viva, después de tanto tiempo... cuánto has crecido —comentó el hombre con melancolía.
—¿Desde cuándo no me recuerdas? —preguntó la niña un tanto triste.
—Creo que la última vez que te miré yo mismo fue cuando tenías unos siete años —comenzó—. Tu madre ya no te quería, pero yo pensaba que eras mi hija biológicamente y por lo tanto no quise escuchar sus argumentos para terminar con tu vida —mencionó Cygnus—. Finalmente pude recordar mis años contigo, al menos un poco de ellos.
El silencio recorrió la sala mientras la pequeña sentía las lágrimas venir, hace tiempo que no lloraba, guardar su debilidad le estaba ocasionando una gran carga.
—¡No te vayas papá! —lloriqueó la pequeña mientras se dejaba caer sobre el hombre y lo abrazaba como nunca imaginó que lo volvería a hacer—. Solo a ti te puedo llamar papá —le susurró entre su llorar mientras el hombre tocaba con sus dedos la espalda de su hija, o al menos lo que le permitía aquellas ataduras.
—Sabes cuidarte, sabes protegerte —comentó—. No te soy indispensable, debes dejarme ir —añadió—. Solo perdóname, algunas pocas memorias de lo sucedido estos últimos años han llegado a mi mente y lo único que sé es que Druella me obligó a ser cruel contigo y debes entender que nunca lo hice por voluntad propia, cuánto hubiera dado por ayudarte a huir de esa bruja... —sollozó—. Todavía logro recordar cuando tú tenías cerca de cuatro años y yo iba al callejón Diagon para buscar esas muñecas bailarinas que tanto te gustaban, no fue hasta que Druella se enteró de su existencia que las quemó en la chimenea de la Mansión Malfoy —comentó con dolor. Calynn solo escuchaba en la misma situación en la que se encontraba su padre—. Sin embargo, logré guardar una —mencionó mientras le indicaba que abriera el cajón de la mesita; los aurores que estaban alrededor se acercaron para asegurarse que no fuera nada peligroso. Calynn abrió aquel cajón y encontró una pequeña muñeca de trapo que, en cuanto entró en contacto con los dedos de la pequeña, se alzó haciendo una reverencia sin que se cayera su sombrero de bruja y bailó una balada de amor con delicadeza, para que al final le dedicara una sonrisa.
—Son muñecas con memoria, únicamente bailarán para sus dueños —comentó—. Nunca te olvidó —añadió con una voz melancólica y llena de tristeza.
Calynn observó aquella muñeca con detenimiento, sus ojos verdosos y su vestido rosado que se alzaba con porte cuando bailaba la hizo recordar un pequeño instante de su infancia, esa muñeca le hizo ir al pasado donde sus juguetes, en aquel mismo cuarto donde había dormido en la Mansión Malfoy la última vez, estaban esparcidos por la alfombra. Calynn pudo recordar las diferentes muñecas que le hacían compañía y a las que le contaba sus problemas cuando era pequeña. Se dio cuenta de que era la única cosa tangible de su infancia, el único objeto que la haría sentir pequeña por vez primera.
—Gracias papá. —Se acercó al hombre con un gran cariño para darle un beso en la mejilla. Le sorprendía cómo a pesar de todo lo que había pasado, podía comportarse con naturalidad con su padre; sin embargo, entendía y se identificaba ya que ambos habían sido víctimas de las manipulaciones efectuadas por Druella.
Después de un largo abrazo, una persona irrumpió en el cuarto con gran velocidad.
—Es hora de irnos —mencionó a los aurores mientras éstos comenzaban a aproximarse a la pequeña.
—¡No, papá, por favor! —gritó la pequeña mientras McGonagall la había sujetado del brazo para intentar soltarla de Cygnus.
—Tranquila, eres más capaz de lo que tú crees —comentó.
—¿Te volveré a ver? —cuestionó Calynn mientras se alejaba de su padre.
—Entrar a Azkaban es muy complicado, no arriesgues tu vida en alguien que no vale la pena —mencionó melancólico.
—Gracias por devolverme un poco de mi infancia —terminó Calynn para que ambos profesores la arrastraran fuera de la habitación.
Caminaron de regreso dentro del hospital mientras Calynn daba ligeros pasos cabizbaja, no estaba de humor para ninguna charla, los profesores tampoco mencionaron palabra. Cuando salieron de aquel lugar, Dumbledore, McGonagall y la pequeña se tomaron de la muñeca para desaparecerse como lo habían hecho hace unos momentos.
Sus pies tocaron la tierra de los terrenos de Hogwarts, sin embargo, la pequeña levantó la vista al darse cuenta de que no se encontraban en el despacho del director. Pudo ver el castillo un poco a lo lejos mientras justo frente a ella se alzaban cinco sillas que veían al mismo objeto: Un ataúd de marfil con el mismo epitafio que habían escrito esta mañana grabado con delicadeza; la caja se mantenía ligeramente abierta para despedirse por última vez.
Lily salió por un extremo del bosque a saludar a su amiga, invitándola a sentarse. Dumbledore y Minerva las imitaron hasta que una pregunta rompió el silencio.
—¿Por qué hay cinco sillas si solo somos cuatro personas? —cuestionó Calynn.
—Antiguamente, se creía que en la celebración de cualquier funeral debía colocarse una silla extra para asegurar la presencia del muerto en el mundo físico —respondió McGonagall—, solo es una tradición con un mensaje antiguo.
El silencio volvió a presentarse con la misma intensidad, únicamente observando aquella caja como si con las miradas pudieran revivir a la niña que albergaba.
—¿Recuerdas la primera noche en Hogwarts donde ella nos dirigió la palabra por primera vez? —comentó Lily con melancolía en los ojos—. Desde el primer día dejó claro que nunca sería amiga de las serpientes —añadió—. ¿Recuerdas cuando nos acompañaba a hacer los deberes y nos comentaba que ni siquiera sabía el nombre de los profesores? —mencionó la pelirroja.
—"¿Binns? ¿Quién es Binns?" —citó la pequeña Black sin evitar una sonrisa. Desde aquel día en que Meryl había mencionado aquella frase, Calynn estaba luchando contra su madre, luchando para evitar que le pusieran la marca; desde aquel día en que ambas niñas se habían reído del comentario de su amiga, Calynn era hija del mago más tenebroso de todos los tiempos; desde aquel día en que la idea de Calynn y Frank aún no era descabellada, Calynn luchaba ante los estereotipos del colegio. Tan solo le gustaría volver en el tiempo, le gustaría volver a ver y oír la risa de la persona que ahora estaba inundada en el sueño eterno justo frente a sus ojos y Calynn con una gran carga de culpa.
Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, ya no quería llorar, pero le fue imposible esconder su dolor. Los recuerdos de Meryl la inundaron; las veces en las que se reía, sus bromas, sus conflictos con la Señora Gorda, la carta que le mandó en Navidad y que le sacaron más de una sonrisa; sus comentarios acerca de Malfoy, su comprensión con Calynn, las revelaciones de su identidad, la ayuda que les ofreció en las últimas prácticas con Dumbledore. Todo eso se había desvanecido, nunca más escucharían su risa, nunca más podrían ver el brillo de sus ojos, jamás lograrían ver a la verdadera Justine Callen, nunca podrían abrazarla una vez más.
La pequeña Black se levantó en silencio y se acercó con calma a la caja. Seguía cabizbaja hasta que se atrevió a alzar la vista y ver de nuevo los ojos escondidos detrás de los párpados de su amiga, su piel estaba cada vez más blanca. Calynn colocó una mano sobre el vidrio que cubría aquel cuerpo y se echó a llorar en silencio. Sus manos pasaban sobre su cabello como si pudieran acariciarlo, la pequeña comenzó a hablarle como si aún fuera capaz de escucharla.
—Perdóname, por favor, no debiste haber muerto por mí, no soy tan valiosa —susurró la pequeña—. Hiciste tanto por mí durante todos estos meses y yo no tuve cómo devolverte el favor —lloró la pequeña Black mientras su mente se refugiaba en sus recuerdos, lo único y más valioso que le quedaba de ella. Sacó su varita y en un leve movimiento circular pudo crear un arreglo de flores pequeño y con forma circular que contenía diversas flores como el tulipán, las margaritas y, sobre todo, pensamientos. La pequeña lo tomó y lo dejó justo encima de la caja para después dedicarle una última mirada al cuerpo, su último adiós y volvió a sentarse en las sillas donde habían estado antes.
Lily se acercó a la caja minutos después sin poder reprimir el llanto. Dumbledore y McGonagall las observaban cabizbajos sin saber cómo reconfortar a las niñas, sabían que realmente no había sido culpa de Calynn ya que fue su madre quien la asesinó. Sin embargo, la pequeña Black sabía que realmente había sido un sacrificio por ella, pero no estaba segura si hubiera preferido estar en su lugar.
Estuvieron unos minutos más haciéndole compañía, esperando que la rubia realmente estuviera presente en el mundo físico como había dicho la profesora. Por alguna razón las niñas no se hartaban hasta entrada la noche ya que, al parecer, eran lo mínimo que podían hacer por su amiga, rendirle el homenaje que se merecía.
Cuando Calynn y Lily se levantaron, la profesora McGonagall se acercó a la caja para dedicarle unas palabras y cerrarla con magia.
—La familia de la señorita Callen han solicitado el cuerpo de Justine para despedirla como se merece, por lo que se lo llevarán mañana por la mañana y la enterrarán en un cementerio cercano a su hogar en Londres —explicó Dumbledore mientras las pequeñas se limitaban a asentir con la cabeza.
Después se desaparecieron de los terrenos cercanos al Bosque Prohibido para aparecer en el pasillo donde se encontraba el despacho del director.
—Señorita Evans, necesito que me acompañe a mi despacho, por favor —comentó Dumbledore mientras la pelirroja se aproximaba al director—. Señorita Black, quédese con la profesora McGonagall, no hace falta que se ponga la capa ya que todos los estudiantes están en la cama —añadió para después subir las escaleras con Lily.
Calynn se sentó una silla de salón junto con la profesora en un completo silencio cuando el picoteo de un ave con la ventana del castillo hizo que voltearan instintivamente.
Calynn se levantó bastante rápido para ir a alcanzar a su lechuza que le traía la contestación a la carta que había escrito hace unas horas.
La abrió con prisa mientras la profesora la miraba atenta, esperando algún comentario por parte de la niña. Esperó a que esta terminara de leer para que por fin recibiera una respuesta.
—Es El Profeta, les he escrito ya que realmente me gustaría hacer una entrevista pública —comentó la pequeña Black—. Necesito que las personas me dejen de ver como un ser súper dotado —terminó con ligera molestia—. El punto es que ellos vendrán aquí, yo no sabía acerca de ello —comentó bastante avergonzada.
—No se preocupe —contestó mientras la chica se tranquilizaba.
Dumbledore y Lily bajaron del despacho, esta última con un gesto bastante triste mientras se acercaban a hablar.
—¿Te ha dicho lo de tus padres? —cuestionó Calynn sin rodeos, obteniendo un sí como respuesta—. Lo siento mucho.
—Tal vez pueda volver a verlos, tal vez tenga la posibilidad de que vuelvan a amarme como lo hacían antes —empezó—. Al menos me ha dado un poco de esperanza, solo deberé aguantar a Petunia durante dos meses, mi hogar será aquí durante estos años, yo espero que al menos pueda volver a casa cuando haya acabado mis estudios —terminó—. Y a ti, ¿qué te dijo el director?
—Me ha dejado vivir con él en su despacho —comenzó con la mirada de sorpresa de Lily—. No sé por cuánto tiempo, pero es muy generoso de Dumbledore.
—Señorita Evans, el día de mañana puede asistir a clases o esperar hasta después por los sucesos que han ocurrido estos últimos días —mencionó Dumbledore—. Por lo que puede ir a su sala común a descansar si lo desea, en su misma cama, no ha habido ningún cambio.
—Muchas gracias, profesor, creo que sí debo descansar ya que mañana quiero retomar las clases, será mi única distracción —mencionó mientras volvía la mirada a su amiga—. ¿Podré verte mañana? —preguntó Lily, con una leve sonrisa.
Calynn buscó a Dumbledore con la mirada, su estadía y todo lo que eso involucraba aún era un misterio. El hombre solo le contestó con un asentimiento de cabeza.
—Sí, supongo que puedes venir a buscarme —mencionó, hasta ahora se había dado cuenta de que no podría pisar Hogwarts como lo hacía antes.
Lily se acercó a su amiga y le dio un gran abrazo, inundándola de amor mientras ninguna de las dos decidía separarse.
—Lo logramos, a pesar de todo lo imposible, eres libre de esa mujer —comentó Lily al oído de la pequeña.
—Fue gracias a su sacrificio, no quería perderte, a ninguna de ustedes, pero hasta el más fuerte cae en la batalla —contestó—. Gracias por entregar tu vida por mí, al menos pude conservar una persona de mi infancia perdida —terminó mientras ambas se separaban y el silencio decía más de mil palabras.
Calynn, Dumbledore y McGonagall subieron al despacho en silencio mientras la pequeña pensaba qué es lo que hizo que Dumbledore se decidiera por darle un hogar en lugar de hacer algo similar que con Lily. Una parte le decía que era su amabilidad natural y porque sabía que la pequeña no tenía a nadie en el mundo que pudiera cuidarla hasta que fuera lo suficiente mayor para cuidarse por sí sola. Sin embargo, la charla acerca de Ariana le hacía pensar que el director quería llenar el vacío que la niña le había dejado cuando murió por asesinato de alguno de sus familiares más cercanos. No pensaba que fuera algo incorrecto, al fin y al cabo, Dumbledore siempre fue el padre que Calynn nunca tuvo.
La pequeña se sentó en el mismo lugar donde solía tomar Oclumancia, el mismo lugar donde había aprendido a resistir algunas Maldiciones Imperdonables, el mismo lugar donde enseñó la marca en su antebrazo por vez primera al director con bastante vergüenza.
Todos se miraron por un momento hasta que el director habló.
—La profesora McGonagall ya le ha preparado su habitación y ha dejado sus cosas, esperemos le guste y que se sienta cómoda —comentó el anciano brevemente.
—Profesor, ¿cuánto tiempo estaré viviendo aquí? —preguntó con bastante interés.
—No lo sabemos con exactitud. La ayuda siempre será otorgada en Hogwarts a aquellos que la necesiten —dijo mientras la pequeña le dedicaba una pequeña sonrisa, había algo en sus palabras que siempre le hacía reflexionar.
—Profesor, le comentaba a la profesora McGonagall que acepté una entrevista pública con el diario El Profeta, sin embargo, no sabía que vendrían aquí a realizarla —explicó ligeramente apenada.
Dumbledore sonrió ante esa noticia.
—No hay de qué apenarse, al contrario, considero bastante bueno que deseé hacer esta entrevista para humanizarse ante el mundo mágico —contestó el director mientras Calynn le sonreía con bastante cariño.
Esa noche, McGonagall le enseñó a Calynn la habitación que le habían preparado. Era una cama individual bastante hermosa de colores rojos oscuros y que igualmente era resguardada por un dosel bastante amplio del mismo color que la cama. Justo frente a esta era posible ver una cómoda de estilo antiguo y de gran tamaño, a un costado se veían dos mesitas pequeñas que eran adornadas por un par de lámparas y un jarrón con una flor rosa.
La pequeña les agradeció a los profesores para después despedirse y dormir con gran tranquilidad. Al menos podía observar, a través de una pequeña ventana, una parte de los terrenos de Hogwarts, sabía que finalmente dormiría en su hogar para siempre.
La mañana llegó como si alguien la acarreara, Calynn se levantó temprano ya que se vería muy temprano con las personas que le harían la entrevista para El Profeta. Se colocó la ropa que le brindó McGonagall ya que no quería portar el uniforme de Gryffindor para la entrevista.
Después del desayuno, Calynn recibió a El Profeta mientras Dumbledore y McGonagall la dejaban a solas.
—Buenos días —saludó la chica con formalidad.
—Señorita Black es un gusto que nos dé el honor de conocerla en persona —comentaron los dos magos mientras sacaban algunas fotos. Calynn se limitó a sonreír, no podía evitar burlarse de la hipocresía de ambos, recordando aquellos artículos donde manchaban su reputación porque era una simple estudiante y Calynn era consciente que eso era lo que era y por eso es por lo que quiso hacer la entrevista—. Bien, empecemos con las preguntas. Muchísimas gracias por la oportunidad de estar con usted —mencionaron ofreciéndole la mano como si se tratara de un trato.
—No hay de qué —respondió la niña sin darle la mano, al parecer le había molestado que le haya hablado como si fuera un adulto o alguien intocable.
—Primeramente, hablemos de su infancia —comenzó el hombre con una pluma a un lado que comenzó a moverse con entusiasmo—. ¿Cómo era su madre cuando usted era pequeña?
Calynn dudó cómo comenzar.
—La palabra madre no es tan simple —inició—, una madre no es solo una persona que te alimenta y te da un lugar para vivir. La verdadera madre es aquella que se preocupa, que te ama y que te protege. Druella Black nunca hizo nada de eso conmigo, simplemente ella nunca fue mi madre y aunque yo fuera más pequeña no significaba que fuera a tener compasión, sino que simplemente yo era mucho más manipulable que ahora, es esa etapa de maduración por la que todas las personas pasan y es de gran importancia para el desarrollo y superación personal —terminó.
—¿Y su padre? —cuestionó esta vez. Calynn lo pensó todavía más que la primera pregunta.
—Por lo que sé, una persona no puede nacer malvada, la maldad se aprende y se genera a partir de situaciones —comentó Calynn—. Mi padre vivió situaciones que lo llevaron a conocer la maldad —hizo una pausa—. Pero no solo fueron situaciones trágicas, sino que el amor fue uno de los principales problemas, algo tan dulce puede convertirse en algo amargo. Es importante decir que no lo justifico, él es el único culpable de sus actos y nunca aceptaré sus acciones contra mí —terminó mientras pensaba en lo que acababa de decir. Esas palabras aplicaban a ambos; Cygnus se enamoró de la maldad al enamorarse de Druella, mientras que Voldemort conoció la maldad por no ser capaz de sentir amor por alguien.
—¿Cómo se siente por la muerte de su amiga Meryl Johnson? —preguntó uno de los hombres.
—Ella era una persona que mostraba todo de sí, no todas las personas revelan su verdadera personalidad. No me gusta que la gente utilice máscaras para esconderse del ojo público y así poder decirle al mundo que son los mejores a través de los ojos de otra persona. Su muerte fue un daño colateral, una muerte injusta e imperdonable; incluso a la persona más inhumana le cuesta superarlo —comentó la chica.
—¿Cómo es que a tan corta edad pudiera combatir a un grupo de mortífagos únicamente con su varita y agilidad? —preguntó.
—Práctica. El profesor Dumbledore y la profesora McGonagall fueron quienes me ayudaron a planear un escape de este destino injusto. Ellos son una parte importante de haber podido superar ese obstáculo, por eso siempre se los he agradecido; pero también mi perseverancia, mi interés y la motivación que tuve para salvarme de aquel infierno fueron los que hicieron que la energía en esas prácticas no se terminara —finalizó.
—En este punto, donde sabe que no forma parte de los mortífagos, ¿regresaría el tiempo si pudiera para nacer con otra familia? —Esa era la última pregunta.
Calynn se quedó bastante pensativa, era una pregunta bastante difícil, por lo que respondió con otra.
—¿Esta nueva familia me amaría de verdad? —cuestionó Calynn.
—Así es, serían los madre y padre perfectos —comentó mientras la niña analizaba bastante aquella oportunidad.
—No, no regresaría el tiempo. La vida me ha brindado las situaciones necesarias para conocer el mundo real. —Hizo una pausa y continuó—. La inocencia es algo que valoro mucho de un ser humano porque es la etapa más bella de una persona, simplemente es la representación de la pureza humana. La gente suele aprovecharse de la inocencia de los demás porque resulta bastante fácil, son estas situaciones las que me han hecho madurar. Abandonar la inocencia no es malo, simplemente que son los niños los que deben disfrutarla más, no deben tener preocupaciones y responsabilidades importantes. Por eso quiero hacer énfasis en esto, yo nací en una familia de magos como todo el mundo mágico lo ha hecho, tuve un hogar y una niñez, no soy tan diferente como se piensa, únicamente tuve que terminar con esta infancia antes de lo normal. —Hizo una pausa para tomar aire—. Por eso, hoy puedo agradecer a estas situaciones por hacerme una persona más madura de lo que debería de ser. Extrañaré mi infancia perdida porque esa nunca regresará, pero agradezco que pude atravesar los obstáculos de mi destino y decir en vida que lo logré, que soy una vencedora del lado tenebroso. Simplemente, el amor de las personas que me rodean y que no son necesariamente mi familia fue esencial para eliminar la magia negra de mi destino. Siempre recordaré lo que tuve que sobrellevar gracias a la marca de mi antebrazo, porque como un amigo me dijo hace unos meses: "Somos diferentes, tenemos una marca, pero eso no quiere decir que no seamos humanos" —terminó con el recuerdo de Severus reflejado en sus ojos.
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"Encontré quién soy.
No estoy sola.
Encontré mi camino de regreso.
Volveré a casa".
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