Capítulo 32: La Marca Tenebrosa
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La oscuridad
sobre su antebrazo...
Su pesadilla.
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La niña contempló la inmensa mansión ante sus ojos. Había llegado el día, el que siempre pensó que evitaría, que se rebelaría y saldría con vida, pero ahora estaba ahí con las manos vacías e incluso sin la capa invisible que, aunque venía en su baúl algo le decía que se le haría imposible abrir, como aquel mes antes de ir a Hogwarts.
De repente comenzaron a avanzar hacia aquella mansión, como aquel sueño de hace unos meses que desde entonces lo había sentido tan real. Las piernas le temblaban sin compasión e incluso sentía la posibilidad de llegar a caerse por la falta de respuesta de estas por lo que trató de inhalar y exhalar en buscar de tranquilidad, pero fue imposible. Trataba de controlar sus pulmones, pero estos se negaban a volver a una respiración normal causando que se hiperventilase.
Siguieron avanzando con paso lento por la oscuridad hasta que la madre se paró en seco y miró fijamente hacia adelante como si esperara a que algo apareciese y no se equivocaba, porque unos segundos después una alta reja apareció ante sus ojos impidiéndoles el paso.
—Sangre pura, Druella Black —mencionó Druella orgullosamente.
—Sangre pura, Cygnus Black —dijo el padre en el mismo tono.
Después ambos le dieron un gran codazo que la hizo tambalear tanto que por poco se caía. Cuando se logró estabilizar comprendió lo que querían.
—Sangre pura, Calynn Black —mencionó con voz quebradiza.
Después de estas palabras, la reja que estaba frente a la pequeña y sus padres se abrió mágicamente y continuaron caminando sin detenerse por el largo sendero flanqueado por altos matorrales que no permitían la entrada de mucha luz por lo que todo estaba demasiado oscuro para la hora que realmente era. Siguieron caminado por largos minutos que para Calynn fueron largas horas que pasaban lentamente por un reloj de arena. En ese momento los pensamientos inundaron su mente y fue cuando se dio cuenta de su debilidad, notó que habían logrado controlarla sin necesidad de un hechizo porque ahora los seguía sin rechistar, sin estar bajo ningún tipo de maldición y fue cuando lo comprendió; la habían atemorizado desde el principio para poder controlarla sin problemas y lo habían conseguido. ¿Acaso tenía otra opción? Volteó hacia atrás y a su alrededor buscando una salida, algo donde se pudiera escabullir sin que sus padres notaran su ausencia, pero fue un intento en vano ya que su alrededor eran solamente arbustos y matorrales de un verde intenso y hacia atrás le esperaba una oscura reja que de nuevo había cerrado sus pesadas puertas dejándola totalmente encerrada.
Caminaron hasta que vislumbraron la gran puerta que les daría paso hacia el interior de aquella mansión. Cygnus se aproximó primero muy decidido hasta que chocó con la gran puerta aullando de dolor mientras se tocaba la cara con las manos. Cuando se le pasó el dolor, observó que Druella lo miraba desconcertada y este le devolvió la mirada del mismo modo para después encogerse de hombros y tocar la puerta fuertemente. No tardó mucho en abrirles una pequeña niña rubia de ojos azul zafiro.
—Hola, papá —al escuchar estas palabras, Calynn volteó instintivamente mientras sentía un escalofrío al pensar que era posible que tuviera una hermana y esta se encontrara frente de ella, aunque se le hacía un poco imposible, pero lo comprobó con la respuesta de su padre.
—¡Pequeña hija! —expresó Cygnus con dulzura entrando a la mansión.
Estaba tratando de recordar dónde había visto a esa niña que se le hacía familiar cuando un grito procedente de adentro la distrajo.
—¡¿Ya han llegado mamá y papá?! —expresó una estridente voz desde adentro—. ¡Ya era hora! Me iba a poner a lanzar maldiciones si no llegaban —terminó alguien fuertemente.
Cygnus entró a la mansión recibido por una niña de pelo azabache que se aproximó a él y le mostró su varita orgullosa. Después de que el padre de la pequeña entrara, era su turno, aunque algo la obligaba a retroceder hasta que Druella le dio un fuerte empujón haciendo que se desestabilizara, caminó lentamente y observó el extenso interior de la gran casa; pero eso no era lo que más la asombraba, sino que toda la gente que estaba ahí la miraban desconcertados. Siguió caminando por la perfecta alfombra rojiza hasta dirigirse a otra puerta de donde provenían diversas voces. Druella abrió la puerta que daba al parecer a un salón y lo que vio la dejó atónita por lo cual se paró en seco.
La habitación estaba llena aproximadamente de cincuenta mortífagos, todos con sus túnicas negras que los distinguía de cualquier otro mago. Cuando entraron todos los presentes guardaron silencio para observar a la pequeña Black, algunos con asco o desaprobación. Siguieron andando sin hacer algún caso de lo que las personas pensaran cuando un grito de entusiasmo los sobresaltó.
—¡¿Ella es la nueva?! —cuestionó la misma voz que se había oído desde afuera —. ¡Vamos a ver de qué está hecha! —terminó una niña dejándose ver y sacando su varita de su túnica.
—¡Bella! —la reprimió, para sorpresa de Calynn, su madre—. Hay que dejarla lo mejor posible para el señor tenebroso —hizo una ligera pausa—, después podrás hacerle lo que quieras —terminó con malicia, dedicándole una sonrisa a la niña que se la regresó volteando a ver a la pequeña Black con el mismo gesto de su madre.
Druella la empujó fuertemente con una sonrisa en el rostro que reflejaba la maldad dentro de ella.
Siguieron caminando por el largo camino que comprendía el salón mientras la pequeña escrutaba los rostros de los demás mortífagos buscando a alguien familiar o alguien quien le brindara su ayuda cuando observó un elegante verde esmeralda que comprendía de una túnica, lo siguió con la mirada y se encontró con el escudo de Slytherin hasta que se detuvo en los ojos de esa persona, los cuales demostraban una tristeza inefable.
Al ver esos ojos, la niña se sintió sin vida, engañada, traicionada y con una ira creciente que lograba controlar para seguir con vida. Él tan solo la miraba mientras que Lucius lo miraba a él desconcertado.
¿Todo habían sido simples palabras? ¿Cómo podía ser eso lo que estaba viendo? Habiendo tantas personas en el mundo, ¿por qué él? ¿Sería forzadamente o sería capaz de ser un voluntario cuando su amiga lucha contra ello? ¿Ese era el Severus que conocía?
La pequeña pensó que tal vez era alguien pasándose por él para intentar manipularla, o al menos eso lo quería creer para no afrontar otra cruda realidad como la que tuvo que afrontar con sus padres.
Pero esa idea no duró mucho en la mente cuando el niño tan solo pudo susurrar una disculpa.
Lo miró fijamente mientras negaba con la cabeza y las lágrimas que tanto había retenido, evitando mostrar debilidad, salieron traicioneramente sin evitarlo.
Volteó hacia otro lado para evitar esa mirada suplicante que tan solo la enfurecía más de lo que ya estaba.
La negación de la identidad del chico se la repetía como consuelo de una realidad inesperada que afectaba el núcleo de su corazón, a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de todo su sufrimiento, ahí estaba su mejor amigo siendo parte de aquella maldad.
Trataba de olvidar eso por el momento mientras se limpiaba las lágrimas cuando padres e hija se detuvieron, abrió los ojos y observó que se encontraban frente a un hombre que estaba de espaldas a ella.
—Se la hemos traído, mi señor —mencionó Cygnus con voz temblorosa.
El hombre se volvió lentamente hasta que dejó ver su rostro demacrado y pálido, donde brillaban unos ojos color azul que atemorizaban a cualquiera que lo viese. Miró a la niña de pies a cabeza, no pudo reprimir una mueca de asco al observar el escudo de Gryffindor bordado en la túnica, aunque después guio su vista hacia los ojos de la niña para después hablar.
—Es perfecta, la marca tenebrosa quedará impecable en ella —mencionó el hombre mientras sacaba su varita y los padres de la pequeña le arremangaban la túnica del brazo izquierdo. Comenzó a temblar todavía más fuerte sin tener ningún control sobre su cuerpo, quería soltarse del agarre de aquel hombre. Volteó desesperada buscando a Severus, pero este ya no estaba y todos los presentes la miraban atentos con sonrisas en sus rostros que reflejaban el buen espectáculo que les estaba brindando.
El hombre la tomó de la muñeca con más fuerza de lo que la niña se imaginaba, tal vez pensando en que se resistiría, pero no fue así, no tenía a dónde escapar. Acercó su brazo izquierdo hacia él, apuntó su varita a la perfecta piel que estaría a punto de ser marcada, esperó unos segundos y mencionó con emoción y seriedad:
—¡Morsmordre!
Calynn se mostró horrorizada, una línea negra comenzó su camino por la fina capa de piel, lo que le causaba un ardor insoportable. Gritó con todo su aliento causando unas estruendosas risas de los mortífagos de su alrededor mientras trataba de quitar su muñeca de la mano de aquel hombre, pero la apretó aún con más fuerza para evitar que se moviera al igual que sus padres, quienes la sujetaron fuertemente.
La marca fue dibujándose sobre sus venas, quienes mostraban un pulso acelerado que incrementaba cada vez más como el volumen de las burlas de la habitación. Siguió formándose la gran figura en su pequeño brazo que nunca más estaría desnudo hasta que la marca se completó con un gran final de una serpiente moviéndose. Enseguida, el hombre prendió fuego a la varita y con ella remarcó el borde de la marca hasta que completó todo el perímetro de esta, dejándola realmente como una cicatriz, para siempre.
Cuando terminó de quemar la marca, el hombre soltó rápidamente a la niña, empujándola hacia atrás mientras caía al piso en lágrimas, sujetando su antebrazo que se encontraba con una temperatura bastante caliente, todavía recuperándose de lo que acababa de pasar. Siguió sollozando frente a todos los mortífagos que morían de risa mientras que la niña se sentía incapaz de hacer cualquier cosa.
El pálido hombre se aproximó a mis los señores Black rápidamente con gesto molesto.
—¿De verdad creyeron que yo, el mago más tenebroso, entrenaría a una niña como esta? No duraría ni dos segundos bajo mi Cruciatus —mencionó arrogante esperando una buena respuesta de ambos padres—. ¿Qué es lo que ha pasado esta vez, Cygnus? ¿Realmente la prepararon para esto?
—Hubo algunas dificultades, mi señor —confesó el hombre mientras el completo ardor cesaba.
—Estas dificultades me hacen cambiar de planes. Necesito alguien que haga la iniciación —dijo el hombre para que después la mayoría de los mortífagos levantaran sus manos—. Agradezco su entusiasmo, queridos seguidores, pero necesitamos a alguien que sea más experimentado que ella, pero no tanto para dejarla sin fuerzas para defenderse. Que tal, no lo sé, Severus —terminó el hombre llamando al chico quien miraba a la distancia pero que esbozó una sonrisa al escuchar su nombre.
Druella trató de mencionar algo, pero fue interrumpida por el hombre quien se mostraba enojado con los padres de la pequeña, quienes tan solo tenían la cabeza gacha como reverencia.
—Severus —lo llamó insistente ya que el chico dudaba en dar el primer paso hasta que se atrevió. El niño caminó rápidamente sin ver a la niña a los ojos, ¿por qué de nuevo él? ¿Acaso ese hombre sabía que eran amigos? Preguntas como esas figuraban en la mente de Calynn mientras veía a Severus acercarse temeroso a su líder.
El niño de pelo negro llegó frente a todos, el pálido hombre hizo un gesto con la cabeza que hizo que todos los mortífagos formaran un círculo mientras sacaban sus varitas atemorizantes. Cuando todos los mortífagos tomaron sus lugares el hombre prosiguió.
—Parcialmente conocerás la maldición Cruciatus, ¿no es así Severus? —habló el hombre lentamente con la varita entre las yemas de los dedos.
—Sí, mi señor —contestó Severus lo más firme posible.
—Y sabrás que esta palabra significa tortura —continuó el hombre evitando ir al grano.
—Sí, mi señor —afirmó Severus de nuevo.
—Bien, entonces tienes la tarea que Cygnus y Druella no pudieron realizar —ordenó el hombre denigrando a los padres de la niña—. Aunque dudo que alguien como tú pueda conjurar un buen Cruciatus —se burló el líder de los mortífagos mientras todos los magos que formaban el círculo lo imitaban y Severus se llenaba de ira —. Pero no tenemos a nadie más, así que hazlo, tortúrala —ordenó el hombre sin piedad mandando sobre Severus.
El chico miró a la niña con esos ojos azabache que eran característicos de él, pero esa mirada fría y seca con la que a menudo la miraba había cambiado por completo a una de arrepentimiento y compasión sin poder evitar un toque de ira que le producía las burlas de su líder. Se arremangó la manga izquierda de la túnica de un Slytherin malvado, dejando ver a la calavera con una serpiente que se movía emocionada con una sonrisa maliciosa que motivaba a pasarse al lado oscuro. Volteó de nuevo hacia Severus y notó que este empuñaba su varita, temeroso, la pequeña Black se levantó para tratar de defenderse o esquivar los hechizos que pudiera lanzar uno de sus mejores amigos en contra de ella.
Severus alzó su varita más alto de lo que él mismo se permitía y pronunció esas palabras que Calynn nunca hubiera creído que escucharía salir de su boca y menos contra ella en una reunión de seguidores del Señor Tenebroso.
—¡Cru... Crucio! —tartamudeó el niño mientras que un rayo rojo salía de su varita y le daba a la niña en el pecho. Estaba preparada para sentir esa sensación de dolor insoportable por todos lados como aquellas noches de verano, pero tan solo la tiró al suelo sin ningún tipo de dolor.
La habitación se llenó de risas aún más fuertes incluyendo la de su líder que se reían de Severus.
—¿Eso es lo mejor que puedes dar? —se burló el hombre—. Druella, entrégale su varita a tu hija, al fin y al cabo, apenas va en primer grado, ¿qué puede hacer? ¿Levitar una pluma? —volvió a burlarse el líder hasta que una voz los interrumpió.
—Mi señor... —susurró Druella inocentemente, pero a la vez temerosa,
su líder tan solo la miró molesto—. ¿Me permitiría leerle los pensamientos a Calynn? —susurró la mujer dulcemente.
—Eso lo haré yo, a menos de que esta muera en el intento —siguió burlándose para después apuntar a Calynn con la varita mientras que esta trataba de cerrar su mente, pero con tantas revelaciones le era imposible, y sin pronunciar una palabra, el hombre invadió sus pensamientos a diestra y siniestra sin que la niña pudiera evitarlo. Estuvieron unos segundos así, viendo cosas que, para su buena suerte, no eran de importancia.
De un momento a otro regresaron a la realidad y notó que aún no podía controlar nada de ese hechizo ya que había quedado igual de débil que antes.
—Ahora sí es momento, mis fieles seguidores, de comenzar a planear nuestro ataque —mencionó antes de hacer una pausa—. Y Severus, practica esa maldición.
Después de eso, todos los mortífagos adultos, incluyendo a los padres de la niña, no sin antes darle su varita, pasaron por una puerta a un comedor y la cerraron con un estruendo.
En cuanto las enormes puertas grisáceas se cerraron, la niña se fue corriendo contra Severus con la varita en la mano tratando de recordar algún hechizo, pero le fue imposible. Se detuvo para comenzar a despotricar mientras él indicaba que se callara, pero ¿por qué habría de hacerlo? ¿Qué esperaba después de estas revelaciones? ¿Una bienvenida con los brazos abiertos?
—¡Eres un mentiroso! Todo este tiempo creí que eras... —comenzó Calynn a gritarle hasta que este le tapó la boca con sus manos. La niña trataba de quitarlas hasta que él cabeceó señalando a su alrededor y fue cuando se dio cuenta de que no se encontraban solos. En el salón se encontraban niños de diferentes edades entre los once hasta los dieciséis que miraban curiosos, algunos portaban el escudo de Slytherin con orgullo en sus túnicas mientras que otros portaban otros escudos que no eran de Hogwarts. De repente Severus la tomó fuertemente de la muñeca izquierda mientras que la niña hacía una mueca de dolor que a él no le importó porque la dirigió hacia la puerta del salón dejando a todos los jóvenes mortífagos más que confundidos, sabían que el niño tenía una orden que cumplir.
Salieron del salón literalmente corriendo como si alguien los persiguiese y pasamos la puerta de entrada de la misma manera hasta que se detuvieron a tomar aire frente al extenso camino neblinoso por el que había caminado hace un momento.
Estaba a punto de comenzar su discurso contra él sobre todo lo que había pasado en la última hora pero este le indicó silencio. Por una extraña razón, la niña confió de nuevo y se calló.
Severus tomó su varita, pero se alejó rápidamente indicando que no tenía intenciones de atacarla. Observó que comenzó a conjurar hechizos alrededor de ambos, formando una especie de esfera invisible. Cuando terminó, guardó su varita y regresó hacia donde se encontraba la pequeña Black.
—Ahora sí, hazlo. Dime todo lo que quieres decirme. —La niña iba a comenzar a quejarse con él de todo lo ocurrido cuando este volvió a hablar—. Al fin y al cabo, ya me han llamado extraño tantas veces que ya me he acostumbrado.
Con esas palabras, la niña dudó cómo comenzar a hablar y decidió empezar tranquilamente realizando todas las preguntas que se formulaban en la mente.
—¿Por qué, Severus? Dame una buena razón —comenzó con valor esperando una buena respuesta—. Apuesto que no eres voluntario, ¿cierto?
—Antes que nada, te pido que guardes la calma y no te lo tomes tan mal porque nadie sabe la historia completa —aclaró seriamente a lo que la niña aceptó—. Soy un voluntario.
El mundo de la pequeña Black se detuvo al escuchar esas palabras. ¿Cómo era capaz de algo así? Al menos pudo haber hablado con sus padres o al menos informarle de lo que ocurría, de quiénes podían ser sus hermanas, en qué consistía una iniciación; tantas cosas que le hubieran podido salvar de ese destino que acababa de vivir, pero como todos los mortífagos, él tenía que serle fiel a su líder que es más importante que la vida de una de sus mejores amigas. ¿Cómo quería que no se lo tomara mal? Trató de contener un impulso de pedirle una buena razón, pero no fue necesario ya que este continuó hablando a falta de una respuesta por parte de la pequeña Black.
—Perdóname —murmuró este tristemente—. Después te diré mis razones.
—¿Por qué no ahora? Estamos solos —sugirió la niña al comprobar que realmente se encontraban solos en aquel jardín.
—No puedo, no hasta que aprendas a cerrar tu mente —aclaró el niño.
—Pero para eso falta mucho —contestó incrédula.
—Espero que sea pronto, eres de las pocas personas con las que puedo tratar asuntos serios sin ser la burla del otro —confesó Severus esbozando una sonrisa.
—¿Yo? Pero tienes a Lily, Lucius o incluso podrías conocer mejor a James y Sirius —propuso sin creer que ella fuera una persona en la que Severus pudiera confiar, aunque en el fondo sabía que James y Sirius nunca lo serían.
—Todos son muy inmaduros —afirmó Severus—. Nosotros somos diferentes ¿No lo notas? Hemos vivido situaciones diferentes y crueles que los demás ni siquiera han observado, somos diferentes —concluyó un Severus satisfecho.
Esas palabras pusieron a la niña a pensar, ¿sería esa la causa de la frialdad y seriedad de Severus? ¿Es por eso por lo que Severus es tan introvertido y observador? No sabía qué contestar hasta que se le vino algo a la mente.
—¿Y qué me dices de Lily? Ella vivió conmigo durante un mes entero, ella cambió desde entonces. Aunque no tenga una marca como nosotros, ella lo vivió porque no se necesita tener cicatrices para indicar que has vivido experiencias —mencionó la pequeña Black un tanto afligida.
El niño se sonrojó al escuchar el nombre de la pelirroja y después respondió.
—Lily, no puede saberlo —balbuceó Severus más que nada hablándose a sí mismo.
—¿Qué no puede saber? —preguntó Calynn bastante confundida y ligeramente molesta al creer que quería que le escondiera esto a la pelirroja.
—Sobre lo que realmente soy —confesó tomándose el brazo izquierdo—. No ahora. Por favor, no se lo menciones a Lilianne.
—¿Me estás pidiendo que le mienta a mi mejor amiga? —interrogó todavía más molesta y confundida.
—Por favor, ella me rechazará si se entera —suplicó Severus un tanto penoso.
—¿Y cómo sabré que tú no vas a decir nada sobre mí y sobre mis padres? —cuestionó la niña bastante desafiante.
—Porque tengo un plan. Yo no diré nada sobre ti a nadie excepto a Lily, quien ya lo sabe, y tú no dirás nada sobre mí a nadie. ¿Qué te parece? —mencionó Severus tratando de sonar seguro.
—Me parece una buena idea, pero ¿qué pasará si alguno de los dos dice el secreto del otro? —preguntó Calynn por curiosidad.
—El otro tendrá la oportunidad de contar el otro secreto —explicó Snape sin duda alguna.
Antes de que Calynn aceptara el trato, pensó en lo que esto posiblemente podría acarrear como la revelación de ambos secretos o incluso el rompimiento de algunas amistades, pero al final aceptó sin saber la razón ya que volvía a caer a sus brazos, dejándose manipular con su fría voz, volviendo a cometer el mismo error que ni ella se había dado cuenta, del cual la pequeña nunca lo creyó capaz. Eso todavía seguía presente en los pensamientos de la pequeña.
Estaba tan concentrada en la conversación que por un momento imaginó que se encontraba en Hogwarts, en los pacíficos terrenos que tanto visitaba; ese único castillo que la hacía olvidarse de su verdadero presente y de lo que todavía no comenzaba, el único sitio que no mostraba la situación en la que se encontraba y a la que estaba destinada a ser, y el único espacio que la hacía olvidar ese pasado sombrío que mostraban sus ojos, sus pensamientos y que la lograban hacer vivir el presente perfecto que nunca tendría.
—Bien, pero por ahora me han mandado para hacer la iniciación —dijo la voz fría de Severus sacándola de su ensimismamiento mientras sacaba su varita a lo que la pequeña respondió con un apartamiento total de Severus con rapidez—. ¿En serio? ¿Después de todo lo que hablamos? Quiero aprovechar la excusa de la iniciación para enseñarte algunos hechizos de defensa, pero sin pasarme de la raya —explicó el chico.
Severus apuntó a Calynn con su varita mientras que el corazón de la pequeña estaba a punto de salirse y exclamó.
—¡Expelliarmus!
Un rayo de luz azulada salió de la varita del chico mientras que esta se preparaba para lo desconocido, pero con mucho miedo con la varita entre las manos. Segundos después se sorprendió al ver que lo único que ese hechizo le había causado era quitarle la varita que voló por los aires, pero no había dolor, lágrimas ni gritos; tan solo una varita tirada en el fresco pasto. La pequeña miró a Severus y sonrió porque una alegría reinaba en ella, porque por primera vez alguien le había lanzado un hechizo que no me causara dolor o que la hiciera perder los estragos. Él le devolvió la sonrisa y tan solo se quedaron viendo por un momento sin decir nada, pero interpretando esas miradas mejor que nadie.
—Ese es un hechizo para desarmar a tu oponente de cualquier cosa —comenzó el niño a explicar después de un momento—. Es muy útil en los duelos de magos porque puedes dejar a tu oponente sin varita y así aprovechar esa oportunidad.
Severus le siguió explicando unos cuantos hechizos a su amiga hasta que dijo que era hora de pasar a los hechizos torturadores.
—¿Cómo dices? —preguntó la niña entre confusa y miedosa.
—Necesito que los que están dentro de la mansión escuchen que realmente me encargué de la iniciación, pero tan solo necesito que finjas el dolor, yo no sería capaz de lanzarte un Cruciatus —confesó el niño—. En cuanto quite los hechizos de protección voy a empezar a lanzar la maldición, pero no hacia ti. Espero que después podamos hablar y quiero que comprendas que si para la próxima vez que vengas y no sepas cerrar tu mente realmente te lanzaré un Cruciatus —dijo el chico guiñando el ojo—, suerte —concluyó el chico dirigiéndose hacia una pared invisible y comenzando a conjurar algunos hechizos hasta que dio una vuelta entera, se volvió hacia la pequeña Black y la miró como nunca lo había hecho; una mirada asesina que penetraba a cualquier persona causándole un escalofrío intenso que, aunque sabía que no le lanzaría ningún hechizo torturador, la atemorizó demasiado.
El chico levantó su varita y por un momento la niña pensó que la había engañado, que realmente la torturaría, que todo lo que hablaron anteriormente habían sido puras palabras, pero al parecer Severus notó el rostro inseguro de la niña y bajó la varita hacia su costado.
—¡Crucio! —mencionó Severus seguro de sí mismo y sin titubear mientras que el hechizo iba a parar hacia la fresca hierba quemándola fuertemente y Calynn fingía esos gritos de dolor que tanto la habían acompañado en los últimos meses.
Estuvieron un momento fingiendo, de manera muy convincente, hasta que llegaron a la puerta de la mansión y entraron mientras que Severus apuntaba a la pequeña Black con la varita, aunque para suerte de ambos no había nadie hasta que cruzaron la gran puerta azabache que daba hacia el salón donde se encontraban únicamente los mortífagos jóvenes de no más de dieciséis años. Todos los presentes voltearon a verlos, algunos con orgullo y otros con malicia al ver que Severus sujetaba a la pequeña fuertemente.
—¡Ya era hora de que llegaran, Severus, quiero ver la resistencia de mi hermana y probar que se merece ese honor! —gritó una voz maliciosa que Severus hubiera deseado no reconocer, ese tono tan característico que provocaba desear olvidarlo. Esa voz era la de Bellatrix Black.
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"En mi corazón, eres un riesgo que estoy dispuesta a correr.
Pero mi cabeza me dice que hay mucho en juego.
No confío en ti, pero quiero.
Por favor no me dejes caer".
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⌞ The Dark - Beth Crowley ⌟
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