Una fea y extraña coincidencia
Después de estar escuchando unas 3 horas a la cacatúa que tenía por tía, Juliette llego a la conclusión de que hubiera preferido enfrentarse a esos ojos azules y a su dueño.
Ella no podía entender cómo era que su madre y su hermana podían aguantar tanto, llevaban mucho tiempo escuchando a Paula parlotear de su marido, de la vecina, de William.
Era en esos momentos cuando se preguntaba si su primo no era adoptado; a pesar de parecerse físicamente a su madre, William era completamente distinto a ambos. No era tan serio como su padre pero tampoco era un loro como su madre; de hecho él tenía un humor muy parecido al de ella, quizá era el hecho de que William fue criado como un hijo más dentro de la familia León Cortés.
Ese había sido otro chisme dentro de su familia: cuando la dulce Paula tenía 15 años se había embarazado de un don nadie y como sus abuelos no aprobaban el aborto, la solución más práctica era que el hijo mayor y su esposa se hicieran cargo, en este caso, sus queridos padres.
Ella solo recordaba vagamente que un día había llegado su papá con un bebé en brazos diciendo que era su hermano, en ese momento solo tenía 3 años y no dudó de la palabra de su padre.
No fue hasta que cumplió 10 años que supo toda la verdad, cuando su tía fue a armar un escándalo para que le regresarán a su hijo.
Como siempre, su abuelo y su padre se las arreglaron para que no trascendiera a mayores y consiguieron que William fuera reconocido como él segundo hijo (adoptivo) del matrimonio León Cortés.
Personalmente, a Juliette no le desagradaba que la sociedad los viera como hermanos, ellos se habían criado como tal y aunque sabían la verdad, les divertía bromear con eso.
Muchas veces su tía Paula y su marido, el padre de William, habían querido recuperarlo, pero después de que el chico tuvo conciencia suficiente para decidir, había preferido quedarse con sus tíos.
Supuso que la visita de su tía se debía a un décimo intento por convencer a su hijo.
Sentía lastima por ella ya que William no tenía ni la mínima intención de aparecerse mientras su madre estuviera de visita.
—Juliette —su madre le hizo un gesto para que le pusiera atención a Paula, algo le decía que era para no tener que sufrir sola, ya que Ana María había salido.
Con una sonrisa falsa, como era su costumbre, se dispuso a escuchar como su tía se quejaba del pésimo servicio en los hoteles de Madrid, ojala William tuviera más suerte.
(...)
Lo cierto era que William no la estaba pasando nada bien, después de huir de su madre, estuvo vagando cerca de tres horas; no podía entender cómo era posible que sus padres no entendieran su negativa. Nunca se habían hecho cargo de él y estaba casi seguro que de no ser por la familia de su tío, estaría en un orfanato.
A Francisco León le debía todo lo que era y todo lo que tenía: su familia, su trabajo y su posición social. Él había crecido con la figura materna de Julia Cortés: una mujer independiente, cariñosa y maternal; realmente no podía comparar a Paula y a Julia, ya que eran completamente diferentes.
Paula era una mujer de cotilleos, de la socialité, en cambio Julia si bien no era una abnegada ama de casa, se preocupaba por los suyos antes que por la sociedad y eso era justamente lo que buscaba él, una mujer que no viviera en los estereotipos, que no se fijara en la sociedad; de cierto modo, una mujer que quisiera ser independiente.
Vivir tanto tiempo con Juliette le había demostrado que las mujeres valían tanto como los hombres, que no merecían ser pisoteadas y que merecían la igualdad.
Sabía que su tío Francisco pensaba igual, pero que también se preocupaba por su primogénita, ya que por mucho poder que pudiera tener, no podría salvar a Juliette en caso que fuera a dar al calabozo.
Él estaba casi seguro que ese era el motivo por el cual le había negado trabajo en la empresa, lo que menos necesitaba la familia era que Juliette llamara aún más la atención.
También podía percibir el orgullo de su tío hacia su prima; principalmente porque no era una mujer dócil ni se dejaba manipular, eso le daba la seguridad de que sabría escoger un buen hombre.
Siguió caminando rumbo a su casa cuando sintió una delicada mano aferrarse a su pantalón. Por alguna extraña razón, no pudo zafarse y cuando volteo a hacía abajo se quedó helado.
Era una mujer, pero tenía la cara completamente ensangrentada y su ropa rasgada; había sido golpeada brutalmente.
—Ayuda... —le costaba muchísimo hablar y William se agachó para ayudarla a levantarse... realmente estaba mucho peor de cómo había imaginado y necesitaba llevarla a un doctor.
—Tranquila, te voy a llevar a un hospital —la chica negó frenéticamente—. Oye, espera te vas a lastimar más, ¿quién te lastimo?
Ella comenzó a llorar y William se sintió mal, la pobre estaba en un estado deplorable.
—Bueno...te voy a llevar a mi casa —como la chica no se podía ni mover, él la levantó en brazos.
Sintió un cosquilleo en su cuello al sentir la respiración entrecortada de la chica, pero eso se borró de su mente al recordar lo mal que estaba.
Se preguntó que animal le habría hecho eso, porque parecía que le habían pegado con toda la intención, con rabia.
Para su buena suerte, por ser ya tarde, no había policías en la ruta de camino a su departamento, por estaba claro que ni loco la podía llevar a casa de sus tíos, esa sería la comidilla del día siguiente y para rematar ahí estaría su madre, no, definitivamente eso era una mala idea.
Aún con ella en brazos, con un poco de esfuerzo, logró abrir la puerta de su "departamento de soltero"
Había sido un regalo de su tío cuando cumplió la mayoría de edad, para que no tuviera reparos en llevar chicas allí, mientras esperaba a la chica correcta, aparentemente su tío Francisco creía que era igual que Marcos, su otro tío.
Nunca había llevado a nadie y justo cuando lo hacía, no era precisamente una cita sino una chica casi muerta a golpes.
Curó sus heridas lo mejor que pudo, se horrorizó cuando vio que también le habían cortado a tijeretazos irregulares el cabello, le sorprendía que no le hubieran hecho daño a la cara, más aún si era posible.
Quería quitarle esa ropa ensangrentada pero sabía que no era correcto, aunque... ¡al diablo con lo correcto!
Él limpio toda la sangre del cuerpo de la chica, la vistió con una de sus camisas y la cubrió con un cobertor para dejarla dormir.
Después de curarla, pudo notar que aún con los golpes y el cabello mal cortado, la mujer era hermosa, tenía un aura de serenidad; parecía una muñequita de cristal.
William miro hacia la ventana, no sabía quién era la chica, ni siquiera le había podido preguntar su nombre pero ¿acaso importaba? No, porque solo con verla sentía una especie sentimiento raro, algo que nunca había sentido y que le asustaba de sobremanera.
Había sido una fea y extraña coincidencia, pero solo por conocer a ese bello ángel herido, estaba dispuesto a repetirlo.
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