La rosa

Manos temblorosas, una rosa marchita y roja,
Para ella, mi hermosa, ahora fría y sin boca.
Esperándola en vano, un tormento sin igual,
Mi desesperación, un grito en la oscuridad.

Una hora pasó, un siglo de agonía,
Luego otra más, en mi locura sombría,
La impaciencia, un cuchillo que me desgarra,
Su ausencia, un vacío que me destroza y amarga.

La busqué, perdido, entre sombras y escombros,
Su cuerpo inerte, un peso en mis hombros,
La rosa, testigo mudo de mi crueldad,
Sobre su pecho, la arrojé en mi soledad.

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