CAPÍTULO 3: EL DESFILE

CAPÍTULO 3: EL DESFILE

Poco después de llegar al capitolio, los estilistas se ocuparon de los tributos. Cada uno fue llevado a una sala donde los prepararon para ser exhibidos. Finnick no sabía lo que le deparaba ese día, pero tampoco estaba nervioso. Se tumbó en la camilla que había en la sala y comenzaron a lavarlo. El agua recorría todo su cuerpo, en su distrito trabajaban en la pesca, por lo que estaba acostumbrado a sentirla en su piel. Sin embargo, no estaba acostumbrado a algunos de los tratamientos que le estaban realizando ni a tener manos de desconocidos recorriendo su cuerpo. Era algo intimidante porque habría deseado que las primeras manos que tocaran su piel fueran las de Peeta. Intentó cerrar los ojos para que su imaginación aliviara sus nervios, pero era incapaz de pensar que esas manos fueran las de su amado. Él jamás lo tocaría así, lo haría de otra manera, mucho más suave y delicada. Después, le dieron una bata y lo acompañaron hasta una sala donde Peeta ya estaba esperando instrucciones.

Los dos amigos se abrazaron y no pudieron evitar que sus labios se juntaran en un beso algo pasional porque ambos eran conscientes de la poca ropa que llevaban y lo fácil que resultaría quedarse desnudos. Parecía que cada segundo que pasaban separados era una eternidad porque significaba un segundo menos juntos, sabían que tenían el tiempo contado, al menos para poder estar juntos físicamente. Habían llegado a la conclusión de que lo mejor sería aprovechar cada segundo que tuvieran para estar juntos y disfrutar de esa "relación" que tanto habrían deseado, aunque ni siquiera ellos sabían realmente como definir su situación en esos momentos.

Un hombre entró y se acercó a ellos. Era alto y moreno de piel, llevaba una peluca verde que tenía una cresta en medio, unas pestañas postizas con los colores del arcoiris y cada uña de la mano pintada de un color diferente.

– Soy Kam, vuestro estilista. Quiero que os quitéis las batas para ver vuestros cuerpos. Vamos a dejar que todo Panem disfrute de las vistas, con un poco de suerte, uno de los dos seréis el campeón. – El hombre aplaudió con una sonrisa, imaginando lo que conseguiría si eso se hacía real. Sería un gran impulso para su carrera.

Los jóvenes obedecieron y se quedaron totalmente desnudos para que el otro los pudiera ver. Era una sensación muy extraña, era la primera vez que alguien los veía así y no era nada cómodo. Sobretodo porque estaba observando a conciencia, y no precisamente de manera discreta, las partes más íntimas y privadas. Hizo que dieran una vuelta para poder ver sus traseros y ellos fueron más que conscientes de eso. Además, era la primera vez que ambos estaban desnudos juntos y eso era aun más intimidante, incluso cuando ambos evitaban mirar al otro por miedo. Sentían que su primera vez en esa situación no debería haber sido así, debería haber sido en una habitación, con pétalos de rosa en la cama y algo de música suave para crear ambiente.

– Tengo buen material, definitivamente puedo trabajar con vosotros. Había pensado en que, como en vuestro distrito trabajáis con peces, podríais salir como sirenas y tritones.

Los dos asintieron aunque no sabían si realmente les estaba pidiendo permiso o no. Tampoco era que importara mucho. Antes de que fueran conscientes, varios ayudantes se acercaron para ponerles una especie de slips de color gris con un estampado que simulaba escamas de pez. Después, los maquilladores comenzaron a pintar la parte exterior de las piernas y sus pies con el mismo dibujo que los calzoncillos mientras los peluqueros se esforzaban en darle un aspecto húmedo y algo informal a sus cabellos. El toque final de vestuario se lo darían cuando llegaran a los carruajes puesto que no podrían andar una vez finalizaran su preparación.

Cuando ya no podían hacer nada más en ese lugar, todos salieron dejando a los jóvenes unos minutos a solas mientras iban a preparar a las chicas.

Finnick miró a Peeta, no era así como tenía planeado ver el torso desnudo de su amado, pero no era su elección. El más bajo parecía tan avergonzado, tímido e indefenso que el joven de ojos verdes tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abrazarlo en ese momento. Como le gustaría protegerlo de todo y de todos, pero temía estropear el trabajo de los maquilladores.

Acabaron cogiéndose de la mano y juntando sus labios en un beso suave para desearse suerte. La iban a necesitar para llamar la atención de los patrocinadores, eso podría suponer la diferencia entre vivir o morir en la arena.

Al final, fueron a buscarlos para acompañarlos hasta el lugar donde comenzaría el desfile de tributos. Se reunieron con las chicas, que también tenían las piernas pintadas y una braga con el mismo estampado. La única diferencia en los atuendos era que ellas llevaban dos estrellas de mar cubriendo sus pechos para que no se vieran los pezones. El cabello de las menores también estaba húmedo y tenía ese toque desenfadado.

Cuando llegaron a los carruajes, el estilista les dio una prenda del mismo color que su ropa interior. Eran dos rectángulos de tela unidos por varias gomas elásticas grises. Tenían que ponérselo sobre las piernas, de manera que las telas quedaran cubriendo la parte interna de sus piernas para que no se viera la separación de ambas y así pareciera que tenían piernas de pez. Las gomas quedaban sobre la parte tatuada y se disimulaban bastante bien, salvo que alguien los viera demasiado cerca, algo que no pasaría ese día.

En su carruaje habían puesto una pequeña plataforma para que pudieran mostrar las piernas. Irían sentados con las piernas visibles desde el exterior y sus cuerpos girados para mirar hacia el frente, las dos chicas en el centro y ellos un poco más atrás, a los lados, para que se pudieran ver bien a los cuatro.

Cuando ya estaban en posición, esperaron a que salieran los carros que llevaban a los tres primeros distritos. Todos saludaban y sonreían, intentando causar buena impresión entre los asistentes y las personas que veían desde sus casas todo lo que sucedía.

El turno del Distrito 4 llegó y Peeta y Finnick se miraron a los ojos. Ese gesto se había convertido en algo habitual entre ellos, no sabían qué decirse ni como expresar lo que sentían, por lo que esperaban que sus miradas lo dijeran todo. El chico de ojos azules acarició la espalda del otro, de arriba a abajo, con toda la dulzura del mundo antes de que los caballos comenzaran a caminar.

Los tributos masculinos del Distrito 4 sabían que estaban siendo los protagonistas. Sintieron como los aplausos y los murmullos aumentaban a su paso. Las chicas no eran tan bonitas y tampoco sabían acaparar la atención de los espectadores. Ni siquiera la más pequeña con su inocencia podía eclipsar a los dos chicos.

Después los llevaron al lugar en el que dormirían durante los días que durase la preparación. Estaba en el cuarto piso y era un lugar enorme. Una gran sala les daba la bienvenida, distribuida entre una zona de esparcimiento con sofás que parecían muy cómodos y televisión y una zona comedor. Había un pasillo por el cual se accedía a los baños y a las habitaciones.

Tenían una semana para disfrutar del lugar, una semana completa en la que se prepararían para Los Juegos Del Hambre más difíciles de esos 50 años.


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