4. Un "Lo siento" & un "Adiós"

Uno, dos, tres.... Finalmente llegué a la casa de la que provenía la señal de sus mensajes, y con el pulso algo acelerado toqué el portón de entrada.

-¡Ya voy! -Escuché una voz femenina del otro lado de la puerta.

Y entonces apareció.... Ella estaba frente a mí, la chica con la que había charlado por horas a través de un monitor, la que me había hecho reír con sus ocurrencias, la que había empezado a cambiar mi pensamiento, esa misma chica estaba ahora frente a mí con la expresión de confusión más épica de todas.

-¿José-Ma? -Casi preguntó, como sin poder creer que fuera yo.

Asentí con la cabeza. Idiotamente, no sabía qué hacer o qué decir, me había quedado congelado frente a ella.

-¿Qué haces aquí? -Indagó, aún parecía confundida, y miró algo nerviosa detrás de sí, como supervisando que no hubiese nadie cerca dentro de la casa.

-Tenía muchas ganas de verte. -Poco a poco salí de mi estupefacción -y por eso decidí venir al fin, porque te quiero y quiero estar contigo.

Abrió los ojos, más sorprendida que antes, volvió a mirar hacia atrás. Suspiró con pesadez y negó con la cabeza, mirándome con un semblante de congoja.

-José, yo...

-¿Quién es, mi amor? -Y entonces un tipo apareció tras ella y al verme se acercó a la puerta. Se detuvo y me miró expectante.

-¿Quién es él? -Le pregunté a ella, temiendo recibir la respuesta que ya sospechaba.

-Es Piter -contestó desviando ligeramente la mirada -mi novio -remató casi en un susurro ahogado.

En ese instante sentí que el mundo se me caía a pedazos; qué idiota había sido al pensar que realmente me esperaría como yo la había esperado a ella, ¿realmente había pedido demasiado, no? O quizás ella ni siquiera habría de esperarme, pues el que no llegaba era yo.

-¿Y quién es usted? -Me preguntó el joven hombre.

-Soy...

-Es José Marcos -ella completó lo que yo pude haber dicho -es un amigo.

Y escuchar aquella palabra me hizo sentir aún más imbécil; claro, un "amigo," eso y nada más.

-Ya veo... -Apenas y dijo el tal Piter.

Ella parecía incómoda y yo tampoco sabía qué hacer.

-Debemos hablar, José -dijo mirándome seria.

-Me parece bien -contesté sin ceder.

Claro que teníamos que hablar, tenía que explicarme aunque fuera un poco lo que sucedía.

Piter nos observó algo extrañado.

-Volveré en un rato, Pite -le dijo antes de tomar una chaqueta y unas llaves y salir de casa, conmigo siguiéndola de cerca.

Me condujo a un parque infantil relativamente cercano a su casa y nos sentamos en unos bancos mientras los niños jugaban a nuestro alrededor. La miré en silencio, solo esperando que ella decidiera hablar.

Suspiró largamente con los ojos cerrados y cuando los abrió, me miró triste y profundamente.

-¿Por dónde debería empezar?

-Por el principio -insté con tranquilidad a medias, pues tenía los nervios totalmente destrozados.

Tomó aire y emprendió:

-Para ser sincera, jamás creí que hablar con alguien que se encontraba tan, tan lejos como tú, pudiera hacerme sentir de esa manera, pudiera hacerme tan feliz solo con hablarle, así eran las cosas contigo -antes de que pudiera darme cuenta, su mirada se empezaba a cristalizar mientras no dejaba de verme fijamente -todo contigo era muy bonito a pesar de que ni siquiera nos conocíamos en persona.

En un punto pareció quebrarse, y me miró con el entrecejo junto, como si no pudiera continuar. Pero yo había llegado hasta su país solo para hablar con ella, al menos necesitaba una explicación. Y la conseguiría de una manera u otra. La conseguiría incluso si a mí me doliera escucharla más de lo que a ella le dolía decirla.

-¿Y qué sucedió entonces? -Indagué.

-Las cosas comenzaron a cambiar demasiado rápido, cada uno tenía nuevas actividades y no sé en qué punto todo esto nos consumió -pareció retomar fuerzas para contestar, pero poco a poco, estas mismas fuerzas parecían desvanecerse -yo... jamás deseé que todo ocurriera así pero no lo pude evitar, y al parecer tú tampoco.

Nuevo silencio.

-Fui un verdadero tonto -admití después de casi un minuto de silencio sepulcral.

-¿Por qué lo dices? -Me miró extrañada.

-Para mí significaron mucho aquellas tardes enteras por cam sin decir nada, yo realmente sentía que nuestras miradas hablaban, ¿sabes? Fui un verdadero imbécil al pensar que sentías lo mismo.

Apretó los labios con fuerza, su mirada parecía cada vez más débil.

-No es que no hubiesen significado nada para mí, JoséMa -y ahí iba de nuevo con su apodo, confundiendo mucho más mi pobre mente que de por sí ya estaba hecha una mierda -tampoco es que no sintiera nada por ti, es que... -se detuvo de repente.

-¿Es que qué?

-No lo sé... -una lágrima traicionera cayó libre por su mejilla, pero la secó con el dorso de su mano rápidamente.

Ah, sí, yo la conocía bien. Siempre tan orgullosa, siempre evitando verse vulnerable, siempre intentando no llorar. Pero en ese instante estaba llorando frente a mí aunque esa no parecía su intención en absoluto. Y verla vulnerable no me hacía bien en absoluto a mí tampoco, si yo la amaba, su dolor sería mi dolor, y en ese momento lo confirmé.

-De repente sentí que todo estaba mal, que había algo incorrecto... -fue capaz de terminar al fin, pero volvió a quedarse en silencio.

-Está claro que nunca fue lo correcto -vale, yo ya me estaba enfadando aunque sabía que no podía, que no tenía ningún derecho: no podemos obligar a las personas a que nos amen-, empezando porque soy mayor que tú y encima vives putamente lejos de España, además mi vida es la música, no hay tiempo para el amor -fui rotundo-, y siempre pensé que las cosas seguirían así hasta que apareciste tú y sin ni siquiera verte en persona, cambiaste mi mundo.

-¿Crees que no cambiaste el mío? De repente estaba hablando cada día con un chico español y sentía que me estaba enamorando muy rápido, ni mis amigas lo hubiesen creído pero era así. Sin saberlo, sin haberlo planeado, me estaba enamorando de un desconocido, y eso era algo sin sentido.

-Sin sentido... -repetí sus palabras, meditando en ellas -claro, tienes razón... no tiene sentido enamorarse de alguien que no conoces, entonces soy demasiado absurdo, ¿verdad?

Me miró, parecía sorprendida. Al final sacudió la cabeza y dejó escapar una nueva lágrima, y esta vez no se preocupó en ocultarla.

-¿Y si jamás aparecías? ¿Y si te enamorabas de alguna compañera tuya, alguna española más? -Reclamó - ¿y si me enamoraba de un espectro, una ilusión como una tonta? ¡¿Qué hay de mí, José?! -Esta vez su tono sonaba a reproche -a eso era a lo que más le temía, a que sólo fueras una mágica silueta que se llevara el viento.

Entonces reflexioné en lo que me decía. Vale, en el fondo yo sabía que tenía razón, yo mismo había llegado a sentirme de esa manera con ella. La diferencia era que yo no había buscado una española para olvidarla o algo así.

Sin embargo, yo entendía también lo que sentía, pero me negaba a aceptarlo tan fácilmente, ¡y dolía tanto!

-Y entonces apareció Piter, y él empezó a meterse cada vez más hondo en mi corazón -remató, como una estaca clavada directamente en mi propio corazón -lamento no haber tenido antes el valor de decírtelo pero no sabía cómo. Perdóname por favor...

Un nuevo e incómodo silencio apareció.

-Vale, lo pillo -contesté al fin, con cierta frialdad en mi tono de voz -he llegado demasiado tarde a ti, lo sé, ahora me siento perdido, entiendo que tu corazón solo me ve como un amigo.

-JoséMa... -dijo con un hilillo de voz.

-Está bien; comprendo que el mío es un amor incorrecto, y que no soy yo el príncipe de tu cuento, soy muy tonto al creer en estas idioteces aún. Quizás debimos comprar un manual de instrucciones para poder amarnos sin condiciones, pero no creo que vendan algo así ni en España ni en Colombia.

-Lo siento tanto... -apenas y soltó.

Negué con la cabeza.

-No hay lío, así son estas cosas -pretendí ser fuerte y me puse de pie -supongo que ya es hora de irme, lamento las molestias, pequeña.

Ya en ese instante parecía ansiosa, y se puso de pie casi al instante después de que lo hiciera yo.

-¿Te vas ya?

-¿Y crees que puedo quedarme? -Casi me mofé -no tengo frases sino lágrimas que pretenden volar en el aire, he aprendido que lo importante no se paga con monedas, como el amor que se marcha o como el dolor que se queda...

Apretó los labios una vez más, y me miró suplicante.

-¿Crees que al menos podremos ser amigos?

Me quedé en silencio, meditándolo aún, ¿podríamos ser amigos después de todo? Ni yo estaba seguro. Pero al final, casi impulsado por una extraña inercia que me movía involuntariamente, para su sorpresa, sonreí y asentí con la cabeza antes de dar media vuelta y marcharme.

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