Por favor, no me hagas amarte

AMOR VINCIT OMNIA

Autora: Clumsykitty

Fandom: Marvel/The Sandman (crossover).

Pareja: MorfeoxTony

Derechos: ¿todavía existen?

Advertencias: esto es un crossover así que hay cambios para más placer porque no es una cátedra de canon sino un fanfic para soñar y suspirar porque eso es bueno para el alma. Con muchos toques de angustia y eventos algo desagradables. Una historia de encargo.

"Amor Vincit Omnia", el amor lo conquista todo.

Gracias por leerme.


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Por favor, no me hagas amarte.


"Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece."

Eurípides.

"El azar tiene muy mala leche y muchas ganas de broma."

Arturo Pérez Reverte.



Pocas veces, realmente muy pocas, Morfeo había mostrado interés en los asuntos de los mortales y de estos mismos cuyos sueños gobernaba. De esas escasas ocasiones en que volvía la mirada a un rostro humano había sido porque alguno de ellos lo había buscado explícitamente, nunca fue que él en persona estuviera tras esas almas que iban y venían con el paso del tiempo. No los necesitaba, era también cierto, por eso mismo estaba alejado de sus pesares, de sus vidas tan cortas a sus ojos eternos. Sus ocupaciones mayores estaban en controlas los sueños y pesadillas, no en atender soledades envueltas en dramas baratos como se le antojaban las vicisitudes del mundo humano.

Así que cuando merodeaba por una mansión, buscando una de sus pesadillas sueltas por ahí cerca, fue muy inusual para el amo del reino de los sueños el que un llanto de recién nacido atrajera su atención. Los había escuchado por montones siglos atrás, unos más lastimeros que otros, sin que ninguno lo hubiera atrapado lo suficiente para detenerse en su tarea, desviándose solo por mirar ese tierno rostro en una cuna con un puchero acompañado de un par de ojos castaños donde había prisioneras un par de lágrimas, sus manecitas junto a su cabeza en puños temblorosos. Morfeo frunció su ceño, preguntándose qué tenía de especial ese pequeño niño, ahí abandonado en una elegante cuna de madera fina mientras sus padres discutían por algo habitaciones más alejadas.

No lo supo, tan solo se acercó a la cuna, encontrando esos ojos inocentes clavándose en los suyos. Un dedo de Morfeo rozó apenas la mejilla rosada, recibiendo a cambio una tierna sonrisa por encima de las lágrimas, una manecita atrapó su dedo, transmitiéndole ese calorcillo que solamente los infantes son capaces de proveer a esos extraños que aparecen en sus vidas como un bálsamo que calma sus penas que nadie puede escuchar. El Eterno le sonrió, no supo bien el por qué, no tenía necesidad de hacerlo ni tampoco el bebé, pero aquel gesto le dio algo especial, pegándose a la cuna para limpiar las lágrimas del infante, su mano quedándose sobre su frente, murmurando algo solo para el pequeño.

—Dulces serán tus sueños, aunque la realidad sea amarga. Ahora ve y diviértete entre hermosas fantasías hechas para ti, yo me encargaré de ello... Anthony Edward Stark.

El bebé pareció reconocer su nombre, gorgoteando en respuesta, agitando sus manecitas con un ligero bostezo al ser inducido al mundo de los sueños que Morfeo decoró para él con todas las cosas dulces que su reino tenía para un recién nacido, haciéndolo olvidar la soledad de su cuna en esa enorme habitación elegante como falta de ambiente familiar. Hizo que sus mejores seres mágicos divirtieran al pequeño, mostrándole sus trucos, llevándolo sobre sus alas o en su lomo de paseo por los magníficos paisajes oníricos llenos de color y vida hasta que llegara el amanecer en su mundo, dejando ese reino hasta la noche siguiente para continuar con sus tiernas aventuras.

Anthony siempre buscó la noche, ansioso por cerrar sus ojos para cambiar las lágrimas por las risas que le proveían sus sueños donde tomaba la mano de un hombre silencioso vestido en negro que sujetaba su manecita mientras iban de paseo entre dragones, hadas, arcoíris que cantaban o exploraban cosas que los seres humanos todavía no descubrían. De vez en cuando, por las tardes o los mediodías, el pequeño Anthony tomaba sus siestas teniendo un vistazo de lo que sería por las noches, eso lo ayudaba mucho cuando se quedaba solo en esa mansión, acompañado nada más por Jarvis quien le recordaba al guía de sus sueños por ser alguien también muy amable que ocultaba con una sonrisa lo que pasaba alrededor.

—Mo —llamó el pequeño recién aprendiendo a hablar— ¿Pudo estal acá po siempre?

—¿Deseas vivir aquí por siempre?

—Ujum —Anthony tironeó de su gabardina— Po favol.

—Me temo que eso no es posible pequeño Tony —Morfeo se puso en cuclillas al verlo hacer un puchero con lágrimas que corrieron aprisa por sus mejillas— El mundo de los sueños no es para los humanos, además, no puedes dejar tu familia.

Tony se encogió de hombros, sorbiendo su nariz, Morfeo tomó su mentón, levantando su rostro que acarició, limpiando sus lágrimas como ya esa costumbre para su pesar.

—Pero siempre puedes venir, cada que lo desees. Y recorreremos juntos tus sitios favoritos.

—Tú tapoco me keles.

El amo de los sueños se quedó serio, no había caído en cuenta de eso, pero los sentimientos humanos estaban fuera de su alcance como la vigilia. Sin embargo, en el caso de Tony, había algo en su pecho que se agitaba cada que lo veía llorar así.

—¿Por qué dices eso?

—No me keles dejal acá.

—Porque no puedes, te lastimaría, y tú también lastimarías a los demás. ¿Deseas eso en tus amigos del campo floreado?

—¡No! —gimoteó Tony, tallándose un ojo con el antebrazo— Lo chento.

—Estarás bien, siempre voy a estar contigo.

—¿Lo pometes, Mo?

—Lo prometo, Tony.

Fue Morfeo quien le dio ese sobrenombre, Tony, y que el pequeño demandaría fuese aplicado a él en todo momento aunque implicara no usar el elegante nombre de la familia que sus padres habían elegido. Hizo para el pequeño mundos que solo podían ser visitados por él, por ningún otro ser humano, un capricho del rey de los sueños, asombrando a Lucienne con eso, pues sin duda implicaba que su señor estaba involucrándose más de la cuenta en una sola mente, en un solo corazón. Hubo un tiempo en que lo hizo con fatales consecuencias y se lo hizo saber una noche.

—Esto puede ser peor que aquella vez, señor, porque está caminando junto a él.

—No hay por qué alarmarse, además, estoy buscando mis pertenencias mientras tanto.

—Pero, señor...

—Hay asuntos más urgentes qué atender, Lucienne.

Tony había aprendido que ese hombre pálido de cabellos negros como sus ropas era alguien que los adultos no podían ver ni tampoco entender su existencia. Lo comentó apenas con Jarvis, quien pese a su gran corazón lo tomó como un invento de una mente infantil ansiosa por sentir protección ausente en esa figura paterna cada vez más alejada de él, apenas si cubierta por su madre. Conforme las noches pasaban, la mente de Tony, alimentada por todos esos mundos donde él era la estrella principal, despertó en creatividad y ansias por indagas si aquello que veía junto a Morfeo podía ser replicado en el mundo real. Eso lo hizo tan brillante como Howard, su padre, y también le ganó cierta antipatía de este pues el pequeño era mejor al no tener los límites de la lógica y la razón en sus creaciones previamente vistas en el mundo onírico.

Esas creaciones las presentaba a Morfeo, esperando por su opinión, a veces haciendo un puchero cuando veía ese ceño fruncido al no estar complacido con lo que había hecho, otras dando brinquitos porque aparecía una pequeña, casi imperceptible pero existente sonrisita de alegría. Tony no podía comprender la magnitud de semejante gesto en un Eterno como él, en su percepción infantil, esa clase de cosas podían ser completamente normales, algo que siempre sucedería igual que cuando tomaba esa mano larga de dedos finos que lo llevaba a un nuevo paraíso donde sus lágrimas eran de felicidad y no de miedo porque un puño de su padre lo amenazara.

Así, la Mansión Stark no era tan fría ni aburrida, menos cuando tenía el mejor secreto de todos, que lo colocaba según el punto de vista de Tony, por encima de sus tontos compañeros de clase a los que había que repetirles las cosas todo el tiempo. Ellos no eran invitados de Morfeo, no lo podían llamar ni tampoco pasear en su reino como él lo hacía. Una vez, por la euforia de un partido en el que resultó victorioso, a Tony se le escapó decir sobre las aventuras que disfrutaba en el mundo de los sueños. Como era de esperarse, se burlaron de él pues nadie de todos esos niños tenía semejante privilegio, tomándolo por un excéntrico igual que sus tonterías de materiales diversos que llevaba a clase esperando los halagos de los profesores y de estudiantes mayores.

Cuando la escuela se quedó corta para la educación de Tony, su madre pudo convencer a su padre de enviarlo a un sitio mejor. Lo que Howard entendió fue que debía estar en un internado donde aprendiera modales de paso y dejara de estar presumiendo que su mente tenía todas las respuestas a lo que no se había inventado todavía. Eso le dolió mucho a Tony, creyendo que por moverse de un lugar a otro, Morfeo no lo encontraría. Sus angustias fueron consoladas esa misma noche en que llegó a Suiza, arrojándose sin más a los brazos de su amado protector, aliviado de tenerlo ahí porque el lugar era espantoso, todos hacían lo mismo sin hacer preguntas y obedeciendo sin más, lo peor que podía sucederle.

—¡Mo! —jamás dejaría de llamarlo así— ¿Qué me mostrarás esta noche?

—Tu lugar favorito, el reino de los dragones.

—¡Sí! ¡Estoy listo!

Escuchar esa risa fresca, alocada y sin restricciones producía un efecto calmante en la mente de Morfeo, como si ver esos músculos formar aquella sonrisa coqueta por naturaleza encapsulara ciertas dichas que ya había olvidado con el paso de los eones. Hubiera querido tener su casco y demás, para así darle a Tony mucho más de lo que estaba ofreciéndole, pese a que el pequeño estaba más que satisfecho con sus regalos fantásticos. Tony amaba a los dragones al considerarlos las criaturas más perfectas de todas, guardando unas ansias por darles vida cuando despertara a la mañana siguiente, contándole sus alocados planes a Morfeo, quien le dejaba hacer por escuchar nada más esa vibración única de su voz mientras acariciaba sus cabellos castaños.

Morfeo se dio cuenta del poder que tenía Tony sobre él una noche en que lo halló empapado en lágrimas con un ojo morado. Howard lo había golpeado, envidioso del pequeño invento que su hijo había logrado simplemente con el poder de su imaginación. Se trataba de un reactor rudimentario, pero cuya base prometía ser un parte aguas de la tecnología igual que lo fuera el teléfono o el cinematógrafo. Tony no deseaba pasearse entre animales mitológicos ni conversar con figuras que solamente se leían en los libros, su ánimo estaba muy decaído, pues no había sido el puño de su padre lo que lo lastimara, sino sus palabras que lo hicieron sentir como algo roto, defectuoso que no merecía ser amado.

—No puedes creerle, Tony —Morfeo frunció su ceño— Son mentiras.

—¿Y si es verdad?

—Imposible.

—Soy el único que puede verte, los demás no. Creí que era porque yo soy especial, ¿qué tal si más bien es que soy una aberración?

—Tony, tú eres especial, lo eres para mí.

—No me mientas —sollozó el pequeño— Tú no me mientas porque me dolería más.

—Soy incapaz de decir mentiras.

—¿Por qué mi padre no me quiere?

—En cada corazón, hay nudos que no se desatan nunca y provocan que se desee dañar a los demás en espera de que eso alivie la agonía interna.

—Mo, ¿crees que algún día yo pueda hacer algo tan genial que todos me aplaudan?

—Lo harás.

—¿Vas a estar conmigo cuando suceda?

—Lo haré, Tony.

Fue en un cumpleaños del chico de cabellos castaños y ojos chocolate que Morfeo recibió de él un tímido beso en su mejilla cuando creó para él un dragón carmesí con un corazón brillante en color azul. Ya había recibido besos de su parte, pero ese en particular hizo que reconsiderara esa inclinación tan marcada hacia un ser humano. Tony ya no era tanto un niño pequeño, su cuerpo comenzaba a madurar, pasando por la terrible etapa de la infancia donde despertaban ciertos deseos e inquietudes propias de su edad y que podían marcarlo de por vida si terminaban en veredas tortuosas. Nunca le daría semejante pena, solo fue esa inquietud al ver esos lindos ojos brillar de una forma distinta lo que hizo que Morfeo se preguntara si no era tiempo de soltar su mano.

Lucienne también opinó lo mismo, ofreciéndole un plan para que no fuese tan brusco, de manera paulatina y así evitar un trauma pues el contacto de años con un Eterno podía lastimar un alma humana. Justo estaba en esas cavilaciones cuando tuvo un rastro del Corintio, a quien buscaba con afán pues sabía que estaba volviéndose cada vez más fuerte. Nunca lo hizo con intención de abandonar de golpe a Tony, olvidando que para alguien como él, el tiempo funcionaba dispar con la vida mortal. Los padres de su querido niño fueron asesinados, dejándolo huérfano de golpe, a merced de ambiciones ajenas sin que él hubiera aparecido cuando Tony lo llamó desconsolado porque lo invadió un miedo tremendo.

Cuando Morfeo volviera a su vida, se encontraría con la espantosa sorpresa de que el castaño había caído en el alcohol a tan joven edad por la presión de ser el único heredero de la fortuna Stark como del legado de su padre, un genio que pudo superar bajo una celosa vigilancia de su tutor, un tal Obadiah Stane. Para Morfeo había sido tan solo un momento, para Tony fueron un par de años en los que sufrió una horrible soledad, queriendo huir de Stane cuya presencia detestaba por buenas razones. Seguía buscando dar vida a lo que recordaba del mundo de los sueños, en particular su corazón de dragón como le llamaba, pero ya no era por diversión, era una forma de evadir su corazón roto.

—Tony.

—¿Qué haces aquí?

—Nunca quise dejarte solo tanto tiempo.

Tony apretó una sonrisa triste, esos lindos ojos ya no brillaban ilusionados, estaban apagados, sin el rastro de esperanza que sembrara en ellos.

—Está bien, todos se marchan.

—Tony...

—Jarvis murió el mes pasado.

Morfeo hubiera querido las palabras de su hermana en esos instantes, ella que sabía de eso podía aconsejarle qué decirle a esa alma solitaria que gritaba por ayuda. Se acercó al castaño, ofreciéndole una vez más su mano como cuando era pequeño.

—Pasará, como todo.

—¿Todavía puedo caminar a tu lado?

—Hice una promesa.

—¿Por qué me dejaste?

—No lo hice.

Esta vez hubo titubeo en Tony al sostener su mano, y un enojo fuera de su naturaleza apareció en Morfeo porque el alma del castaño estaba herida de una forma que le tomaría mucho tiempo el poder sanarla. Incluso llegó a enfadarse con su amada hermana Muerte por haber tomado la vida de los padres de Tony sabiendo de antemano que no eran cosas que ella pudiera controlar a voluntad precisa. Fue tal el sentimiento imposible en el Eterno, que hasta le pareció sensata la posibilidad de buscar a Deseo para que calmara la pena de su tierno chico cuya sonrisa no alcanzaba a sus ojos. Una serie de pensamientos incongruentes e incluso prohibidos cuya aparición se debía solo a la urgencia de hacerlo feliz.

Al menos retomaron sus paseos, Morfeo esforzándose por crearle mejores mundo donde pudiera descansar y sanar su corazón, trayendo de vuelta ese dragón que tanto gustara. Tony aceptó todo, no con la sonrisa que hubiera esperado más dispuesto a estar a su lado. Poco a poco, se dijo Morfeo mientras caminaban por los campos de pastos susurrantes y las nubes cantaban las melodías que más le gustaban al castaño, hadas revoloteando a su alrededor llamando su nombre con un viento cepillando cariñoso sus cabellos. El alcohol fue un gran rival a vencer, que tomó varias noches de varias semanas para alejarlo del hambre de cariño que Tony padecía.

Morfeo no se contuvo más una noche en que caminaban por un amplio puente que daba a su palacio, de estrellas titilando bajo sus pies y estelas danzarinas como auroras boreales. Tony le miró fijamente, apenas sonriendo más tranquilo, resignado a la idea de que sus días junto a él estaban contados. No se lo permitió, sujetándolo por los codos al atraerlo a su pecho para besarlo. Sí, era algo prohibido. Sí, era un gran error que no debía permitirse como Eterno, pero no le importó. Todo lo que deseó fue calmar ese monstruo voraz que estaba tragándose la alegría en el castaño a quien apresó entre sus brazos, uniendo su boca con la de Tony en lo que pudo ser una eternidad o solo un fugaz momento que sería preciado en sus recuerdos para siempre.

—Mo... —Tony jadeó, sus mejillas sonrojadas, abriendo sus ojos.

—Yo caminaré a tu lado.

—No me dejes, por favor no me dejes.

—Aquí estaré.

Tony se refugió en su pecho, riendo de esa forma en que el Eterno había anhelado volverlo a escuchar, liberando unas lágrimas contenidas por el miedo a ser abandonado una vez más. Desde esa noche, el humor del castaño cambiaría por uno más entusiasta, como en los viejos tiempos cuando era más pequeño y las amarguras del mundo todavía no dejaban heridas en su corazón. Volvió a desear hacer real ese corazón de dragón, ahora que ingresaba a la universidad al ser un joven genio con muchos ánimos por mostrarle al mundo las cosas que solo sus ojos habían sido dignos de contemplar en inventos que más de uno no comprendieron y otros aplaudieron en lo que llamarían una muestra digna del nuevo Da Vinci de los tiempos modernos.

Pero esa suerte iba a ser mutilada no por la voluntad de alguno, un Vórtice amenazó el reino de Morfeo y se vio envuelto en una pelea a muerte de la que apenas si salió vivo al no poseer sus sagradas herramientas con qué defenderse. Eso dejó a Tony vulnerable, por un lado lidiando con la ponzoña que Obadiah Stane susurraba en su oído y por el otro, el miedo creciente a que esta vez el Eterno en verdad ya se hubiera hartado de él porque había visto que no valía la pena como temía en lo profundo de su alma, en especial cuando las noches pasaron sin que apareciera, ni una sola señal. Ni siquiera ese cuervo compañero suyo que en ocasiones así le saludaba para avisarle que estaba ocupado en asuntos muy importantes.

La sonrisa tan brillante que a Morfeo le costara volver a crear, fue desapareciendo conforme las estaciones cambiaron sin que este apareciera en los sueños de Tony que se hicieron más oscuros a tal grado que prefirió quedar inconsciente de alcohol a tenerlos. Se convirtió en el joven y exitoso millonario de Industrias Stark que todo mundo envidiaba, sin saber que a solas todo lo que anhelaba era la aparición imposible de un ser que se dijo, siempre fue producto de su imaginación. Mientras él iba creciendo, cada vez más solo, más agobiado por las presiones sociales y sus compromisos con Stane, ese temor en su corazón atrajo otra cosa de una naturaleza más perversa.

—Ah, ¿con que tú eres Tony? Tony. Eres ese Tony. Tony.

—¿Quién eres? —el castaño se alejó de inmediato.

—¿No lo sabes? ¿Él no te contó sobre mí?

—... n-no...

—Oh, no hay problema, eso lo podemos resolver —sonrió el Corintio.

En un acto ingenuo, Tony huyó de él tomando un vuelo hacia Afganistán creyendo que eso pondría distancia entre aquel ser y su persona. Cuando despertara luego de que una bomba le estallara, con un aparato metido en el pecho, prisionero dentro de una cueva bajo amenaza de muerte y la promesa de que le esperaban las más espantosas noches por la sonrisa del Corintio, Tony abandonó la esperanza de volver a ver a Morfeo, derramando las primeras lágrimas que alimentarían a la pesadilla que lo acompañaría en su cautiverio para asegurarse de que sufriera lo suficiente para no olvidarlo.

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