PRÓLOGO

Emily entró al salón en el que se celebraba el baile de graduación. Buscó a su pareja, el chico más guapo de la escuela. Competía en el equipo de esgrima. Su porte elegante y su fino hablar siempre la habían impresionado.

Atravesó el umbral de la puerta adornada con una cortina de cuentas azules. Observó el gran salón decorado con globos que formaban flores y columnas. En el centro del techo colgaba una hermosa lámpara de araña de la cual salían cadenetas de colores vivos. Había serpentinas por todo el salón. Al fondo, se apreciaba la tarima con arreglos de acuerdo con el tema de la fiesta, el baile del cisne azul, donde una banda que apenas empezaba a despegar como grupo musical tocaba música suave. En el centro del salón de baile se levantaba una gran figura de hielo azul con la forma de un cisne empezando a levantar vuelo. A un lado del salón se veía una gran mesa larga con ponche y un buffet de comida y postres que llamó su atención, en el centro de la mesa estaba una figura más pequeña de hielo con forma de cisne. Caminó hacia ella para tener mejor visión del salón y más que todo de la entrada y poder estar pendiente cuando Jack llegara a su encuentro.

Lo vio entrar por la puerta trasera. Venía arreglándose su traje gris que combinaba con sus ojos verdes. Su cabello negro, un poco largo, caía en sus ojos de una manera muy sexy y desordenada; "¿por qué debía tener ese aspecto tan hermoso? Era un objeto pecaminoso a la belleza masculina" -pensó. Pareciera que no hubiera tenido tiempo de arreglarse; pero aun así se veía sexy. Sus miradas se encontraron y sintió que su corazón latía con rapidez. Lo observó dirigirse a ella, sus nervios aumentaban con cada paso que daba acercándose. Las manos le sudaban y no quería que él se diera cuenta de cómo la afectaba su mirada. Se ajustó los lentes y su vestido verde esmeralda, lo había escogido de ese color porque le recordaba el color de sus ojos. Respiró hondo y se armó de valor sonriendo mientras lo veía acercarse.

Él curvó su sexy boca en una sonrisa que dejaba ver su perfecta dentadura y le dio un beso cerca de la boca. –Hola, ¿esperaste mucho? –dijo.

Haber sentido sus suaves labios sobre la comisura de los suyos la habían desestabilizado. –¿Eh? No, no te preocupes, acabo de llegar –dijo tratando de no oírse nerviosa.

Jack la tomó de la mano. –Ven, vamos al jardín –dijo. Ella lo siguió sin vacilar, aún no podía creer que la hubiera preferido a ella, una chica que apenas empezaba la secundaria, en lugar de Natalie Walker, la chica más popular de la escuela y la que parecía ser su novia por el modo en que se pegaba a él cada vez que tenía oportunidad.

La condujo hasta unos árboles en mitad del jardín. Vio una sábana blanca estirada en la hierba a modo de pic nic. Ella estaba casi volando de felicidad al ver la sorpresa en la que él había estado trabajando; razón por la cual no pudo ir por ella.

Su abrazo inesperado la sobresaltó haciéndola apoyar sus manos en el pecho de él y sonrojarse cuando él acercó sus labios a los de ella rozándolos, pidiendo una invitación, entonces la besó. Ella sintió que las piernas le temblaban, que si no la sostenía con fuerza caería. Se entregó a ese beso. Todo lo que sentía por él desde que lo vio entrar por primera vez en el aula de economía se lo trasmitió con toda la ternura que la caracterizaba. Era su primer beso y quería tener el mejor recuerdo de ello. De pronto, unas luces se encendieron cegándola seguidas de unos aplausos haciendo que se apartara de Jack asustada y cubriéndose los ojos para poder enfocar su mirada. Unos chicos salían de detrás de los arboles riendo, algunos con lámparas en las manos alumbrándole el rostro. Un chico moreno y alto se acercó a ellos. – ¡Bien Jack! Veo que lo has logrado. No se te hizo muy difícil... ¿Eh?

Jack bufó. –Para nada –señaló a Emily con el pulgar–, si esta, está loquita por mí. ¿No es así Emily? –su nombre lo pronunció con palabras arrastradas, tan arrastradas que su toque fino en las palabras lo había perdido. Le agarró la barbilla haciéndola alzar la mirada. Ella lo veía perpleja. Él tenía una sonrisa malvada en su rostro–. ¿Por qué te asombras? –le dijo en un tono de burla, como queriendo humillarla.

Las lágrimas amenazaban con salir. Las palabras se resistían a ser pronunciadas. –Yo... pensé que...

–¿Pensaste que...? –la instó a que terminara. La miró con el ceño fruncido tratando de adivinar lo que pasaba por sus pensamientos. Abrió los ojos y en ellos había una nota de sorpresa– ¿No habrás pensado que...? ¡Ja! ¿No pensarías que un hombre como yo podía fijarse en una niñita como tú? Gorda y nerd. –dijo Jack. Los demás rompieron en risas.

Emily lo miró con dolor. –¿Por qué me haces esto? ¿Qué daño te he hecho para recibir tal trato? –logró decir entre llantos. Por sus mejillas corrían las lágrimas amargas que ya no pudo contener. Quiso tocarlo; pero él se apartó y en su rostro le pareció percibir vergüenza.

Una chica delgada, rubia, muy hermosa, la empujó con desprecio. Ella cayó sentada sobre la sábana blanca y sus lentes fueron a parar al suelo. –Fijarte en él, eso hiciste. ¿De verdad creíste que entre tú y él podía haber algo?

Ella se levantó y lo miró. Por un momento creyó atisbar un poco de arrepentimiento en sus ojos; pero se había equivocado, él se acercó un poco con una sonrisa cínica en el rostro. –¿Ven? Les dije que nadie se me podía resistir.

Fue lo último que oyó de los labios del que creyó sería el amor de su vida. Se volvió y corrió huyendo del baile avergonzada por lo que Jack le había dicho delante de todos. Avergonzada consigo misma por creer que un chico como él podía enamorarse de ella, ¡qué ilusa había sido! Se detuvo en una parada de buses llena de odio. Cerró sus puños a los costados y varias gotas de agua empezaron a caer en su rostro. Miró al cielo y notó que el tiempo iba a empeorar. Decidió seguir corriendo. Quería estar sola. Cruzó por un callejón donde un hombre extraño salió a su encuentro. –Hola lindura –oyó su voz malévola.

Se detuvo de golpe, aterrada. –Aléjese de mí o le juro que gritaré –logró decir sin que se le notaran los nervios que ya tenía a flor de piel.

Los ojos del hombre brillaron con la luz que emitió una centella y saltó sobre ella. Ella gritó luchando por liberarse de su agarre. El hombre la golpeó fuerte causándole una herida en la esquina del ojo izquierdo haciéndola acallar sus gritos. Seguido se oyó un disparo. –¿Qué crees que haces maldito? –el hombre se alejó de ella y se dio a la huida–. Ven linda. Corramos antes que regrese con más ratas como él –ella asintió sacando su teléfono y marcando a su chofer.

Con lágrimas en los ojos miró al cielo y juró que nunca más un hombre volvería a burlarse de ella. Sería implacable con ese tipo de escoria. Arrogantes, fríos, calculadores. No tendrían oportunidad alguna. Buscaría la manera de hacerlos pagar. Besarían el suelo que pisaba. Todos los malditos hombres pagarían...

–¿Señorita? –el hombre que tenía a su lado la había sacado de sus recuerdos haciéndola retroceder. Su corazón se aceleró incontrolablemente y tuvo que obligarse a calmarse–. ¿Firma, por favor?

–¡Oh! sí. Claro –sonrió con esfuerzo, luego firmó y se alejó lo más rápido que pudo.

Sacó su móvil. Llamaría a su mejor amiga, Sue. Su madre la había rescatado ese día fatídico en el que por poco la violan y la llevó con sigo a su casa donde conoció a su amiga.

Desde ese horrible día asistió a un psicólogo diferente cada vez, ninguno lograba hacerla salir de la depresión en la que se encontraba. Se convirtió en una anoréxica-bulímica y llegó a atentar contra su vida en varias ocasiones. Finalmente sus padres la llevaron con Leela O'Neill, una psicóloga latina que se estaba abriendo campo en Londres y que casualmente era la madre de Sue. Su amiga era tres años mayor que ella y estudiaba para ser psicóloga igual que su madre y desde entonces siempre la había apoyado y acompañado en todos los eventos que realizaba. Últimamente trabajaban juntas en varios proyectos y aún seguían trabajando en su problema, la hafefobia.

Gracias a ella se dio cuenta que no era gorda sino de una contextura más gruesa. Tenía un cuerpo perfecto para ella. Con caderas anchas como las de una guitarra. Su abdomen plano envidiable por muchas mujeres que eran realmente delgadas, unas piernas torneadas acorde a su contextura y un trasero redondo que robaría las miradas por no ser del modo en el que vestía siempre, con ropas masculinas ya que no gustaba de los hombres que miraban con morbo a las mujeres. Sin embargo, en eso también habían estado trabajando y empezaba a quererse más a sí misma. Ese día llevaba puesto un vestido azul rey que resaltaba su figura y su piel blanca crema. unas botas negras de tacón a juego que acentuaba su estatura. Debía ir elegante porque ese día firmaba el contrato de la posesión de la que sería su primera empresa...

- ¿Sue? -dijo un tanto nerviosa a su amiga del otro lado de la línea-. Ya está hecho. Nos vemos a mi regreso. Y Sue... -hizo una pausa.

- ¿Qué sucede Em?

- Sucedió otra vez, siento que aún no estoy lista, casi salgo disparada de ese lugar.

- Cálmate, por favor.

- No Sue, será mejor que en adelante tú te encargues de los contratos...

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