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Odiaba saber que esa mujer se apoderaría algún día de su empresa y debía hacer algo para poder evitar que eso sucediera. Ya hacía cinco días desde la cena donde le presentaran a Emily. La espera lo estaba matando. Sentía que el tiempo se le acababa y quería tener el control de su empresa ¡ya! Suspiró y bebió un poco de su té mientras miraba a través de la ventana de su estudio absorto en sus planes. El sonido del timbre de su puerta lo sorprendió regresándolo a la realidad. Se dirigió a su puerta. Abrió y encontró a un muchacho que sostenía un sobre.
– ¿El señor Jhordan Cowell? –le preguntó el joven escuálido con uniforme de verde limón y gorra.
– ¿Sí?
– Un paquete para usted –dijo el joven ofreciendo un sobre-. ¿Firma, por favor?
– Claro y gracias.
Regresó al estudio. Se sentó detrás de su escritorio. Abrió el sobre, leyó y sonrió. Era el informe que había estado esperando.
– Interesante…
*******
Miró el reloj por quinta vez. Presumía de ser un tipo paciente y sin embargo, la espera lo estaba matando. Deseaba tanto verla que los minutos se le atojaban eternos.
Recordó la noche en que le llevó las dalias y las almendras. Sus ojos brillaban con emoción; pero rápidamente una sombra de tristeza los cubrió y él quería poder borrar esa imagen que tenía de él. Le dijo que estaba enamorado de ella y ella le dijo que no era más que una ilusión de ver a una mujer mayor que él que podría darle una experiencia diferente, pero que no se equivocara con ella. Eso lo hizo enojar haciendo que se portara como un troglodita. La había tomado por la cintura y le había plantado un beso. Y no se arrepentía de haberlo hecho porque en ese beso se dio cuenta que ella sentía algo por él, aún. Su estremecimiento entre sus brazos se lo dijo claramente. Desde un principio supo que ella le había cambiado algo en su interior y por miedo no quiso darle largas al asunto.
A su mente llegó la imagen de sus ojos asombrados cuando lo vio subir las escaleras del crucero en el que se devolvía a su tierra. Luego la de sus ojos llenos de ilusión cuando le confesó lo que sentía por él. Inmediatamente la de sus ojos cubiertos por la sombra de la tristeza y posteriormente los de dolor al despedirse de ella. Él también se había asombrado al verla bajar las escaleras con su elegancia. Su cabello dorado todo recogido dejando unos mechones por fuera. Sus ojos azules como mar, la boca ligeramente maquillada hizo que sus ojos no pudieran despegarse de ella y el vestido que llevaba puesto resaltaba su figura bien conservada. Al ver que tropezaba. Sintió que su corazón se saltaba un latido y corrió en su auxilio y… ¡Dios! Sentir ese cuerpo pegado al de él había sido como estar en un paraíso que no se merecía. Cuando se despidió de ella quiso darle un regalo. Una gargantilla que había visto en un mostrador de joyas que llevaba el crucero como recuerdo de su viaje. Constaba de un delgado hilo de oro en el que pendía una pequeña lágrima azul. La compró porque le recordaba el color de sus ojos; pero no se la dio. Tenerla tan cerca lo hizo olvidar de lo que quería darle y terminó dándole un beso. Un beso que lo hizo cambiar sin darse cuenta. Al bajarse del crucero y sentir su mirada en su espalda sintió el impulso de regresar y besarla nuevamente; pero tontamente tenía el ‘deber’ de recuperar a una persona que ya estaba prohibida. ¡Qué imbécil fue al no aceptar antes que se había enamorado perdidamente de ella!
Todos esos días había intentado decirle de todas las maneras que la ama y ella se empeña en alejarlo creyendo que lo que él sentía hacia ella es un simple reflejo de la bondad con la que lo trató. De la amabilidad que ella ha tenido para ayudarle con Emily y no quiere aceptar que realmente si la ama.
Ahora estaba ahí. En la recepción del hotel. Esperando poder verla. Hablar con ella. Necesitaba con fervor hacerla entrar en razón. Que supiera que él era el hombre de su vida.
Al verla entrar por las puertas del hotel corrió hacia ella y la abrazó.
– No sabes cuánto necesita verte –le susurró al oído sintiendo cómo se estremecía entre sus brazos.
– ¿Qué haces aquí? –preguntó desconfiada.
– Hablar contigo –dijo mientras la acompañaba al ascensor y entraba con ella. Presionó el último piso que le correspondía a ella. Era el antiguo piso de Dmitri. Cuando se abrieron las puertas entraron al apartamento.
– Siéntate. Y dime lo que tienes que decirme –él se sentó en un sofá y ella otro frente a él.
– Galia… sé que no crees que estoy enamorado de ti pero te juro que es así.
– Jack. Cuando te conocí estabas empecinado en recuperar a una persona que resultó ser la esposa de mi hijo.
– Sí lo sé y ese fue mi primer error.
– ¿Primero? ¿Y el segundo?
– El segundo fue no aceptar que algo cambió en mí con el beso que te di la tarde en que nos despedimos en el crucero –ella lo miraba esperando a que terminara de hablar-. Me hizo ver que no sentía lo mismo por Em.
– No sientes lo mismo por Emily, pero no sabes realmente lo que sientes hacia ella.
– Pero estoy seguro de lo que siento por ti y lo que siento por ti se llama amor. Amor Galia.
– No me digas eso –dijo poniendo de pie y dirigiéndose a la puerta.
– ¿Por qué? Si es cierto –dijo él siguiéndola.
– Me haces daño –dijo en un susurro deteniéndose frente a la puerta con la mano puesta en el pomo.
Él la miró. Le colocó una mano en el hombro obligándola a volverse hacia él-. ¿Qué quieres de mí?
– Te quiero a ti. Sólo dime que no me quieres y marcharé… no te molestaré nunca más.
– Sabes que no puedo. Conoces mis sentimientos hacia ti.
– Entonces ven conmigo a Brasil. Vive conmigo. Quiero que compartas tu vida conmigo. Quiero hacerte feliz el resto de mi vida –dijo lleno de emoción tomándola por la cintura y elevándola hasta que quedó del alto de él con los pies colgando. La miró con intensidad a los ojos y al ver que dudaba la besó, entregándole todo su ser en ese beso. Cuando por fin la soltó pero sin bajarla aún, ella le respondió:
– Quiero irme contigo. Compartir mi vida. Que me hagas feliz y hacerte feliz… pero… -hubo una pausa y él sintió que se le cortaba la respiración-. No de esa manera –dijo con voz apagada-. Quiero que estés seguro de lo que sientes por mí y de lo que sientes por Emily –él asintió mientras la colocaba nuevamente en el suelo con delicadeza.
– Lo entiendo. Yo... me marcho para Brasil la próxima semana; pero antes de irme te demostraré que lo que siento por ti es real –le besó en la frente. Luego la rodeó y salió dejándola del otro lado de la puerta.
Ella lo vio salir y sintió que el corazón se le convertía en una uva pasa. Apoyó la mano en el pomo indecisa de salir y detenerlo o quedarse en su lugar. Finalmente decidió salir tras él, pero cuando bajó a recepción él ya se había marchado. Sintió que las piernas le fallaban y cayó al suelo sollozando. El recepcionista salió en su ayuda y la acompañó hasta su piso.
Entró sintiéndose angustiada. No sabía si lo que había hecho era lo correcto. Al principio se había dicho a sí misma que sí; pero cuando las cosas dieron ese giro… ya no estaba segura.
Entró a su habitación y se recostó en la cama. Lo amaba sí, pero tenía miedo de cometer los mismos errores de su juventud. Tenía quince años cuando se quedó embarazada de Dmitri. Su padre la dejó en Londres para darle una lección de vida. Quería demostrarle que la vida no era sencilla como ella creía. Esperó por diez años a que Jhordan de ablandara y reconociera a su hijo pero nunca pasó. Derrotada, regresó a casa de su padre después de la visita que le hizo la esposa de Jhordan. Estaba embarazada y tenía mucho dolor en sus ojos. Ella no quería ser la culpable de ese sentimiento, así que se marchó. Con el tiempo perdió la esperanza de que un hombre se le acercara por que estuviera enamorado y no por otros motivos. Los hombres que había conocido a lo largo de su vida querían sólo un revolcón de una noche y más nada.
Quería asegurarse que Jack no fuera de ese tipo de hombres. Y ahora temía que hubiese cometido un error presionándolo…
Jack llegó a su piso sobre su empresa de abogados. Entró dando un portazo. No sabía cómo hacerle ver a Galia que lo que sentía por ella era real. Suspiró. Se tiró en la cama viendo al techo. Pensando. Analizando las palabras que le había dicho Galia. “Quiero irme contigo, compartir mi vida, que me hagas feliz y hacerte feliz… pero…no de esa manera. Quiero que estés seguro de lo que sientes por mí, y de lo que sientes por Emily” –sus palabras sonaban en su mente una y otra vez como un disco rayado.
Miró su reloj. Eran las tres de la mañana. “¿Emily se molestará si la llamo ahora?” –se preguntó-. “No importa. Si es por Galia, seguro que no”.
*****
Un rugido puso en alerta los sentidos de Dmitri que saltó de la cama y corrió al dormitorio de Emily. De pronto su voz lo hizo detener bruscamente quedando helado con lo que escuchó.
– ¿Jack? –pausa-. ¡¿Matrimonio?! –oyó la emoción de ella en su voz-. ¿Cuándo? –hubo silencio, tal vez estaban respondiendo-. ¿Esta noche? –pausa-. Sí, déjamelo a mí –pausa-. Tranquilo, le diré a Sue que me ayude. Pero sí. Lo haré –la decisión en su voz hizo que Dmitri cerrara los puños a sus costados.
Quería abandonarlo, pero él no se lo permitiría. La haría suya y ella se daría cuenta que él era mucho mejor que Jack.
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