33| FRUTO DE LA DESESPERACIÓN
▶️[4:30 p.m.] Tamara Burgues: ¿Por qué no contestas mis llamadas? La fiesta fue un desmadre, ¿no? Joseph me estuvo llamando, creo que ya se dio cuenta... ¡Llámame!
La amiga de la pareja se precipita a enviar ese SMS antes de que su esposo, Richard, se personifique a su espalda como siempre suele hacer para espantarla.
Desde que dejó de usar la silla de ruedas para adaptarse a las muletas se ha vuelto peor; ahora la sigue hasta para ir al baño. Se arrepiente de ayudarle en su avance, muy en su interior anhela un respiro, y eso la hace sentir como la esposa más ingrata del mundo.
Esconde el móvil en su bolsillo y continúa preparándole un té rojo a su compañero para antes de dormir. Como cada noche, desde hace aproximadamente un mes, ha pedido la bebida con frecuencia usando el pretexto de "relajarse". Tamara, ignorando que este es el causante de sus continuos desvelos y marcadas ojeras en el rostro por el exceso de teína, se lo lleva complaciente. Es tanta la ingenuidad o el agotamiento de la muchacha, que de vez en cuando también se toma un tecito.
—Mi amore, tu rostro. —Le recibe el recipiente con suavidad, observándola compasivo desde su cama.
—Estoy un poco cansada. —Sonríe vacía, sentándose a su orilla—. Pero ya se me pasará; no te preocupes, cariño.
—¿Y llamaste a tu madre? —Bebe despacioso, viendo con un ápice de odio a su mujer—. Me dijiste que después de tu visita ya no te contestaba.
—Sí... —Agacha la mirada para evitar confrontarlo—. Todo está bien, por suerte. —Su mueca es dudosa.
—Gracias a Dios —festeja de dientes para afuera, despotricando a Dafne y Joseph—. Me preocupé mucho cuando mencionaste que tenía esos cólicos...
La chica enternece, tomando su mano libre. La sombra crepuscular tenía envuelta la habitación, un manto acogedor despedía el aroma terroso e intenso del té rojo. El ambiente siempre se sentía armonioso porque nunca ponían música.
—Eres un rey, ¡Mi rey! —realza su apodo preferido—. No te preocupes, mejor tómate la bebida y a descansar. Anoche no dormiste nada.
—Claro. —Se da el último sorbo—. Pero, antes, lo primero: mis versículos —indica su mesa de noche para que su esposa le saque la Biblia.
Le facilita el libro sagrado, mismo que está marcado desde el antiguo testamento para continuar con su lectura. El hombre se concentra tanto en las páginas que Tamara siente pasar a tercer plano con inmediatez. No es indiferente al tema, pero tampoco amante; él decidió ser devoto de la iglesia cristiana desde su accidente y le apoyó.
Luego de fregar la loza y asearse, se disponen a dormir temprano (5:30 p.m.). O con eso sueña desde hace tiempo. Sus noches son infernales. Para un cuidador desgastado, con sueño y de mal humor no hay nada peor que un paciente indeciso, caprichoso y excitado.
Porque sí, está enfermo, pero no muerto.
Su mujer le responde diariamente con la mitad de ella, literalmente. Hasta cierto punto de la relación su intimidad solo era eso: sexo. Y aunque después del accidente la joven se cuestionó muchas veces cómo es que su hombre todavía podía "funcionar" pese a los innumerables diagnósticos médicos donde se comprometía su sensibilidad, prefirió agradecer.
Mientras Tamara intenta profundizarse, Richard va subrayando con un lapicero algunos episodios del libro que se le han hecho llamativos; entre ellos, "La concubina del levita. Jueces 19-21". Retiñe ciertas estrofas fascinado con la intención de memorizarse la escena y recrearla con su dulce esposa.
Sería feliz enviándole como obsequio a sus despreciables amigos una rebanada de ella. También a su mamá, a su hermano, y a todo el "jodido intrusivo" que haya intentado apartarla de su lado.
Si todos quieren que Tami se reparta, él puede concederles ese gusto, guiado por la historia de la concubina desmembrada. Solo deben de presionarlo... como ayer, por ejemplo, en la absurda fiesta de cumpleaños.
Guarda la Biblia y larga un suspiro aniquilador, notando la tranquilidad de su esclava. Procede a despertarla, lamentándole un hambre que no posee. Resignada pero amorosa, va a la cocina por un emparedado con leche endulzada. Richard no prueba ni la quinta parte de la preparación, refiriendo ganas de evacuar; y allí se queda media hora, porque además de todo, es estreñido.
La veinteañera se cae del sueño frente a la pantalla de su celular. Ni eso la hace espabilar. Su cónyuge, minutos más tarde, le pide un favor desde el interior del baño:
—¡More, se acabó el papel! —grita avergonzado.
La chica se dirige por su encargo hacia la despensa y, entre tanto, le llega un mensaje. Previniendo que sea Dafne, lo revisa enseguida:
◀️[6:07 p.m.] Stephanie Givens: Asesinaron a Steve.
—Por favor, tranquilízate. —Presionada por el contacto, forcejea hasta perder el oxígeno e hiperventilarse—. Eres especial para mí, ¿lo entiendes? —Se posa en la mejilla de la chica, absorbiendo la esencia que destila para contagiarle seguridad.
Como siempre, el pulso de Dafne reacciona a los estímulos del joven. Tampoco comprende el hecho de ser "especial" para él; es una declaración que la aturde.
—Hum-m... —Joseph le rodea el vientre para pegarla a él, despertando en su novia una curiosidad afiebrada. En cuanto baja a su cuello y deja un beso, la chica se espanta—. ¡Mhmm! ¡Mm!
Chilla ruborizada, haciendo enrojecer a su amado. Ella arremete incontrolable en contra de Queen y, en medio de pataleos, terminan aleteándose sobre el colchón.
Logra destaparse la boca, seguido de morderlo:
—¡Ach! —Se queja lo más rudo que puede, volviendo hacia la misma para amordazarla.
Bennett lo amenaza con otra mordida cada que le arrima la mano, imitando a una piraña. Está totalmente inmovilizada dado a que su compañero se encuentra encima de su cuerpo.
A Joseph le sangra el dedo lastimado y, casualmente, Dafne lo vuelve a triturar cuando lo agarra. Él reprime su lloriqueo y procede a taparle la nariz para que lo suelte. Ella se ríe con sus dientes manchados.
—Con que ahora te gusta mi sangre, jum. Pequeña sádica —menciona bajito, notando el nuevo gusto de su chica.
El otro prisionero que se encuentra en frente y está al pendiente, presencia cuchicheos extraños y no sabe cómo descifrarlos. Quiere que alguien revise, pero no ve a ningún guardia; y menos puede alzar la voz, porque molestaría a sus compañeros.
En vista de que Dafne en verdad no le hace caso como James, Joseph tiene una ocurrencia:
—Está bien, no intentaré nada. Puedes estar tranquila. —Le acomoda un mechón que estaba en su cara y ella le da una mirada inquisitoria—. Haré que tu novio regrese.
La joven se queda sin palabras, ni parpadea.
—Sí, lo que escuchaste. —La hace volver en sí—. Es cuestión de recuperar el amuleto.
—¿Cómo? —Todavía está en shock.
—Ese amuleto es el único elemento que los mantiene conectados —inventa—. Por eso, una vez lo tengas, te ayudaré a que vuelva.
—¿Eso es posible? Joseph murió. —Ambos toman asiento en la cama, la chica remeda los susurros.
—Lo es... su espíritu se transferiría a mi cuerpo. —La engaña a su conveniencia.
—Wow. —Se toma un minuto para pensar y se redirige a él—. ¿Eres hechicero también?
La satisfacción del chico se ve empañada con esa pregunta. Por supuesto que no es hechicero, ni un psicópata, no es Steve. Se le pasó por alto que se encargó de distorsionar toda la imagen que Dafne tenía de su novio.
—Mmm... no, nada de esas cosas. Soy más científico —decir la verdad no le sirve, como ya es costumbre.
Dafne se levanta, revoloteando por el cuarto inquieta.
—¿Lo que dices es que tendría que besarte a ti y demás? —verbaliza su insinuación.
—Supongo que sí. —Va en su dirección.
—Ay, no. Quisiera otro modelo —exige.
—¿Qué? Oye.
—Perdón, pero necesito otro como Joseph en mi vida.
—Pues yo soy esa opción. —Se ofrece como tributo.
—Mis bebés no pueden salir así de intensos. Encima, te vistes horrible. ¿De dónde sacaste los pantalones con brillitos?
—Buena pregunta. Mi novia los escogió para mí. —Un tono burlesco se asoma en esa confesión.
—¿Tienes novia y quieres conmigo? Patético.
—En realidad sí me siento con dos novias. —Analiza la situación.
—No me incluyas ahí. —Se cruza de brazos, olvidando que está destapada.
—Bueno, en todo caso —Cede ante sus atributos enseguida—, tú eres la más interesante de las dos. Quiero abrazarte mucho ahora mismo.
—No soy un maldito oso cariñosito para que andes dándome abrazos. —Lo repele, nerviosa.
—Pero sí suavecita. —Atrae a su princesa hasta él, ella traga saliva. Es difícil pero no imposible.
Compactan el abrazo y los latidos del chico la envuelven, estremeciendo todo su ser. Su piel de nieve se hace fuego en cercanía de él. La necia necesidad de rozar sus pectorales se entromete en lo más recóndito de sus vértebras, haciéndola actuar por instinto. La piel chocolatada de "James" se le hace tan provocativa, por alguna razón, ella no puede ser netamente indiferente.
Él no es Joseph. Y eso es aterradoramente encantador.
Mientras, su novio no desaprovecha la oportunidad para inhalarse todo su olor a frambuesa. Con o sin perfume, para él siempre tendrá ese aroma que la caracteriza.
La amnésica tiembla de anhelo, quisiera ceder... pero, de pronto, memorias falsas comienzan a invadir su mente como sinónimo de culpa. La huella de Steve la ha dejado marcada, la seguirá como una maldición.
«No. ¡No, amor! ¡Perdóname!». Niega con su cabeza devastada, alejándose del pecho de Joseph.
—¡Perdóname! —susurra al aire.
—¿Qué sucede? —Él se confunde.
«No quise hacerlo. No me he olvidado de ti».
—Hey, tranquila. Ven. —Da un paso para adelante.
—¡Aléjate! —Su espalda toca el enrejado—. ¡Todo esto es tu culpa, por insistirme! —Da una vuelta, abre la cortina y comienza a exponer todo, exaltada—. ¡AYUDAA, GUARDIA!
Joseph se sorprende. Intenta callarla de nuevo, pero es muy tarde; el vecino los ha visto y ahora también llama en su auxilio.
Dafne se cubre y Joseph intenta lo mismo, sin embargo, los guardianes llegan antes y notan la desfachatez en ambos.
—¿Ustedes estaban...? —cuestiona la mujer más madura.
—Él lo intentó, pero no se lo permití. —La guardia se solidariza, abriéndole la reja y ella le da una última mirada recelosa al sujeto que altera sus sentidos.
—No, por favor —ruega, antes de que se la lleven—. Dafne, sabes que no fue así... —Sigue sus pasos, pero la guardia los separa, dejándolo adentro con un vacío entre pecho y espalda.
—¡Se acabó, James! ¡Me dejarás en paz! ¡Te dije que nunca nos uniríamos! —Joseph la escucha dolido.
La guían a su nueva celda: con el señor de enfrente. Se apega al tubular para continuar su alarde:
—¡Eres un vagabundo, ojalá tu novia te deje por baboso!
Joseph se irrita. No exactamente por sus injurias sino por tenerla lejos, tanto física como mentalmente.
—¡Ahora ni loca te aflojo, imbécil! —Los custodios también se sorprenden—. ¡Prefiero aflojarle a alguien más, oíste! —Medio reclusorio está atento a sus alaridos.
—¡Hey! Ya... ya entendí. —Hace un intento por aplacarla.
—¡Mentiroso! No has entendido la palabra "no" en todo este tiempo —grita a todo pulmón—. ¡Te voy a joder! —Su novio se espera lo peor en cuanto la ve maquinando algo a su alrededor—. Oye, ¡tú! —indica a su compañero de celda que está reposando en la cama—. ¿Quieres coger? —Pone su cara más insinuante, solo le falta sacar la lengua.
«Pinche vieja calenturienta. La hubieran metido aquí». Piensa íntimamente un recluso al fondo.
«Y me tachan a mí de psiquiátrica, giles». Niega sonriente Aileen.
Y los demás, con sus semblantes aterrados y risas contraídas, procesan la bochornosa situación.
—¡DAFNE, NO JUEGUES CON ESO! —Zarandea las rejas cual bestia incontrolable. De la impresión, su piel ha adquirido un tono descolorido—. ¡Dafneee! —trilladas se le escuchan las palabras.
El hombre ya veterano, de párpados caídos y cejas pobladas al estilo papá Noel, se queda viendo a Dafne meditabundo. Al cabo de un segundo, contesta:
—Yo... Yo... —Es como si no tuviera idea de qué le habla la chica—. Yo solo quiero que me regresen mis alas y así volver a despegar—. Alza sus brazos, simulando ser un ángel libre y pleno. Camina por la habitación con lentitud, haciendo un recorrido extrañamente carismático.
El novio descansa, refugiándose en la penumbra triste y gris de su calabozo.
Dafne se voltea en otra dirección, avergonzada y espantada. Hasta las ganas de hablar se le fueron. No sabe qué rayos ha sido eso.
Uno de los guardias sí lo sabe, por eso la metió allí. Se sospecha que el señor padece de Trastorno de Identidad Disociativa. Se cree mariposa y tiene obsesión con ellas. Está retenido porque tenía en cautiverio a miles de estos insectos en un sótano y les arrancaba sus alas para fabricar "las suyas".
Pasado el escándalo, el escolta más joven entra a la celda de Joseph con suma convicción.
—¿Sí sabes lo que les pasa a los abusadores estando aquí?
—Como no soy uno de ellos, no me interesa. Largo. —Lo corre de su celda como si se tratase de un palacio. Es su guarida y solo pisa quien él decida.
El guardia se burla, tirándole sus inoficiosas escupas encima. Todos al otro lado observan lo que pasa.
—No te creas que eres el rey del mambo aquí adentro, chamo. —Saca su bolillo—. Como se nota que no conoces e...
—¿Qué cosa? ¿'El hueco'? —Su mirada fúnebre es un poema, uno que se extiende como un incendio y consume todas las agallas de su oponente con furia—. Creo que aquí el nuevo eres tú, te falta actualizarte. —Comprime una sonrisa.
—Cállate la boca. —El peli ondulado se ve derrotado con el comentario. En un acto impulsivo, toma a Queen "desprevenido" para volcarlo al suelo y darle una golpiza con el bolillo.
Bennett se tensa al verlo y la guardiana va a poner un alto. Se posiciona detrás de su compañero, pidiéndole que se detenga, pero éste hace caso omiso y se ensaña con el recluso.
—Esto es lo que les pasa a los desgraciados como tú. —Lo patea en las rodillas con salvajismo—. ¡Aaaaaaargh! —Es alcanzado por un electrochoque del bastón paralizador que posee su compañera, la más experimentada. El impacto de la brillante corriente eléctrica lo ha dejado aturdido y un sonido chispeantemente retorcido le zumba al oído, constando de unos segundos para caerse junto a Joseph.
—Eres un papanatas, Jorbis. —El tipo y apenas reconoce su nombre—. Así no vas a pasar la prueba —sermonea.
El joven intenta prestarle atención, aunque, extrañamente, no es posible en cuanto voltea hacia el prisionero. Hay algo nuevo en aquel hombre, exactamente en sus ojos; parecen no tener reflejo. En ellos habita un valle del olvido con un helor más electrizante que el arma que lo sometió anteriormente. El tiempo se congela y las palabras que salen de la boca de la señora parecen salir en un eco a gran distancia. De pronto, un destello rojizo surge desde las sombras, bañando con intensidad la pupila izquierda en forma de vorágine y, posterior a eso, brota de su centro una figura aterradora.
«¿Qué locura es esta?». Presencia todo el fenómeno.
—Andando. —La guardiana lo jala. Hace que se levante y siga su labor.
—¿Viste sus ojos? —Señala a Joseph con asombro, tras incorporarse.
—¿Qué hay con sus ojos?
—Había una cosa feísima, de pana.
Queen conserva la misma postura y no tiene nada por aportar. Solo los escucha.
—¿Una cosa feísima?
—Sí, como un espanto.
—Jorbis, para qué más espanto que tú. —Le hace bullying—. La electrocutada te quemó las últimas neuronas que te quedaban, por lo visto.
—Qué chimbo. No me crees, pero ese chamo no es normal —asegura, acariciándose el muslo afectado—. Y algún día tendré ese palo y también te lo aventaré.
—Lo dudo. Con tanta ridiculez que haces... —suspira agobiada.
El guardia sale cojeando y renegando con sus gestos. Entre tanto, ella se dirige a Joseph:
—Levántate y vístete. No queremos que Stuart se entere de esto. —Lo apresa.
El chico obedece, ocultando sus malestares. Se fija en su novia y ella está observándolo, presenció todo. Tiene mucha curiosidad por saber por qué ese escolta dijo tal cosa.
«¿Quién eres, James?».
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