31| INEXPLICABLE
A continuación, Dafne recibe una visita que no se esperaría en cualquiera de sus dos versiones. Dicha persona se conserva apartada e inmutable, parece examinarla con detenimiento... como si tuviera ¿tal vez? una poderosa razón que la indujera a hacerlo.
A la novia de Joseph no le agrada ese detalle, se siente invadida. Si bien, el otro chico se le hizo estorboso y crédulo; pero, en comparación a ésta, era débil. La mujer detrás de las rejas irradia una energía potente, una que la joven rechaza instintivamente. No la conoce y siente que tampoco le sumaría nada a su vida.
Belinda escanea tanto las vestimentas y el porte de Bennett que siente mucha ironía de la situación. ¿De verdad por eso están babeando James y su amigo?
«Los hombres verdaderamente están mal». Niega con su rostro, empecinada en desdibujar los acontecimientos.
La prisionera, en vista de que su visita no tiene nada provechoso por compartir, decide darse la vuelta en otra dirección y cobijarse para menguar el frío.
—Te atreves a darme la espalda, de acuerdo. —Dafne hace de oídos sordos en ese instante—. Solo quiero saber una cosa... —Beli se arma de valor para hacer esa pregunta pero, sobre todo, para escuchar su respuesta—: ¿James te acosaba?, ¿por eso te cae mal?
La desorientada se queda sin aliento durante un segundo. No sabe cómo responder sin comprometer a su chico. Claramente debe seguir un plan pero, ¿eso implicaría hundir a su segunda identidad? ¿Qué le podría pasar ocupando el nombre de James más tiempo?
La secretaria insiste y Dafne se siente encerrada, aún estando presa.
Pero detrás de una chica extraordinaria se esconde un genio. Se esconde Joseph.
Dafne se gira hacia la chica con sutileza y, con extremada puntería, derriba por medio de palabrerías a la molesta mosca que tenía desde hace rato zumbándole al oído: —¿Y es que tú eres abogada para estarme preguntando eso? —Ahora es ella quien se fija en el tan evidente atuendo—. Porque de ser así, al menos sácame de aquí y llévame a una sala más formal...
Stuart se queda de una sola pieza. Ante cuestionarios como ese, ella ya no es la jefa ni la mandamás. Ni siquiera su impecable uniforme de peinado asentado le funciona.
—Conste que venía a ayudar. —Encoge sus hombros, restándole importancia al resultado de su cometido.
Dafne la sigue con su mirada crítica característica hasta que desaloja el espacio.
«Diosito me libre de "ayudas" como esa».
Más tarde, Brien sube a la patrulla a cierto distribuidor de anfetaminas que mayormente le proporcionaba esta mercancía a menores de edad; hace la parada en una pequeña sucursal de KFC, pidiéndole a la chica de la ventanilla —la cual lo distingue hace años y entre ambos han consolidado una especie de amistad— el pollo frito de siempre con salsa bechamel y malteada de vainilla.
En cuanto la señorita se lo despacha, el policía observa al sujeto a su espalda para confirmar que todo esté en orden. No sería novedoso para él que intentaran estrangularlo y de la nada. En estos oficios era muy usual encontrarse gente sin sentido común, que vivieran con un delirio de persecución consecutivamente.
Al ver que todo se tornaba en paz, se volvió a su volante y encendió la radio. Por alguna razón, se encontraba descontrolada y desintonizada. Le dio un golpecillo con la vaga esperanza de revivirlo, imitando la tenacidad de sus antepasados. El ruido solo aumentó, haciendo el espacio más incómodo.
El joven vio hacia el retrovisor, fijándose en su detenido, quien permanecía con la mirada diabólicamente clavada en él. Su sudadera con capota verde le hacía lucir un poco intimidante, sumando sus ojos enrojecidos, pero suponía que era efecto de las drogas.
Apagó la radio vencido. A él le gustaba escuchar música, la música relajaba, aparte sentía que calmaba a sus pasajeros. No era taxista, no obstante, podía ser todo menos desagradable. También tuvo charlas con algunos reclusos cuando estaban muy deprimidos, por x o y motivo los alentó; su temporada en el reclusorio resultaba siendo corta.
Llega más gente a hacer cola y nota que la chica está en apuros con su pedido. Jeremy en un ademán alegre le hace saber que él puede esperar.
Decide llamar a Mandy. Ella le contesta después de unos timbres:
—¿Qué hay, muchachote?
—Abejita, ¿qué haces?
—¿Me llamas para averiguar chismes? Sabes que soy anti-chisme —recrimina señalando el teléfono como si fuera su amigo.
—No... Solo estoy aburrido y con hambre —matiza desalentado, observando la enorme fila y pidiendo que no se lleven su pollo.
—Genial. Ahora tengo payasos en la cara. —El patrullero ahoga una risotada.
—No seas mala, anímame.
—Mejor ponte a trabajar.
—En eso estoy, lo juro.
—No creo. No escucho ni el movimiento de una hoja. Seguro estás estacionado en otro bar o en un restaurante comiendo papitas.
«Qué maldita bruja, hasta con GPS incorporado». Al chico le arde la cara de contenerse la risa. Un silbido se le escapa a través de los dedos que cubren su boca.
—Ya te estás riendo, agente barriga. El pecado es cobarde. —Se le sale otro pequeño soplo—. ¿Pensabas traerme papitas?
—No, ahora no te daré por llamarme así. —Respira profundo y se limpia las lágrimas—. Y no son papas, es pollo. —La humilla, o eso pretende.
—Si sabes lo que te conviene, me traerás mi pollo hasta aquí. —Suena agresiva.
—¿Ni un “por favor” al menos?
—Tú llamaste, tú antojaste, tú soportas.
—Eres adorable, de veras.
La chica le tira un beso juguetón por el micrófono y éstos cuelgan su divertida llamada.
El policía se gira nuevamente hacia el chico marihuano que se mantiene en el asiento trasero, dándose cuenta de que tiene la misma postura de hace 15 minutos y es como una estatua. No espabila, tampoco parece respirar. Le hace señales con la mano y no sucede gran cosa. Pero sus ojos, sus lunáticos ojos no parecen de este mundo; tienen un brillo extrañamente cautivante. Los labios del chico están partidos y algo morados, cosa que no recuerda haber visto cuando lo retuvo.
De repente, el radio funciona. Se activa en una emisora aleatoria. Brien no se asusta, pero sí se inquieta.
Un toque precipitado en su ventanilla lo hace aterrizar: es su pedido. Éste baja el vidrio sistemático, da la paga con propina a la chica y se dispone a comer. Se le ocurre ofrecerle al tipo de atrás pero ni siquiera habla. Más para él.
Después de quedar satisfecho y guardarle unas presas a su abejita, se va para la estación a dejar al detenido. Estando allí, sale Belinda y una guardiana para recibirlos. El joven le comenta a su amiga en qué circunstancias se encontró al hombre y sus posibles antecedentes, aconseja un plan de manejo e intervención psicológica. Mientras ellos platican, la guardia trata de observar a través del vidrio al sujeto.
Al final, la secretaria asiente y se muestra condescendiente con su compañero. Resuelven instalarlo en la celda que era de James y se van por él, llevándose una sorpresa en cuanto el agente abre la puerta del auto.
No hay nadie. Ni rastro de alguna persona o algo relacionado a lo que Jeremy mencionó.
Solo unas esposas.
Por otra parte, Joseph, el mismo que está recargado sobre una pared en el tormentoso e inquietante habitáculo, es irrumpido por el chirrido de la puerta: alguien la abre. Más adelante se asoma lo que parece ser una de las custodias, ella se encamina hacia el cautivo con una noticia:
—James, te traje compañía. —Con una seriedad implacable, le abre campo al siguiente recluso y él se adentra a la recámara. Sus pisadas hacen temblar el suelo, de uno de sus brazos salen perfectamente tres de Joseph, su cara es grasosa y todo él hace un patente homenaje a la gran Montaña de GOT.
Busca un rincón para instalarse como un cavernícola que se tumba sobre su inflado trasero y alza un polvero en el proceso. Mantiene la boca abierta, exponiendo su babosa lengua.
—¿Y por qué está aquí? —curiosea Joseph, en vista de que el sujeto se pasa de anormal.
—Es que apuñaló a otra guardia —informa preocupada.
El chico se queda fuera de sí con esa primicia. Sus ojos se van a ver al tipo y se paniquea.
—Eeeeeh, y entonces... ¿qué hace aquí conmigo?
—Tranquilo, está con un calmante por ahora. Pasa que necesitábamos de un lugar oscuro como este para que pudiera tener efecto, de lo contrario, se perdería. —Observa a la bestia frente a ellos, dando un suspiro—. Realmente todos estamos esperando su traslado a la penitenciaria de máxima seguridad. Es un recluso muy problemático.
—Mmm... entiendo. Lamento lo de tu compañera.
—Gracias. Ya los dejo. —Toma la perilla y se la arrima hasta su cuerpo—. Si sucede algo, gritas.
—Ok.
Aquella mujer cerró la puerta con sus respectivas claves y seguros. Los dos hombres compartieron silencio y frescura durante al menos dos horas. La guardiana estuvo rondando para asegurarse de que no pasase ningún altercado, todo se estableció pacífico hasta que se escucharon gritos de "auxilio" por parte de Queen.
Se podía oír una disputa embravecida, algo coincidente a una fiera recorriendo toda la habitación buscando acorralar a su presa, los gritos indistintos no dejaban diferenciar quién era la víctima. Era sobrenatural el escándalo, además de impotente para la muchacha que trataba de entrar y no encajaba correctamente el llaverío en las mil cerraduras. Temía encontrarse lo peor: que Brisna haya despertado y de mal humor.
Las griterías y el sofoco aumentaban, era mucha presión. De seguir así, James podría morir. La puerta comenzó a sacudirse también. Había algo mucho más grande y pesado que Brisna ahí adentro, algo peor.
Algo gruñe desde el interior de la recámara. Ella juraría que se trató de un animal salvaje.
«¿Escuché bien? ¿Eso fue un tigre?». Su mano temblorosa se desenfoca de su objetivo.
¿Debería entrar con ellos? Ahora lo piensa dos veces antes de hacer de salvadora.
Cuando las aguas bajan y la alimaña parece calmarse, ésta saca su revolver y abre la puerta. Al principio no hay indicios positivos, pues hay un reguero de sangre por todos lados y la escena da alusión a un thriller.
—¡James! —Lo nombra a ciegas.
El cielo se resquebraja a pedacitos, acompañado de un sonido característico. La guardia apenas puede subir la vista al techo, cuando de pronto...
Un bulto de carne de al menos 250kg, con su uniforme de presidiario rasgado y evidentes hematomas en sus extremidades, aterriza enfrente de ella sin vida. Es Brisna. Se ha traído un trozo del subterráneo consigo, como si fuera posible tal cosa. La guardiana se petrifica.
—Aquí estoy... —pronuncia Joseph, conmocionado en una esquina. Su pijama está igual de rasguñada, ambos brazos lesionados y un labio llagoso.
La chica solo puede ladear la cara, impactada. Su respiración es entrecortada por el tembleque que moviliza intrusivamente el cuero de su piel.
—Te sacaré de aquí —concluye, antes de tener otra desgracia sobre sus hombros.
El joven no hace comentario alguno, pero por supuesto que escuchó la buena nueva. Le cae de perlas salir de esa madriguera. Tiene hambre, sed, ganas de ir al baño y abrazar a su amor.
La guardia mueve su cabeza en señal de que la siga, él se mueve en su rumbo y emprenden marcha hacia las celdas, dejando el cadáver con todo su embrollo allí. La convicción en los ojos de Joseph es inevitable. Un brillo digno de alguien tan misterioso como él.
El chico pide desviarse para el baño, evacua y prosiguen. La que era su guarida ahora se encuentra ocupada por un adulto mayor, debido a esto, termina siendo trasladado a la celda de su novia. Ella está arrinconada abrazando una almohada, su emoción es palpable cuando lo nota, aunque se mantiene disimulada para no estropear lo acordado. Su chico está mucho más que feliz, presencia un ligero palpito retumbarle en el interior del pecho al momento de coincidir.
Los dos intentan actuar como si fueran indiferentes a la situación por más que deseen explotar de satisfacción. Esperaron mucho para que esto se diera.
—Traten de no meterse en problemas. —Les advierte la guardiana, cerrando la reja—. James, ahorita vendré con alguien para que te revise. —Se enfoca en sus heridas.
Joseph asiente y se queda viéndola hasta el final del corredor, Dafne está expectante en su posición. Una vez la mujer se ha distanciado lo suficiente, ambos celebran a cuchicheos. La dicha se les sale por los poros, como si se tratara de unos adolescentes.
Él se fija en su nuevo vecino, aquel hombre que les da la espalda desde su camarote y tiene su cabello teñido de blanco por cortesía de la edad. Su amada le hace ver por medio de mímicas que no aparenta ser un peligro, al menos no por ahora, y siempre ha estado dormido.
Los tórtolos se vuelven a la cama para relajarse. A Joseph ya le hacía falta un colchón, el suelo lo tenía entumecido. Dafne le proporciona una galleta integral y un poco de jugo de su almuerzo, lo reservó para él. Todo esto lo tenía escondido bajo su lecho.
El joven se alimenta, sin pensar en las posibles ratas o bichos que rondaron los víveres. La cara de dulzura de su princesa al saber que su intención le generó alivio, le causa ternura.
Joseph no puede vivir sin dos cosas: la comida y su novia. Dice la leyenda que si esas dos se juntan, habrá catástrofes peores que en la Biblia.
Y Dafne lo sabe... por eso, siguió el plan hasta ahora. Sin tener idea de por qué. También guardó los sobrantes, aún en el deplorable estado de la sala.
Bennett le hace piojito en su cabeza conforme va acabando su media tarde. En el proceso, se percata de un detalle escalofriante: sus prendas rotas, brazos malheridos y un labio partido.
—Amor, ¿qué te pasó?, ¿por qué estás así? —Toma sus manos para ver sus lesiones—. Son muchas marcas...
—Sí. Mi vida, tranquila; estoy bien.
—¿Seguro? —Lo mira dudosa.
El chico asiente con una sonrisa confiada.
—Uhm... bueno, al menos cuéntame qué ocurrió. —Dafne se pone a hilar en retrospectiva hasta conectar los hechos—. Por eso la guardia traerá a un enfermero, supongo, ¿cierto?
—Mm... pues sí.
—O sea que una guardia sabe más que yo. ¿Eso quieres decir?
—No, cielo. Simplemente ella estuvo a la hora del acontecimiento. Pero, créeme, ella hubiera deseado no estar ahí.
—¿Me contarás?
—Un recluso murió cuando intentó atacarme. El problema es que no se sabe qué lo mató, estaba muy oscuro. También terminé lastimado como te das cuenta.
Lo que comenta su novio es muy trágico. No puede creerlo, la muerte los sigue persiguiendo. Un impulso por abrazarlo la invade y se lanza a contenerlo. Pobre de su chico, lo que tuvo que soportar.
—Lo siento. No debió ser nada fácil.
—Estoy bien, amorcito. —La rodea con sus brazos luego de soltar el vaso. Su tono es sereno, cualquiera desmentiría que la muerte le pisa los talones o por poco se convierte en la cena del siniestro Misifú.
—Te amo. —Vuelve su voz más delgadita de lo que ya es para estremecer a su hombre—. Ya no quiero separarme de ti, bebito. —Busca enterrar su rostro en el cuello del otro con ansío, como si aun traspasándolo no fuera suficiente. Aspira su aroma enviciada, derretida.
Para Joseph es demasiado no ceder ante esta insinuación. Entra en calor fácilmente, agarrándola de sus muslos para situarla arriba de él. Ella se gira a su mentón, provocando una cosquillosa estimulación con sus dientes, quienes simulan mordiditas de roedor. De allí, se dirige a sus gruesos labios, a uno de estos lo atrapa y absorbe en un intenso chupón; a lo que Joseph le pellizca una pompa como respuesta. La pareja se ríe, procurando no despertar al señor de al lado.
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