29| ATRAPADOS

A su vez, Joseph se las ingenió para captar la atención de todas las guardias y la misma Belinda en el lugar, el veinteañero se habría "intoxicado" con su desayuno y ahora padece unos espasmos estomacales que, según refiere, quieren matarlo ahí mismo.

Todas y cada una de ellas está absorta con la escena, en particular la secretaria, el tipo se queja pero no hay signos de alarma que afiancen su indigesta. Beli decide dar un paso hacia él con el fin de tomarle el pulso y su temperatura, de las tres es la que más sabe de primeros auxilios:

—¡Noooo! —Como si las pisadas de ésta le generaran una absurda reacción alérgica, la ahuyenta—. ¡Duele demasiadoo! —Se abraza el estómago, encogiéndose en el suelo.

Las guardianas se miran entre sí, incapaces de comprenderlo.

—Solo voy a revisarte... Necesito sustentarme de algo para llamar a la enfermera o a emergencias —explica con lentitud. Sabe que no es bueno alterar a un paciente.

—¿Y qué más necesitas? ¿Que se me salga el corazón por la boca para mandarles una muestra? —escupe ofendido.

Logra tocar las fibras más sensibles de la chica.

—Es cierto. Disculpa. —Se siente como una pésima persona y trata de compensarlo—. Chicas, denme el teléfono —ordena al dúo tras de ella.

Digita unos cuantos números y obtiene una respuesta rápida por parte de la persona al otro lado. Ella comenta el caso y pide prioridad, pero la convicción de su rostro se va diluyendo tras escuchar un largo comunicado. No será tan fácil.

Al colgar la llamada, Joseph deja de chismear para volver a tomar el papel de víctima. Ahora simula un calambre y estira la pierna de forma extralimitada. Algo que no tiene absolutamente nada que ver con un tema gastrointestinal, pero que para él y su mente en ese momento es factible añadir.

—¿Y qué te dijo? —Su tono de voz inaudible y moribundo casi le suma.

Ella se queda reparando su nueva contracción en el muslo, para nada conmovida.

—Em... Que tengo que revisarte de todos modos y luego ellos te evaluarán vía telefónica. Dependiendo de tu diagnóstico, vendrán —anuncia con pena.

—¿Cómo? —Por un momento se le olvida que está "a punto de morir" y se sienta de golpe. Posteriormente se le viene un corrientazo de forma directa a la panza, preveniendo su letargo, haciéndolo recordar obligatoriamente. Se le escapa el aire y cierra sus ojos con fuerza—. ¿Aquí no tienen la prepagada?

—No. Del gobierno solo puedes esperar lo más económico e inoficioso.

Joseph pensó en confesarle que él tenía la prepagada, pero sería como cavar su propia tumba.

Al final accedió a esa humillación.

Entre todas lo ayudaron a acomodarse en su colchón y solamente la señorita Stuart se quedó examinándolo. El chico cada vez notaba el interés que ella tenía, no era buena disimulando, y sabía muy bien que se molestaría con lo que pretendía hacer.

Queen esperaba que ella se encontrara todo en orden, no contaba con que fuera tan observadora: vió el golpe en su cabeza y manchas de sangre en su camisa:

—Puedo explicarlo...

—Estoy esperando que lo hagas. ¿Quién eres realmente, James?

—Alguien que... se mete en problemas solo para tenerte cerca.

Ella da un suspiro vacío. Aparenta decepción.

—Buen intento, pero no soy inepta. Estás tramando algo, quieres escaparte.

Joseph se queda ensimismado ante esa acusación.

—La sangre que tienes en tu camisa debe ser de alguien, averiguaré quien es esa persona. Si me entero que eres cómplice de Dafne, te hundiré con ella. —De un momento a otro, el rencor habla por ella.

—Mmm muchas amenazas de un solo tirón, ¿no te parece?

—No es nada para el tiempo que me hiciste perder. —Se pone de pie, sacudiéndose la falda con cansancio.

—No te lo tomes así... Y no tienes por qué pensar mal de Dafne, no es una mala chica.

—Si la defiendes, es por algo.

—Claro...

—Te gusta.

Joseph festeja internamente. No puede ser que esta sea la forma en que podrá obtener su estadía en el famoso calabozo.

—La verdad sí, me encanta. ¿Es que ya le viste la sonrisa, el cabello, su personalidad dura y recatada? Oh, y sus piernas, ¿viste sus increíbles piernas? —A Belinda se le arruga todo el entrecejo y tuerce su comisura labial delatando tal amargura. Cada halago de Joseph hacia esa chica es una barbarie para ella. Insoportable y tormentosa—. Esa mujer es brut...

—¡¡Ya cállate!! ¡¡No quiero oírte más!! —Se desespera con la situación—. No quiero que la nombres frente a mí.

—Ok, perdón. Me preguntaste y te dije la verdad...

—Lo sé, aunque es una confesión algo exagerada.

—Nah. No te dije todo lo que realmente siento... no hay palabras que lo describan, ni tiempo que lo determine. Una vida a su lado no será suficiente para demostrarle todo lo que la amo.

Es visible la frustración en el semblante de la chica. Nunca nadie le ha dedicado unas palabras parecidas, se puede decir que añoraría tener un poco de eso que tiene su contrincante.

—Deberías dedicarte a la poesía —menciona con sarcasmo.

—Sí, estoy pensando en crear un libro. Ella sería mi musa. —Vuelve a la carga.

—Oye, ya entendí.

—Mmm pero esto no se trata de ti. Pensé que éramos amigos y podía contarte...

—Te confundes, James. Soy amable con quien me interesa.

—¿Eso qué significa?

—Tú eres mi conquista mientras Dafne no esté en medio.

—Qué directa.

—Sí, y no permitiré que me estés provocando con ella.

—No es intencional... —Finge ser inocente.

—Intencional o no, no seguiremos hablando de esa.

A Joseph se le va complicando la cuestión y ve lejos acompañar a su novia. Tendrá que ser más drástico.

Belinda busca marcharse de su celda en cuanto este la detiene por medio de un comentario. Un comentario que jamás se imaginó hacerle a una mujer, por más que se lo mereciera:

—Debo ser honesto contigo, jamás funcionará, no eres mi tipo. Desde que te me insinuaste en la oficina con tu escote, como toda una necesitada en todos los ámbitos, supe la clase de mujer que eres... Luego te estás preguntando por qué Dafne sí y tú no, ¿en serio? Ni siquiera la consideres rival, porque en ningún momento te vi como opción.

La secretaria da media vuelta completamente trémula hacia la imagen del chico que hasta hace poco se le hacía tan auténticamente atractivo, esta misma se volatiza y se sustituye por un monstruo, asesino, totalmente despiadado que derriba las ilusiones a su paso y lanza púas de veneno que se incrustan en su piel con el poder de distorsionar sus ideales.

Los ojos de la chica se tornan vidriosos y profundizan un gran dolor. Ella se abrió de una forma impensada con la persona equivocada.

Joseph se pone nervioso, tal vez por la culpabilidad o arrepentimiento, pero no puede echarse para atrás. Su chica lo necesita más.

Cuando una de estas lágrimas se desborda de sus cuencas, la chica borra el curso de todas las demás con las dos manos. No se permite debilitarse y hace como si nada. Un forzoso carraspeo sale de su garganta.

Y vuelve a empoderarse, a dejar que el resentimiento se apodere de su sistema y barra todo rastro de susceptibilidad, a ser una Stuart.

«Muy bien... Esta es la parte en que vienes a abofetearme, donde gritas como loca y me das mi castigo». Piensa Joseph con entusiasmo.

Aunque nada de eso ocurrió. Sus expectativas se fueron al caño en cuanto la mujer de pisada firme y elevadas curvas salió de la celda, cerrando con pasador sin voltear a verlo. Luego desapareció por el pasadizo.

«Pero, ¿qué pasó?». Se repetía a sí mismo el chico de tez canela. Si su intuición pocas veces falla... no lo entendía.

Recluido en sus pensamientos, el hombre opta por considerar rendirse. Al menos por ahora.

Es cuando, a los casi 5 minutos, abren su celda abruptamente y, sin darle derecho a ningún tipo de objeción, se lo llevan ambas guardianas a un sitio que desconoce. Sabe que esto es obra de Beli, no se equivocó en creer que es muy impulsiva.

—¿Adónde me llevan? —Caminan tan rápido que se marea—. Ella las mandó, ¿no es así? —No obtiene respuesta por ninguna de las partes presentes.

Joseph solo puede esperar que se dirijan hacia donde él quiere: su princesa.

Al final del camino, bajan un pequeño tramo de escaleras y se adentran en una especie de túnel. Más allá de este se encuentra un reflector de luz titilante, el cual está impregnado en el techo con termitas a su alrededor; ilumina lo suficiente como para notar la temerosa puerta metálica del fondo con rastros de oxidación en su entablado. Esta está conformada por una chapa de al menos 20 llaves e infinitas medidas de seguridad, como si de una reserva de oro se tratase; aunado a eso, una minúscula reja dividida por tres tubos en su parte superior. Da la sensación de que cuando entras ahí, no vuelves a ser igual.

«Total, cordura ya no tengo». Se consuela con ese pensamiento.

Una de las guardias abre la inmensa puerta, dejando salir un olor a humedad poco agradable debido a la escasa ventilación del habitáculo. Todo es oscuro, apartado, fúnebre. Joseph se mete sin alguna emoción a dicho lugar, nunca se sintió más desmotivado. En cuanto la luz desaparece de su órbita y estampan la enorme lámina contra su marco, el chico se paraliza. Sabe que se ha quedado solo. Logró lo que quería pero no como lo pedía, esto no estaba en el plan.

Lo primero que notó fue la oscuridad del sitio. Dafne odia la oscuridad, le da pánico. Se imagina cómo la puede estar pasando y eso le provoca ansiedad.

Nunca vió nada ni escuchó algo, pero solo no estaba.

Con el pasar de algunos minutos, Joseph siente que algo le toca el brazo a su izquierda, un pequeño dedo inquieto. Al principio cree que es su imaginación, hasta que el toque incrementa y le hace girarse.

Dudoso, empieza a palpar unos brazos delgados, están muy fríos y parecen de chica.

«Dafne». Reconoce su aroma a frambuesa.

—¿Jo-Joseph? —Lo llama por su nombre nuevamente, despertando mil emociones en el interior de él.

—Cielo. —Ahora sus manos se van a escudriñarla por completo—, ¿estás bien?, ¿te hicieron algo? —Se escucha impaciente.

—Sí. Estoy bien, no te preocupes. —Intenta calmarlo pero él conoce ese temblor en su voz.

—No te creo, amor. La oscuridad te afecta. —Se dirige a su cabello en ansiosas caricias.

—Bueno, tal vez sí. Parece que la intención de este lugar es volvernos locos a todos.

—No, tranquila. Ya pasó. Aquí estoy. —Con aquellas palabras que siempre usa para brindarle seguridad, se apega a ella—. Ven aquí, muñequita...

Ellos estrechan sus cuerpos, revitalizándose con el aroma del otro, como si no quisieran separarse. Joseph le transfiere el calor y rubor que su templo demanda mientras que, por otra parte, ella reactiva todas las energías de este al 100%. Abrazar a Dafne equivale lo mismo que dormir unas 12 horas diarias, así lo asimila su organismo.

Con el rostro de su amada escondido en su cuello, la adrenalina de poder apreciarla tan de cerca y ver que lo reconoce, se olvida del mundo. Las palpitaciones y respiración suave de su persona favorita es todo lo que desea escuchar después de tanto ruido molesto en su mente.

—Te extrañé... mucho mucho. —Ella se aferra más ansiosa a él, consumiendo toda su esencia con ferocidad.

—Y yo a ti demasiado, mi vida. —Procede a darle pequeños toques en su espalda en forma de vaivén, ella lo toma como el masaje más relajante—. Ya no te dejaré sola...

El sueño inunda a la pareja en medio de tanta comodidad. El chico es quien propone resguardarse en un rincón para sentarla a ella sobre sus piernas.

Y así lo hacen, aún sin despegarse. Son la clarísima representación de dos chicles: dulces y pegajosos.

—¿Por qué te trajeron aquí, amorcito? —cuestiona Dafne, aunque decide formular la pregunta de otra manera—. ¿Por qué estamos aquí?

Joseph se lo esperaba. Lo reconoció tan fácil que juraría que 'el hueco' la cambió.

—Digamos que todavía tienes lagunas en tu mente, cielo, por culpa de Steve. Lo resolveremos una vez salgamos de acá.

—¿Y dónde estamos?

—Mmm... en prisión. —No puede verla porque no hay luz, pero la contracción de todos sus músculos es palpable. Al sentir su aliento golpeándole el rostro, sabe que lo está viendo horrorizada—. Pero tranquila, aún no tienen pruebas contra nosotros.

—Júrame que saldremos de aquí. —Utiliza un tono temeroso, el mismo que usó cuando se enteró que Steve los acechaba—. Aron está bebé, no quiero perderme ninguna de sus etapas.

—Yo tampoco quiero eso. Ya verás que volveremos a su lado.

Se rodean el uno al otro, esta vez con más parsimonia, entrando en un estado de relajación y calidez que únicamente estando juntos logran compactar.

Entre tanto, Brien hace un breve recorrido por algunos sectores donde el vandalismo se ha tomado la libertad de aterrorizar a los ciudadanos. Esa noche, particularmente, no tiene muchas ganas de hacer su oficio en las calles. Prefería estar en la oficina, tal vez torturando a alguien para que confiese sus crímenes, como ha hecho otras veces, y solo así se descargaría.

Su teléfono comienza a sonar de repente. Es Belinda, su mejor amiga y jefa:

—Dímelo, cariño.

—Necesito que vengas. Me siento mal —habla apagada y muy nasal.

—¿Estabas llorando?

—Sí. Pero es más del coraje.

—¿Por qué?

—Porque todos los hombres son unos canallas. Excepto tú, claramente... eres divina.

—Ay, linda, ni me digas. —Se le viene a la mente el dramático de su ex—. Tú eres preciosa. Pero, no sabía que tenías un tinieblo en remojo; ¿quién es?

—Espero que estés sentado, porque te irás de para atrás con esto —advierte, adicionando un grado de intriga a su relato.

—Sí, lo estoy. También con el cinturón de seguridad por si acaso. —Ella se ríe de su ocurrencia—. Ya está... ¡No me dejes en ascuas!

—Es James... El mismo que dejaste ayer aquí. —Cierra sus ojos como si nombrarlo esparciera millones de mariposas dentro de su vientre. No puede evitarlo.

Jeremy enmudece en ese momento y da un frenazo a la patrulla. Parece increíble pero no lo es; a ella también le ha pasado. Su amiga está tan chiflada como él y hasta peor, porque conociéndola como lo hace, se imagina que no se ha quedado quieta.

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