23| REVELACIÓN
—Tranquila... ya pensaré en algo más —murmura el policía, creyendo que no lo escucho. Ya quiero ver qué hace.
Ella asiente, intentando no ser obvia. Luego me mira y le cambia la cara.
Eso es muy obvio de su parte.
Todos volvemos al departamento y el molesto del sheriff todavía se queja, al parecer necesita una siesta.
Pienso en ella para que vigile al policía.
—Mmm, bueno. Tú, Dafne...
—¿Yo qué? —Me responde rudo.
—Puedes vigilar a este sujeto mientras me encargo del otro. —Por un momento contemplo la posibilidad de que no se vaya.
El policía tras suyo le dice que acepte.
—¿Y por qué debería?
El policía se manda la mano a la cara.
—Porque somos un equipo.
—Ese "somos" me suena a mucha gente. —Roza la mezquindad con su actitud.
El policía mejor se sienta en el suelo a esperar su paliza.
—Entonces, ¿de verdad te quieres ir con él?
—No, yo quiero a mi novio; no a este delincuente de sonrisa diabólica y técnico de artes marciales. Ahora sí nos iremos presos...
—Pero lo hago para defenderte. —Me justifico.
—Ja. No necesito que nadie me defienda. —Echa en saco roto mi intención— Para eso tengo mis botines, mi pintalabios, mis uñas, entre otras cosas... —Da a entender que se hizo la indefensa hace unos minutos.
Ella nota mi aturdimiento, dejándome expuesto en cuanto nombra exactamente lo que estoy pensando. Esa chica es una especie de telépata.
—Pues sí. En realidad quería ver si todavía te importaba. —Mientras confiesa, el policía y yo manifestamos el mismo descontento en nuestras caras—. Todavía no ha nacido quien me lleve a las malas a alguna parte.
—Mmm, bueno. ¿Y ya estás contenta?
—Obvio no.
—Pero no entiendo.
—Claro, tú nunca entiendes nada. Y yo sí debo tragarme tu desinterés, ¿no es así?
—¿Desinterés?, ¿qué...
—Dime, ¿hace cuánto no me dices una palabra bonita? —Se cruza de brazos con indignación.
De mi cabeza emerge un caos equivalente al de un cubo de rubik desarmado. No se estaciona ni encuentra un Norte.
—Estamos en medio de una tragedia donde hay muertos y estoy a punto de perder mi trabajo, ¿y lo único en lo que puedes pensar es en por qué no te tratan como una reinita?, ¿de verdad? —comenta hastiado, el uniformado.
Ella frunce todo, para nada conforme.
—¿Y a ti quién te dio permiso para hablar? —Lo ubica—. Que yo sepa, tienes suerte de estar despierto.
—No me considero afortunado; sigo aquí atrapado, sin mi arma y escuchando una pelea tonta de novios —concluye holgadamente.
Dafne se ofende aún más y yo estoy medio confundido.
—¡Pues sí!, ¡estarías mejor dormido! —Creo que está molesta porque interrumpió nuestra plática—. ¡Amor, ataca!
El policía la observa súper incrédulo.
Ni que fuera perro.
—Mmm, yo no recibo órdenes.
Su cara supera y deja atrás la del policía.
—¿¿Qué dijiste?? —Ella es muy curiosa, explota con facilidad—. No me parece chistoso.
—No es ningún chiste. Y deberías dejar de gritar.
Ella se me acerca unos pasos, abriéndome sus ojos como si fuera a echarle gotas.
—¿Por qué mejor no te pudres? —Su tono desafiante me enerva los sentidos. Me contagia su mal humor y resquebraja mi paciencia. El policía disfruta del espectáculo—. ¡¿Y tú, de qué te ríes?! ¡Imbécil!... ¡Par de imbéciles! —Nos reprocha y se va renegando por el corredor.
Suspiro impaciente, yendo en su dirección. Ella acelera su caminata y yo le doy la vuelta.
—¡No... no me toques! —Huye de mi agarre—. Eso que hiciste fue inaceptable, Joseph.
—No es para que te pongas así.
Ahora ella retrocede y yo avanzo.
—¿Que no me ponga así? —Su tono es irónico—. ¿Y qué sugieres?
—Que ya no seas tan caprichosa.
Vamos apurando el paso, llevándome a acorralarla.
Ella no se lo toma muy bien y gesticula con sus labios abiertos, ahogando una expresión. De repente, se choca con la pared, enfrentándose a mi imponente imagen.
—¡Deja de corretearme! —dice temerosa—. ¡Mira nomás como me hablas!
Veo su desesperación.
—Dafne, no siempre te puedo decir que sí. También deberías seguirme. —Ella me ve con extrañeza—. ¿Tan difícil es?
Ella reflexiona, no obstante, no me dice nada e intenta escabullirse. Tengo la impresión de que no quiere seguir hablando.
La sostengo, impidiendo que se aleje.
—¡Suéltame! Estás muy cambiado, distinto... ¡no sé! —discute exaltada. De pronto, ella mira hacia el pasillo, por donde estaba el agente—. ¡El policía! —Me hace girar con ella.
Me doy cuenta de que ya no está. Se ha ido.
Tanto ella como yo vamos en busca del sujeto; ella insiste en que se ha escapado, pero yo sé que el ascensor está averiado y debe estar escondido. De modo que, hago una búsqueda meticulosa por toda la casa y en cada recámara, encontrándolo en una a punto de salir por la ventana.
Logro alcanzarlo, jalándolo de su camisa hacia adentro. Él se resiste, echándose a correr mientras lo tengo sujetado aún.
—¿Adónde ibas? Pensé que te llevarías a Dafne. —Lo humillo y éste sigue corriendo en vano.
No me responde, solo pretende escapar.
Me canso de retenerlo y, como si fuese un muñeco de trapo, lo elevo contra una pared. El impacto lo hace desmayar.
Dafne presencia todo, dándose a la huida en cuanto volteo. Ahora que ella está a salvo puedo seguir con el viejo.
En cuanto me dispongo a entrar a la habitación, esta me recibe con una balacera, la cual esquivo repentinamente. No entiendo qué pasa mientras me respaldo con el muro.
—¡Maldito, sal de ahí! —grita Stuart, dispuesto a todo—. ¡No creas que te perdonaré lo que me hiciste!
—No me interesa tu perdón. No eres nadie. —Lo provoco.
—¡Soy mucho más que tú, niño estúpido! —Vuelve a disparar al aire.
Dafne grita asustada.
—¿Según quién? Déjame adivinar... ¿tu escuadrón? —comento sarcásticamente—. Qué mal, no están en condiciones de corroborar eso.
Ahora dispara hacia el muro. Me temo que se quedará sin balas.
—¡Te haré tragar tus palabras, bufón de pacotilla!
—Tendrás que morderte los codos primero. —Hago sobresalir mi brazo y lo escondo enseguida, haciendo que pierda su última bala.
Escucho como jala del gatillo sin respuesta alguna.
En ese momento, realizo mi entrada con cierta paciencia y convicción. Mi andar relajado pone a marchar la desolación en todo su cuerpo.
Y, empezando a tronar mis dedos, realzo su angustia. Me tira el arma en un esperanzador intento de desconcentrar mi ruta… y falla, encontrándose de frente con el verdugo que desencajó su brazo.
No le doy chance para reaccionar. En menos de lo que espera, mi puño se estaciona en todo su rostro con la intensidad de un proyectil. Él se tumba en la cama y arremeto un nuevo golpe en su contra, haciéndolo escupir sangre.
Con su única mano útil pretende ponerme resistencia, pero no me detengo, tomándolo como saco de boxeo.
Vuelan algunos dientes con juagadura roja. Stuart se queja hasta el punto de pedir clemencia.
Su miserable súplica me motiva a darle un manazo más contundente, dejándole su conciencia triturada.
—Pobre escoria. —Lo veo con lástima—. Menos de tus babosadas por un rato.
Salgo de la habitación con los nudillos de las manos enrojecidos y agotado. Dafne me mira algo anormal, está consternada por lo que hice.
—Tú... no eres Joseph —pronuncia prevenida.
—Te equivocas. Soy él, pero mejor.
Ella no me reconoce y no tengo energías para convencerla. El mundo me da vueltas, la pesadumbre reina en mi organismo y mis párpados se cierran involuntariamente.
Dejándome sin luz ni control.
Abro los ojos con esfuerzo y la primera imagen que obtengo es de mi novia con sus ojos mojados viéndome. Se ve preocupada, ¿por qué?
—Mi vida, ¿qué pasa? ¿Por qué estás así? —Me voy dando cuenta de que estoy tumbado en el suelo, con la cabeza sobre sus piernas.
—Joseph, amor. —Sus manos me atienden a la misma vez que absorbe su nariz—. ¿Cómo te sientes?
—Cansado... —Al ver su preocupación, agarro sus manos con suavidad—. Pero, ¿por qué lloras? ¿Y qué hago en el suelo?
Ella se ve perturbada y no entiendo nada.
—Es que te desmayaste. —Tengo la sensación de que ocurre algo más—. ¿No lo recuerdas?
Intento forzar mi memoria, pero no ocurre nada.
—¿Cómo que me desmayé? —pregunto acelerado, dejando la comodidad de sus piernas para poder sentarme—. ¿Qué más pasó?
—Cielo, es difícil de explicar. Ni yo entiendo qué pasó. —Me mira extrañada.
—¿Tan malo es? —Voy recapitulando y me llegan momentos a la cabeza—. Mmm, ¿dónde están los policías? —Ella no sabe responderme, por lo que insisto—. Amorcito, estás muy extraña. ¿Te hicieron algo?
Sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas mientras piensa en algo.
—Pensé que te había perdido. —Toma mis manos con tristeza—. No me vuelvas a dejar, por favor.
Mi dedo pasa por su mejilla borrando las lágrimas.
—Estoy aquí, princesita. No me vas a perder.
Siento sus brazos rodearme con ansiedad. Le correspondo el abrazo, besando su cabeza.
—No sé qué haremos ahora. Esos policías están como muertos —menciona aturdida, haciéndome soltarla.
—¿Cómo que muertos? —No lo creo e intento levantarme. En ese momento, me doy cuenta de que no estoy bien, me duele todo.
—Amor, quédate quieto. Tu pierna se ve muy mal —impide que me vaya. Veo mi pierna y, es verdad, parece infectada.
—No entiendo. Pensé que me estaba curando. —Pienso en voz alta, inquietando a Dafne.
—No sabía que te habían herido, amor. —Contempla mi llaga preocupada.
—Mmm… sí, lo hicieron, pero ya se me estaba pasando.
—No es lo que parece. —Inspecciona mi pierna y toca mi frente—. Te está subiendo fiebre, necesitamos un antibióti...
—¿Qué?, ¿antibiótico? —niego anticipado—. No, deja eso así. Me siento bien, de verdad.
—Joseph, no seas tan obstinado. No te necesito enfermo.
—Es que no estoy enfermo, amorcito. Además, date cuenta en donde estamos.
—¿Crees que no lo sé? Pero podemos mirar el botiquín, o irme a una droguería —sugiere.
—Cielo, irte a una droguería no sería una opción.
—¿Porque no tenemos dinero? En esta casa debe de haber algo de valor.
—No es solo eso. Nos está buscando la policía.
Ella desmonta todo el castillo en su mente, percatándose de que son varios nuestros problemas.
—Bueno... pero no puedo dejarte así. —Se bloquea—. Ya son demasiados muertos, no...
—Tranquila, bebi. —Deposito un beso en su frente—. Con el botiquín es suficiente.
Ella se apresura a buscarlo en donde lo había dejado: con Steve. Retorna en mi rumbo y me hace una curación.
Contengo el malestar de mis expresiones para que ella no sobre piense, sin embargo, sí siento molestia. La zona afectada ya se ve más limpia y protegida.
Mis jeans son un desastre, por lo que la mando a buscar entre la ropa del dueño de la casa para ver si me puedo cambiar. Dafne logra encontrar un pantalón, bastante apretado para mi gusto, pero no habiendo más...
—¿¿Cómo es que Steve se metía en esto?? —inquiero sorprendido al momento de probármelo. Mi novia se burla al notar que ciertas zonas de mí ya no podrán respirar—. Parezco una lombriz.
—Una lombriz muy brillante —admite risueña, fijándose en los brillos de la tela. El pantalón es más estrambótico de lo que pensé.
—¿De verdad no había más? —Ella niega con cierta satisfacción y blanqueo los ojos. Cuando logro levantarme del suelo y estirarme, la costura de la prenda amenaza con reventarse, dejándome limitado al caminar.
Dafne me sigue viendo entre las piernas de forma chistosa. Le gusta meterme en aprietos.
Apenas me ve cojeando, añade:
—Si sigues caminando así, una lombricita saldrá por aquí —menciona la atrevida, dirigiéndose a mi cremallera.
—Mmm, ¿te diviertes? —Sonrío sin gracia.
—Mucho —reconoce cínicamente, todavía observándome con lubricidad.
—Ya veo... ¿por eso me sigues viendo así?
—¿Así cómo? —Ahora es coqueta.
—Como si quisieras mi lombriz —deduzco sonriente.
—Ah, ¿eso crees? —Cambia su postura a una más interesante. Se ve ardiente.
—Sí... y, como siempre, escogiendo los momentos más oportunos. —Mi mirada tienta a la suya.
—Já. Pues no soy yo sola, bebé. —Me incluye.
—Mmm puede ser, puede ser.
Se me acerca juguetona y me da un beso. Un beso muy poco civilizado, lleno de humedad y tensión.
Solamente ella es capaz de extirpar toda mi conducta para despertar mi líbido. Derrite todas las murallas frígidas que hay en mí.
Correspondo su mágico beso, llevándomela contra la pared. Nos encendemos en cuanto nos encontramos y no pretendemos parar.
Dafne me ama. Cada nervio de su cuerpo me lo dice, empezando por el latir tan anómalo que presenta su corazón. Las vibraciones de su piel igual la dejan expuesta, tanto o más que sus ojos ansiosos. Todo de ella me solicita, espera por mis respuestas.
Y, como soy tan responsable, me hago cargo.
—¿Sabes que te extraño? —Me besuquea la cara con desesperación. Yo la tomo de las piernas, alzándola a la altura de mi virilidad—. Me llegué a preguntar si esto volvería a pasar...
—¿Por qué te preguntabas eso? —Paso a besar su cuello y escote.
—Porque ya no era tu princesa... o, al menos, eso me hiciste pensar.
—Siempre lo serás. —Continúo mi recorrido, besándola por encima de su ropa.
Ella recorre mi cabeza con sus manos pálidas. Sus agarrones en mi cabello me motivan más.
—¿Ya no cambiarás más? —No sé a qué se refiere y me meto entre sus pechos. La siento un poco desconcentrada—. Amor, no quiero que me llames por mi nombre otra vez.
Eso me hace pausar y subir la vista.
—¿Cuándo hice eso?
—Antes de desmayarte. No parecías tú... me mirabas diferente —indica.
El momento se enfría más y nos direccionamos a la conversa.
—No recuerdo eso. —Me pongo reflexivo—. ¿Yo te hice daño?
—No a mí... —duda en contar lo sucedido—. Tal vez a los policías. —Ella se acuerda de algo que le causa temor.
—¿A los policías? ¿Por eso me dijiste que estaban como muertos? —Me centro en el tema tanto como ella.
Ella asiente sin mirarme, como si le diera vergüenza lo que hice.
La bajo con suavidad, dejando de lado lo que queríamos inicialmente. Ella se organiza el vestido y camina unos cuantos pasos a mi distancia.
—No quise asustarte. Lo lamento.
—No sabías lo que hacías, ¿o sí? —Voltea a verme expectante.
—Tal vez —omito una parte de mis recuerdos—, pero lo importante es que ya pasó. Nadie te hará daño.
—¿Seguro? Porque sería bueno que consultaras un especialista. No sé, quizá así recuerdes...
—Sí... igual tú. —Le devuelvo la sugerencia y ella se sorprende—. Ambos no recordamos muchas cosas.
Dafne no se lo toma muy bien, respondiéndome con desdén:
—Lo mío es diferente, fue provocado. —Se excusa—. No seas tan orgulloso para aceptar una terapia.
—Yo la acepto, tú eres quien se pone a la defensiva.
—Ninguna defensiva. Solo sé que estoy perfectamente, cielo. —Suena muy segura.
—Bien. Solo vamos juntos para descartarlo, ¿te parece?
No se ve convencida, pero accede.
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