22| COLAPSO

No sabemos qué pasará después de esto. Todos ellos nos hacen infinidad de preguntas pero no definen nuestro destino. Es como si esperasen algo.

O a alguien.

El sheriff se viene detrás de nosotros, recostando su hombro contra el marco de la puerta y ladeando la cabeza de forma acusatoria hacia Dafne.

—De modo que también asesinaste al hijo del gobernador. —La señala de esa y todas las muertes—. Pobre maravilla, se pudrirá en una celda. —Baja la vista hacia su trasero sin ningún respeto.

—¿Cómo que también? —Ella se acelera, echándose la soga al cuello—. No, un momento, solo fue a él —admite su crimen y se vuelve el blanco de la recámara.

«Me lleva el demonio».

—Ya decía yo que eras mañosita. —La juzga con ironía.

Mi novia se sulfura, dirigiéndose un paso hacia el alguacil en busca de una polémica más grande; no obstante, interfiero para salvaguardar nuestra versión:

—Eeeeehh, lo que mi novia quiso decir es que Steve mató solo a los demás policías... —Dafne se queda petrificada viéndome y yo ruego porque me siga—. Luego su primo lo asesinó para robarle y huyó. —Termino de completar.

—¿Lo hizo? —Me pregunta ella, notando que le añadí hurto al interesante currículum de Lautaro—. Ahm... digo, lo hizo. —Se retracta después de ver mi cara.

Los policías se ven entre sí. Haciéndome un spoiler de lo que se avecina: para cuando regresemos a casa, Aron ya estará gigante, habrá dejado los juguetes y ya no recordara nuestros rostros.

—Así que tú eres su cómplice. —Ahora me señala a mí, el viejo morboso.

—Mmm... ¿sabe qué? Usted no tiene autoridad para juzgarnos.

—Claro que la tengo, muchacho. Pero ¿qué vas a saber tú de eso si se nota que eres un arrastrado? —Deja en claro sus prejuicios, basándose meramente en mi facha.

«Se piensa que por una placa ya es el dueño del mundo. Oh, vamos, no me presenté aún», Vuelve a inmiscuirse en mi cabeza.

Doy dos pasos hacia él. Ella se queda intranquila a mi espalda.

—Y tú eres alguien que valora muy poco su vida. —Todos se asombran de la rigidez de esa respuesta, especialmente mi chica—. Veo que poco te conmueve la sangre ajena, ¿sentirías lo mismo al ver la tuya? —Mi mirada variante le da a entender perfectamente que se trata de una amenaza.

El hombre panzón, con signos de alopecia y abundante bigote que, hasta hace un momento incomodó a mi novia con sus depravaciones, abre notablemente los ojos en señal de alerta. Me imagino que sus pulsaciones son tan constantes como lo es su respiración.

Y, como me lo esperaba, se escuda detrás de su arma.

—¡Escucha, rata miserable, no me atemorizas! ¡Todos los días debo lidiar con bandidos de las peores calañas y todos están encerrados! —Me apunta, sacándole el seguro. Dafne intercede por mí angustiada.

La voz en mi cabeza se escucha cada vez más lejana.

—Pero no has lidiado con algo como yo. —Nadie entiende lo que digo hasta que, en un movimiento rápido e imperceptible, le arrebato el arma de las manos. Se la quito y ahora soy yo quien está al mando.

—¡Amor, ¿qué haces?! —No puedo concentrarme ni atender a mi novia. Una sed por destruir me consume—. Nos matarán...

Stuart da la orden inmediata a sus compañeros de apuntarme. Ahora soy yo contra todos, mi amada llora y mi cabeza duele.

Quiere explotar.

No la soporto más. Que pare, ahora.

Dejo la pistola y empiezo a gritar, sosteniendo las fibras de mi cabello hasta querer arrancarlas. No quiero más.

Me arrodillo hasta enloquecer.

Y, desde ahí, se comienzan a hacer presentes aquellas palabras de mis seres preciados en una ola de recuerdos hasta acrecentarse a la magnitud de un huracán:

"Joseph, debes controlarte..."

"Ella no se puede enterar..."

"¿Qué pensará de ti?".

Me rebasan y no puedo contenerlas. Todas vienen hacia mí, traspasándome sin consideración.

"¡Hermanito, no caigas!"

"Lo prometiste, Joseph..."

"No te rindas..."

Dafne y el sheriff se lanzan por la pistola. Ella la alcanza primero y lo amenaza.

"Tú puedes, ¡levántate!"

"No aguantaste tanto para esto..."

Todo mi cuerpo tiembla y los recuerdos intentan centrarme. El dolor de cabeza se vuelve asfixia.

Aire, necesito aire.

"Recuerda tu promesa..."

Aire.

Ahora me sostengo del suelo, no consigo un equilibrio. Colapso junto con mi realidad. Mi último hilo de cordura se rompe.

"¡No lo hagas, Joseph!"

Mis palpitos se aligeran, llevándome a cerrar los puños y prensar la quijada.

Lentamente los malestares van desapareciendo y en mí se impregnan otras prioridades y mentalidad. Mis pulmones se recargan de un nuevo aire y todo de mí está listo para reaccionar.

«Al fin».

—¿Cielo?, ¿qué tienes? —pregunta ella desde su posición, sosteniendo el arma con inseguridad.

Escucho griterías y un sujeto se me acerca incrédulo para ver mi estado. Dejo que se aproxime lo suficiente para conectarlo de un gancho que lo deja noqueado, haciendo volar su arma.

Ella vuelve a llamarme y la ignoro.

El sheriff atónito se va en busca del revolver que tiré. Yo voy tras él, y a pocos instantes de atraparlo, primero soy alcanzado por el otro policía; éste me retiene de ambos hombros y busca esposarme.

Dafne intenta interceptar a Stuart y dispara al arma que se encuentra en el suelo, congelándolo por completo.

El agente más joven insiste en estorbarme y no tengo de otra que darle un golpe con mi cabeza, impulsándola hacia atrás. El crujir de su tabique va de la mano con su tambaleo, los cuales hacen posible mi liberación y, por supuesto, su retención. Fue víctima de su propio invento: las esposas.

Después de dejarlo atado, hace un escándalo. Me impacienta y lo mando a dormir como su compañero.

—Daah, qué molestos estos insectos. —Me sacudo las manos y procedo a traquear mis dedos—. ¿Y quién sigue? —Sonrío predisponiéndome.

Dafne y su rehén, el único que me falta y más dolor se merece, me miran despavoridos. Como si hubieran visto al terror personificado.

Y no se equivocan, soy peor de lo que imaginan; me alimento de todos sus miedos.

Sin más preámbulos, comienzo a retar a mi presa:

—Al parecer un arrastrado te acaba de dejar sin tropa. —Lo convierto en el hazmerreír de toda la tripulación—. Pero, descuida, todavía te puedo acabar y así no tendrás cómo contarlo. —Me burlo mientras afino mis puños.

—¡Joseph! —Ella se muestra indignada—, ¡¿por qué estás hablando así?! No hay que llegar a tanto. —Observa por un instante a su nuevo acosador, con tantita lástima—. Digo, es simplemente un... petardo.

El alguacil no sabe si agradecerle o devolverle el insulto.

—Dafne, será mejor que te salgas un momento. No quieres ver lo que viene.

—¡¿Qué, quéé?! —chilla estruendosamente—. ¿Me acabas de llamar por mi nombre? —Creo que va a soltar la pistola.

—Eh, así te llamas.

—¿Qué? ¡No! O sea, sí... pero no para ti, amorcito.

—Nah, nah. Nada de eso. Las cursilerías no van conmigo. —Intento ser claro, pero a ella parece sonarle catastrófico.

—Pero... ¡¿cómo que cursilerías?! Si naturalmente somos así. —Sus ojos se ponen llorosos y no tiene el mismo ímpetu para pronunciar.

—¿En serio vas a llorar? —Cuando me doy cuenta, lo que hice fue detonar la dramatización. Nunca lo hagan en casa—. Está bien, sí estás llorando. —Me irrita verla, esa mujer sí que tiene pulmones—. Dios santo...

—¡Joseph, tú nunca me llamas por mi nombre, n-ni siquiera enojado! —Lloriquea y se le nota el sufrimiento—. Lo que quieres es terminar conmigo, ¿verdad?

Algo dentro de mí se remueve. Es un llamado de auxilio mezclado con necesidad.

—¿Cómo? —Me quedo en blanco.

—Solo responde. —Su tono está plagado de desilusión.

«Qué payasada».

—No le insistas, para eso me tienes a mí. Yo puedo ser tu novio. —Mete la cucharada, Don putrefacto—. Te daría todas las tarjetas de crédito para que compres tus bolsas y vayas a la peluquería. Eso hacen las princesitas.

Dafne le apunta con más firmeza, con el asco brotándole por los ojos.

—¡No, gracias! —Se aprecia inasequible—. ¡Esta princesita es más independiente! —Lo roza con el arma hasta lograr intimidarlo.

Y sigue a la espera de mi contestación.

—Mmm no. Yo te quiero. —Rebusco las palabras más oportunas—... solo dame mi espacio.

A ella parece no llegarle lo que digo, solo se limita a darme el revolver para ocupar su lugar y desaloja.

Es una chica muy sensible.

En ese momento me deshago del arma, no la necesito.

El sheriff, en un fracasado intento de ir tras ella, se tropieza con mi rostro. Y, antes de que pueda escapar, lo agarro firmemente de su cuello para aventarlo a la cama.

Él se revuelca hasta encontrar un balance e irse en busca de algo para golpearme. Lo atrapo desde atrás y éste se defiende, golpeándome con una lámpara.

Ninguno se percata de que el policía ausente, se despierta y huye.

El aturdimiento del golpe altera más el ansia de consumir que traigo, obligándome a actuar más pronto.

—¡Muérete de una puta vez, maniático! —Me propina un segundo golpe con lo que queda de la lámpara. El bombillo se estalla contra mi cabeza.

Mi vista se nubla y, por un momento, me tambaleo. El shock me hace arrebatarle la base de la lámpara y lanzarla lejos. Él intenta tomar una almohada y ocupar mi lugar, sin embargo, primero alcanzo a doblar su brazo hasta el límite de su aguante.

No deja de expresar dolor a través de sus gritos.

Gritos que se diferencian a los de Dafne. Ella empieza a llamarme desde afuera en forma de auxilio.

«Ella me necesita».

Así que me afano en torcer y desarticular su brazo. Y, como si se tratase de la rama de un árbol partiéndose, suena melódicamente para mis oídos. Basta la forma en que me mira para saber que se arrepiente hasta de existir. No esperaba conocerme, su ego no admite esta realidad. Ahora solo es un pobre diablo sudando de miedo.

—¡Hey! ¡¿adónde vas?! ¡Estoy herido, no me dejes aquí! —ruega deprimente.

Se me hace insignificante y lo dejo a su suerte.

Voy en busca de los alaridos de ella.

—¡No quiero ir! ¡Ya déjame! —Voy llegando hacia donde me lleva su voz—. A mi novio no le gustará esto, ya verás... ¡Joseph!

La encuentro, no solo a ella, también al policía que, supuestamente, estaba inconsciente. La lleva a ella cargada de saquito con la intención de huir.

Apenas me detecta, cambia de dirección a la cocina y toma un cuchillo.

—¡Noo, amor! —Dafne se alarma.

Me aproximo a ellos con el propósito de desarmarlo, pero el sujeto me ataca, orillándome a esquivarlo e inmovilizarle la mano. Deja caer el arma blanca y el horror se adueña de su semblante.

—¡Ya bájame, idiota! —Protesta a su espalda hasta conseguir su objetivo—. Eres un salvaje... ¡me despeinaste! —Se asienta su melena y busca mi refugio.

Yo la veo con curiosidad. Olvidaba que era tan pequeña.

Escuchamos los lamentos de Stuart a medio pasillo.

—¿Por qué grita así?, ¿qué le sucede? —Me mira con perplejidad.

—Ya me conoció. —Mi satisfacción se refleja en la curva de mis labios, pero nadie la respalda.

Ella se queda esperanzada a que cambie esa respuesta. No sé exactamente qué quiere de mí.

—¿Es que no lo ve? Este fenómeno es un peligro hasta para usted. Debe venir conmigo. —La persuade en mi contra el uniformado, yéndose hacia la puerta y ofreciéndole su mano.

Se me hace gracioso, pero no menos molesta su presencia.

—¿Qué? Pero, ¿cómo que un peligr... —Después de verme afilando dos cuchillos con la destreza de un maestro y creer que pacté con el diablo por aniquilar a los guardias, lo piensa mejor—. Ya... ya te entendí. ¡Corre, corre! —Ambos recurren a la salida. Ella, en su afán por salvarse, termina acudiendo a un intento de subírsele a la espalda del policía.

Abren la puerta y salen por el corredor, directo al ascensor. Los sigo y, justo antes de que lleguen al panel, hago un lanzamiento de cuchillos impecable desde una distancia considerable. El mando se daña, truncando su escape, y es así como impongo mi capacidad.

Se quedan helados y no tienen de otra más que devolverse, justo como lo indica mi señal. Parecen cachorros regañados.

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