20| LA MASACRE
—¡¡AAH, MALDITO INOPORTUNO!! —Falla en su impulso, pasando instantáneamente a ser el blanco de su señalización.
—¡No! ¡Joseph, ten cuidado! —Dafne me previene.
—Tranquila... —Le susurro—. No te muevas de mi lado.
Continúo encarando al sanguinario y éste comienza a burlarse. Siempre que se ríe es porque trama algo.
—No te acerques, infeliz. —Le advierto antes de que quiera maniobrar.
—Pero qué estúpido. No necesito acercarme para aniquilarte. —Nadie entiende lo que dice hasta que truena sus dedos y hace espabilar a Morgan, justo detrás de Dafne—. ¡Sujétala y quítale el brazalete ahora! —ordena al policía y él le hace caso como una marioneta. Ultraja y le arranca la cadenilla a su dueña, dejándola a la deriva de nuevo.
Perdida, sin memoria.
Todo pasa muy rápido y no sé a quién apuntarle. Steve me sigue desarmando de cualquier forma.
—¡¡Nooooo!!
—¿James...? —Me ve confundida y sigue mirando su entorno—. ¿Amorcito? —Piensa que ese corrompido es mi persona. Se cubre la boca con las manos e inhala con sorpresa—. ¿Por qué están peleándose?
—Es que este demonio quiere abusar de ti, mi amor... —injuria Steve, matizando su voz.
—¡Ahora sí te voy a matar, desgraciado!
Estoy listo para jalar del gatillo, pero una mano generosa y con experiencia me detiene. Es el policía Morgan.
—No se manche las manos, señor. A los miserables se les puede ajusticiar de otra forma por sus crímenes. —Nos sorprende a todos, especialmente al que se creía amo de su albedrío.
La respuesta de esa incongruencia la encuentra en su mano: él se quedó con el talismán de Dafne y ahora está liberado.
—¡¿Qué demonios?! Tú también... —Entre dientes maldice el objeto divino.
Morgan se va a atormentar a Steve, lo incrimina de todos los actos involuntarios que hizo e intenta aplacarlo. A pesar de ser un cincuentón, conserva un buen estado físico y está bien entrenado.
Dafne intenta defenderlo, pues piensa que se trata de mí, y yo la retengo en su inconsciencia.
—¡Ya déjame en paz, James! —Patalea—. ¡Te voy a golpear como no me sueltes! —amenaza furiosa. Busca incansablemente la forma de "ayudarme" y no lo permito, haciendo que deteste mi segunda identidad.
Morgan y Janz se enfrentan. Ambos disputan por el arma pero ninguno cede. El policía logra tumbar al desequilibrado, pero éste no se rinde y, como siempre, le juega chueco tomando un cristal partido del suelo para luego clavárselo en un costado. Más tarde Steve se levanta y le asesta un golpe en la cabeza con la cacha del revolver, haciéndolo caer. El uniformado sufre hasta que es impactado por una bala en el pecho.
Así, sin más. A sangre fría y frente a nosotros.
—¡¡Nooooooo!!
—Siiiiiiiiiiiiii. —Celebra ella, su insensatez inunda el límite. Se escabulle de mis brazos para irse a abrazarlo.
Él no desaprovecha la oportunidad de manosearla. Es macabro.
Ahora toma su mano y pretende llevársela hacia adentro.
Apunto hacia él. Esta vez sin ningún Morgan compadeciéndose de su vida que me pueda persuadir.
—Steve, voltea. —Interrumpo su caminata.
Ya no avanza, pero solo gira el rostro.
—¿Vas a matarme? —pregunta relajado—. Porque si tienes los tamaños, prepárate también para matar a Dafne. Ella y yo somos uno, estamos ligados... —Me deja helado con lo que asegura y no sé si creer. ¿Sería capaz de tanto?—. Mejor vete... tal vez afuera te sea menos dura la realidad. —Estoy seguro que está sonriendo.
—Mmm no tengo por qué creer nada de lo que dices.
Se voltea y me dice la verdad:
—Si no es para mí, tampoco será para ti. —Veo el desprecio en sus ojos.
Y entonces lo es. No ha mentido. En su hipnotismo está incluida una atadura que avala su existencia.
En cuanto bajo el arma derrotado, ellos siguen su camino hacia donde me supongo: la habitación.
Me siento mal por los policías, sobre todo por Morgan; si no lo hubiese escuchado y tuviera el valor suficiente tal vez ese animal ya estaría muerto.
Y Dafne igual.
Así que, sin saberlo, la salvaste. Fuiste grande, Morgan.
Veo más allá de su cadáver, cerca de su mano, y algo brilla indefinidamente entre el reguero tan caótico de sangre que se alojó en la sala del mejor amigo de mi novia; alcanzo la brillantina y logro identificarlo como la pulsera de Dafne.
«Esto servirá», La guardo.
Se escuchan risas desde adentro. Dafne se siente agitada y me altero cuando le grita: "¡Papi!".
No lo mataré, pero lo puedo dejar sin otra cosa.
Dejo el arma y tomo un trozo de vidrio. El más punzante que veo.
Me voy hacia el corredor, intentando correr con mi torniquete, y hasta que los ruidos no se incrementan, continúo. Llego a la habitación y está con la puerta abierta. El retorcido es un exhibicionista y desea hacerme sufrir. Empuño el cristal conforme me introduzco en la recámara de luminosidad fosforescente en tono azul y lo veo besándole las piernas, casi metiéndose bajo su falda. Ella lo acaricia y le concede acceso como si fuera yo.
Eso es suficiente motivo para querer volverme un destripador e irme directamente a sacarle los ojos. Sin pensarlo, sin medirme, capaz de lo que sea.
Tomo el impulso en su dirección, totalmente rabioso y precipitado; sin embargo, algo pincha mi pierna lastimada, provocándole adormecimiento instantáneo.
—Te olvidaste de mí. —Es el chofer del auto, su tono es bastante parecido al de Steve. Termina de inyectarme con no sé qué cosa desde su posición baja.
—¡¡¿¿Tú??!! —Caigo de rodillas nuevamente. Intento darle con el vidrio y se escapa, es muy ágil—. ¿Pero quién eres?
—Olvidé presentarte a mi primo jeje —menciona Steve, todavía aferrado a mi novia.
Vaya, eso explica bastante.
Mi pierna extrañamente deja de doler.
—Ya veo... por eso ambos se comportan como ratas. —Les escupo.
Los dos se ríen.
Me siento más despierto, activo. Quiero moverme y despedazarlos.
—No te preocupes, Queen, en unos segundos dormirás plácidamente —asegura Lautaro.
«Pobres insectos, no saben lo que dicen», Una voz responde antes de mí.
Me apego a la muy probable y última imagen de Dafne sonriendo. Aunque sea engañada, está feliz.
Steve juega a quitarle su vestido, ella le sigue. Corretean hasta tumbarse en la cama. Él hace una pésima representación mía, no sabe cómo calentarla, pues solo la hace reír.
Su primo sigue a la expectativa de mi desmayo, no obstante, me siento mucho mejor de mi pierna. La inyección ha fracasado como relajante y ahora es un estimulante.
Ver a su secuaz apoyándolo en todo y sin huir, me parece extraño, no descarto que esté hipnotizado también. Así que en un desliz me voy hacia él y le pongo el amuleto entre su palma, otorgándole la autodeterminación.
O al menos eso pensé.
Me mira, luego a la pulsera y finalmente hacia su primo. Su semblante es dudoso.
Todo pinta a mi favor.
—Oye, Steve... ¿este no es el brazalete que tanto odias? —Obviamente está más lúcido que cualquiera aquí.
—¡No! Dámela. —Intento atraparlo y se pierde en la oscuridad como un gato. Me guío por el centelleo que despide la pulsera y agarro su brazo.
—Tranquilo. Échate para atrás. —Con su otra mano me hace un ademán para que retroceda e insólitamente lo hago. He dejado de hacer lo que tenía en mente para seguir sus órdenes.
Es... es como Janz. Incluso peor. ¿Cuándo fue que me controló si no cruzamos miradas?
«No es el momento de retroceder, Joseph», De nuevo retumba en mi mente.
—Es cierto. Es esa —afirma Steve encandilado y, por accidente, suelta a mi mujer—. ¡La quemaré!
—Como sea, pero apresúrate. —Le arroja la pulsera desde nuestra distancia. Yo solo puedo ver.
—La tengo —presume cuando la atrapa.
—Ouh, qué linda. —Dafne se atrae de su amuleto—. Déjame verla, bebi. —Se la quita a Steve para probársela—. ¡Me gusta! Es mi talla...
Él no sabe cómo detenerla y, cuando menos lo piensa, mi novia regresa:
—...¡¿Qué haces encima de mí, maldito traidor?! —Se lo baja de ella a golpes y lo hace correr—. ¡Ya vas a ver! —Sale detrás suyo. Si yo fuera él, no me dejaría alcanzar; es más peligrosa que un caníbal con hambre.
—¡¡AAAAAAAHH, MALDITO TALISMÁN!! —Se da a la huida disparatadamente, tirando blasfemia en el proceso.
—¡Ven aquí, cobarde! —Ella se le cuelga de atrás, con la débil ilusión de que la lleve a caballito; pero él retrocede con ella a la espalda hasta estamparla contra la pared. Mi chica no se deja vencer y le entierra las uñas por la cara.
Lautaro y yo vemos el show.
Steve no se aguanta y de nuevo se echa a correr, esta vez direccionando hacia más afuera. Dafne lo persigue.
El primo de Steve se me acerca con un tercio de camaradería y me menciona:
—Honestamente no sé por qué se fijó en ella. Es como esquizofrénica.
Volteo a mirarlo paulatinamente y para nada a gusto. El escuálido de su pariente no merece ni los desaires de ella.
—Hey, no somos amigos. —Lo alejo, aunque sea con la mirada.
Levantando los hombros despreocupado, me sigue: —Como digas, amargura.
Escuchamos ruidos y griterías en la sala.
Todo se viene abajo cuando se siente un balazo.
Luego pasos apresurados hacia nosotros.
Es ella y su carita de espanto, por suerte. Viene casi patinando en sus botines y aterriza en mis brazos, luego se cubre a mi espalda.
—¡Amor, Steve enloqueció! Casi me mata...
El contacto con Dafne me sirve para recuperar mi autonomía.
Otros pasos se aproximan hasta el cuarto.
Lautaro se despista y tomo el cristal del suelo que traje inicialmente para lastimar a su primo. Dafne sabe que tengo un plan y me acompaña, dándome su pulsera.
Y la función empieza.
Steve entra a la habitación armado.
Dafne queda hipnotizada.
Lautaro voltea hacia mí.
Le doy un puñetazo del que le cuesta volver a levantarse, la sangre que escupió queda de recuerdo en el tapizado. No entiende qué pasa pero me mira con profundo asco; a diferencia de su primo es aún más resentido.
Steve quiere dispararme y Lautaro no le permite intervenir. Se levanta del piso y arregla su chaqueta, sacudiéndose el polvo.
El amuleto se calienta.
—Aunque tengas el brazalete, no puedes intentar retarme —pronuncia más áspero que nunca.
—No te tengo miedo, ni a ti ni al pelele de Steve.
—Te explico para que me entiendas, Queen... esa cadena solo hace efecto en alumnos, no en maestros. —Posa la mirada por el vidrio de mi mano—. Seguirás haciendo lo que yo quiera. Es simple.
«Se cree maestro y no llega ni a alfabetizador. Déjame enseñarle mi puño», Reconozco ese eco.
«Cierra la boca, no puedes intervenir aquí».
—No. No es simple. —Confío en la protección y, sobre todo, la creencia que mi niña ha puesto en ella—. Tú y tu primo no son más que unos detestables y ya me tienen harto. —Lo agarro del hombro y éste me pone la mano en el pecho para empujarme, intenta darme una orden como anteriormente pero esta vez no lo consigue, ahora yo predomino, haciéndolo dar la vuelta y amenazando su cuello con el filo.
Me lo llevo conmigo hasta un rincón y Janz me apunta temeroso por la vida de su cómplice.
«Eso es. Córtale el cuello», Su persistencia se vuelve más resonante.
—¡Suéltalo, Joseph! —Se desestabiliza—. ¡Él no tiene nada que ver en esto, maldición!
—¡Cállate! Te crees lo último y solo eres una mierda. Ahora te voy a enseñar lo que es que te arrebaten de las manos a tu fiel compañero. —Sigo teniéndolo de rehén.
—Si vas a matarme, por lo menos no me compares con la loca de tu novia —exige como si pudiera, Lautaro.
—¡Tú también cállate!
—Pero mentiroso no soy. —Con su semblante burlesco señala a la desmemoriada Dafne junto a su primo, diciéndole que se ve superguapo portando un revolver, cuando hace unos minutos le quería arrancar la cabeza.
—¡Ya te dije que cierres la boca! —Me exacerba más por lo que veo y lo lastimo, empezando a abrirle una llaga—. Si dices ser más fuerte que tu primo, entonces hechízalo para que libere a Dafne.
«Vamos... solo un poco más. ¿Qué pasa, Joseph? ¿Acaso eres cobarde?».
«Ella está aquí, no quiero que me vea así».
«No pasa nada. Déjame salir, estas escorias ya me abrieron la puerta y no me iré».
Lautaro se ríe.
Steve se quedó paralizado.
—¡Hazlo, o quieres morir!
«No esperes más. Son unos inútiles», Me influencia hasta lo último.
«¡Silencio! ¡Ya basta!», Lo callo.
—¡¿Estás loco, James?! ¡Diablos, suéltame! —chilla mi novia extremadamente cerca de mí, como si estuviera en el lugar de... ¿Lautaro?
Volteo hacia mi alrededor en busca del mismo y lo encuentro junto a su primo. Allí está, campante y fresco como si no tuviera su vida en mis manos en este instante.
¿Qué está pasando?
De verdad estoy...
—¡James! —Me ruega por su vida en un grito ahogado y, es ahí, cuando pongo los pies sobre la tierra; dejando caer el cristal y no reteniéndola más.
Ella sale llorando en busca del supuesto Joseph.
No sé qué hice, todo falló. ¿Por qué?
Me rehúso a contemplar que yo la quise dañar.
—Tú... —recrimino al primo de Janz—. ¿Qué fue eso?
—Lo que te dije que pasaría. —Se mira las uñas mientras me responde.
Me acerco hasta él, ya fastidiado.
—¿También me hipnotizaste?
—No me gusta ese método...
—¿Entonces qué putas me hiciste? —Comienzo a sonar paranoico—. Casi mato a mi novia.
—¿Y no será que querías matar a alguien? Tal vez sean dos los esquizofrénicos —insinúa sarcástico.
Lo tomo de su elegante chamarra para volverlo a estampar contra el suelo. Ya no me importa si lo estoy imaginando o no.
Pero un grito desproporcionado de mi amada me hace soltarlo:
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