12| ¿DISOCIACIÓN?

Insisto y voy a sentarme junto a ella. Muchos la merodean pero no se atreven a acercarse. Al parecer mi chica muerde y soy leyenda.

—Bebi, hablemos.

—¿Qué parte de no me interesa tener un perrito faldero no te entra en la cabeza? —resopla como rinoceronte bebé.

—Mmm yo no soy eso.

—Es cierto. Eres un pa-rá-si-to. —Hace eco resonante, ridiculizándome frente a todos. 

Qué más da. Ella es lo único que me importa y me ve peor que el resto.

Sin miedo al éxito, me arriesgo.

—Mmmm no exactamente. Soy algo así como tu dolor más necesario. Ese que añoras a todas horas y te hace feliz. —Me enaltezco con sobrada picardía.

La doble connotación de ese comentario casi la despeina, pero se desvía para hacerme el saque.

—Como la migraña querrás decir. Súper innecesaria, pesada y que no estimo para nada. Hasta me provoca náuseas —protesta con una maleante sonrisa.

«Mentirosa», Me río para mis adentros. Enfrentarme a ella es divertido y tan sexy.

—Interesante. ¿Ahora soy de las peores cosas que te ha pasado?

—Nop. Ni te conozco —insiste en lo mismo.

—Mmm pero yo a ti sí te conozco «y demasiado». —Me mantengo firme en mi lugar.

Dafne me mira con cierta curiosidad, pero no se deja deslumbrar.

—Ja. ¿Me conoces o es una táctica para que te suelte cosas y así acercarte? —insinúa acusadora.

—Eso sería un buen plan para un idiota que no tenga chance contigo. —Me burlo y brindo chocando mi trago con el suyo. La he dejado confundida.

Ella me corresponde el brindis desconfiada. No deja de observarme y su curiosidad está toda alerta.

—¿Un idiota como tú...? —persiste en mezclarme con el montón.

—Mmm no necesito tener oportunidades. —Tomamos de nuestro vaso al mismo tiempo y con nuestros ojos flechados en el otro. El líquido en mi paladar se vuelve a sentir como una potente corriente eléctrica y se despliega por mi garganta, neutralizando todos mis sentidos. Solo somos ella y yo en medio de nuestro radar de energía—. Ya soy exactamente la razón por la que vibras ahora mismo.

Ella se atraganta en su sorbo y deja de mirarme como si no existiera más allá de mis ojos. En ese momento confirmo que también ha sentido las descargas.

Ella se voltea hacia la barra para evitar comentarios; sin embargo, sabe que la estoy observando.

—Tengo novio. No me fastidies más. —Su voz es más suave.

—Yo soy tu novio, princesita. —Intento acercarme pero se pone arisca y me mira con recelo.

—Ya... Evapórate, difumínate y conviértete en comida para mariposa. —Su tono se vuelve áspero y me acribilla con sus ojos.

No sé qué hacer para que no me vea como un moco y entonces saco la pequeña flor de bolsillo para dársela.

Ella se sorprende, la observa por un momento, le agrada pero su mirada comienza a cristalizarse y su linda nariz se pone colorada.

¿Y ahora qué hice?

Me pongo a pensar en que tal vez se dañó, mi bolsillo también huele a pipí de perro o no es su color. Me equivoqué de color. Pero yo pedí rosa, así que deberían hacerme una devolu…

—¡Esto es tan bonito, debería dármelo mi novio y no un extraño con pinta de vagabundo! —exclama sonrojada y se va a sentarse en el sitio donde empezamos, alejándose de mí nuevamente.

«¿Me dijo vagabundo?», Pienso mientras me auto chequeo.

Dejo que se tranquilice y voy a su posición.

—Mmm solo me falta un baño, pero te aseguro que soy apetecible —digo modesto.

—Ahm, sí. Para mis amigas lo serías.

«Atrevida, deséame».

—¿Solo para ellas?

Ella pone sonrisita de malicia y sonrío esperanzado. Al fin.

—Y bueno, por supuesto también para los nenes del oráculo… —insinúa juguetona como si a mí se me voltearan las chupas.

—Mmm… no sé, faltaría la espectadora que más me interesa. —Le doy la vuelta al asunto y no me dejo encerrar.

—Pues esa espectadora ya te mandó al diablo unas tres veces y te quieres pasar de listo —esquiva mis cortejos.

—A ver, pero no es mentira lo que te digo. Tengo pruebas. —La encaro decidido.

Medio sonríe como si estuviera demente.

—¿Qué pruebas? ¿Qué dices?

—De que soy Joseph...

—Ay, otra vez con eso.

—Sí. Es que de verdad es en serio, bebi.

—Que no soy tu bendita bebi. —Me señala con su dedo apunto de exterminarme con algún rayo láser. La creo muy capaz.

Suspiro profundo y me estabilizo.

—Está bien. Solo toma tu teléfono y llama a tu novio.

—No. No tengo mi teléfono aquí.

—¿Cómo? ¿En dónde lo dejaste?

—Se lo dejé a mi mejor amigo para que lo cuide.

Me parece un atropello y manifiesto mi inconformidad de la forma menos posesiva posible.

—Así que no solamente cuentas con guardaespaldas. —Finjo agrado mientras señalo visualmente al cantinero y este me devuelve la mirada —tiene más cara de guardaespaldas mi vigilante, quien riega todos los chismes del condominio—, al parecer quiere intimidar—... sino que ahora también tienes un guarda iPhones. Qué curioso.

—Y podría tener un guarda pompis si quiero. Para repeler a bichos como tú —antepone con dureza, aniquilando mi intento de invasión.

Quisiera ofenderme, pero me conviene que esté seguro.

—Perfecto. Soy un "bicho". Pero este bicho «Te encanta» ...te está cuidando mucho mejor que tu supuesto mejor amigo.

Ella le sigue encontrando los cuatro pelos al huevo.

—No me estás cuidando, me estás acosando. Llamaré a la policía como me sigas fastidiando.

Sonrío retador.

—Muy bien. Pues llama. De aquí no me muevo hasta que vengas conmigo. —Me desparramo en el asiento, incitándola aún más.

—Por supuesto que la voy a llamar —asegura determinante.

—Mmm, ¿y con qué teléfono? Pobrecita, la niña no tien...

—Con el tuyo, inepto. Supongo que esa baratija que llevas ahí sirve para llamar, ¿verdad?

Cierro la boca. Subestimé a la adorable de mi chica, nunca es bueno darle ideas.

—Eh... Claro que sí, pero no tiene mucha bater... —Lo saco con la paciencia de una carrera de caracoles.

—Nada. Presta para acá. —Me lo arrebata de las manos y, sin oportunidad de rechistar, ya está tecleando. Y entonces pienso que en verdad ella me va a denunciar con mi propio móvil.

Parece muy decidida y de repente sus gestos se revelan ensombrecidos.

—¿Y esto? —Me enseña la foto suya que está en mi fondo de pantalla. Siento alivio pero ella parece confundida, luego ofuscada—. ¿Desde cuándo me estás persiguiendo?

Las esperanzas de que me reconozca se pudren ante mí. Todo se va por donde no quiero.

Mientras pienso qué responder ella me ve como un total enfermo. Ahora sí quiere llamar a la policía.

—No, no, no. Por favor, no me veas así. En verdad soy tu novio, simplemente no sé qué pasa contigo...

—¿¿Mi qué?? —Ella se comienza a exaltar y es obvio que no considera ninguna de mis pretensiones.

—¡Pues sí! Soy yo. No sé si estás jugando conmigo o ya me volví loco. —Me tomo todo su trago y ella me mira desconcertada.

—¡Claro que no!, ¡Joseph está de viaje y se ha olvidado de mí! —exclama devastada mientras se quiere levantar de su asiento.

Es evidente que la lastimé y merezco su rechazo.

—¡No! Ya volví. Justo para tu cumpleaños...

Mi mandíbula se ve desencajada en medio del brusco giro sobre 90° que ha dado mi cabeza tras recibir una inesperada bofetada. Ahora veo el por qué Ronald tenía su cara desarmada.

«En serio me golpeó».

—No menciones ese día. No sé cuánto sabes, pero no te diré nada... —Se vuelve a servir tequila y yo volteo a verla cuando está de pie.

Después de la tormenta viene la calma, así que confío.

—Mmm bueno. —Mientras veo su preciosa figura y me doy cuenta de lo afortunado que soy, comento—. Si esperas que con una cachetada me rinda, sigue intentando.

Mal por mí.

Iba a sentarse, no obstante, prefirió bofetearme una segunda vez antes de hacerlo. Esta vez me sacó el aire y ahora me arde más la mejilla.

No me refería exactamente a ese tipo de intento.

—Ahora sí estoy enojada —escupe amenazante y se cruza de brazos esperando a que le dé la cara, pero ya no la volteo en su dirección.

Quisiera decirle "ni me dolió"; pero tomando en cuenta que tiene en su poder una gran botella de tequila, prefiero conservar mi cabeza intacta.

—¿No vas a decir nada? —Empieza a provocarme en tonito burlón.

«Mmm esa disculpa la merezco yo, abusadora».

—Qué mano tan sedosa tienes. ¿Qué exfoliante usas? —Mi habilidosa intromisión hace tambalear su provocación.

—No seas payaso. —Duda en medio de su juguetería, sin embargo, se mantiene en su posición—. Estoy esperando tu disculpa.

—Pues quédate sentada esperando.

Eso se sintió victorioso. Es como haberle ganado player vs player en cualquier videojuego donde ella me iba ganando 3-0.

Con la diferencia de que mi home run equivale a 5 y, probablemente, me haga tragar mis propias vísceras después de sacármelas.

El brillo que desprenden sus expresivos ojos no me anuncia nada positivo.

Y, en efecto, sus labios se entre abren para vomitar inconformidad.

—¿¿Qué??

Celebro para mis adentros. Su desafío ha hecho un rebote.

—Mm es que solo suelo pedirle perdón a mi novia. —Ella levanta su ceja, creo que me está llamando ridículo en su mente—... y como tú no lo eres. —Afina su mirada pero no se afana en contradecirme—... o más bien no quieres. —Comienzo a parecerme a un desesperante y lastimero necesitado sin darme cuenta—... ¿No quieres? —Demonios.

Dafne me mira como si me fuera a voltear el mascadero de nuevo. Tengo la impresión de que tengo una película de terror pintada en la frente o un insecto.

Ella detesta esas cosas.

—Deberías buscar a tu chica y dejarme en paz... —aconseja.

«¿Cómo se supone que puedo seguir ese consejo tomando en cuenta que se trata de ti en ambos casos?».

—Amorcito, ¿por lo menos me puedes dar más pistas para entender el juego? —insisto descolocado.

—Para empezar, no soy tu amorcito —escupe fulminante.

—Ok...

—Segundo. —Enumera con máxima entonación—, no te permito insinuar que tenemos una complicidad, juego o relación más allá de esto. No te he visto en mi vida.

Como decía, mi chica es vivazmente apasionada. Ella no se salta un ápice de su profesionalismo y, si ejerce un papel, cumple exageradamente el margen.

El problema es cuando su acompañante —yo— debo estar a la altura y dejar mi lentitud —mi segunda piel— para después. Sus ideas no están al alcance de mi desnutrida comprensión.

Mi cerebro se desenchufa, calibra y vuelve a arrancar mientras descifro el algoritmo del amnésico juego que improvisó mi novia.

—...Y tercero, ¡deja de seguirme! —bufa y se gira como si me hubiera hecho un bloqueo visual.

—El tercer punto está un poco erróneo. —La contradigo a propósito.

—No te soporto. No entiendo cómo tienes pareja con lo errático que eres —alega conforme me da la espalda.

Veo su cabellera y quisiera peinarla. No hay manera de ofenderme viendo ese espectáculo que me trae tan gratos recuerdos.

—En cambio yo sí estoy más convencido de por qué tu chico se encantó tanto contigo —refuerzo deslumbrado. Ella es hermosa.

Se siente un silencio complejo. Su rostro se asoma por encima del hombro con señas de curiosidad, ella desea saciar una duda.

—¿Y por qué lo haría?

—Porque eres impactantemente odiosa —garantizo mientras me inclino en mi asiento, posando ambos codos en mis rodillas. Ella se termina de ladear por completo en mi dirección y tiene una sonrisa traviesa—. Sin embargo, algo me dice que con tu novio es todo lo opuesto. —Llegó la hora de entrar en el juego como ella quiere.

—Mjum. En eso no te equivocas... —responde más serena. Al parecer ya determiné la ecuación.

Ambos nos miramos por un leve y eclipsado instante. Después ella casualmente clava sus ojos en... el suelo. Se convence de que esas cuatro baldosas son más interesantes que mi preciada e ilustre presencia.

Eso es inconcebible.

Así que vuelvo a improvisar.

—¿Sabes? De tantas locuras que he presenciado en este extravagante sitio, la tuya es la que más me gusta —confieso con un orgullo desmesurado, como si sus desaires fueran caricias para el alma—. Me atraes de todas las maneras...

Ella alza la vista y pica el anzuelo.

—Ah, ¿estás llamándome loca? —recrimina con desaprobación, ignorando que la volví a pretender.

—No... mmm yo no he dicho eso.

—¿¿Entonces soy una mentirosa?? —lanza ofendida.

—¡No! Bebi, o sea... —Mi cerebro intenta procesar la respuesta menos cavernicola, más psico-femenina y volverse adivino a la velocidad de la luz—. Tienes razón. Lo siento...

Eso servirá.

—¿Cómo que tengo razón?, ¡¿crees que soy boba?! —Malinterpreta todo y lo voltea de la peor forma, se pregunta y se responde ella misma—... No me puedes llamar bebita gratuitamente y pasar desapercibido.

«No pego ni una contigo».

—Se me olvidó. Está bien, cálmate.

Obviamente no se va a tranquilizar.

Sus ojos de fuego se prenden como antorchas, y no es precisamente el fuego que yo deseo.

—Obvio que me voy a calmar. —Menea sus labios naranjas como si tuviera una bomba nuclear en sus manos. Después levanta una de sus piernas y se quita el tacón como si fuera una chancleta, lo toma en su poder y se direcciona hacia mí como toda una mamá rambotizada.

Un chancletazo de esos equivale a una puñalada.

«No. ¡Con el tacón no!».

Por supuesto yo y mi indisputable masculinidad nos levantamos como si se tratase de una cucaracha voladora a punto de aterrizarnos encima.

—¡¡Eeeeh, cielo, baja esoo!! —Alzo las manos en forma de rendición conforme retrocedo, pero ella insiste en perseguirme con intención de hacerme espacio para un tercer ojo.

—¡¿Qué te dije de decirme así, eh?! —Me regaña por todo el camino mientras le pongo obstaculos de sillas y las esquiva fácilmente. Nadie hace nada, al parecer ella se ganó el respeto de todos.

—Lo siento... —Me trago la risa y la veo con insistencia, ella también a mí—, no puedo evitarlo... princesita. —Hago énfasis pronunciando uno de sus apodos preferidos mientras jugamos al gato y al ratón.

Me gustaría cambiar de rol.

Ella no se tuerce un milimetro de su línea, por el contrario, la tiempla aún más lanzándome el tacón con impecable puntería. El tacón se clava en un poste justo a un centímetro de mi oreja, bajándome toda la presión.

Casi me da. A mí.

Luego sonríe frescamente y coloca sus manos alrededor de su cintura, imitando a un jarrón.

Se equivocó porque quiso.

—Lárgate, arranca de aquí. Te juro que el segundo no perforará el poste —asegura empoderada. Me sigue causando gracia verla con una sola sandalia.

—Mmm eso es demandable. —Le informo risueño, dejando por el suelo su capacidad para asustarme—. No es sano andar por la vida balaceando con tacones.

—Inténtalo. —Me persuade en tono sarcástico, empujándome a provocarla y así tener un verdadero motivo para mandarme al hospital—. Yo puedo contra demandar y ganar, pues tú empezaste a acosarme y además tengo muchos testigos. —Hace un gran ademán con su brazo para enseñarme a la bola de pusilánimes que no se acercaron a ella por evidente temor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top