Epílogo
Los recuerdos más bellos se forman cuando no hay pretensión en medio, cuando son más bien íntimos y con las personas que más amamos; nuestras madres suelen celebrar siempre nuestro cumpleaños en una sola reunión; de niños incluían piñatas llenas de niños, ya de mayores solo unos pocos amigos, los más cercanos, y en este, en el número dieciocho, decidimos estar solo nosotros, los dos padres de Joey, mi madre, mi hermana, Messer (por ser el mejor amigo de mi vecino) y su acompañante, Vanessa. El perro de Joey quedó encerrado en la habitación de los padres de él porque no puede ni verme y casi me muerde cada vez que me atrevo a asomarme a su patio.
Luego de la cena que la madre de Joey preparó para nosotros, mi madre trae el pastel; una aparentemente deliciosa pieza de chocolate y relleno de mora.
—Hoy cumplen dieciocho —dice el padre de Joey, poniéndose de pie—. Pero para nosotros siempre serán bebés. Espero que Dios les de oportunidades maravillosas y sabiduría para tomar las decisiones que los llevarán a ellas; siempre tendrán nuestro apoyo y más importante aún, siempre se tendrán entre ustedes. Estoy orgulloso de ambos.
Con la misma sobriedad y aparente indiferencia que se levantó para hablar, se sienta de nuevo y espera pacientemente a que apaguemos las velas. Pedimos expresamente que no cantaran el "Happy birthday" y aunque accedieron, Messer se salió con la suya poniendo la canción en el reproductor para que sonara de música de fondo.
Miro a Joey y con una sonrisa de emoción, apagamos las velas de un soplido, tras lo que los pocos presentes aplauden y mi mamá se dispone a repartir el pastel.
—Genial entonces, ya son mayores y legales en este país —exclama Messer—. Tenemos que ir a algún bar pronto.
—Cumplir dieciocho no es sinónimo de emborracharse, Messer —recrimina Vanessa. Él asiente dócilmente—. Pero sí debemos ir algún día.
—Yo creo que...
—¡Vamos a mirar fotos! —exclama la señora Tyler con emoción. Al mismo tiempo que Vanessa y Messer se acercan a ellos, Joey y yo abrimos los ojos desmesuradamente, aterrados—. ¡Miren esta de los dos en la bañera a los tres años!
¿Por qué los padres viven para hacer que pasemos vergüenzas? Lo peor es que en cada cumpleaños es lo mismo y sin embargo seguimos esperando que eso cambie.
La carcajada que el mejor amigo de Joe suelta es como un incentivo para salir huyendo, así que ambos tomamos nuestro plato con pastel y salimos al patio trasero, cerramos la puerta de vidrio detrás de nosotros y tomamos asiento en el césped.
—El próximo año tienes que esconder los álbumes una semana antes —sentencio.
—Imposible, los tiene escondidos porque sabe que es una posibilidad.
Río entre dientes y tomo un trozo de pastel. Las cosas con Joey me han resultado complicadas, no lo niego. Y lo entiendo además; era ilógico esperar que de un día para otro yo llegara a coquetearle levemente a Joey y él mágicamente hiciera lo mismo; la semana embrujada (como opté por llamarle) prácticamente solo pasó para mí, y el domingo en que fui a verlo, a sus ojos, seguía siendo la Elizabeth que dos días atrás estaba botando baba por su mejor amigo.
Sin ánimos de exagerar tampoco, puedo asegurar que hay momentos en los que el flirteo se vuelve mutuo y una vez, solo una vez estuvimos a punto de besarnos pero nada pasó y no quiero tampoco forzar las cosas, así que... acá estoy, intentando cada día de a poquito, esperando la oportunidad espontánea porque no quiero asustarlo solo declarándome.
—Oye... —Estando junto a él, lo empujo un poco y le doy un codazo amistoso en el costado. Me mira y sonríe—. Feliz cumpleaños.
Hace poco y con Joey, pensé en el significado de la frase "el amor es ciego" y cada que lo veo, concluyo que es al revés. El amor no nos hace ciegos, sino que nos hace más videntes; Joey es el mismo chico de siempre pero desde que sé que me gusta he visto en él más cualidades de las que conocía; ahora me apetece más mirarlo sonreír, reconozco sus miradas y sé cómo se siente —más que antes—, cuando me toca la mano ahora es diferente, es mágico. Admitir que lo quería más que como amigo fue la única manera de ver lo maravilloso que es en realidad.
Todos quisieran encontrar un cariño así pero lamento decir que solo aplica para amistades desde antes de nacer y tras haber pasado por una semana de invisibilidad, así que posiblemente la mayoría nunca conozca lo magnífico del amor silencioso y verdadero que yo siento con él.
—¿Crees que mi padre tiene razón? —dice—. ¿Que siempre estaremos el uno para el otro?
—¿Lo dudas?
Mi respuesta parece ser satisfactoria y sonríe de lado, asintiendo para sí mismo. Acto seguido, pone su plato casi vacío de pastel en el suelo junto a él y pasa un brazo sobre mis hombros. Si alguien que no se ha enamorado pudiera percibir ese sentimiento de levitación que me invade cada que estamos tan cerca, saldría corriendo a buscar el amor para lograr sentir lo mismo.
Mis manos aún sostienen mi plato y mis piernas están cruzadas en el césped. Sin ladear el cuerpo, volteo la cara hacia él.
—Claro que no.
Lo dice de manera casual y despreocupada, como algo rutinario, como cuando le hablas a cualquier amigo o amiga, no obstante, yo no le contesto igual de casual, sino que me limito a mirarlo a los ojos y luego, sin mucha sutilidad e involuntariamente, a los labios. Su actitud de inmediato cambia y pasa de una charla de siempre con la amiga de toda la vida al momento íntimo pre-beso que tanto veo en las películas románticas.
Es muy conveniente cuando las miradas hablan para llenar el vacío que el temor deja al quitar las palabras de la garganta y más conveniente aún cuando no solo hablan, sino que irradian un magnetismo que hace que el espacio se acorte solo, que los rostros se atraigan por fuerza propia, como si tuvieran su propia gravedad y los labios de la persona enfrente fueran el punto de aterrizaje.
Su brazo me envuelve y quisiera estar tocando su mejilla o su mano o su cuello, pero temo que si me muevo, se me vaya la ilusión, así que solo espero y me acerco con lentitud, pero antes de cerrar los ojos, una luz cegadora nos cae encima, rompiendo así todo encantamiento.
El bombillo del patio ha sido salvajemente prendido y dos segundos después, suena la puerta de vidrio siendo abierta; mi madre sale al patio y nos rodea, para quedar frente a nosotros. Aparte del sonrojo personal que me ataca bruscamente, no parece que mamá sea consciente de lo que acaba de interrumpir.
Joey me ha soltado y ahora solo estoy aquí, a su lado, haciendo nada, mirando a mamá desde abajo. Maldito destino, ¿hasta cuándo me hará esperar?
Mi madre levanta una cámara de fotos en sus manos y nos sonríe con picardía.
—¡La foto del cumpleaños! —chilla.
Joey y yo mantenemos la expresión seria y aburrida, quizás molesta.
—Ahora no, ma.
—Vamos, chicos, tomamos una cada año —insiste. Al ver nuestra negativa pone sus manos en la cintura y una mirada desafiante—. Bien, perfecto, me voy a quedar acá hasta que se tomen la foto o hasta que hablemos del hecho de que estaban a nada de besarse, ustedes verán.
De forma instantánea y urgente nos juntamos más en el suelo para sonreírle a la cámara. Mi madre, arrogante como siempre, al darse por servida, ubica la cámara para la captura. Olvidándome un momento del bochornoso episodio, unto mis dos dedos con la crema que queda en mi plato y se la embarro a Joey en la nariz, lo que hace que suelte una risa real justo en el momento en el que el flash nos alumbra, inmortalizando así uno más de nuestros cumpleaños, posiblemente el más bonito.
El momento del beso romántico se ha ido y ahora es lo suficientemente incómodo para los dos como para hablarlo o intentarlo de nuevo. Hoy no es el día.
Joey y yo compartimos una mirada que quizás incluye las mismas palabras pero que ninguno se atreve a decir, así que la velada sigue como si nada hubiera pasado. Y es que nada pasó.
Pero no me interesa, cada día estoy más cerca y aunque Joey no recuerde todo lo que pasó, yo sí y seguiré intentando con sutileza hasta que volvamos a tener ese mágico primer beso juntos, puede tardar, puede que no, pero sé que cada minuto de espera será bien gastado mientras sea a su lado.
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