7. Amistad y lealtad

♪ Words can't say what love can do♫

—No entiendo tu preferencia por los lugares oscuros.

Messer y yo estábamos en un armario espacioso y en negrura total en el segundo piso de la casa de alguien que daba la fiesta.

—Son cómodos, ¿no crees?

—La oscuridad me quita el privilegio de mirarte.

Las llamadas maripositas en el estómago acudieron y la duda que había tenido la noche anterior sobre si valía la pena pasar por todo eso se disipó; sí que lo valía.

Afuera y de algún modo muy lejano, se escuchaba la música bailable que muchas personas disfrutaban. Estando sentados en el suelo, las prendas colgadas en el armario nos llegaban al tope de la cabeza y algunas más abajo; físicamente no era lo más cómodo pero sí lo más conveniente. Messer ya estaba un poco mareado por el alcohol y por eso, supongo yo, no le vio mucho problema a la petición de Joey de hablar conmigo en un armario, según él, para poder hablar lejos del ruido de la música y el barullo.

—Lo dices como si fuera muy rara la ocasión en que me ves.

—A veces pienso que sí. —A tientas buscó mi mano y al hallarla, puso la suya encima—. Es como si todos estos años te hubiera estado viendo sin mirarte. Como que perdí tiempo.

—Siempre se puede recuperar.

Un silencio cómodo nos envolvió por un rato, puse mi cabeza en su hombro y sentí el peso de la suya cuando la recostó sobre mi cabello. Estaba tan enamorada de Messer que no creía para mí misma que lo tuviera ahí, conmigo, tan fácil y tan natural...con magia incluida y siendo yo invisible, pero son nimiedades.

Las palabras de Joey de repente resonaron en mi cabeza "Que eres muy bonita y amable"; si tenía al menos una posibilidad de saber qué más pensaba Messer, era esa y no estaba en posición de perder oportunidades.

—Dices que habías estado viéndome sin mirarme, ¿por qué crees que pasó eso?

Messer enderezó un poco la espalda. La mirada de ambos estaba al frente —lo sabía porque estábamos lo bastante cerca para sentir sus movimientos—, a la oscuridad, dadas las circunstancias.

—Siempre te vi como la vecina de mi mejor amigo —admitió, tras una pausa de cuarenta largos segundos—, y como su amiga de la infancia, casi eres una hermana menor de él, era muy raro.

—Soy casi todo un dia mayor que él.

Su risa se me antojó hermosa en la privacidad de ese armario.

—Sabes a lo que me refiero.

—Sí, lo sé. Pero ahora eso cambió, ¿no?

—Sí. Hace unos días soñé contigo, estábamos por allá en sexto o séptimo grado, estoy seguro de que fue un recuerdo porque amanecí recordando cada parte de ese momento.

—¿Qué soñaste?

—Un día te di parte de mi lonchera y sonreíste tan ampliamente que me hiciste reír. —Había catalogado muchas veces mi enamoramiento a Messer como la consecuencia de ese acto de amabilidad de su parte, creyendo que para él no había sido importante y sin embargo lo había sido—. Te faltaba un diente y tenías el cabello muy despeinado, parecías una muñeca. En esa época me gustaste, teníamos ¿qué? ¿once? ¿doce años?

—Yo tenía doce —respondí, sonriente.

—¿Lo recuerdas? —Se sorprendió, lo supe por el tono de su voz—. Entonces yo estaba por los trece o menos. No te llevo tanto.

Me tomé unos segundos para pensar en cada palabra de la conversación y hubo un fragmento al que quise volver:

—Dijiste que te gustaba.

Messer soltó una risita que supuse incómoda.

—Sí, me gustabas. A los trece yo no le prestaba mucha atención a esos... amores, creo que nadie lo hace a esa edad, pero sí me gustabas. Y...

Se rió, como si hubiera frenado sus palabras justo a tiempo antes de soltar algo que no debía. Lo empujé cariñosamente en el costado.

—¿Y qué?

—Nada.

—¡Vamos! Cuéntame...

Esperé para darle el tiempo de pensarlo.

—Si le cuentas a Joey que te dije... —advirtió. Sonreí satisfecha.

—No diré nada.

—Bien. Un día estábamos jugando en su casa y él me dijo que creía que yo te gustaba y le dije que a mí también me gustabas y que si sería bueno que yo estuviera más en su casa para cruzarme contigo.

—¿Y qué te dijo?

—Que no porque tú te comías los mocos.

No alcancé a ahogar la exclamación y casi chillé un «¿Qué?" maldiciendo a Joey. Imaginé que de poder sonrojarme, estaría lo más colorada que he estado en toda la vida. Incluso me dio tos de la mega vergüenza que eso suponía. Cabe aclarar que eso no es cierto, yo no me comía los mocos después de los seis años.

—Pero no le creí —dijo Messer, intentando arreglar el asunto—, te juro que no, pero... pues sí me reí mucho y... bueno, la verdad sí le creí.

—¡Dios...!

—Perdón... tenía trece, Elizabeth y él era como tu hermano y mi mejor amigo, es obvio que le iba a creer... digo... no creo que te los comas ahora, es decir...

—No digas más, por favor.

Los dos guardamos silencio y supe que se había vuelto incomodísimo porque a pesar de que mi cuerpo no tomaba temperatura, sentía la suya al estar tan cerca y estaba hirviendo. Estaba segura de que Messer de haber estado completamente en sus cinco sentidos y no en cuatro como era el caso, no habría dicho nada de eso.

—Ahora entiendo por qué te gusta la oscuridad —exclamó.

—¿Ah, sí?

—La falta de luz tapa la vergüenza.

—No sirve de a mucho; quiero ahorcar a Joey.

—¡No! Prometiste no decir nada. Me ahorcaría él luego a mí.

La risa liberó la tensión que se había formado. El barullo de gritos y risas de las personas en el piso de abajo mermó cuando una canción lenta empezó a sonar.

—Me gusta mucho esa canción —dije, inconscientemente.

I'll be there for you —respondió. Lo amé aún más—. ¿Joey te dijo que soy fan de Bon Jovi?

—No, es solo una bonita coincidencia.

Mi mente gritaba ¡ES EL DESTINO!, pero no lo dije porque en teoría no éramos nada y no iba a asustarlo.

Messer se levantó del suelo, sentí cómo las prendas ahí colgadas se apretujaban para darle su espacio. Oí que tomó el tomo de la puerta y me lancé y puse mi mano sobre la suya. Quedé de rodillas y Messer, por reflejo, volvió al suelo también.

—¿Qué? Vamos a... ¿dónde estás? —Estando tan cerca de él, pude notar que parpadeó mucho, estábamos a dos centímetros de distancia.

—Te estoy tocando —dije. Con mi dedo te pinché el hombro—. Acá.

—Te prometo que a la próxima nos vamos a ver sin una gota de alcohol en el organismo —se excusó, riendo. Entendí la ventaja a la que Joey se refería con el tema de los tragos encima, eran para justificar la incapacidad de verme—. Vamos abajo, quiero bailar esa canción contigo... lo que queda de la canción.

Me enternecí y entré en pánico al mismo tiempo.

—Podemos bailar acá.

Hasta para mí fue ridículo, y en la oscuridad contraje mis labios, rezando al cielo que no hubiera sonado tan mal.

—Apenas y cabemos de rodillas.

La improvisación es un acto planeado del destino del que no te informó, así que al momento desesperado, la solución desesperada.

Tomé sus manos y las puse alrededor de mi cintura, las mías fueron a su cuello, y así, arrodillados, lo invité a moverse de izquierda a derecha acorde con el ritmo de la canción a la que no le quedaba ni un minuto de duración.

Hice que me abrazara de tal manera que su cabeza quedara sobre mi hombro, para no tener que explicarle que no me veía en absoluto; luego de unos segundos uno se acostumbra a la oscuridad y yo al menos veía su sombra, él no veía nada de mí.

—¿Ves que sí se puede?

—Tienes razón, puede que no sea el lugar o el momento, sino la persona y la canción.

El hermoso tema había terminado y alguna otra que no reconocí empezó a sonar, pero no cambiamos la posición ni el ritmo; Bon Jovi nos había puesto en una burbuja de energía encerrada y era imposible salir de ella.

El momento era ideal para un beso y si tenía suerte, un beso de amor. El aroma de Messer me encantaba y me dejaba en un trance ligero en el que no deseaba alejarme de él y sentir sus manos en mi espalda era una tácita invitación a un beso de película.

Subió la mano lentamente, tanteando hasta que llegó al cuello. No sabía si sonreía pero sí sabía que estaba lo suficientemente cerca para tener nuestro primer beso. Soltó una risa.

—¿Qué?

—Vas a pensar que estoy loco... o ebrio, pero no... no te veo. —Reí a consciencia pero no me alejé.

—Yo tampoco te veo mucho.

—No, es diferente, si no fuera porque te estoy abrazando, dudaría mucho que estás acá.

—Pero sí estoy.

—Lo sé.

Acercó su cara hasta que su aliento se fusionó al mío; estaba a punto de besar a Messer Laine, mi sueño hecho realidad y el ambiente a pesar de no ser el idóneo, era perfecto.

Pero abrieron la puerta.

Como si le tuviera un pánico sobrenatural a la luz, me alejé de Messer para orillarme en toda la esquina del armario, procurando no producir ningún sonido. Messer bizqueó. La persona inoportuna, con una mirada mucho más ida que la de Messer, se tambaleó y miró hacia abajo.

—¿Qué haces ahí solo, bro? —le balbuceó—. ¿Buscabas el baño... como yo...?

El ebrio no podía mantener ni la mirada ni el balance de su propio cuerpo pero Messer, mucho más lúcido, miró a su lado y se asustó.

—¿Qué...? ¿Viste salir a una chica de acá?

El ebrio negó.

—¿Estabas con una chica? No la vi... —Soltó una carcajada— aunque la verdad casi no veo nada y lo que veo lo veo doble, bro... —Rió negando con la cabeza, como si reprochara su propia ebriedad.

Messer se levantó del suelo y salió, yo salí detrás justo a tiempo antes de que cerrara de nuevo la puerta del armario. Fui caminando tras de él y dejamos al ebrio deambulando por el pasillo buscando el baño.

Bajó por las escaleras, iba a una prudente distancia de él, mientras lo veía buscarme; odié la interrupción, si me hubiera besado, tal vez me estaría viendo y estaríamos bailando a la luz del salón como todos los demás.

Messer caminó por dos salas en el piso inferior hasta que Joey apareció.

—¡Hey, Joe!

Mi vecino estaba coqueteándole a alguna chica y al escuchar el llamado de Messer, se disculpó y se acercó a él. Rodeé a Messer y me puse tras Joe, con cuidado de no pisar a una mujer que estaba sentada en un sofá cercano con las piernas explayadas en el camino de los demás.

—¿Y Lizzie? —preguntó de inmediato mi vecino. Apreté el hombro de Joe y lanzó una grosería al aire del susto. Mi desplantada cita arrugó la frente—. ¿D-dónde está?

Me acerqué a su oído:

—Vámonos.

—No sé —respondió Messer, nervioso—. De repente se me perdió, ¿no la viste salir o algo?

—No, yo estaba acá con... —Miró hacia atrás, buscando a la chica con quien estaba hablando, pero ella ya no estaba—. Con alguien...

Messer frunció su ceño y miró de nuevo en todas direcciones.

—¿Crees que se fue? ¿Sin despedirse? Yo... creo que la presioné y huyó.

—No creo que sea eso. Si se fue... alguna razón tendrá, quizás tiene toque de queda.

—¿No vienes con ella? Me refiero... ¿no debes volver con ella?

La mentira de Joey se debilitaba y chasqueó la lengua.

—Sí. ¿Sabes qué hora es? —improvisó.

—Cerca de las diez.

La fiesta recién empezaba y ya debíamos irnos. Genial.

—¡Las diez! Esa es nuestra hora de llegada, ella debió notarlo y se fue como Cenicienta..., y yo también me voy, así que adiós.

Joey iba a empezar a caminar pero Messer puso cara de extrañeza y lo detuvo.

—¿Y se fue sin ti?

—Es algo... ummm... ya sabes, que siempre hacemos... emmm... cuando salimos con permiso compartido nos vemos una calle antes de nuestra casa y desde ahí nos vamos juntos...

—Entonces voy contigo y la acompaño a casa.

—... pero hoy no lo haremos, claramente, porque...

Con más fuerza hice presión sobre su hombro y se mordió los labios con frustración.

—¿Me ocultan algo?

—No, Messer... ¿cómo crees? Es solo que... verás, Lizzie me hizo prometer algo y no te lo puedo contar sin su autorización, ¿entiendes?

—¿Ustedes dos tienen algo?

—No. Mira, voy a verme con Lizzie y la llevaré a casa, le diré que estás ofendido por su partida y le pediré que te digamos la verdad, ¿qué te parece? Es una tontería, pero ella confía en mí, ¿sabes? Y no puedo traicionar... —Su voz se fue haciendo pequeña hasta terminar en susurro— su confianza.

Messer lo miró sin creerle ni una palabra. Joey añadió:

—Eres mi amigo desde hace muchos años, no te mentiría.

Joey tuvo que desviar la mirada al decirlo y me dolió ser la causante de que le mintiera a su mejor amigo y más aún, cuando fue exactamente ese voto de confianza el que hizo que Messer accediera a comerse su mentira. Joey tuvo un instante de elección de lealtad y me prefirió a mí sobre él, sabía que le dolía mucho y aunque se lo agradecí internamente, me odié por hacerle eso.

—De acuerdo. Mañana paso a tu casa entonces.

Joey se despidió y salió pirado de la fiesta, tuve que trotar para seguir su paso, no habló en todo el camino pero su gesto enojado fue suficiente para que yo decidiera no hablar tampoco. Al llegar a su casa, me mantuvo la puerta abierta por varios segundos para asegurarse de que yo entrara y llegamos a su habitación, donde cerró suavemente para que su madre no despertara si es que ya estaba dormida.

—¿Recuerdas lo que te dije al momento de acceder a este loco plan? —preguntó Joey, furioso.

—Que...

—Que antes que tu estúpido plan estaba mi amistad con Messer —interrumpió—. Así que explícame por qué tuve que mentirle hace unos minutos.

Hablaba casi en susurros para respetar el descanso de los demás en su casa pero era evidente el grado de enojo que sentía por el tema en general.

—Un chico nos abrió la puerta —excusé, en medio de una desesperación creciente— y tuve que salir de ahí y casi nos besamos pero pasó eso...

—No es solo la mentira, Elizabeth. —Escuchar mi nombre de pila me hizo notar lo frustrado que estaba, él solo me llamaba Lizzie o Liz desde que podía recordar—. Para empezar, comienza a sospechar que le oculto cosas y que esas cosas te incluyen, lo que es cierto; se siente culpable de lo que ha pasado hoy y...

—Cálmate, Joe...

—Y no vamos a seguir ignorando lo que pasa cada vez que habla de ti —escupió. Apreté los labios—. Porque sé que eres invisible pero no ciega y notas lo que pasa cuando siquiera piensa en ti, se le va el brillo humano de los ojos, habla como un maldito robot y ni él mismo es capaz de entender el maldito gusto que siente por ti.

—Esto es algo temporal...

—¡Lo estás manipulando! —siseó con ira—. No me interesa si es por esta semana o si es por los próximos cien putos años, lo estás manipulando, tú y tu estúpida magia lo tienen como una máquina que repite lo bonita que eres pero sin saber decir por qué.

Cuando terminó su explosión guardó silencio y un vacío nos envolvió. Quería llorar pero no iba a hacerlo por mero orgullo. No estaba segura si Joey había bebido algo o si me había dicho todo eso en sus cinco sentidos pero ebrio o no, había sido sincero y por primera vez consideré lo mucho que podría estarlo afectando a él todo esto; desde el domingo, yo solo había pensando en Messer, en mí o en mi madre, pero no en él.

Se recostó en la cama, mirando al techo y cerró los ojos. Movió su mano y palpó el lugar junto a él.

—Ven.

Estaba alterado y yo estaba dolida con todo lo que había dicho pero cedí, caminé los pasos que me separaban de su cama y me recosté a su lado.

—Lizzie, necesito saber cuál es tu plan —dijo, ya más calmado—. Y me refiero al plan general, ¿qué crees que va a pasar de acá al domingo? Supongamos que Messer no se enamora profundamente de ti, ¿qué harás siendo invisible por siempre?

—Sí va a funcionar —rebatí tercamente—. Antes de que nos interrumpieran hubo un... momento especial. Nosotros encajamos, Joey y va a funcionar.

Joey suspiró, exhausto con todo el asunto.

—¿Le has preguntado a Messer qué quiere él?

—No.

—Pues inténtalo. No puedes esperar señales de la nada cuando todo es tan fácil como preguntarle. El amor no es tener los mismos gustos y ser destino y toda esa basura en la que crees, Lizzie, el amor es buscar la felicidad del otro y esperar que te incluya en ella y si no, dejar ir, pero lo que tú haces es obligar a Messer a quererte.

—No lo estoy obligando, esto es solo un empujoncito hacia algo seguro...

—Yo no puedo ponerte por encima de Messer de nuevo —cortó—. Así que piensa qué quieres hacer y te ayudaré una vez más pero si ocurre algo similar a lo de hoy, retiro mi apoyo, Lizzie. Tú y tus fantasías te metieron en esto y no es justo que los demás paguemos las consecuencias.

Giró su cuerpo hacia el lado opuesto al mío y tras un lapso muy incómodo de silencio, nos dispusimos a dormir. 

¡Gracias por leer!

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No sé si se los he dicho, pero esta es una historia corta; consta de 12 capítulos y un epílogo, así que ¡ya vamos más allá de la mitad!


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