5. Cita en la oscuridad
Al pensarlo con detenimiento concluí que pasar la noche en mi casa no era buena idea así que le pedí a Joey que me dejara quedar con él. Si de pronto mi mamá o mi hermana entraban en mi habitación —cosa que sería extremadamente extraña—, yo prefería que creyeran que me había escapado esa noche y no que vieran un peso en la cama y nadie llenándolo; eso las aterraría.
Joey lo encontró razonable y me dejó quedar. Su habitación era de tamaño limitado y no había espacio para un sofá o algo similar así que optamos por dormir en la misma cama. Al menos su cama era grande y de niños solíamos dormir siempre juntos o cerca, así que no había problemas de incomodidad.
Esa mañana de lunes y mi segundo despertar como alguien invisible, no fue tan dramático como el primero.
Aunque raro, sí.
Cuando abrí los ojos y enfoqué, noté a Joey mirando mi espacio detenidamente. Me moví.
—¿Despertaste?
—Sí —respondí con la voz ronca. Bostecé—. ¿Qué haces?
—Solo miro —admitió—. Creí que mi cama iba a desaparecer contigo durmiendo ahí pero no... supongo que solo funciona con la ropa y con las personas. Qué raro eso...
Lo observé. Estaba sentado en el suelo pero recostando sus brazos sobre el borde de la cama, su escaso cabello negro nunca lucía desordenado y sus ojos tenían unas tenues ojeras. Tenía una camiseta vieja y una sudadera con la que había dormido.
—Es raro no saber... cómo estoy... —balbuceé—. Me refiero a mi cabello, mis ojos y eso. Es extraño.
—Estás hermosa.
—No puedes verme.
—Por eso estás hermosa —acotó en medio de una risa—. Nunca luciste mejor.
Le lancé una almohada.
—Te odio.
Su risa se acentuó y terminé cediendo al chiste, pero en silencio para que no se le subiera el ego.
Pasó un lapso y entonces se levantó del suelo, caminando hacia su armario. Habló distraídamente:
—¿Cuál es el plan de hoy?
Sacó una camiseta limpia y unos pantalones, los lanzó sobre su cama.
—Necesito salir con Messer y tener una cita en la que no necesite mirarme. ¿Qué aconsejas?
—¿Para ti? Un psicólogo.
Joey no había ocultado su reticencia a todo el plan. Me daba sus puntos de vista y aunque no lo dije en voz alta, admití para mí misma que sí tenía razón en muchas cosas. Pero en otras no.
Yo estaba de acuerdo en que este plan no era la manera convencional de enamorarse pero diferí cuando sacó el argumento de que Messer ni sabía el color de mis ojos. El amor sale del corazón no de la imagen de ninguno de los dos, así que si lograba enamorarlo sin lucir pestañas bonitas ni ropa ajustada, sería un amor sincero y puro.
—No ayudas.
—Bien... —Se paró a mitad de su habitación y se cruzó de brazos, de nuevo hablándole a la nada—. Entonces, así a primera opción se me ocurre el castillo del terror en el parque, un callejón cerrado día y noche sin pizca de ventilación por donde entre luz o una alcantarilla. Tú decide.
Sin que pudiera verme, fruncí las cejas.
—Pobre la chica que te guste porque tendrá que manejar tu nivel de romanticismo.
—La chica que me guste debe ser visible y la puedo llevar al mirador, a un restaurante o al cine, como una persona normal.
Mi relación con Joey a lo largo de los años no pudo ser tan estrecha por eso; era sarcástico, burlón y horripilantemente sincero. Yo era diferente y cada que hablábamos de algo, él decía alguna cosa medio en broma medio en serio que aunque fuera estúpido, me ofendía o molestaba y si en ese momento tuviera más opciones en mi situación, lo habría mandado a volar.
Digo, tenía razón pero eso había dolido.
—Tu sarcasmo sobra.
—No era sarcasmo. —Se tejió un silencio incómodo y tenso como cuerda de guitarra. Hubo una pausa en que no le quité la mirada y él miraba al suelo, luego habló indiferente:—. Esas son mis ideas para lugares que no requieran contacto visual. Si tienes alguna otra, es completamente bienvenida.
Aguardó.
—¿Qué tal el teléfono o el internet? De algo debe servir la tecnología.
Conocer a alguien por redes sociales era calificado de peligroso y raro, pero yo ya conocía a Messer, solo necesitaba escribirle o hablarle lo suficiente para que se enamorara de mí; parecía sencillo, es posible enamorarse por medio de chat.
—¿Y tu teléfono? —preguntó.
Lo consideré unos segundos.
—Emmm... no lo sé. Ayer lo puse en mi pantalón al salir contigo pero... —Recordé que luego de vestirme no sentía mi ropa, y mucho menos sentía mi teléfono. Me toqué las piernas en reflejo pero no sentí nada de nada—. Creo que se ha perdido...
Joey entrecerró los ojos en gesto cansado y decepcionado para luego asentir y tomar su teléfono que estaba encima del escritorio.
—Intenta llamarlo de acá, al menos para que le des tu número o el de tu casa. Dile que no tienes saldo y por eso usas el mío, así él te llamará más tarde.
Lo tendió en el aire y me levanté para acercarme y tomarlo. Joey miró su teléfono flotando y por instinto dio un paso atrás; ya había dejado listo el contacto de su amigo en la pantalla y solo le di en el ícono verde de llamar. El teléfono se apagó.
—Se descargó —informé.
—Imposible —objetó—, lo dejé cargando ayer mucho tiempo. Dame. —Levantó su palma a tientas y puse el celular ahí, de inmediato la pantalla respondió—. ¿Ves? Está bueno.
Intenté de nuevo dar en llamar pero se apagó en cada intento. En el quinto intento, Joey llamó y aguardó en la línea, cuando Messer contestó, me lo tendió y el teléfono se apagó.
—Genial, aparte de que no puedes verlo, no puedes hablarle por medio de un teléfono —dedujo Joe—. Qué magia tan estúpida.
Corroboramos esa teoría cuando tomé el teléfono para llamar a un contacto al azar y no se apagó... solamente fallaba cuando de Messer se tratara. Parecía que la magia me la ponía cada vez más difícil.
Suspiré y me resigné a usar el plan menos horrible de las opciones que había dado él.
—¿En qué horario abren el parque?
—Desde las once de la mañana hasta las once de la noche.
—¿Qué te parece si hacemos la cita grupal en la noche? ¿A eso de las 8? Son tres horas y sería ideal. El parque no es lejos y si vamos juntos, mi mamá y la tuya no nos dirán que no.
Levantó la vista a ningún lado y sus ojos denotaron sorpresa.
—¿Piensas llevarme de chaperón? —inquirió—. ¿Estás demente? Yo ayudo con conseguir la cita y...
—Joe, no puedo ir sola. Además, dijiste que Messer te había dicho que quería salir en grupo para que no hubiera presiones y eso.
—"Presión" no fue la palabra que usó —masculló—. Pero ese no es el caso...
—Vamos, Joey, tú sabes que estoy acá pero Messer no me ve y no le puedo decir, ¿cómo tendré una cita con él si tú no estás?
En ese instante pensé que jamás creí tener que decirle algo así a mi vecino.
Yo sabía que iba a acceder porque desde que se propuso indirectamente lo de la cita, él era consciente de que estaba incluido para que me ayudara. Solo se estaba haciendo el difícil.
—Lo voy a pensar —concedió. Eso era un sí—. Solo por si acaso, estate lista a eso de las siete y te veo acá. Metafóricamente.
—Gracias, Joey.
—No he dicho que sí —argulló—. Te abriré la puerta para que vayas a tu casa ahora.
—¿Me estás echando? —dramaticé con una sonrisa para mí misma.
—Sí, es obvio. Largo.
Se me borró la sonrisa y me fui a casa a ducharme y a desayunar. Mamá debía trabajar —pues ya era lunes— y sabiendo que yo estaba en unas mini vacaciones, sabía que no me iba a despertar antes de ella irse, así que estando a solo un metro de ella, la vi salir y entré a mi casa.
No estoy segura de que una cita de tres personas puede llamarse grupal más que mal tercio pero en esa ocasión no es que hubiera muchas opciones.
Concordamos con Joey en que no era muy práctico invitar a otra chica que fuera su cita pues debía estar pendiente y ayudar a que de cierta manera Messer no notara que no me veía.
Llegamos los dos al parque unos minutos más temprano de lo que le dijimos a Messer que debía llegar. Necesitaba un plan y supuse que estando dentro del parque me iba a ser más fácil pensar en uno.
—Al menos entraste gratis —masculló Joey una vez estuvimos adentro—. Ahora dime el mega plan.
Miré a mi alrededor intentando sin éxito ubicar un lugar lo bastante oscuro como para poder hablar con Messer sin que notara mi ausencia. Solo estaba el castillo del terror, no lo mejor pero lo único posible.
Íbamos caminando pasando por varias atracciones que destilaban sus luces a nosotros. Los destellos me traspasaron sin dejar sombra alguna y aún no me acostumbraba a eso. El bullicio era tremendo y ya que el lugar donde yo estudiaba (que era uno de los más grandes) estaba en una semana de receso escolar (y la ciudad era pequeña, así que todos llegaban allí), el lugar estaba lleno de adolescentes y familias a pesar de ser pasadas las ocho de la noche de un lunes.
Había llamado a mamá para pedirle permiso y en cuanto supo que era con Joey, accedió y eso que le dijimos que nos íbamos temprano para comer algo antes; lo que fuera para no estar en casa cuando ella llegara. Ella lo veía como un hermano mayor que me iba a cuidar, lo que no suponía era que de lo que me iba a cuidar era de que alguien no me empujara o me atropellara por no verme y se llevara el susto de su vida al toparse con un fantasma.
De repente Joey giró y miró atrás. Hice lo mismo por reflejo y vi que era Messer que le había tocado el hombro. Callé de inmediato.
—¿Y Elizabeth? —preguntó sin saludar.
—Está... en el baño. Ya sabes cómo son las chicas. —Joe pulió una sonrisa cómplice a su amigo—. Y más las que viven enamoradas.
Abrí mucho los ojos y tuve que morderme la lengua para no responder. Sí, debía enamorarlo, pero demostrando que andaba como loca por él no era la manera.
—Sí, lo sé. —Messer se pasó la mano por su lindo cabello. Yo arrugué la frente, Joey, sorprendentemente hizo lo mismo.
—¿Qué sabes?
—Que Elizabeth está enamorada de mí.
—Yo lo decía en chiste.
Pienso que Joey dijo eso expresamente para que yo escuchara que si lo sabía no era por él. Aprecié eso de él pero esperé la respuesta de Messer.
—Sí, pero vamos, es obvio. Es imposible ignorar unos ojos en tu espalda por años.
—Ella debe suponer que ni siquiera sabes quién es —le recalcó.
—Nunca le presté atención realmente —dijo con sencillez. Sentí un apretón en el corazón—. Nunca me gustó.
—¿Por qué? Ella es gentil y risueña. Es muy bonita cuando se digna a arreglarse y es graciosa.
En mi invisibilidad agradecí a Joey por intentar tapar lo feo que Messer le había dicho. Sabiendo que yo escuchaba, buscaba la manera de que Messer dijera o aceptara algo bonito de mí para no hacerme sentir taaaaan mal.
—No sé... nunca me habló, ¿entiendes? Y pues fue raro tenerla tantos años solo mirándome. Hasta parecía una acosadora, si tan solo se me hubiera acercado...
Joey miró a ambos lados y supe que estaba en una situación muy incómoda. Cómo mejor amigo de Messer debía escucharlo y como cómplice mío quería hacerme quedar bien.
—¿Por qué quieres salir con ella entonces?
—Te lo dije ayer, ahora pienso en ella... Ahora me gusta y mucho.
—¿Piensas que es bonita?
—Sí. —Cada vez que Messer decía algo con respecto a mí usaba un tono monótono inusual, como si tuviera un titiritero en la espalda que le hacía decir esas cosas—. Vamos a buscarla.
Joey negó con su cabeza.
—Me dijo que quería entrar al castillo del terror —improvisó—. Vamos haciendo la fila y le envío un mensaje de que nos encuentre allá.
Messer accedió sin encontrar nada inusual en la petición, Joey fingió enviar un mensaje de texto y se encaminaron al castillo.
La fila no era larga; en el siguiente turno entraríamos y debía yo hacerlo en ese instante en que llegáramos a la oscuridad.
—¿Crees que debí traerle algo a Elizabeth? —preguntó Messer. Suspiré y sonreí.
—No era necesario. Ella es muy sencilla y no se fija en eso.
—Es que es perfecta.
—Tú la ves así.
—¿Cómo es que teniéndola toda la vida cerca no has intentado nada con ella?
Joey ni se inmutó.
—No me gusta. La conozco literalmente desde que usaba pañales. Cuando la veo, veo a una hermana de toda la vida. Y es de esas hermanas que casi no quieres ni ver.
Reí y Messer lo hizo también. Esa era exactamente mi relación con Joey, no pudo explicarlo mejor.
Por cuestiones de espacio y de las demás personas en la fila yo estaba ubicada entre Messer y Joey. Más cerca a Joey, casi pegando mi espalda a su pecho.
Él me sentía y con sutileza me empujaba cada que debíamos dar un paso, además de retroceder cuando Messer se acercaba mucho. Lo pisé en el pie derecho dos veces pero no sé quejó.
Llegó nuestro turno. Entraban diez personas por ronda y con ellos dos se completaba el cupo, estando a un metro de la puerta, Messer se alarmó.
—Oye, no llegó, ¿esperamos otro turno?
—Siga. Siga. —El encargado iba casi empujando a los que entraban y los iba contando en voz alta—. Seis, siete, ocho... —Llegó el turno de Messer y lo pusieron adentro—. Nueve... Diez. —Joey entró.
Aproveché y empujé a Messer un poco más adentro y ubiqué mis dos manos en sus hombros, quedando a sus espaldas.
—Hola, Messer —saludé, fingiendo un jadeo como si hubiera llegado corriendo—. Casi no alcanzo a entrar.
Estaba oscuro, se veía una luz anaranjada al fondo y la poca que entraba por la puerta principal que acabábamos de atravesar pero apenas y podíamos vernos entre nosotros. La puerta de la entrada se cerró antes de que Messer volteara.
—Todos unidos, por favor —dijo la voz gruesa del encargado—. No se separen en el recorrido y procuren no perder a sus acompañantes.
Messer me habló, estirando un poco el cuello hacia atrás.
—Tenía ganas de verte. Gracias por invitarme.
—Fue idea de Joey.
Messer tomó mis manos que estaban en sus hombro y pretendía voltear completo.
—¡No! Emmm... ve tú adelante... me da miedo.
Messer soltó una risita pero no se volteó, a cambio de eso, entrelazó una de sus manos con la mía. Sus dedos y los míos encajaban tan bien que tuve ganas de tener una foto de ese momento. Luego recordé la imagen de la mano de Joey enlazada con el aire y borré esa idea de mi mente.
Una melodía de miedo y suspenso empezó a sonar en la casa y el grupo empezó a caminar en línea recta. El suelo se sentía empedrado y había telarañas en las paredes del estrecho pasillo y nos rozaban al pasar.
Escuché un grito repentino a mis espaldas y giré de inmediato. Joey había sido atacado por un zombie que salió de la pared y le había dado su buen susto. Messer se rió.
Seguimos caminando y puertas se abrían a lo largo de todas las paredes, los monstruos salían tan deprisa y acompañados de unos ruidos tan horribles y perfectamente coreografiados que grité un par de veces aunque he de admitir que quien llevó la peor parte fue Joey al ir de último en la fila. Parecía que todo vampiro, lobo o bruja salía a asustarlos a todos pero se agarraban a él por ser el más cercano.
Según lo que escuché después, al último y al primero de la fila siempre les va terrible.
Me abracé concienzudamente a la espalda de Messer en varias ocasiones y él, si bien parecía indiferente a todo el terror, me apretaba la mano con fuerza cada que yo chillaba.
Cada trampa que se abría despedía alguna luz brillante leve por unos segundos pero mi posición no permitió que Messer me descubriera; tampoco lo abracé demasiado tiempo seguido evitando que al salir, la mitad de su cuerpo estuviera invisible.
En un segundo, Messer me atrajo hacia una de las paredes. El grupo se había detenido pero solo nosotros habíamos roto la fila.
—Nos quedaremos acá mientras esta sección acaba —informó—. Ya vine dos veces y ya sé lo que pasa.
Eso explicaba su indiferencia al horror. Joey por su lado estaba pasándola de lo peor.
—Gracias —susurré.
Agradecí tanto la oscuridad que el lugar nos ofrecía que ignoré por completo los chillidos, gritos y risas diabólicas alrededor. Seguía ubicada detrás de Messer y él estaba en contacto permanente con mis manos que se unían en su abdomen. Nunca lo había tenido tan cerca y tomé unos segundos para degustar el momento.
Escuché una maldición de voz de Joey y me sentí mal por él. El terror no había sido nunca su temática favorita y aún así, ahí estaba, ayudándome.
Fueron solo quince segundos de privacidad con Messer y el grupo avanzó de nuevo. Frente a nosotros estaba la chica más ruidosa del universo pero se notaba que estaba gozando esa adrenalina proveniente del miedo.
El recorrido no tardó más de seis minutos en los que giramos por el pasillo varias veces, recorriendo un zigzagueante camino. Seis minutos en los que pude entrelazar mi mano a la Messer intermitentemente, pero cuando una luz anaranjada similar a la que parecía lejana al entrar empezó a ser más grande, la realidad me golpeó de nuevo. Íbamos ya a salir.
Solté a Messer de inmediato y se sorprendió.
—¿Qué pasa?
Iba de nuevo delante de mí y estiré mi mano hacia atrás para tocar a Joey, pero le hablé a Messer.
—Nada... Pero creo que lo peor ya terminó.
Le pareció suficiente y siguió caminando. Me detuve hasta que medio segundo después Joey chocó conmigo. El ruido ambiental de misterio me permitieron hablar con él en susurros casi en su oído sin que mi chico lo notara.
—Joey, ya vamos a salir.
—Gracias a Dios —dijo realmente agradecido—. Te odio, Elizabeth, luego de hoy puedes irte a la...
—¡Joey! ¡Vamos a salir!
Ya estaban dos del grupo afuera. Tres, cuatro, cinco.
Casi no podía ver a Joey pero sí sentí que a tientas me tomó de los hombros.
—Lizzie, ponte detrás de mí.
Sin cuestionarlo obedecí y me puse a sus espaldas, saliendo yo de últimas.
—Casi me muero del susto —dijo enérgicamente Joey a su amigo, intentando distraerlo. Messer miró en todas direcciones—. No creo que vaya a volver...
—¿Dónde está Elizabeth? ¿Se quedó adentro?
Messer ya estaba devolviendo varios pasos para la puerta de salida de castillo. Toqué a Joey en el hombro y lo apreté, increpando en silencio de que hiciera algo.
—No, ella salió... —Joey balbuceó, ideando alguna mentira. Empecé a dudar de mi plan y a considerar de que no había sido tan buena idea—. Verás... ella...
—¿Dónde está? —insistió.
—Te voy a decir la verdad.
A pesar de no ser capaz de sentir mi calor corporal, se me heló la sangre.
—¿Qué es?
Joey tomó aire y ya casi veía a Messer muerto de susto o de risa cuando le dijera que yo era invisible. De paso no quería ni pensar en las consecuencias de desobedecer a la bruja...
—La verdad es que Elizabeth está allá, tras ese muro. —Señaló una esquina, en donde estaba el puesto de tiro al blanco, aunque yo estaba a su lado—. Y no puedes verla... porque tiene un grano enorme en la frente y tiene vergüenza.
Sentí una lágrima que se me salió por toda la tensión, suspiré de alivio aunque el corazón me latía con fuerza. Messer arrugó la frente.
—Eso a mí no me importa.
Si pudiera verme, habría notado mi cara de enamorada cuando dijo eso con tanta firmeza.
—Es que no es un grano normal, es del tamaño de una galleta. —Le di un ligero pellizco en la espalda—. Auch... digo, pobre ella... tú sabes... las mujeres y sus superficialidades. Por eso no llegó sino hasta que entramos, para que en el castillo no la vieras fijamente.
Sacada la tensión del momento, Messer bajó su mirada y se alarmó terriblemente. Miré a donde él lo hacía y vi su mano medio transparente.
—¿Qué pasa, Messer? —Joey habló, aunque él ya había visto también su mano.
—¡Mi mano! ¡Joey, está... mira!
Levantó su mano en el aire y pudimos ver, algo opaco, a través de ella. Joey tragó saliva, pero intentó mantener la expresión calmada mientras sonreía como si no viera nada malo.
—¿Qué tiene? Yo la veo bien. ¿Te duele?
—¿Dices que no ves...? —Su mano, muy lentamente estaba recuperando el color y la giraba ante sus ojos una y otra vez. Había incredulidad en su gesto; me arrepentí de haberla tomado todo el rato—. ¿No ves esto?
Joey sonrió, incómodo.
—¿Tu mano?
—Sí, mi mano, pero... —Y volvió a su color normal—. La vi transparente...
Mi vecino fingió la peor de las carcajadas.
—¿Transparente? Estás loco, Messer. O quizás tus gafas ya no están funcionando bien.
Messer cuestionaba su propia locura; lo vi realmente afectado por eso. Aproveché eso para susurrarle a Joey.
—Joey, ¿qué hacemos ahora?
Me ignoró y le habló a su amigo de nuevo.
—¿Te sientes bien? Podemos salir después otro día... igual Elizabeth está avergonzada justo ahora y tú... te ves pálido, amigo. Tenemos toda la semana...
—Quisiera... —vaciló, despegando con dificultad la mirada de su mano—. Quisiera irme, sí, creo que no me siento bien... pero quiero despedirme de ella.
—No puedes —admitió Joey.
—¿Por qué?
—Su enorme grano en la frente.
—No me molesta.
—A ella sí.
—¿Dónde es que está? —Miró hacia el muro que Joey le había señalado y pretendía ir hacia allá.
—Allá... emmm... ¿qué tal esto? Te pones de espaldas y ella se despide de ti.
—Eso es absurdo.
—La conozco de toda la vida y sé que si la llegas a ver de frente con ese enorme Everest en su cara, no volverá a dirigirte la palabra por la vergüenza.
Messer lo pensó y luego accedió.
—De acuerdo.
—Ponte de espaldas.
Lo hizo y Joey me gritó casi en la oreja.
—¡Lizzie! ¡Ven a despedirte!
Tardé unos diez segundos formales para tocar a Messer en la espalda.
—Aunque no lo creas —dije—, me gustó mucho pasar estos minutos a tu lado.
Messer ladeó un poco la cara pero sin quitar la mirada de al frente.
—¿Puedo verte? Te juro que no me molesta...
—¡No! Lo siento, no quiero que me veas así.
—Bueno... estás muy linda hoy, Elizabeth.
Esa muestra de cortesía me enterneció el alma, considerando que realmente no me había visto ni poquito.
—Gracias. Espero poder volver a salir contigo esta semana.
—Claro que sí, cuando quieras.
En la práctica era nuestra primera cita pero llevaba amándolo tanto tiempo que no consideré inapropiado abrazarlo; él, por instinto, ubicó sus manos sobre mis brazos, siguiendo la petición de no voltear y gracias al cielo, de no bajar la mirada a mi agarre.
Una pareja pasó frente a nosotros y miró con extrañeza a Messer y maldije de nuevo mi invisibilidad. El pobre debía parecer un idiota sonriendo a la nada y tocando el aire sobre su abdomen. Me apresuré a soltarlo antes de que empezara él a perder su solidez.
—Adiós, Messer.
—Te escribiré.
—Claro —dije, aún sabiendo que no iba a poder escribirle de vuelta.
Me separé con un nudo en la garganta y caminé los seis pasos hasta Joey, que se había alejado un poco para darnos privacidad. Saludé en voz alta y lo toqué enseguida para que supiera que ya estaba ahí; vi a Messer que aún no giraba.
—Ve.
Joey fue hasta Messer y él volteó finalmente sin poder evitar mirar hacia el muro por donde supuestamente yo había desaparecido.
—Me voy a casa —informó. Acomodó sus gafas—. Te irás con Elizabeth, ¿sí?
—Claro que sí, vivimos uno al lado del otro.
—Qué suerte.
Y se fue. Joey y yo hicimos lo mismo.
El evidente fracaso de la cita hizo que mi seguridad en el resultado final empezara a tambalearse. A ese paso, iba a necesitar un milagro de los cielos para que resultara.
¡Gracias por leer!
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