4. Un flechazo mágico
No podía retrasar por siempre la vuelta a mi casa y buscaba la excusa, bien fuera para esconderme (valga la ironía) de mi mamá o para evitar entrar.
Terminé rebajando mi moral al punto de mentirle a mi mamá. Soy mala para mentir y todos los saben y más a ella, por eso hice que Joey mintiera por mí. Fue a buscar a mi mamá a la puerta de mi casa, yo iba a su lado. Cuando ella abrió, le sonrió a Joey.
—Pensé que estabas con Liz —dijo, acusatoria y sin saludar. Ella sabía que yo no le mentía y por un segundo hubo preocupación en sus ojos.
—Está... estuvo —se corrigió—, digo, esta... bueno, volvimos pronto y estábamos jugando en el X-box, entonces salí a la cocina a hacer unos sándwiches y luego se quedó dormida... Dijo que no había dormido mucho anoche. Solo vine a avisarle, mi mamá llegó hace poco y dijo que haría almuerzo para los dos, entonces para que no se preocupe.
El discurso salió como cuando te aprendes una exposición al pie de la letra del tema a tratar y sale monótono y fingido. Me di cuenta de que yo no era la peor mentirosa del mundo. Mamá dudó pero una sonrisa de Joey la tranquilizó. Ella iba a hablar con su madre para corroborarlo, estaba segura pero ya teníamos esa base cubierta.
Le dimos la misma historia a la señora Tyler y aprovechamos el espacio de tiempo en que ella estuvo en la iglesia para hacer nuestra falsa coartada que incluía sandwiches y una Lizzie trasnochada. Según ambas, yo estaba plácidamente dormida en la cama de Joey; ninguna iba a molestar, así que era perfecto.
Tras despedirse de mi madre, fuimos ambos a su casa. Él entró como si nada y yo iba en silencio a su lado. Llegamos a su habitación y me recosté ahora sí en su cama, sintiendo un peso enorme en la cabeza. Miré a Joe que miraba la cama, si seguía su línea óptica y si pudiera verme, estaría enfocado en mis rodillas, pero claro que no me veía.
—¿Qué miras?
—Es muy raro, Lizzie... mi cama tiene una curva en la mitad y sé que eres tú pero... no estás. ¿Qué se siente?
No me había preguntado eso aunque las respuestas sí habían hecho ruido en mi cabeza, pasando vacilantes para que yo las ignorara.
—Es raro —confesé—. No siento frío ni calor. Me puse esta mañana un pantalón de sudadera, una camiseta y un suéter, todo desapareció pero no solo de imagen... digo, me toco las piernas y no siento ninguna tela encima pero sé que está ahí. Da miedo.
—¿Te da hambre?
—No —admití—. Pero creo que debo comer porque sigo siendo una persona... o algo así.
Joey mordió su labio, pensativo. Su gesto era como el de un niño que no sabe cómo confesar una travesura a su madre. Caminó lentamente hasta la cama y se sentó en todo el borde, ni cerca de donde se notaba mi peso.
—Hay algo que no me saco de la cabeza y puede sonar insensible, sin importancia e inapropiado —soltó.
—Ya nada me sorprende. Dime.
Él tenía su mirada perdida pero la mía estaba muy fija en su rostro. Debo admitir que era cómoda esa sensación de poder mirar y mirar a alguien sin que resultara incómodo para mí. Su sonrisa se ladeó y un brillo asomó en sus ojos.
—Bueno, te pusiste mi suéter y lo desapareciste luego de unos segundos... ¿crees que si me tocas por varios segundos yo también desaparezca?
Sonreí aunque él no pudiera verlo. Era algo de verdad curioso y algo que solo se le podía ocurrir a él; su imaginación siempre volaba por cielos que no son recorridos por los humanos promedio. Pensé que hablar del lado divertido de la situación era una buena manera de ignorar el peligro real que tenía sobre la espalda, así que me animé.
—¿Probamos?
Entonces hubo duda en su gesto.
—¿Y si desaparezco pero luego me quedo así?
Lo medité. Tenía sentido. De pronto una idea acudió a mí:
—¡Ya sé! He llevado el mismo suéter como por cuatro horas, si me lo quito y vuelve al color quiere decir que no hay efecto permanente.
—Pues a intentar.
Me quité el suéter. Nada, ni calor ni frío. Lo puse en el regazo de Joey y sin querer lo asusté al no avisarle. En cincuenta segundos eternos, el suéter tomó su tono verdoso. Joe suspiró de alivio y luego la emoción volvió a su mirada.
—Es seguro, ¡sigo yo!
Se quedó quieto, me quedé quieta. Pasaron varios segundos.
—¿Qué hago? —pregunté al fin—. ¿Te desaparezco el hombro?
—No... quiero verlo bien si funciona. —Joey se giró para quedar más hacia el lado donde yo me hallaba. No dejé de mirarlo y él miraba a la nada. Extendió su mano con la palma hacia arriba y los dedos levemente flexionados—. Toma mi mano.
Obedecí y entrelacé nuestros dedos. Esa imagen era algo perturbadora porque él me agarró con fuerza pero parecía que ejercía fuerza al aire, parecía una garra. Esperamos por dos minutos y medio en silencio, él no despegaba los ojos de nuestras manos —de la suya— y yo lo miraba a él. Cuando su mirada se maravilló, miré esa unión.
Su mano estaba empezando a clarear y a traslucir la luz, la opacidad bajaba lentamente.
—¡Esto es algo que no se ve todos los días! —exclamó, con la emoción a mil.
—Joey, me estás apretando mucho —me quejé. Aflojó el agarre—. Mejor.
—¿Crees que solo se desaparezca la mano o si esperamos lo suficiente todo el...?
Un golpe en su puerta nos sobresaltó a ambos y nos soltamos ipso facto. Con miedo vi que su mano no volvió a la normalidad de inmediato. Con más miedo aún escuché la voz al otro lado de la puerta.
—Voy a entrar —anunció Messer.
Me bajé de la cama para que no se viera mi peso y caminé hasta la ventana, lejos de la puerta, asustada por la visita inesperada.
—¡Tu mano, Joe! —siseé a tiempo para que tapara su mano con la cobija antes de que Messer entrara.
Deduje que si había tardado casi un minuto en empezar a clarear, iba a tardar un poco más en aparecer.
La puerta se abrió y mi corazón pegó un salto y sonreí ampliamente al ver a Messer con un bluyín oscuro y una camiseta roja. Invisible o no, seguía muy enamorada de él y ahí, en la habitación de su mejor amigo, fue cuando más cerca lo tuve hasta ese momento, o sea, que yo lo observara sin que él lo notara, usualmente yo estaba más lejos.
Entró y cerró la puerta. Me sentía en una escena romántica, luego recordé que de estarlo, yo no estaba incluida al ser transparente y los turbios caminos que tomó mi mente hicieron que sacudiera la cabeza.
Messer miró la mano de Joe bajo la cobija y oportunamente, sobre su regazo. Sonrió con burla.
—¿Llegué en mal momento? ¿Necesitas privacidad o...?
Cuando entendí la gracia me reí y me asqueé a partes iguales. Joe le lanzó un cojín; miró disimuladamente bajo la cobija y luego la quitó, dejando ver que ya su mano estaba bien.
—No me dijiste que venías temprano.
El rostro de Messer se enserió.
—Tu mamá me dijo que estabas con una amiga, con tu vecina y que yo sepa solamente Elizabeth es tu vecina, ahora, si tienes algo con ella...
Joey puso un gesto de desagrado. Gesto que compartiría conmigo si puedes verme.
—No, claro que no.
—¿Seguro? —insistió—. Porque ella me gusta pero si sientes algo por ella...
Me perdí de la conversación, lo único que deseaba era enmarcar esa frase: «Ella me gusta». Había esperado más de seis años eso y ahora que lo tenía, no podía él verme. Aunque si le gustaba era de hecho porque no podía verme. Mi amor platónico por Messer pasó a ser un círculo vicioso de magia donde me quería porque yo era invisible pero yo era invisible por pedir que me quisiera.
El tono grueso de voz de Joey me hizo volver a la conversación.
—No hablemos de esto ahora, ¿sí?
Lamenté estar distraída y haberme perdido lo que sea que Messer había dicho para que Joe lo frenara así y se hubiera ruborizado como lo hizo. Él sabía que yo escuchaba y estaba segura que era por eso su bochorno.
—¿Dónde está, a propósito? —preguntó Messer—. Yo esperaba encontrarla acá.
—Ella... bueno... está en su casa, cambiándose de ropa.
—¿Vendrá más tarde?
Quería gritarle que ahí estaba y un "te amo" a los cuatro vientos pero en la práctica yo era uno de los vientos y escuchar una declaración del aire puede ser traumático.
—Yo... no creo... ¿por qué el interés en todo caso?
Joey lo dijo con plena inocencia, supuse yo que para ganar tiempo o evitar un tema del que él no quería hablar conmigo de público.
La mirada de Messer quedó vacía al buscar una respuesta lógica y entonces me sentí terrible. Yo le gustaba pero claro que no sabía por qué, era la magia. Era como despertar con ganas de nadar pero temerle al agua. Era inexplicable para él y esa sensación de que lo estaba obligando me entristeció.
—Hoy amanecí pensando en ella —confesó. Sonreí aún cuando una lágrima pugnaba por salir—. Es muy linda.
—¿De qué color son sus ojos? —cuestionó.
Supe lo que Joey hacía; quería que yo viera lo irreal que era la situación y los posibles finales no del todo felices que todo eso podía tener.
—Verdes... o azules... Lo que importa es que son preciosos.
Joey suspiró y sacó la billetera de su bolsillo trasero. Se puso de pie frente a su amigo que estaba recostado contra la puerta.
—Son grises, Messer. —Le tendió una ¿foto? sacada de su billetera—. Y su cabello es negro y deforme. Dijiste que querías una cita con ella, le diré que salga contigo pero debes saber cómo es ella para que no vayas a quedar mal. Esa es su foto, mírala y recuerdala así. Esa es de hace un año, pero no hay gran cambio, solamente tiene el cabello un poco más largo.
Messer miró la foto y no sonrió, casi podía escuchar cómo su cerebro maquinaba, preguntándose de nuevo el por qué de la atracción inexplicable. No había rechazo en su mirada... solo confusión.
Tenía una pregunta pero no era capaz de decir nada, no obstante, Messer lo dijo como si me leyera la mente:
—¿Por qué cargas una foto de tu vecina?
Joey soltó una risa.
—Mamá me da fotos de todas mis primas y primos. Las cargo todas. Vieras la billetera de mamá, es un álbum portátil e incluye a Elizabeth, a su hermana menor y a su madre. —Ambos rieron—. Pero esa puedes tenerla.
—Es linda, ¿no crees? —concedió mi Messer mirando mi foto. Casi suelto un suspiro audible. Joey se encogió de hombros.
—Sí, supongo.
Messer sacó su billetera y puso la foto ahí; ese detalle me enterneció el alma.
—¿Crees que Elizabeth venga?
—Puede que no; a veces se sienta a mirar televisión y se olvida del mundo.
Eso era cierto.
—Entonces vamos a hacer algo —respondió, resignado—. Lo que sea. Es un domingo muy aburrido.
Joey asintió y salieron. Desde el pasillo escuché la voz de Joey.
—Voy por mi chaqueta, ve adelante.
Y entró de nuevo. Tomó su chaqueta y se dirigió a la nada.
—¿Dónde estás?
—Junto a la ventana.
Miró hacia la ventana pero sin enfocar nada.
—Le diré a mamá que salimos los tres, si escuchas que alguien viene, guarda silencio.
—¿Y luego?
—No lo sé. No creo tardar mucho, máximo unas dos horas. Piensa qué vas a hacer y me informas, te apoyo.
—De acuerdo.
Caminó hasta la puerta pero antes de salir, habló de nuevo:
—No digo esto como mejor amigo de Messer o como tu amigo medio familia que soy, solo como persona viendo una situación: ¿de verdad quieres enamorar a alguien que no sabe cuál es el color de tus ojos?
Era una pregunta que no esperaba respuesta y no se la di, no la esperó tampoco y tras una pausa, salió.
¡Muchas gracias por leer!
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