10. Resignación y despedidas
La noche del viernes, la víspera de mi desaparición, dormí muy poco. Observé a Joey dormir y me pregunté qué tanto recordaría de mí al despertar, supuse que no demasiado.
Había tomado su mano porque me sentía en una etapa terminal y necesitaba a alguien que, aunque indirectamente, me dijera que aún me quedaba tiempo, así fuera unas horas.
El vacío y la impotencia que me producía el saber que no lo había logrado me revolvía el estómago, pensar que había tirado mi vida por un amor que no era del todo correspondido me hizo ver lo estúpida que era.
Joey me recordaba aún porque había pasado la última semana conmigo, tal como la bruja me había dicho, pero no sabía qué pasaba por la cabeza de mi madre o de mis pocas compañeras o compañeros que pude algún día llamar amigos.
A eso de las cuatro de la madrugada decidí que si era seguro que me iba a ir para siempre, como último acto, así fuera simbólico, iba a despedirme de todos. Esperé un par de horas y antes de que amaneciera del todo, salí de la casa de Joey con mucho cuidado de no hacer ruido con la cerradura.
Caminé hasta mi casa y esperé afuera, en la puerta. Siendo casi las siete de la mañana, vi a mi madre salir a su trabajo. Llevaba su cabello atado en un moño pulcro, sus zapatos de tacón resonaban con cada paso y tenía una tostada entre los labios, posiblemente ya iba tarde. Recordé su sonrisa dulce cada que me daba un consejo y la manera en que arrugaba la frente cada que se enojaba, cómo rodaba los ojos cuando mi hermana ponía su música pesada a todo volúmen y el sonido dulce, animado y bajo de su voz.
—Lo siento, ma —susurré a unos pasos de ella y sin respuesta de su parte, la vi partir.
Rodeé la casa, intentando ignorar el pensamiento de que sería la última vez que la vería y llegué a la ventana de la que era mi habitación. Había dejado la ventana abierta todas las noches y entré con facilidad para ver que ya no había cama, ni mesita de noche, ni ropa regada, ni libros de estudio en la repisa. Ahora era una especie de gimnasio casero ( había una corredora y una bicicleta estática) y un trastero.
Había cajas en el suelo, todas marcadas con el nombre de mi hermana: "Juguetes de Lou" "Ropa de bebé de Lou" "Cuadernos viejos de Lou". Mi hermana era ahora hija única y yo estaba en presencia de sus años pasados guardados en cartón. En las paredes ya no había fotos que me incluyeran, ni una sola, pero en todas estaba Lou o sola o con mamá.
Con la tristeza encandilándome el alma, salí de la habitación y crucé los pasillos para llegar a la de mi hermana. Al abrirla había cambiado; ya sus paredes no eran oscuras, sino que lucían un brillante amarillo; los carteles de bandas de rock pesado eran ahora afiches de Taylor Swift y de Justin Bieber en su mejor época. El rostro de mi hermana, con los ojos cerrados mientras dormía, lucía más dulce. La sorpresa de ver a una casi rockera convertida en princesa me cortó el dolor para pasar a la confusión. La miré por más de una hora antes de que despertara y me pregunté todo el tiempo en qué había yo influído para que ella cambiara de esa manera.
Recordé muchas veces en las que jugábamos juntas, antes de su etapa de llenar todo de color negro. Siempre reía; a sus doce años se había alejado mucho de mí y había empezado su aislamiento pero nunca le presté demasiada atención, mamá siempre dijo que era normal y lo dejamos pasar, pero ahora, viéndola tan cambiada descubrí que quizás no fue normal del todo. Cuando despertó, me quedé quieta en la esquina hasta que salió; miré en su mesita de noche y había papelitos de colores de parte de mamá donde le decía qué le había dejado de comer en la cocina y le deseaba buen día, eso solía hacerlo ella conmigo, nunca con ella.
Salí de la habitación y miré las fotos de las paredes, en todas había inscripción, todas del tipo "te amo hija", "siempre juntas" y cosas por el estilo. Mamá tenía de esas conmigo pero no con ella, solía decir que con la primera hija todo es nuevo y por ello todo es un descubrimiento maravilloso que se quiere conservar, pero con la segunda ya solo era repetir, entonces no era tan mágico. Pero ahora la primera hija era ella y por eso tenía toda su atención.
Recordé cómo era mamá con Lou ahora y me di cuenta de que no le prestaba mucha atención; no le revisaba tareas, no hablaba con ella en las noches, no le dejaba notas de nada, todo eso lo hacía conmigo; mi madre la amaba pero no era un secreto que me daba más preferencia a mí. No fue difícil deducir el motivo del cambio de Lou: ahora que era ella sola con mamá, tenía todo el amor, no solo los restos del que, inconscientemente, mamá le dejaba del mío y por eso ya no buscaba llamar la atención con sus actitudes rebeldes.
Me dolió saber que la vida de mi hermana era mejor sin mí.
Antes de que fuera más duro, miré por última vez mi casa y salí. Era cerca de medio día ya y tenía que ir a ver a Messer. No me amaba pero en su mente iba a salir de nuevo conmigo —eso si no me había olvidado del todo—, me había casi invitado a una fiesta familiar, me quería y aunque en muy poco tiempo no iba a tener recuerdos de quien yo era, quería verlo.
Caminando tardé casi media hora en llegar y luego me quedé afuera, pensando en la manera de entrar o de saber si él iba a salir. No sabía cuál era su ventana o sus horarios, así que solo esperé. Pasó un rato y él no salió, pero alguien sí llegó.
Con un vestido rojo y muy bonito, Vanessa tocó a su puerta. Me extrañó bastante porque, al menos que nosotros supiéramos, ellos no se iban a ver durante la semana pues ella iba a viajar a donde sus abuelos. Me acerqué y vi cuando Messer le abrió la puerta; por su expresión supuse que no la esperaba pero la dejó pasar, entré también junto a ella, con la precaución de no tocarla. Él la llevó a su sala y me ubiqué en un rincón.
El día anterior había besado a Messer y para mí fue un sueño hecho realidad. Ya que él estaba con los ojos vendados, fui yo quien dio el paso pero su manera de poner la mano en mi mejilla y de corresponderlo, me dijeron que él también lo deseaba; parecía que todo fluía cuando hablábamos, que era fácil reír, que era sencillo charlar, que encajábamos hasta en la curvatura de su labio inferior que se amoldaba a mi labio superior. Me sentía feliz de al menos haberlo besado antes de desaparecer.
Sin embargo, y sé que no le vi los ojos el día anterior, pero estaba completamente segura de que fuera lo que fuera lo que me transmitió su beso y sin importar la magnitud de este, no se acercaba a la emoción que se le veía en los ojos al mirar a Vanessa.
Demasiado tarde descubrí que si algo no había pasado en nosotros dos, no era solo porque yo no hubiera intentado entrar en su corazón, sino porque él ya lo tenía ocupado con otra persona.
Sentí mis ojos aguarse pero al mismo tiempo sonreí, quería llorar porque me di cuenta de que todo mi esfuerzo, así hubiera sido al triple, habría sido en vano, y quería sonreír porque con esa pequeña fractura que sentía, pude saber el verdadero impacto del amor.
Me di cuenta de que no basta amar profundamente para tener una historia romántica y también que no es culpa de nadie el corresponder o no hacerlo.
En cuanto tuve oportunidad, salí de su casa, y aunque estaba con el corazón quebrado, estaba en paz conmigo misma.
Cuando volví a casa, Joey no estaba. Esperé en la acera, disfrutando del aire de un día despejado hasta que, cerca de las cuatro, lo vi llegando. Me acerqué con lentitud y hablé antes de tocarlo.
—Hola, Joe.
Por instinto movió la mirada a ambos lados pero al recordar que era yo, volvió a mirar al frente con un evidente alivio en su mirada y me agarré de su brazo, juntos entramos a su casa hasta su habitación.
—¿Qué tanto me recuerdas hoy? —pregunté con temor.
Suspiró con tristeza.
—No mucho... es como si te conociera de toda la vida, sepa quién eres pero nunca hubiéramos pasado tiempo juntos. Como si fueras uno de esos famosos de televisión, te conozco... pero no te conozco realmente.
—Al menos sabes quién soy aún.
—Cuando desperté no estabas —reclamó, cambiando el tema.
—Te dejé una nota.
—Sí, pero la dejaste sobre mi chaqueta, la cual solo agarro antes de salir y mientras me duché y como por dos horas, creí que ya habías desaparecido. Qué susto me diste.
Reí por lo bajo y Joey blanqueó los ojos. Me quedé de pie, recostada sobre su puerta cerrada y él se sentó en su cama.
—Lo siento... y bueno, igual es cuestión de horas.
—¿Cómo puedes decirlo tan tranquila? —regañó.
No lo estaba. Si pudiera verme, sé que se notaría mis ojos hinchados de tanto llorar, el desastre que era mi cabello —así lo sentía al tocarlo— y lo que me pesaba siquiera caminar.
—Ya me resigné, Joe. Supongo que la desesperación solo dura cuando aún hay posibilidad de que las cosas mejoren y pues... ya sabemos que no hay vuelta atrás y no quiero pasar mis últimas horas como humana lamentándome... al menos no en voz alta.
—¿Por qué saliste tan temprano?
—Fui a ver a mamá... —contesté—. Ya en mi casa no existo, Joe. Lou está mejor y... —Sentí el nudo en toda la úvula e hice una pausa de tres segundos para tomar aire—. Y fui a ver a Messer. Estaba con Vanessa.
—Los viste juntos. —No era una pregunta.
—Sí.
—Él está enamorado de ella desde hace mucho, Lizzie.
Me despegué de la puerta y caminé hasta la cama. Me arrodillé frente a él, para quedar a la misma altura. Se enderezó cuando sintió mis manos en sus rodillas.
—¿Por qué no me lo dijiste? —No pude evitar el dolor que traslució en mis palabras. Joey suspiró y blanqueó un poco los ojos, un gesto cansado, arrepentido pero resignado también.
—¿Habría cambiado algo? No quería que bajaras los ánimos, Liz, porque tal vez ni lo habrías intentado y yo... yo tenía la esperanza de que con ayuda de tu maldita magia, funcionara eventualmente.
Me levanté del suelo y me senté a su lado en el filo de la cama. A tientas buscó mis piernas y puso su mano sobre mi rodilla, igual que yo hace unos segundos con él. Recosté mi cabeza sobre su hombro.
—Ya no importa.
—¿Te sientes diferente, Liz? —soltó—. Me refiero a... tú sabes, ¿sientes que desapareces por partes o algo así?
Reí ante su comentario.
—No, tonto, me siento completa aún. Supongo que si es como comenzó, solo me iré a dormir y a eso de la media noche... ya no estaré. No sé cómo se sentirá y no quiero pensar en eso. Me pregunto qué animal seré, quisiera ser un gato para dormir veinte horas y solo preocuparme de ronronear.
—Un gato con ropa morada... —divagó—. No suena mal.
— Seré antipática con todo el mundo y solo viviré para comer. No es del todo malo —bromeé.
La verdad era que sí me sentía muy ansiosa y aterrada de lo que desaparecer significaba. ¿Qué iba a sentir? ¿Iba a despertar en la carpa de la bruja y ya, siendo un animal? ¿Recordaría mi vida o entonces solo tendría la mente del animal? ¿Dolería? No tenía idea y eso me asustaba tanto que prefería no pensarlo, el tiempo iba a llegar y solo entonces lo tendría en cuenta. Lo sufriría en su momento; al menos sí tenía de consuelo el saber que no iba a dejar a nadie, todos me olvidarían, nadie lloraría mi partida y eso, de cierta manera, me hacía sentir tranquila, lo que menos deseaba era que alguien más aparte de mí sufriera las consecuencias de mis estúpidos errores.
Estuvimos en silencio por un buen rato, sentir el calor del cuerpo de Joe a mi lado era reconfortante. La noche anterior cuando hablamos antes de medianoche y recordé trozos de nuestra infancia, me di cuenta de que Joe era muy valioso en mi vida y que a pesar de habernos distanciado, siempre era él quien me apoyaba en todo.
—En todo caso —dije, luego de esa pausa, que parecía envolvernos en nostalgia cada vez más—, me alegra estar acá. No quisiera estar con alguien más en mi último día.
Se levantó de la cama bruscamente, y al estar yo apoyada en él, me tambaleé un poco.
—Voy a salir un rato, no te vayas.
—No es como que tenga a donde ir —ironicé—. ¿A dónde vas?
—Vengo por ti más tarde —dijo—. No puedes pasar el último día en una cama ajena mirando un techo.
Preguntándome qué pensaba él, lo vi salir de la habitación y luego por la ventana, lo vi alejarse de su casa; como él dijo, no me fui a ningún lado, solo esperé. Llegados a ese punto, era lo único que podía hacer: esperar, a Joey y eventualmente, mi desaparición.
¡Gracias por leer, Mazorquitas!
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