0. Introducción

¿Forjas tu destino o ya lo tienes escrito desde el mismísimo momento en que naces?

Me gusta pensar que es lo segundo, así evito echarme las culpas por las cosas malas que me pasan y achacarselo a quien sea que escribe mi historia, pero lamentablemente, tarde o temprano tengo que aceptar que todo se debe a las malas decisiones que elijo cuando menos me conviene.

Y hay dos motivos universales para las malas decisiones: los hombres y el amor.

No quiero sonar como esas chicas que odian a los hombres porque les fue mal con uno, especialmente porque siendo literales, no me ha ido mal con uno; ni bien ni mal.

Pero sí que he tomado malas decisiones pensando en ellos.

No contaré todos y cada uno de mis errores, solo el más terrible y estúpido que pude cometer; en mi defensa diré que en ese preciso momento no me parecía algo malo, de hecho, sonaba de maravilla.

Un truco de magia, un lapso limitado en el que el chico del que estaba enamorada iba a gustar de mí, una oportunidad para enamorarlo y listo. Bastante hadístico y utópico. No era una oportunidad, era LA oportunidad, el único chance de enamorarme con causa y más importante aún, de que se enamorara él de mí.

Tarde aprendí que nada es gratis.

En las historias infantiles los que hacen la magia suelen pedir de pago el primer hijo que vaya a nacer, años de juventud o la voz si eres una sirena; siendo la realidad, el pago fue menos grave pero no por eso menos importante.

No miré las letras pequeñas porque estaba embelesada mirando las enormes que me prometían el amor de Messer Laine.

¿Mi plazo? Una semana.

¿Objetivo? Enamorarlo.

¿El precio? Mi imagen.

No, la magia no me puso "fea".

Simplemente no me puso.

¿Conocen el color transparente? De ese color quedé.

Así que recuerden, lean las letras pequeñas si no quieren terminar como yo: enamorando a Messer siendo invisible. Literalmente, invisible.

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