Capítulo 30
La cruda verdad
La pareja guardó las ropas en cada maleta en silencio. Cassandra estaba frustrada y sobre todo enojadísima. No podía creer que por culpa de su padre, tenían que volver a Estados Unidos.
—Quiero desayunar primero, y aunque quieras volverte rápido, es posible que no consigamos pasajes de regreso.
—Con una pequeña diferencia de dinero, podemos conseguirlos, los pasajes ya los tenemos.
—Todo es cuestión de dinero. Sabes bien lo que quiere mi padre.
—Sí.
—Es para lo único que me quiere y yo no voy a darle nada.
—Pero se lo puedo dar yo.
—Tú no tienes la obligación de darle nada. Él solito se buscó las cosas, no es tu culpa ni la mía tampoco.
—Es un excelente empleado que jamás se quejó.
—No se trata de la empresa. Se trata de que yo no quiero ayudarlo.
—¿Por qué no quieres ayudarlo? Es tu padre.
—Un padre que te golpea por antojo no es un padre, y que te pida dinero para sacarlo del apuro tampoco lo es.
Keith, terminó por mirarla a los ojos y comprendió lo que ella le estaba diciendo.
—Pero después de todo, sigue siendo tu padre. Mi padre también me golpeaba cuando era chico.
—No creo que sin una razón —le respondió ella seriamente mientras metía sus cosas dentro de la valija, y él volvió a quedarse callado.
Ambos salieron del camarote una vez que terminaron de acomodar todo, y entraron a la cocina para desayunar con la pareja amiga. Keith fue el que les dijo que volvían a Beverly Hills por un imprevisto que sucedió en la empresa, la pareja lo comprendió, y volvieron a invitarlos cuando terminara todo.
Ya dentro del avión de regreso a Estados Unidos, Cassandra se comportó seria y distante con su marido, quedándose de brazos cruzados.
—Pronto te enterarás de lo que es capaz de hacer Mark Albright.
—¿De qué me estás hablando? —le preguntó intrigado.
—De eso, ya sabrás que clase de cosas hace tu suegro.
La pequeña conversación finalizó sin darle más vuelta al asunto, y ambos intentaron disfrutar del viaje de regreso a casa.
Llegaron muy tarde a la casa, ya era de noche, y la única luz de la casa, provenía de la cocina.
Ambos entraron, y la joven fue directo hacia la cocina en donde escuchó los llantos de su padre, y a Corina sentada frente a él, escuchando que le decía que debía medio millón de dólares a un grupo de empresarios que no estaban para nada contentos con las deudas de él.
—¿Escuché bien? ¿Les debes medio millón? —le preguntó furiosa.
—Hija... me alegro de verte otra vez —le dijo él, levantándose de la silla y acercándose a ella.
—A ti, lo único que te alegra es ver tu deuda pagada.
El teléfono móvil del padre de Cassandra sonó, y ella se lo arrebató de sus manos.
—¿No me dejarás hablar con ella? —le preguntó con sarcasmo, y él abrió los ojos desmesuradamente—. Ya es hora que se saquen los trapitos al sol, papá.
Cassandra, abrió el móvil y atendió:
—Hola.
—¿Hola? Creo que me equivoqué de número.
—No lo has hecho, este es el número de Mark. Si lo buscas, tendrás que venir por él.
Luego de varios minutos, la mujer de la otra línea contestó:
—De acuerdo, ¿cuál es la dirección?
—Ahora mismo te la daré.
Cassandra cortó la llamada, y Keith preguntó qué estaba pasando.
—Mi querido padre tiene otra mujer e hijo. Ahora sí sabes cómo es en verdad Mark Albright. Ejemplar empleado, pero pésimo padre y esposo —le dijo ella, con seriedad y sin remordimientos.
—Nunca te traté así, hija.
—No tienes justificación alguna, papá. ¿Nunca me trataste así? Me golpeabas sin motivo, y siempre me pedías dinero para jugar o para pagar alguna deuda, porque con el tuyo tampoco te alcanzaba. Era obvio que no te alcanzaba, debías mantener dos casas, ¿no es así? Por la edad que debe tener tu otro hijo, calculo que desde que mi hermano más chico, has tenido tu otra pareja.
—Fue unos años antes que naciera tu hermano más chico. Peter tiene siete años, y tu hermano seis, no se llevan mucho, pero yo estoy con la madre del niño desde hace cuatro años. ¿Cómo lo supiste?
—Unos de esos tantos días en los que no me quedaba tranquila en saber que siempre te quedabas sin dinero.
—¿Tu madre lo sabe?
—Yo sé que sí, y creo que es una tonta en no haberte pedido el divorcio. Porque si quiere, puede sacarte hasta tus calzones, por la sencilla razón que eres un adultero.
Muy poco tiempo después, alguien tocó el timbre de la casa y Corina fue a abrirle la puerta a la persona que estaban esperando.
—Que espere en la sala —le dijo Cassie a Corina—. Los tres saldremos de la cocina para que te enfrentes como un hombre a tu otra mujer. Porque no creo que ella sepa tu otra vida.
El padre de Cassandra, quedó resignado ante lo inevitable, y salió de la cocina antes que ella y Keith.
—Creí que te había pasado algo, cuando no llegaste a la casa —le respondió la mujer—. Tu cara, ¿qué te ha pasado? —le preguntó muy preocupada.
—Díselo —le insistió su hija.
—¿Qué tiene que decirme, y quién eres tú? —volvió a inquirir la mujer.
—Gabrielle, te presento a Cassandra, mi hija.
—¿Tu hija? Me dijiste que no tenías hijos —le respondió ella con seriedad, y Cassandra quedó sorprendida con aquella declaración y sobre todo, resentida.
—La tiene, y es la que ves, y tiene dos hijos más, y una esposa también. Un dechado de virtudes es Mark Albright —le contestó sin tapujos, Cassie.
—¿Me mentiste todo este tiempo? Me habías dicho que no estabas casado y que no tenías hijos, que el trabajo que tenías te impedía poder estar conmigo como querías, me mentiste y yo te creí —le dijo ella, con lágrimas en los ojos.
—Lo siento, Gabrielle, es verdad lo que ella te dijo. Perdóname, por favor.
—Puedes olvidarte de mí y de tu hijo, no te aguantaré una situación semejante.
—Creo que ninguna de las dos se merece a mi padre, ni tú y ni mi madre —le dijo Cassandra a Gabrielle.
—Creo que lo has dicho bien, no lo merecemos. Al fin de cuentas, creo que tengo que agradecerte por haberme abierto los ojos —le respondió Gabrielle a Cassandra.
Gabrielle y el niño se retiraron de la casa sin decirse más nada sobre la situación en la que se habían encontrado.
—No puedo creer que hayas hecho esas cosas, papá.
—Me enamoré de Gabrielle, y no pude evitar mentir.
—El matrimonio que tienes con mi madre es de terror, le hubieras pedido el divorcio de un principio si querías estar con aquella mujer, y dejabas tranquila a mi madre. Lo único que te digo, es que de ahora en más te las arregles solo, no te pagaré esa deuda, y no te ayudaré en nada y en vez de ir a la casa, vete a un hotel.
Keith ante tal situación, lo único que le quedó por hacer fue ofrecerse para llevar a su suegro a un barato hotel.
Cuando ambos hombres se fueron, Cassie se sentó en el sillón de la sala principal, y Corina aprovechó para prepararle una taza de té.
Cinco minutos después, se la entregó en sus manos.
—Gracias, Corina —le dijo con amabilidad y sorbió un poco.
—¿Qué piensas hacer luego?
—Le insistiré a mamá que le pida el divorcio.
—Supongo que sería lo ideal.
—Es lo correcto, Corina. Mi madre es una mujer muy buena que no se merece lo que le estuvo haciendo durante años mi padre. Le aguantó bastantes cosas, como se las aguanté en su momento a Keith.
—Mi hijo jamás te engañó —le respondió Corina, y Cassandra se sorprendió al nombrarlo como tal.
—Corina, creo que solo dos veces te escuché nombrar a Keith como tu hijo, ¿por qué no se lo dices?
—Jamás podría hacerlo. No serviría de nada, me despreciaría.
—Al contrario, Corina. Creo que sería muy bueno que se lo dijeras, es por el bien de Keith.
—Tendría que preguntárselo primero a los padres de él.
—No creo que te lo negarían. Recibiría más amor del que ya tiene, y para Keith sería bueno que lo reciba.
Keith, quién escuchaba con atención detrás de la puerta de entrada de la casa, la abrió con fuerza, exigiendo una explicación.
—¿Qué debo saber? ¿Qué es lo que me están ocultando las dos? ¿Cassandra, qué sabes tú? —preguntó, mirando a una y luego a la otra.
A Cassie, se le volcó la taza sobre el piso, manchando la cara alfombra con la infusión.
—Keith... yo... yo... —intentó articular palabra pero no le salían.
—¿De qué me tengo que enterar? —le preguntó sujetándola con fuerza del brazo y apretando sus dientes, mientras la miraba con furia contenida—. Corina, ¿por qué hablas tan abiertamente con mi mujer? ¿Por qué te tomas atribuciones que no te corresponden? —le preguntó mirándola con atención, sin dejar de sujetar el brazo de Cassandra.
—No es manera de contestarle así, Keith —le dijo, su esposa.
—¿Y por qué no? —le preguntó, matándola con la mirada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top