Capítulo 26
Una semana en barco
Tres días después habían terminado todo, y estaban brindando en la sala de estar del barco del dueño.
—Por la felicidad —dijo Keith.
—Por la felicidad —le siguió Cassie también.
—Por lo mismo —dijo Dorothy.
—Igual —dijo Anthony.
Bebieron un sorbo de champagne Bollinger y Cassandra como no bebía dejó la copa sobre la mesa baja de la sala de estar. Al final, Anthony le dijo a Keith que en vez de un fin de semana, los invitó a quedarse una semana entera, arriba del barco navegando. Ella fue a la popa a ver el horizonte.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó su marido.
—Viendo el atardecer, es hermoso desde un barco.
—Los atardeceres son hermosos en cualquier parte, pero me gustan en la playa mucho más.
—A mí también, ¿qué piensan hacer ellos?
—Creo que tienen pensado recorrer toda la costa, Essex, Kent, E. Sussex, W. Sussex, Isla de Wight, Dorset, Devon y Cornwall.
—¿Por qué a tantas ciudades?
—Porque quieren disfrutar de las cosas, Cassie, y lo quieren junto con nosotros también.
—Está bien, por lo poco que he visto me ha gustado mucho Inglaterra.
—Me alegro mucho.
—Oigan ustedes dos —les dijo Dorothy—, pronto estaremos en Essex, comeremos allí mismo, ¿les parece bien?
—Sí, estamos de acuerdo —le contestó Keith.
—Está bien entonces, los dejo solos.
—¿Siempre está nuboso en Inglaterra? —le preguntó ella.
—La mayoría de las veces sí.
—Pero hace muchísimo calor de todas maneras —le comentó.
—Sí, Inglaterra es calurosa igual, ¿estás bien?
—Sí, un poco, me gira la cabeza.
—Es el agua.
—¿Dura mucho?
—Depende de cada persona, ¿qué sientes?
—Me mareo y languidez en el estómago.
—Será mejor que te recuestes un rato, vamos que te ayudo a ir al camarote.
—Está bien, gracias.
—De nada —le dijo él, sujetándola con el brazo su cintura y con la mano libre tomó la de ella.
Para aquella tarde tan amena, Cassie se había puesto una falda roja, una musculosa blanca, un par de sandalias de plataformas, bolso, y aros al tono también.
—No creí que mareara tanto la navegación, me gira muchísimo la cabeza —le comentó entrando con su ayuda al comedor.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Dorothy.
—Más o menos, se siente mareada
—He traído unas pastillas conmigo, suelo estar igual que tú, si quieres puedo darte una.
—Te lo agradezco mucho, Dorothy.
—Te la llevaré al camarote, es mejor que te acuestes un rato, enseguida se te pasará.
—Está bien, y muchas gracias otra vez —dijo sonriéndole abiertamente y ella le correspondió a la sonrisa.
—No hay de qué, querida.
Su marido la llevó al camarote, la ayudó a recostarse, y se quitó las sandalias.
—Vaya, vaya... vaya —le dijo arqueando su ceja izquierda.
—¿Qué pasa? —le preguntó con sus ojos cerrados y esperando que se le pasara el terrible mareo y malestar.
—Linda ropa interior.
—Curioso —le dijo bajando más la falda corta y tapándose el trasero.
—¿Puedo tocar o tengo que pedirte primero permiso y presentarte un papel con autorización para poder tocarte?
—Sabes que puedes tocarme sin mi permiso, Keith.
—Lo estaba dudando ya.
—Tonto —le respondió, y sus manos fueron acariciando las piernas y muslos de la joven.
—Me gusta la tela de tu ropa interior.
—Encaje.
—Una de mis telas favoritas en los conjuntos de ropa íntima de mujer.
—Mi favorita también, a parte del satén, la seda, y la gasa —le dijo—, basta ya, están tus amigos allí fuera, y nada de eso, no te he dado ninguna invitación, así qué, será mejor que no te ilusiones para nada —le contestó sentándose en la cama y sintió que se iba hacia un costado del mareo, segundos luego tocaron a la puerta.
—Permiso, te traje la pastilla con un vaso de agua —le dijo Dorothy.
—Muchas gracias, Dorothy —le dijo tomando el vaso y la pastilla en sus manos.
—De nada, Cassandra —le dijo y se volvió a ir.
—Será mejor que te vayas, Keith, no quiero que tus amigos piensen mal de mí —le dijo dejando el vaso de agua por la mitad sobre la mesa de noche.
—Como si ya no te conocieran, Cassandra.
—No me importa, no quiero que deduzcan cosas que no son.
—Quién te entiende mujer.
—Yo misma.
—Sabes que no es así Cassandra, no hagas que me enoje otra vez contigo, y no quieras volver otra vez a lo mismo de hace dos semanas atrás y un poco más —le dijo molesto con ella y ella agachó la cabeza—, antes que se me olvide, ésta noche hay ópera, a Dorothy le encanta, así qué, cenaremos aquí y luego iremos a la ópera.
—Está bien —le dijo sin llevarle más la contra y acostándose despacio nuevamente sobre la cama y apoyando lentamente la cabeza en su almohada.
Keith, la dejó dormir tranquila una siesta. Y se fue del camarote.
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