Capítulo 22
Una noticia inesperada
Luego de una luna de miel idílica y que la pareja terminó por relajarse y establecerse en todos los sentidos, volvieron al bullicio de Beverly Hills, y a la rutina. Al pasar el tiempo, su marido jamás supo sobre su verdadera madre, y ella tenía miedo que cuando lo supiera, terminaría por odiarla al habérselo ocultado, pero no estaba en ella confesarle semejante verdad, solo le correspondía a los padres de él y a su verdadera madre.
Dos años después, la pareja quería construir algo juntos, y planearon tener un bebé.
Aquella tarde, Cassie tenía cita con el ginecólogo, porque ambos habían hablado sobre la posibilidad de tener un hijo.
Keith, no sabía de aquella cita, puesto que Cassandra la había concertado el mismo día, luego de que su marido se fuera a la empresa.
La cita con el ginecólogo había sido puntual, y ya estaba sentada frente a su escritorio.
Por los rápidos exámenes que aquel hombre le había hecho, ya que la joven le había dicho que con su esposo querían tener un hijo, los resultados llegaron a la hora de haber esperado fuera del consultorio. La muchacha estaba demasiado nerviosa, y con mucho miedo, pero cuando el ginecólogo la llamó de vuelta, ella respiró hondamente y caminó hacia el consultorio nuevamente.
—Señora Astrof, por los resultados que estoy viendo, va a ser bastante difícil que quede embarazada.
—¿Perdón? —le preguntó confundida.
—Sé que jamás pensó esto, pero debo decirle que no puede tener hijos —le respondió y ella palideció.
—Tengo apenas veintitrés años, es imposible, solamente me acabo de hacer un análisis para ver si mis ovarios estaban bien, para poder quedar embarazada, ¿y ahora sé ésta noticia?
—Lo sé, señora Astrof, pero los análisis no se equivocan.
—¿Cómo le digo a mi esposo que jamás podré darle un bebé?
—Hay un montón de niños y bebés que necesitan el amor de una pareja.
—A mí no me importa si adopto, pero no sé si mi marido querrá, nunca hemos hablado de adoptar niños o bebés.
—Háblenlo, por el bien de la pareja, háganlo, y dígale la verdad, él lo entenderá.
—Ojala que lo entienda.
—Conozco a la familia, su madre y hermana vienen aquí también, son excelentes personas las dos, y la familia entera lo es también, y su marido es un gran hombre y comprensivo también.
—Lo sé.
—Pues entonces, no tiene nada que temer, señora Astrof.
—Muchas gracias, doctor.
—De nada —le dijo y ella lo saludó con un beso en su mejilla izquierda, saliendo luego de su consultorio, y yéndose hacia la casa.
Cassandra llegó a la casa, y se quedó charlando con Corina, contándole lo que había pasado en la cita y solo esperaba que no se lo contara a Keith.
—Yo no tengo porqué decírselo, tú se lo dirás cuando lo creas conveniente, porque debe saberlo, Cassie.
—Lo sé, pero aún es muy difícil asimilar lo que supe recién. Me costará mucho decírselo, y no creo que en los próximos días se lo pueda decir tampoco.
—Tienes que buscar el momento adecuado para contárselo. Merece saberlo.
—Sé que debe saberlo, pero todavía es muy pronto.
Ambas terminaron por hablar otra cosa, cuando escucharon la puerta principal abrirse, señal de que Keith había llegado de trabajar.
Dos semanas más tarde, se encontraban en Inglaterra, y la muchacha, aún seguía sin poder confesarle a su esposo, su esterilidad. Y eso en parte, hacía estragos por dentro en ella. A veces, no prestaba la suma atención en las cosas que él le contaba, o se olvidaba de otras cosas también.
Uno de aquellos días, Keith llegó un poco más tarde de lo habitual en él, y vio a su esposa en la sala, leyendo una revista.
—¿Cassie, no te cambiarás?
—¿Para qué?
—Tenemos una cena de negocios, te lo había comentado hace dos días atrás. Creí que ya estabas lista.
—Lo siento, me lo olvidé.
—Hace días que te olvidas de las cosas, ¿te encuentras bien? —le preguntó mirándola a los ojos—. Es como si tu mente no estuviese aquí.
—Sí, estoy bien. Perdóname. Enseguida iré a cambiarme de ropa.
Mientras se vestía con una linda ropa, su mente divagaba en varias cosas, entre ellas, el temor a que él terminara despreciándola por no darle un hijo. El matrimonio desde un principio no había sido el de los mejores, pero con el tiempo las cosas habían ido acomodándose, y llegaron a consolidar el vínculo marital, pero temía que al decirle lo que el ginecólogo le había dicho hacía un par de semanas atrás, aquel amor que su marido le profesaba todos los días y todas las noches, se fuera por la borda con la simple palabra estéril.
Cassie terminaba de perfumarse cuando sintió los brazos y manos de su marido alrededor de la estrecha y curvilínea cintura.
—Estás fabulosa —le dijo besando el costado de su cuello.
—¿Tú crees que está bien esto? —le preguntó ella.
—Sí, es encantador el escote —le dijo pasando sus dedos por el escote de la musculosa.
—Gracias.
Para aquella cena de negocios, ella se había puesto una falda corta, una musculosa, un abrigo, un par de sandalias, un collar, un par de aros, un brazalete y una cartera de mano.
Se había peinado muy natural, con el pelo suelto, y una banda elástica para que combine con lo que llevaba puesto. Y maquillada muy natural.
Cuarenta y cinco minutos después ya estaban en el restaurante inglés Shepherd's. Entraron, se sentaron con los demás luego de saludarlos. Y allí, comenzó la cena de negocios para los hombres, y la cena del chismorreo para las mujeres. Pero Cassie, aquella noche y durante las anteriores veces también, estaba en su mundo. Casi siempre estaba distraída y no se podía concentrar bien en las cosas que Keith le pedía que hiciera en su empresa. Y se sentía muy culpable por no poder darle un bebé.
Durante lo que duró la cena, la muchacha estaba abstraída y casi ni le importaban las conversaciones de aquellas mujeres, si bien les prestaba atención de vez en cuando, la mayoría del tiempo no estaba al tanto de lo que se decían entre ellas. Keith se había dado cuenta de su actitud y se lo hizo saber cuando llegaron a la suite del hotel Four Seasons en donde estaban hospedados.
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