Capítulo 20

Reconciliación


Mientras él estaba duchándose, ella terminaba de vestirse, solo le faltaba calzarse el par de zapatos después de dejarse secar sus uñas y, luego los accesorios y cartera. Cuando su marido salió del baño, ella se estaba secando el pelo para pronto, peinárselo. Al estar ya maquillada muy natural, lo único que debía de hacer, era esperar a su marido que terminara de vestirse, y lo hizo en el comedor principal.

—Estás muy linda —le dijo sincero, cuando salió de la alcoba.

—Gracias. Te dije que iba a encontrar accesorios y zapatos en la maleta.

—Sí, ya veo —le dijo riéndose—, ¿vamos ya?

—Sí —le contestó y los dos salieron de la suite.

Una vez que bajaron al hall principal del hotel, un auto los estaba esperando para llevarlos al restaurante donde se había hecho la reserva con antelación. Keith, sin atisbo de dudas, tomó la mano de la joven entre la suya, ella lo miró sorprendida, y volvió la vista al frente cuando sintió que su marido la estaba por mirar. Ninguno de los dos habló, y se dedicaron a contemplar la ciudad en donde estaban. El chofer condujo con lentitud y profesionalismo, y pocos minutos después, los dejó frente al restaurante. Él se bajó primero, y luego ella se bajó con su ayuda. El hombre le dio propina al chofer, y terminó dándole las gracias. Ambos entraron al lugar y el señor que había hablado por teléfono con Keith ya estaba esperándolos. A su lado estaba su esposa y una jovencita de la misma edad que Cassandra, a la cuál, el hombre mayor, la presentó como su nieta recién llegada de Francia. La joven pareja se sentó, y pronto comenzaron a charlar.

Los hombres, de negocios, y ellas tres de todo un poco.

—He llegado recién ayer de Francia, la ciudad es encantadora, ojala que algún día vayas —le dijo la nieta de la pareja, llamada Chloé.

—Iremos pronto de luna de miel a París, seguro que me gustará.

—¿Estás casada? —me preguntó asombrada Chloé.

—Sí —le respondió sonriéndole.

—Pareces muy joven —le respondió la joven.

—Veinte.

—Un año más que yo, ¿y ya casada? Te compadezco.

—¿Por qué? No es tan malo el matrimonio.

—No, salvo por la falta de diversión que te pierdes.

—Yo opino lo contrario, puedes tener la diversión estando casada igual, no necesitas mucha gente para pasarla bien, si tienes un compañero divertido, la pasas bien de todas maneras.

—No veo a tu marido tan compañero contigo y menos divertido.

—Disiento contigo, Chloé, Keith es muy divertido, salvo que no lo hace notar.

—Creo que es más seco que una pasa de uva —le terminó de decir y Cassie se rió a carcajadas.

—No te creas que es tan así.

La conversación derivó a otra cosa, y así sucesivamente. Ya más entrada la noche, la pareja volvió caminando por el centro de la ciudad, tomados de la mano.

—¿Vamos a tomar algo? Es temprano todavía.

—¿Mañana no tienes que trabajar?

—Sí, pero recién a las diez tenemos que ir.

—Está bien, como quieras entonces, por mí sabes que no hay ningún problema.

—Vamos entonces, ¿dónde quieres?

—Estoy falta de ideas.

—Creo que ya sé dónde podríamos ir.

—¿Dónde?

—Al centro de la ciudad.

—Estamos yendo hacia allí, la ciudad es grande, dime dónde.

—Al Bombay Club.

—Suena raro.

—Sí, lo es. Pero el ambiente me gusta mucho.

—Bueno, vamos allí entonces —le dijo dándole un beso en una de sus mejillas.

Luego de pasar casi dos horas dentro del bar y con un lindo ambiente, volvieron al hotel a pie, ésta vez, ella con el saco del traje de Keith puesto en sus hombros, porque la joven tenía frío y él se lo colocó sobre ella luego de darle un beso en su frente. Pronto llegaron donde se hospedaban, y subieron a la suite luego de pedir nuevamente la llave magnética.

—Ha estado muy bonito el bar al que me llevaste —le contestó ella, contenta.

—Me alegro que te haya gustado.

—Sobre todo, el ambiente.

—Mejor así.

Cassandra, fue a la recámara y se dispuso a sacarse la ropa para luego ponerse el camisón. Él, entró siguiendo sus pasos.

—¿Qué te parece si cuando termino este proyecto, nos vamos de luna de miel?

—Es lo que le habías dicho al señor Marshall, ¿o no?

—Sí, es verdad, entonces lo ideal sería ya ver hoteles en París.

—¿Puedo verlos contigo?

—Me gustaría que sea sorpresa.

—Prefiero que no, sé la clase de hotel que querrás y no quiero eso, sabes que no me siento cómoda con los lujos en los que estás acostumbrado tú.

—Será nuestra luna de miel, tiene que ser perfecta, para ti lo tiene que ser, Cassie.

—No me importa que sea lujosa, solo quiero pasarla bien contigo, en todos los sentidos.

—Lo sé, pero quiero algo único y que sea inolvidable para ti.

—Lo será de cualquier otra manera, Keith.

—No me convencerás, Cassandra —le dijo riéndose y besando el costado izquierdo de su cuello.

—Ya me doy cuenta que no —le expresó y ella terminó poniéndose el camisón.

—¿Ya te vas a dormir?

—Sí, tengo un poco de sueño, a no ser que quieras hacer otra cosa más —le contestó insinuantemente hacia él.

—Es lo que quisieras, pero te dije que no, hasta que cumplas veintiuno.

—En dos semanas vamos de luna de miel, ¿qué piensas hacerme allí?

—Puedo hacerte muchas cosas sin intimar contigo.

—¿Estás muy seguro?

—Claro que sí. Sé bien que puedo volverte loca con tan solo estar cerca tuyo.

—Eres un cretino —le contestó ella, arrojándole un almohadón, el cuál impactó en el rostro masculino.

—No juegues con fuego, Cassandra, porque puedes quemarte.

—Tú, si esperas te chamuscarás, Keith —le dijo riéndose a carcajadas y él se rió con ella también.

Ambos se fueron a dormir.

La mañana del siguiente día, en el desayuno, mientras charlaban de todo un poco, se gastaban bromas mutuamente también.

—Me gusta que estés así conmigo —se sinceró con él.

—Eres muy divertida, y simpática por demás —le dijo y ella se ruborizó por completo.

—Gracias, Keith.

—De nada, Cassie, en serio te lo digo, no pensé que llegarías a ser así como ahora.

—Siempre me dijiste que era aburrida.

—Estaba equivocado, eres increíble —le confesó y la joven se lo quedó mirando más que sorprendida.

—No me esperaba esto.

—Ya lo sé que no, pero no puedo negártelo, en serio, eres encantadora, y cometí un tremendo error cuando te dije de un principio que eras aburrida, no lo eres para nada, eres todo lo contrario.

—Gracias, en serio, es el mejor halago que podías haberme dicho jamás.

—Gracias a ti por ser como eres conmigo —le contestó, ella se levantó de la silla que tenía frente a él, y se sentó en su regazo.

La muchacha lo besó, y fue hacia su cuello y garganta. Mordisqueó esta última, y sintió cómo su marido se removía en la silla, mientras que la tenía abrazada de su cintura y la mano izquierda de él, yacía sobre los muslos de su esposa.

—Será mejor que vuelvas a sentarte.

—¿Por qué?

—Sabes bien porqué, Cassandra.

—Por favor, ya tuvimos intimidad, ¿qué más da ahora o más tarde, Keith?

—Por favor, es en serio Cassandra, no me hagas desear esto.

—Tú fuiste el único que pidió no tocarme.

—No me lo eches en cara, estoy haciendo un esfuerzo enorme para no llevarte a la cama.

—Tenemos media hora por delante —le dijo dándole besos en el camino que formaba la masculina mandíbula, la cuál, estaba áspera por su barba de días.

—Estás un poco osada, ¿no?

—Sí, un poco —le dijo riéndose por lo bajo.

—Guarda la osadía para más tarde, terminemos de desayunar y vistámonos, Cassandra.

—De acuerdo, Keith, aguafiestas —le terminó de decir, le dio un sonoro beso en su mejilla y luego se levantó de su regazo para ir a sentarse a la silla frente a él.

Luego de terminar de desayunar, ella se puso algo menos formal. Una falda escocesa corta, zapatos amarillos, remera de abrigo de mangas largas de color gris, accesorios al tono, y una cartera tostada.

Se maquilló muy natural, y luego se peinó. Terminó por perfumarse y luego salieron de la suite para irse una vez más a la empresa.

Una nueva pero pequeña discusión volvió a armarse entre los recién casados, quiénes conversaban sobre una prenda de ropa que ella tenía puesta.

—Esa falda está muy corta.

—Tú me la compraste, y ya lo sé, intento bajarla más, pero me es imposible con el trasero que tengo.

—Por lo menos cuando caminas no se te ve nada, pero ni siquiera intentes agacharte porque se te verá todo.

—Te lo repito, tú me la compraste, no te quejes ahora.

—No me estoy quejando de lo corta que es.

—Me dijiste antes que lo estaba, que estaba corta.

—Sí, lo está, pero si no te agachas no se te verá absolutamente nada.

—Está bien, no intentaré agacharme, pero en verdad tan corta no me gusta usar una falda, no me siento cómoda para nada.

—Eso te pasa por mentirme con tu edad —le dijo riéndose y burlándose de la situación.

—Cretino.

—Mentirosa.

—Embustero.

—Infantil.

—Viejo.

—Eso no me gustó.

—Ah, ¿no te gusta? Pues te jodes.

Él se rió por lo bajo, y luego entraron al coche del hotel para que los llevara a su empresa. Tiempo más tarde, ya estaban dentro de su oficina, él con su proyecto y ella volviendo a separar los papeles por fechas como lo había estado haciendo el día anterior por la mañana y parte de la tarde también. Alrededor del medio día, Keith prefirió cortar el trabajo para almorzar, y posteriormente lo retomaron. Y una vez más, alrededor de las cuatro de la tarde, Alexa, después de golpear la puerta del despacho de su jefe, entró diciéndole a él, que la nieta del señor Marshall, estaba en la recepción, esperando para invitar a Cassy a ir de compras.

—No lo sé, está aquí por Cassandra, me dijo que le dijera si quiere ir con ella de compras —contestó su secretaria.

—No me gusta ir de compras.

—Hazle entender eso a una chica de diecinueve años, Cassandra.

—Tengo un año más que ella, y sinceramente no son de mi agrado las compras, y aún así tengo que terminar éstas cosas.

—Ve con ella, Cassie —le dijo Keith.

—No, no tengo ganas de ir y tengo que terminar esto.

—Mañana lo podrás seguir, Alexa —le emitió Keith—, dile que en unos minutos, Cassandra, irá de compras con ella.

—De acuerdo, señor Astrof —le dijo y cerró la puerta detrás de ella.

—No quiero ir, Keith.

—Ve, te distraerás, y a mí me distraerás también, porque al tenerte aquí dentro, no dejas que me concentre como es debido.

—Bueno, está bien, iré, por lo menos me voy contenta de saber que te estoy surtiendo el efecto deseado —le dijo riéndose a carcajadas.

—Sí, lo estás haciendo y no deberías estar haciéndolo tan rápido el efecto en mí, es peligroso.

—¿Por qué es peligroso? —le preguntó ella con picardía.

—Porque me haces imaginar cosas que no son inocentes contigo.

—Es bueno saberlo —le respondió volviendo a reírse—, me iré con ella entonces, ¿cómo nos volvemos a encontrar? —le preguntó ya que ella no tenía teléfono móvil.

—Estaré aquí, esperándote.

—Ojala que no se tarde tanto, y a la hora estar volviendo.

—Son recién las cuatro, creo que a las seis terminarás como temprano, si ella te hace recorrer toda Nueva Orleans.

—Qué aliciente que me das, Keith, eres un amor —le dijo sarcásticamente.

—Por lo menos te vas a distraer.

—Tú tendrías que ser el que se esté distrayendo, y no yo.

—Cassie, en serio, vete con Chloé, parece buena chica, estoy seguro que la pasarán bien las dos juntas.

—Sí, parece buena chica, está bien, iré con ella, y gracias.

—No hay de qué, toma —le expresó él, entregándole dinero—, cómprate algo, lo que quieras.

—No, Keith, la acompañaré, pero no me compraré nada.

—No seas tonta, por favor, acepta el dinero que te doy, Cassandra.

—Keith, por favor, no me siento cómoda cuando me das dinero.

—En serio, tómalo y cómprate algo, por favor, ¿sí? —le dijo mirándola detenidamente a sus ojos.

—Está bien —le contestó sin quitar su mirada de la suya—, muchas gracias.

—De nada —le dijo sonriéndole y apenas terminó de correr un mechón de pelo sobre su frente, le dio un beso en sus labios, el cuál la muchacha le correspondió también.

La joven, tomó su cartera, se la colgó en el hombro izquierdo y salió de la oficina. Una vez que bajó a la recepción, ambas se saludaron y se fueron las dos a pasear por las calles de Nueva Orleans. A pesar de haberle dicho a su marido que no iba a comprarse nada, había estado equivocada, ya que cuando entraron a una tienda de ropa interior, ella terminó por elegir un bonito y femenino conjunto de ropa íntima.

—Veo que te gusta mucho ésta tienda —le dijo Cassie.

—Es una de las mejores en cuanto a lencería fina, deberías comprarte un conjunto.

—No acostumbro a comprarme cosas, y ni tampoco ropa interior, pero me gustó mucho este —le contestó mostrándoselo—, y me lo compraré.

—Mal hecho que no te compras ropa interior o prendas de vestir, con ese marido que tienes, yo me pondría cada cosa pervertida que jamás te podrías llegar a imaginar —le dijo y Cassie de la vergüenza enrojeció, aunque se quedó descolocada en cierta forma por lo que había dicho sobre su marido—, pero me gusta mucho que te hayas decidido en comprarte un conjunto, es muy bonito.

—Estás hablando de mi marido, Chloé. Y gracias.

—Sí, lo sé, y por eso mismo te lo digo, Cassandra, no querrás que otra te lo saque.

—Estoy muy bien con él.

—Sí, al principio, pero en la calle se puede conseguir cualquier cosa, tú misma lo sabes.

—Bueno, sí, sé que hay cualquier mujer en las calles, pero no creo que Keith sea de esos hombres que se conforman con cualquier cosa que ven.

—Todos los hombres son iguales a la larga, Cassandra, tu marido no es la excepción a la regla.

—No me gusta que hables así de mi marido, no lo conoces cómo es en lo absoluto —le dijo un tanto molesta, haciéndoselo notar.

Una vez que ambas pagaron sus conjuntos, salieron de la prestigiosa tienda.

—Tengo que irme, ya es demasiado tarde, gracias por la salida —le respondió, Cassie.

—De nada, y en verdad te pido disculpas por haberme ido de boca.

—No te preocupes, ya pasó —le dijo sonriéndole y ella le sonrió también—, nos vemos —contestó la joven Cassandra, dándole un beso en la mejilla, el cuál Chloé correspondió también.

Cassandra, volvió a la empresa mediante un taxi. Y segundos después entró nuevamente a su oficina.

—¿Te divertiste?

—Creo que sí.

—Mejor así, ¿no? —le preguntó queriendo saber.

—Eso creo.

—¿Cómo estuvo su nieta?

—Supongo que bien, es agradable su manera de ser y cuando habla —le expresó no tan convencida al respecto.

—Por lo menos tienes a alguien más casi de tu misma edad con la que puedes salir, ¿no?

—Sí, seguro —le dijo sin importancia y hurgó dentro de su cartera—, toma —le entregó el dinero—, lo que sobró de lo que me he comprado.

—Guárdatelo, Cassandra —le dijo y ella se lo quedó mirando sorprendida a sus ojos—, en serio, guárdatelo y cómprate lo que quieras.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué, Cassandra?

—¿Por qué me das lo que sobró de lo que me diste antes?

—Porque quiero dártelo, eso es todo.

—Gracias, no tenías porqué hacerlo, Keith.

—Lo quise hacer.

—Me es raro que quieras darme dinero y bastante, cuando antes no me dabas ni siquiera cien dólares, ¿por qué, ahora?

—No quiero que pienses que soy un tacaño.

—Antes lo pensaba, ahora tengo mis dudas al respecto, me sorprende que me hayas dado dinero y más para comprarme algo que no ha salido de ti, es decir...

—Sí, lo sé, Cassandra, sé a lo que te estás refiriendo, y quiero compensarte.

—No tienes que hacer eso, no te pido nada a cambio.

—Sé muy bien que no me pides nada a cambio, pero yo sí quiero dártelo, te abriré una cuenta bancaria a tu nombre, te depositaré todos los meses dinero.

—No, por favor, no quiero eso.

—Lo tendrás aunque no lo quieras, dispondrás de ese dinero que te depositaré para que hagas lo que quieras con él, quiero que te sientas cómoda.

—Eso no me hace sentir cómoda y lo sabes bien, Keith.

—Sí, lo sé, pero tendrás que acostumbrarte a eso.

—Sí lo acepto, quiero algo a cambio.

—Lo que quieras, Cassandra —le dijo él, acercándose a ella, y tocando sus mejillas con suavidad.

—¿Seguro, Keith? Quiero intimidad contigo.

—No hasta tu mayoría de edad.

—Ya me has tocado y si mal no recuerdo fue más que tocarme.

—No me digas lo que mantengo en mi memoria como algo extremadamente hermoso.

—Pues entonces, si así lo sientes, quiero intimidad contigo.

—No, Cassandra, eso está fuera de discusión.

—Entonces no quiero que me abras ninguna cuenta bancaria, porque no usaré tu dinero.

—¿Por qué eres tan testaruda?

—Porque no quiero que me veas como una nena de quince años, Keith, quiero que me veas definitivamente como tu mujer y esposa, y siento que te culpas por haberme tocado íntimamente cuando supiste mi edad verdadera, da lo mismo la edad que tenga, yo no me arrepiento de haberme acostado contigo, no cuando eres mi marido.

—Está bien, lo acepto, pero hasta la luna de miel, no te tocaré más.

—Tú eres el que la está complicando ahora, Keith, pero está bien.

—Y aceptarás esa cuenta bancaria a tu nombre.

—De acuerdo también con eso, lo que quieras.

—¿En serio lo que quiera? —le preguntó él, mirándola con fijación a sus ojos.

—Sí, en serio —le respondió ella con total sinceridad, sin apartar la mirada de la masculina.

—Muéstrame lo que te has comprado.

—¿Seguro?

—Sí, seguro, Cassandra.

—No es algo que se pueda mostrar dentro de una oficina.

—¿No? —le volvió a preguntar él, ésta vez muy curioso.

—No, pero si quieres, espíalo desde dentro de la bolsa —le dijo entregándole la bolsa en sus manos.

—Tiene caja también.

—Sí —dijo ella, él la sacó de la bolsa para apoyarla sobre su escritorio y ella comenzó a preocuparse por si alguien más entraba al despacho.

—No te preocupes, Alexa ya se ha ido a su casa.

—Ok —le dijo sonriéndole, mientras se sentaba en una de las sillas de cuero negro y acero, frente a su escritorio.

—Lindo conjunto, sinceramente esa tienda de lencería sabe lo que a un hombre le gusta sobre el cuerpo de una mujer, es muy tú el conjunto.

—¿Por qué?

—Porque es delicado, bonito, dulce, y femenino también.

—Como una niña, ¿no?

—Cassandra, no empieces otra vez.

—Lo siento, Keith.

—El conjunto es precioso, y quiero vértelo puesto alguna noche en nuestra luna de miel —le contestó con absoluta decisión, clavando su mirada en la de la joven mujer, y ella se quedó flotando en el aire ante tal declaración por su marido.

—Está bien —fue lo único que le pudo responder.

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