Capítulo 14
Nueva Orleans, nuevos sentimientos
La pareja estaba casi lista para tomar el avión rumbo a Nueva Orleans. El reloj marcaba recién las ocho y cuarto de la mañana y Cassie se sentía muy nerviosa. Keith la abrazó por detrás, y entrelazó sus manos con las de la joven.
—Tienes las manos heladas.
—Estoy un poco nerviosa.
—Te acostumbrarás a volar.
—Quizá.
—El vuelo está a punto de anunciarse, será mejor ir a saludar a la familia.
Muy pronto el vuelo de la pareja fue anunciado y se dirigieron hacia la puerta de embarque. Saludaron con la mano a los demás, y pronto entraron a la pasarela para subir al avión. El viaje fue relajante y tranquilo, sobre todo para Cassandra, quién viajaba por primera vez. El vuelo se había atrasado por casi cinco horas, y bajaron al aeropuerto alrededor de las dos menos cuarto de la tarde. Cuando recogieron sus maletas, un auto los estaba esperando a la salida del aeropuerto.
—Bienvenido a Nueva Orleans, señor Astrof —le dijo un hombre con uniforme y abriendo la puerta trasera.
—Gracias.
—El señor Morris lo está esperando en el hall del hotel.
—Acordamos recién para mañana la reunión.
—Descuide, se hará mañana, solo quiere recibirlo.
—De acuerdo —le dijo, y Keith hizo pasar primero a Cassie.
Ambos entraron, y el chofer cerró la puerta.
—Me siento una ridícula con ésta ropa. No me di cuenta antes de vestirme más decentemente.
—Ey, Cassandra, ya basta, no te preocupes por la ropa que estás usando, nadie se fijará en tu vestimenta, sabes bien lo que se fijan los demás, dinero. Y cuanto más ceros tenga una cuenta bancaria, mejor todavía.
—Lo entiendo, pero no pensé que nos alojaríamos en un hotel tan lujoso.
—Cassandra, te había dicho de un principio que los negocios que mantengo conllevan ésta clase de cosas. Y no debes sentirte fuera de lugar por llevar una ropa así.
—No me gusta estar fuera de tono contigo, no quiero hacerte pasar vergüenza.
—Ya lo hablamos esto. No vuelvas al pasado —le contestó él, y se acercó más a ella—. ¿Qué dices si me das un beso? El chofer no ha entrado aún.
Ella, acercó su rostro al masculino, y fue el turno de él de darle un beso. Lo hizo con cariño y ternura, algo que había carecido en los meses anteriores entre Keith y Cassandra. El beso, antes de convertirse en algo más apasionado, ella lo separó al comprobar que el chofer estaba abriendo la puerta para entrar al auto. Keith quedó conforme por la manera en cómo reaccionó su esposa ante el beso y sonrió por dentro.
Veinticinco minutos luego, el chofer estacionó frente al hotel, Cassie aún dentro del asiento trasero, se llevó una gran sorpresa cuando vio la fachada del hotel. El Ritz-Carlton era uno de los hoteles más prestigiosos del mundo entero, trago saliva con algo de dificultad cuando miró la mano que su marido le tendía para salir del auto.
—Cassie, ¿bajarás? —le preguntó su esposo.
—Sí, lo siento —le respondió ella, tomando su mano y bajando del auto—. Estaba viendo la entrada del hotel. Es impresionante.
Ambos entraron al hall del hotel en donde los recibió el señor Morris, cliente de Keith.
—Buenas tardes, señor Astrof.
—Buenas tardes, señor. Le presento a mi esposa, Cassandra.
Mujer y hombre estrecharon las manos, y luego de acordar nuevamente el horario, el señor Morris salió del hotel, dejándolos a solas. Una vez que hicieron el check-in, un botones los acompañó hasta la suite que Keith había reservado con antelación. Cassandra quedó subyugada con la finura y el lujo que tenía aquella habitación. La sala de estar tenía un hogar, sillones de una elegancia extrema, y las sillas estaban tapizadas con una tela a rayas verticales. El piso era de parquet, y con una alfombra en el centro de la sala donde yacía una pequeña y antigua mesa de living, donde a su alrededor tenía un largo sillón, un par de sillas rayadas y un sillón individual de color rojo profundo. Sobre el hogar había un antiguo espejo con el marco dorado antiguo. Y las cortinas denotaban la opulencia de aquella suite. El comedor, la habitación y la terraza, eran más encantadoras que la sala de estar, y Cassie se sintió como la princesa del cuento de hadas.
—¿Y qué te parece? —le preguntó Keith, entrando a la recámara.
—Es bellísima la suite.
—Me alegro que te guste, la reservé pensando en ti.
—¿Pensando en mí? Ni siquiera sabes lo que me gusta en verdad.
—Cassie, por favor —le dijo, mirándola a los ojos—. Supuse que te gustaría, a las princesas les gustan ésta clase de cosas antiguas, por lo tanto, tú eres una princesa también.
La joven, esquivó su mirada y pensó en las palabras que le acababa de decir. Era realmente muy caballero y Cassie no supo qué decir o hacer.
—¿Quieres almorzar algo?
—Prefiero darme una ducha.
—De acuerdo. Ve a ducharte tranquila, pediré el almuerzo en la habitación.
—Como quieras.
Cassandra aprovechó en entrar al baño bajo la atenta mirada de su marido. Ella cerró la puerta y suspiró, se dedicó a desvestirse, y luego graduar la ducha para pronto meterse debajo del grifo. Una vez que ella salió del baño, él la estaba esperando con la mesa puesta para almorzar.
—Qué rápido ha llegado el almuerzo.
—Suelo tener esta clase de privilegios. Siéntate —le dijo, corriendo la silla.
—Gracias —le contestó, sentándose frente a la mesa del comedor.
—Pedí por ti.
—Está bien.
Almorzaron con tranquilidad, y charlando de cosa mundanas.
—¿Qué quisieras hacer mañana mientras estoy en la reunión?
—Nada, me quedaré aquí dentro.
—¿No quieres acompañarme? Yo iré a la reunión y tú puedes caminar por el centro de la ciudad.
—¿Haciendo qué?
Él, tiró la servilleta de tela sobre la mesa y contestó molesto.
—¿Por qué tienes que ser así ahora? Dijimos que íbamos a tratar de hacer las cosas bien, y que la pareja iba a funcionar, no intentes sabotearla.
—Discúlpame, sigo sin acostumbrarme a todo esto, pero intentaré pasarlo lo mejor posible.
—Te divertirás aquí, y si quieres conocer la ciudad, o comprarte cosas, no me opondré. Tienes que tener tus espacios, y mientras yo estoy en la reunión, tú puedes pasear y comprarte cosas. Lo que quieras hacer, Cassandra.
—Está bien. Creo que no tengo mucho apetito. Prefiero ir a recostarme un rato.
—Hazlo, luego iré a hacerte compañía.
—No, no lo harás —le contestó ella con una sonrisa en los labios.
—Sí, lo haré, no tengo dónde dormir, y por más que quieras echarme de la cama, no lo podrás hacer.
La muchacha solo cerró los ojos, quedándose de espaldas a él, y desanudó la bata de toalla que aún mantenía puesta, para dejar que se cayera al piso y mostrarse ante su marido en un bonito conjunto de ropa interior de encaje.
—¿Cassie? —le preguntó él, sorprendido.
—No habrá nada, solo quiero ir de a poco, y te aseguro que me está costando horrores quedarme así frente a ti. Por eso, quiero que vayamos poco a poco. Sin presiones por tu parte.
—Haré lo que sea para que termines de estar cómoda conmigo, y para que te convenzas que soy un hombre de palabra cuando te digo que jamás volveré a humillarte y a tratarte mal.
—Te creo, Keith. Te creo —le respondió ella con soltura y dándose vuelta para mirarlo cara a cara.
Cassandra fue acercándose a él, y lo abrazó por su cuello, le sonrió y él le regaló una inmensa sonrisa también. Ambos se miraron, y sin miedo, él acercó sus labios a los suaves y carnosos labios de su esposa para besarla con ternura, suavidad y mucho amor.
—¿Aún quieres dormir?
—Sí, Keith. Necesito descansar, el viaje me ha tenido intranquila por cinco horas, necesito dormir algo —le respondió ella, apoyando sus manos en los masculinos hombros.
Mientras él la tomaba por la cintura, ambos entraron a la recámara, y se acostaron en la cama, por debajo de las sábanas y cobertor. Keith, se desvistió para acostarse cómodamente, y se acercó más a ella.
Él le acarició la mejilla, y la besó con dulzura, ella correspondió con comodidad a su beso. Él la abrazó por la espalda, Cassie se acurrucó más contra él, y pronto se quedaron dormidos.
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