Capítulo 11

Cena y confesiones


Quedaron en silencio, y Keith aprovechó en conducir con tranquilidad las calles de la ciudad. En ninguno de los restaurantes a los que habían ido, había lugar para dos personas. Y lo único que se le ocurrió fue comentarle sobre un bar que estaba en el triángulo dorado.

—Podemos ir a un bar y grill que está en el centro.

—Está bien.

—No es fino, pero se come muy bien.

—Ya sabes que no soy fina, así qué, me da igual. Prefiero eso antes que un restaurante elegante.

Al escuchar su tono con que lo había dicho, él se tragó lo que le quería decir, y siguió conduciendo. Aparcó el auto, y se bajaron, entraron al lugar e hicieron la fila de los pedidos.

Media hora después, estaban yendo hacia una mesa para dos personas, y antes de que ella se sentara, él dejó la bandeja sobre la mesa, y le corrió la silla. Ella, sorprendida, se sentó sin decirle nada. Apoyó la bandeja en la mesa, y una vez sentados, empezaron a comer.

—¿Sorprendida?

—¿De qué?

—De haberte corrido la silla.

—Sí, no sé porqué lo has hecho.

—Porque me viste hacérselo a Margot.

—¿Y creiste que iba a ser lo mismo? Te lo agradezco, pero no necesito que me corras la silla por ser caballero conmigo.

—¿Podemos cenar tranquilos? Por favor.

—No te dejaré pasar una, y lo sabes bien, Keith. Ya no me harás sentirme como una estúpida. Cada cosa que recuerdo, te lo haré pagar. El desprecio es lo que tú necesitas de mí.

—Sé que no me perdonarás, y es posible que jamás lo hagas, pero no me trates así —le dijo, y ella rio.

—¿Tú te escuchas lo que me dices? Yo, en su momento, y reiteradas veces te lo pedía también, te pedía que no me trataras mal, sin embargo, no te importó. ¿Por qué yo tendría que hacer lo contrario? Te lo estoy haciendo pagar.

—Porque tú no eres igual a mí, eres demasiado buena, como para hacerme pagar todas las cosas que te dije. El odio y el rencor que tenía por Margot, me consumió por dentro, y me es muy difícil volver a ser el de antes.

—No veo que te esfuerces mucho.

—Trato, no te das una idea de lo que trato, pero no es fácil.

—El odio es una característica en ti desde que me acuerdo. Creo que jamás te conocí en verdad.

—Antes de Margot, no era así.

—Yo me llevé la peor parte de ti. Sé lo despota y soberbio que puedes llegar a ser, y no tengo ánimos para lidiar nuevamente con esos adjetivos. No me merezco tus malos tratos.

—No te merezco. Esa es la verdad —le contestó y ella se lo quedó mirando de manera sorpresiva.

Cassandra, prefirió derivar la conversación hacia otro lado, porque le había afectado lo que le había dicho.

—¿Por qué jamás te has acostado con Margot?

—Principalmente, porque estoy casado, y segundo no tengo intenciones de ponerte los cuernos, ni con ella y ni con ninguna otra mujer, Cassandra, siempre te quise, me contradigo con las cosas que te decía, pero dentro de mí, siempre te amé, era así contigo porque tenía miedo de demostrarte lo que sentía y siento por ti, tuve una relación con ella hace poco más de dos años atrás, las cosas no fueron bien, ella era posesiva y por demás pretenciosa y caprichosa, siempre quería más, y había cosas que no le podía comprar y que tampoco se las iba a comprar por cómo era ella conmigo.

—¿Por qué no?

—Porque una relación estable no se basa en cuántas cosas el hombre le compra a la mujer, si no, en el amor mutuo que se puedan dar.

—¿Tú diciendo esas cosas? Jamás te has abierto a mí, Keith. Me es extraño que me digas eso.

—Ya ves que siempre hay una primera vez para todo. Y lo estoy haciendo, porque en verdad quiero estar a tu lado, siempre.

—Te estás poniendo tan meloso, que me estás dando asco —le dijo ella, y él agachó la cabeza resignado.

—No puedo ser el hombre que quieres que sea para ti, si tú no pones de tu parte tampoco.

—Te tienes que ganar mi respeto, y amor. No hagas las cosas por compromiso o porque sabes que luego yo te querré nuevamente. Eso no me sirve de nada, tienes que sentir de verdad, no me interesa si haces las cosas por obligación.

—Y no las estoy haciendo por obligación, me interesas, siempre has sido tú, fui un cobarde cuando te trataba mal, lo reconozco, pero solo quiero estar bien contigo, quiero que conozcas y veas al verdadero hombre que soy, no te pido que de un día para el otro me perdones y que hagamos borrón y cuenta nueva, solo te pido que me entiendas, y trates, si puedes, de tener conversaciones conmigo, no importa que las terminemos discutiendo, solo te pido que no sean tan crueles o humillantes como lo estás haciendo.

—Me pides eso mismo, cuando tú no intentaste hacer nada cada vez que te pedía que no fueras de esa manera tan cruel conmigo. ¿Es muy feo, viste? Así como tú te sientes ahora, me sentía yo, cuando tú me tratabas mal —le respondió ella, mirándolo con los ojos acuosos.

—Lo sé, ahora sé como te sentías cada vez que te humillaba. Pero sé que eres mejor persona que yo, de eso no caben dudas, solo te pido por favor, que nos tratemos bien a partir de ahora.

—Quiero irme —le contestó ella, esquivando la respuesta de él.

—Está bien —le dijo él.

Cassandra sacó dinero de su cartera, y él se negó a que su esposa pagara. Ella, le agradeció la invitación, y luego se levantaron, y salieron del lugar.

Llegaron relativamente temprano a la casa, él la hizo pasar primero al interior, y él cerró con llave la puerta de entrada. Cassie, estaba confundida, seguía amando a Keith como la primera vez que lo había conocido, y a pesar de todo, no sentía rencor por él, ni siquiera lo odiaba. Se giró en sus talones, lo miró y se abrazó a él por la cintura. Él no sabía qué hacer, ni cómo actuar.

—Cassandra... —le emitió tragando saliva con algo de dificultad ante la reacción de ella.

—Por favor, abrázame —le confesó, retumbando su voz contra su pecho—. Solo abrázame.

Keith le hizo caso, y la abrazó. La estrechó fuerte en sus brazos, y le besó el cabello. Ella, ante tal gesto, lloró aún más. Unos minutos después, él la miró a los ojos, sujetándola de sus mejillas.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó observándola con atención.

—Sí —le respondió ella.

Él, se acercó a su rostro y la besó en la frente. Ella, se sorprendió aún más, abriendo los ojos y parpadeando más de un par de veces.

—Vayamos a dormir.

—Está bien —le dijo ella, y él la levantó en sus brazos.

La joven, nuevamente se sorprendió. Y recargó su mejilla contra el hombro de su marido. Keith la dejo sobre la cama, y le quitó los zapatos, la llamó, pero se dio cuenta que ella se había quedado completamente dormida. La arropó con la manta que estaba a los pies de la cama y le dio un beso en la mejilla. Él, por otro lado, se desvistió y se unió a ella bajo la manta, acercándose a su cuerpo y así dormir con su calor.

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