Capítulo 06

Día de chicas, vestido soñado


Tocaron el timbre a la hora en que Keith se había ido, y ella abrió la puerta principal. Era su cuñada.

—Hola, Cassie, ¿cómo estás?

—Hola, Pam, bien, ¿y tú?

—Bien también, ¿estás ocupada?

—No.

—Hola, Cori, ¿cómo estás?

—Hola, señorita Astrof, bien, ¿y usted?

—Bien también —le dijo y Corina volvió a la cocina—, ¿vamos de compras?

—No lo creo, ve tú sola.

—Por favor, necesito vestido nuevo para mañana, por favor, dime que sí.

—Sabes bien que no me gustan las compras, y menos gastar dinero que no es mío.

—Acompáñame, ¿sí?

—¿Esto es obra de tu hermano?

—No, para nada —le mintió y Cassandra entrecerró los ojos para escrutarla más y mejor.

—De acuerdo, iré contigo, espérame que busco el abrigo y una cartera.

—Está bien.

Mientras su cuñada subía las escaleras, Pamela, aprovechó en mandarle un mensaje a su hermano.

Vendrá conmigo.

Muy bien.

Pero hay un pequeño problema, ¿cómo la persuado para que se compre el vestido?

Anoche escuché de su boca que le gustaba uno plateado.

Sí, el que vio en el desfile del diseñador Zuhair Murad.

Fíjate una de sus tiendas.

En Rodeo no hay ninguna tienda suya.

¿Entonces en dónde?

La única tienda de aquí que tiene su ropa es Neiman Marcus.

Entonces vayan ahí y fíjate cómo convencerla de que se lo compre.

Yo si sería tú, se lo compraría yo. Creo que ese detalle significará algo para ella, si tú se lo compras por ella, y te digo más, Cassandra no se comprará nada, y lo sabes bien a eso mismo hermano.

Creo que tienes toda la razón, entonces, ve a pasear con ella, y yo me encargaré del vestido suyo.

Me parece una buena idea, besos.

Besos.

—Lista.

—Muy bien, ¿nos vamos entonces?

—De acuerdo, Pame.

Cassandra, se abrig[o bien, y saludaron a Corina de un beso en su mejilla, y ambas saliron de la casa.

Corina, les dijo que se divirtieran mucho, y ella cerró la puerta a sus espaldas.

Llegaron a Rodeo a la media hora de haber salido de la casa. Miraron vidrieras, hasta llegar a la tienda Neiman Marcus, entraron y las atendió una dependienta.

—Buenos días —les dijo.

—Buenos días —le dijeron ambas al mismo tiempo.

—¿Las puedo ayudar en algo?

—Quería ver vestidos de noche —le dijo Pamela.

—Por aquí entonces —le dijo y ambas la siguieron—, toda ésta sección son de vestidos de noche, puedes elegir el que quieras y probártelo.

—Estaba buscando alguno de la marca Theia.

—Aquí entonces —le contestó y le desplegó una parte del perchero enorme que tenía la tienda, con varios modelos de aquel diseñador.

—¿Crees que blanco quedará bien? —le preguntó a Cassie.

—Yo creo que sí, no es un casamiento, y será ambientado a lo invernal, quedarás como una reina, y si te gusta el color, pruébatelo si quieres.

—Este me gusta, es muy sencillo, pero muy bonito.

—Lo es, es precioso, pruébatelo, anda.

—De acuerdo, iré a probármelo —le dijo y la señorita que atendía la llevó a los vestidores.

Una vez metida allí dentro, la joven mujer miraba algunos vestidos también. Y mientras tanto, Pamela, le mandaba un mensaje a Keith.

No hay nada de Zuhair Murad en Neiman Marcus.

Haz que te digan en dónde puedo conseguir su ropa, por favor.

De acuerdo hermano.

Apenas se lo terminó de probar, salió del probador para dejárselo ver puesto.

—Es hermoso, y te queda perfecto al cuerpo —le dijo Cassie, tocándolo—, la tela es preciosa.

—Organza pura.

—Preciosa, ¿te gusta cómo te queda?

—Sí, mucho, creo que me llevaré éste.

—De acuerdo, señorita, ¿en efectivo o con tarjeta?

—Con tarjeta.

—Muy bien.

Dejó que se cambiara de ropa tranquilamente, y su cuñada la esperó dentro de la tienda, le pasó el vestido y se lo llevó a la chica que las había atendido. Ella se encargó de envolverlo prolijamente bien, y meterlo dentro de una caja con papel de seda, y luego lo puso dentro de una bolsa con el nombre de la tienda.

Pamela, llegó al mostrador y sacó su tarjeta de crédito, una Black. Y cuando la muchacha vio el precio en la caja registradora, se horrorizó.

—¿En dos cuotas, o en tres?

—En dos cuotas.

—Muy bien —le dijo.

Hizo todo el proceso, ella luego firmó, y puso sus datos personales. Salieron de allí a los cinco minutos más o menos.

Mientras caminaban por las calles de Rodeo Drive, Pamela, volvió a mandarle un mensaje a su hermano.

Acabamos de salir de Neiman Marcus.

Ok.

Vamos a almorzar por ahí, Cassie no lo sabe todavía, ahora se lo diré.

Está bien.

¿Te quieres unir al almuerzo?

De acuerdo, ¿en dónde van a estar?

La Salsa.

Ok, calculo que en unos veinte minutos estaré por ahí.

Genial. ¡Te esperamos! :) <3.

De acuerdo hermana, nos vemos luego.

—¿Con quién hablas?

—Una compañera de la universidad —le volvió a mentir.

—Ah, está bien.

—¿Vamos a almorzar?

—Tendría que volver, de seguro Keith querrá que esté ya en la casa.

—Por favor, vayamos a comer algo.

—Está bien.

—¿Has probado la comida mexicana alguna vez?

—No.

—Te encantará, tengo ganas de comer tacos, los hay picantes y suaves, pero prefiero los suaves, los picantes queman mucho la boca y lengua.

—De seguro que sí —le respondió mientras ella se abrazaba a su brazo e iban caminando hacia el restaurante mexicano.

Se sentaron apenas entraron, y les dieron una mesa para cuatro personas, ya que no había disponibilidad para las que estaba de a dos sillas.

Vieron el menú, y mientras decidían qué pedir para comer, alguien más se sentó al lado de Cassandra.

Se lo quedó mirando perpleja del asombro, y él le sonrió.

—Al fin llegas, pensándolo mejor, yo creo que me iré, tengo cosas que hacer —les dijo Pamela y se levantó de la silla.

—No, por favor, no te vayas —le dijo su cuñada en súplica.

—Tranquila, mi hermano no te morderá, a no ser que eso es lo que estás buscando de él, nos vemos mañana, Cassie —le contestó, con una enorme sonrisa.

—Nos vemos mañana, Pame, saludos a tus papás.

—Se los daré de tu parte —le dijo dándole un beso en la mejilla y otro beso a su hermano en su mejilla también.

Ella salió del restaurante junto con su bolsa, y ellos dos se quedaron completamente solos.

—Hola.

—Hola —le dijo muy tímida.

—¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Bien también.

—Supongo que Pamela te avisó en dónde estábamos, ¿verdad?

—Verdad.

—Creí que irías para la casa.

—No, Pame me mandó un mensaje y me dijo que iban a almorzar, y decidí venir para aquí, ¿sorprendida?

—Sí, bastante.

—¿Te compraste algo?

—No, nada, tengo que comprar los antifaces, digo, si es que quieres que te elija uno a ti también, a no ser que ya tengas el tuyo comprado desde hace rato.

—No, no lo tengo comprado, luego de almorzar podemos ir a comprarlos juntos, ¿te parece bien eso o no?

—Eso creo, tú tienes que volver a la empresa igual.

—Puedo ausentarme un par de horas, luego tengo que volver para una reunión con el tesorero y la administración.

—Está bien.

—¿Qué pedirás?

—Tacos suaves.

—Me uno también yo a los tacos suaves.

—Está bien —le respondió y él le hizo señas a la chica que las estaba atendiendo a su hermana y a ella.

—¿Ya han decidido qué comerán?

—Sí, ocho tacos con carne suave, y para beber dos gaseosas.

—Muy bien, enseguida llegan —le dijo a él tomando las cartas del menú en su mano.

—Gracias —le contestaron ambos.

—¿Por qué ahora vienes a dónde estoy yo?

—Porque tengo ganas, quiero conversar contigo.

—Antes no querías ni acercarte a mí, y para serte sincera, es la primera vez que te tengo tan cerca de mí.

—¿Eso es bueno, no crees?

—No lo sé, lo único que sé es que desde que te dije que quería el divorcio cambiaste conmigo.

—¿Y eso mismo es lo que te parece extraño a ti, verdad?

—Sí, y mucho —le dijo y llegaron los tacos con las gaseosas también.

—Buen provecho.

—Gracias —le volvieron a decir otra vez.

—Se ven muy bien, ya me ha dado hambre —le comentó Cassie.

—Me parece bien, come tranquila.

Luego del rico almuerzo, fueron a comprar los antifaces. Aquel viernes, Cassie, la pasó bastante bien con él. La dejó en la casa luego de comprar los antifaces, y él volvió a la empresa familiar. Por la tarde, alrededor de las seis, él, llegó a su casa. Se cambió de ropa y bajó nuevamente hacia la cocina.

—¿Prefieres cenar ya o meriendas?

—Prefiero cenar ya, me he atrasado, la reunión de hoy se extendió más de lo que pensé.

—No importa, enseguida le diré a Corina que preparé la cena.

—De acuerdo, oye.

—¿Qué?

—¿Mañana quieres que te ayude con algo de la decoración?

—No, Keith, el cumpleañero no hace nada, tu madre, tu hermana y yo nos encargaremos de todo.

—No he visto nada de la decoración.

—Eso es porque tengo todo escondido.

—¿En dónde? Siento curiosidad.

—Ya lo sabrás, mejor dicho, ya lo verás todo, no seas impaciente.

—Está bien, tengo que conformarme con la incógnita.

—Así es.

Cenaron muy tranquilos, charlaron de cosas superficiales y sin importancia, y antes de ir a dormir, él le pidió a Cassandra que fuera luego al despacho. Ella se sorprendió cuando le pidió aquello, ya que su marido, no era de pedirle nada, y menos algo de ella. Una vez que terminó de lavar y guardar todo, se secó las manos en el trapo de cocina, apagó las luces y se encaminó hacia el estudio.

Tragó saliva y golpeó a la puerta, él le dijo que pasara. Ella cerró la puerta, y miró lo que él llevaba en las manos. Un tablero de ajedrez.

—¿Te gusta el ajedrez?

—No es de mi agrado, pero solía jugarlo de vez en cuando.

—¿Juegas conmigo?

—Supongo que no haría mal a nadie.

—Siéntate, entonces.

—¿Qué color quieres?

—Las blancas.

—La pureza —comentó y ella lo miró frunciendo el ceño, sin acotarle nada—. Empieza la dama. Veremos si la reina puede derribar al rey.

—¿Me crees poco inteligente?

—Para nada. A veces tengo miedo que puedas llegar a ser demasiado astuta y dejes de lado la ingenuidad.

—Eso sería un gran problema para ti.

—Es posible, pero te prefiero ingenua.

—Creo que me prefieres imbécil que es diferente.

—Jamás te creí imbécil como tú te lo estás diciendo ahora.

—Lo pensaste en su momento seguramente.

—Tampoco. Una cosa es ser ingenua y otra muy diferente es ser imbécil. Me gusta que seas ingenua.

—¿Por qué? Oh, claro, ya me olvidaba, para manejarme a tu antojo —le dijo ella y él se levantó de la silla.

Caminó hacia ella, para sorprenderla por detrás.

—No, para seducirte —le respondió, susurrándole al oído y acariciando sus brazos y ella sintiendo su piel erizarse.

—No quiero que me seduzcas, tuviste un montón de tiempo para hacerlo, no vengas ahora a intentar seducirme, no es como tú siempre quieres, yo no quiero, solo quiero que me des el divorcio. No nos ata nada, ni siquiera un hijo, y si así fuera, no te ataría a mí. No soy como las demás mujeres que con tal de quedarse con el marido los retienen con un hijo, me sé valer por mí misma, no necesito de ti, y solo espero que me des el divorcio.

Cassandra salió sin mirar atrás, y cerró la puerta a sus espaldas, su marido quedó dolido por la respuesta y tiró de manera brusca el tablero con las piezas de ajedrez contra el escritorio.

Ella pronto se puso el camisón y se metió dentro de la cama, antes de cubrirse con la sábana y cobertor, él entró al cuarto para desvestirse y meterse en la cama también.

—Buenas noches —le dijo ella, y le dio la espalda.

—Buenas noches —le respondió, y aunque ella no le dijo nada, él aprovechó en pasar su brazo por su cintura, pegarse por detrás a su cuerpo, y dormir de aquella manera los dos.

A la mañana del sábado, alrededor de las siete de la mañana, llegaron las decoraciones, bajaron las cosas de un camión, y Cassandra los dirigió al interior de la casa, para poner todas las cosas en un rincón. Había arreglos florales, candelabros de acrílico y otros de plata. A la media hora llegaron los de la mantelería y vajillas, que trajeron consigo mesas, sillas y cubre sillas también. Una vez que llegaron las demás cosas que faltaban, llamó por teléfono a la casa de su suegra. Y le dijeron que en un rato llegaban en la casa las dos.

A medida que las horas pasaban, su madre, su hermana y Cassandra, aprovecharon en comenzar a acomodar todo. Pusieron las mesas ubicadas en el esquema que había ella, dibujado con anterioridad, y mientras tanto, Allison acomodaba los manteles en las mesas y los caminos también, Pamela ubicaba los candelabros de acrílico y los demás de plata también. Cassandra, mientras ponía los centros de mesa de floreros de acrílicos transparentes con un bouquet de flores blancas, cremas en lo alto de cada florero. Caían ramas con pequeñas flores y así comenzó a poner los posaplatos, los platos, servilletas de tela, utensilios, y la carta del menú sobre cada plato ubicados estratégicamente, junto con las copas de cristal. Alrededor de cada florero había pequeños bouquet de flores blancas y velas flotantes. Las sillas estaban cubiertas hasta el piso en blanco con un moño negro, como bien estaban los manteles en negro con los caminos en blanco.

Con su madre, hermana y ella pusieron los cuadrados de pisos en blanco y negro, al estilo tablero de ajedrez, sobre el piso original de la sala principal.

Había floreros de pie de la altura de los candelabros en cada rincón de la sala principal de su casa de Beverly Hills. En la galería del jardín trasero, decidió poner los sillones blancos, algunos eran individuales y otros largos, con mesas blancas bajas, en el medio de los sillones, adornadas con velas flotantes y bouquet de flores blancas, y para que no pasara el frío a través del jardín, la familia de su marido, la ayudó en colgar del techo de la galería una tela blanca semitransparente hasta el piso. Y en cada columna de la galería, pusieron los floreros de pie con flores en cantidades exageradísimas, y candelabros de igual manera y forma. A todo esto, se hicieron las diez de la mañana. Keith, bajó las escaleras y se quedó impresionado por todo lo que había en la sala principal de su casa. Terminó de bajarlas, y como no vio a Cassandra allí, fue a la cocina, en donde se encontró con Corina y las personas del Catering que había contratado. Corina le dijo que su esposa, su madre y su hermana estaban en la galería.

—Buenos días —les dijo.

—Buenos días —le dijeron las tres al unísono.

—¿Qué es todo esto?

—Tu fiesta de cumpleaños —le dijo Cassie—, y necesito que me ayudes en colgar unas arañas que alquilé también.

—Está bien, ¿dónde están?

—En la sala, dentro de unas enormes cajas.

Se subió a una escalera muy alta, y se sostenía fuertemente de las barandas, le fueron muy pesadas cuando las tuvo que colgar del techo de la sala. Pero eso era lo último que restaba de toda la decoración. Terminó de colgar la última araña, y bajó las escaleras.

—Eso es todo, muchas gracias.

—De nada, ¿no hay más nada para colgar?

—No, ya todo se hizo.

—De acuerdo, tengo que salir ahora.

—Está bien, ve tranquilo, creo que me dormiré un rato más.

—Está bien entonces, nos vemos luego.

Una vez que su suegra y cuñada se fueron, a pesar de ella insistirles en que se quedaran a almorzar, se fueron a su casa, y la joven aprovechó en ir a recostarse un par de horas más. Era un sábado muy inusual, era la primera vez que organizaba una fiesta del tamaño de cuatrocientas personas. Y solo esperaba que Keith diera el visto bueno con respecto a todo.

Keith, volvió a la casa después de tres horas. Ella, se despertó sobresaltada y desorientada. Miró el reloj y eran las cuatro de la tarde.

Salió de la habitación, y bajó la escalera principal. En la cocina estaban las personas del Catering junto con Corina.

—El señor está en su estudio.

—Gracias, Corina.

—De nada señora.

—Pasa —le dijo cuando escuchó unos golpes en la puerta.

—¿Creí que no habías venido todavía?

—Hace apenas media hora llegué, ¿has comido algo?

—No, les dije a tu madre y hermana si querían quedarse a almorzar, pero no quisieron, así que, decidí ir a recostarme un rato, pero se me pasó el horario de la siesta.

—Yo no he almorzado nada tampoco.

—Creí que lo habías hecho cuando te fuiste.

—¿Y dejarte sola mientras yo me iba a almorzar por ahí?

—No es la primera vez que lo haces —le dijo directa, y él se removió incómodamente en su silla giratoria.

—¿Quieres que vayamos a almorzar algo o a merendar?

—Si quieres saltamos el almuerzo y vamos a merendar.

—¿La cafetería que está cerca del parque?

—Está bien.

Un rato después ya estaban dentro de su auto, rumbo a una cercana cafetería en Rodeo Drive. Estacionó en el estacionamiento del lugar, y luego se bajaron ambos para caminar hacia el interior del café.

Se sentaron y una de las chicas los atendió, les dio las cartas del menú, y los dejó tranquilos para que decidieran.

—¿Qué pedirás?

—Un latte con un muffin de arándanos.

—¿Un latte con vainilla y caramel?

—Sí, ¿y tú qué pedirás?

—Un latte pero de chocolate, y un pudín de zanahoria.

—Suenan bien.

—Sí, el pudín de zanahoria es riquísimo.

—Nunca lo he probado.

Él, se acercó al mostrador y pidió los pedidos. Apenas los pidió, volvió a sentarse frente a ella, y volvió a hablarle.

—A las nueve comenzarán a llegar los invitados, ¿verdad?

—Sí, a las nueve, tu familia quizá antes.

—Está bien, habrá que vestirse relativamente más temprano.

—Creo que sí.

—¿Has conocido algún lugar?

—¿Algún lugar?

—Claro, ciudad o país.

—No, nada, lo único nuevo ha sido Beverly Hills.

—El cambio ha sido tremendo, ¿verdad?

—Sí, mucho, tú conoces otros lugares, ¿verdad?

—Sí, muchos, he tenido la posibilidad de ir a conocer muchas ciudades y países.

—Qué bueno.

—Iré a ver los pedidos si ya están.

—Está bien.

Quince minutos después, volvió a sentarse y empezaron a merendar muy tranquilos.

—¿Quieres probar el pudín de zanahoria?

—Si no tienes problema, está bien —le dijo y le dio la mitad—, un pedacito estaba bien.

—Come.

—Entonces, déjame darte la mitad de mi muffin de arándanos.

—No, come tranquila, no tienes que darme la mitad.

—Por favor, insisto, por lo menos tú y yo comemos dos cosas diferentes y no algo igual.

—Bueno, está bien, Cassandra.

Alrededor de las seis de la tarde volvieron a la casa. Él, volvió al estudio para terminar las cosas que había dejado antes de irse a merendar, y ella, subió a la habitación para ver si comenzaba de a poco a prepararse. Fue al baño y buscó algunos esmaltes que tenía. Acetona y algodón, y empezó a pintarse las uñas. Se las terminó pintando de plateado ya que estaba pensando en ponerse algún vestido largo que había visto por el vestidor.

Luego de hacérselas secar muy bien, decidió ir a ducharse. Ya eran las siete de la tarde cuando salió de la ducha, envuelta en una toalla grande y larga, y otra como turbante en su cabeza. Justo cuando salía del baño, entró Keith a la habitación.

—¿Recién duchada?

—Sí.

—¿Ya sabes lo que te pondrás?

—He visto en el vestidor un vestido recto plateado, creo que será ese el que me ponga para ésta noche.

—Está bien.

—¿Y tú?

—Tengo un traje sin estrenar negro, seguramente ese será el que me ponga también.

—De acuerdo, me parece bien.

Mientras él también se duchaba, ella aprovechó en cepillarse el pelo y secárselo. Terminó y empezó a ver de qué manera se lo arreglaba. Todo recogido o suelto, o semirecogido, y prefería lo último. Se puso varias hebillas invisibles y algunas más tenían piedritas en forma de copo de nieve.

Keith, ya estaba vestido, se veía como el muñeco del pastel de bodas. Y faltaba media hora para que los invitados llegaran, Cassie, ya estaba dudando si bajar o no.

—Creo que, creo que me quedaré aquí.

—¿Por qué?

—Porque sí, porque no quiero bajar.

—Por favor, Cassandra, tienes que bajar.

—No puedo, no lo haré bien.

—No es una competencia, es mi fiesta de cumpleaños, y tú la organizaste.

—Eso no tiene nada que ver, Keith.

—Sí, tiene que ver, hazme caso y baja, tienes que estar en la fiesta también, y no es para que me hagas quedar bien frente a los demás, si te importo aunque sea un poco, bajarás.

Se fue de la recámara, y a ella la dejó perpleja del asombro por su respuesta tan directa y sincera. Se eligió un conjunto de ropa interior de encaje blanco, con el corpiño sin breteles, y se calzó un par de medias de nylon blancas hasta los muslos, con una hermosa puntilla de encaje blanco también.

Tenía todo lo caro y exclusivo que alguien podría llegar a imaginar, pero le faltaba el amor de un solo hombre, su marido.

Fue hacia el vestidor, encendió las luces principales, y allí lo vio. El vestido más hermoso que podría haber soñado jamás. El mismo vestido que había visto en el desfile de Zuhair Murad. Era un Zuhair Murad.

Tenía un cartelito que decía Úsame, por favor. Y la manera en cómo había interpretado aquel mensaje, fue con tristeza, la hizo sentir en parte, que iba a abandonar a Keith.

Intentó despejarse, y se calzó el par de zapatos que estaban debajo del vestido colgado contra la puerta del clóset, y luego, descolgó el vestido de su percha. Era precioso por demás, era de tul y bordado en plata. Abrió el gancho y bajó el cierre, que estaban por detrás. Se lo puso por arriba de la cabeza, y terminó subiendo el cierre hasta la mitad, alguien más terminó de subirle el cierre y engancharle el vestido. Ella se dio vuelta y vio frente a ella a Pamela.

—Creí que no irías a vestirte, te ves increíble, Cassie.

—Muchas gracias.

—¿Me dejas que te maquille un poco?

—Está bien, pero muy sutil, no me gusta el maquillaje cargado.

—Bueno, de acuerdo.

Mientras que ella la maquillaba, Cassandra se colocaba un par de aros. Y el anillo de compromiso. No tenía ninguna otra joya más, no quería recargarse tanto ya que el vestido de por sí era cargado.

—Me alegra ver que mi hermano pudo conseguir el vestido.

—Este vestido cuesta una fortuna, no se justifica un vestido tan caro para una fiesta de cumpleaños.

—No empieces con tus complejos en cuanto a ropa cara.

—Es la verdad, Pamela, yo no hice nada para tener este vestido y ni menos la vida económica que llevo.

—Y yo tampoco, solamente nací en el seno de una familia adinerada, listo.

—No entiendes, yo soy de afuera.

—Te casaste con mi hermano.

—Es diferente, yo soy de afuera, me integré a ustedes, pero no soy adinerada.

—Creo que te equivocas, Cassandra.

—Y yo creo que no.

—Está bien, quién en tu contra, fíjate en el espejo si así te gusta.

—Ok —le dijo y se levantó de la silla y para ir frente al espejo—, sí, me gusta mucho, gracias.

—De nada, en fin, bajaré, y tú bajarás.

—Sí, lo sé —le dijo, ella se fue, y la joven tomó el antifaz y se lo colocó.

Se puso el desodorante de frutas, salió de la habitación, y caminó hacia la baranda de la escalinata de la sala principal.

Bajó los escalones, y Keith la estaba esperando en el final de la escalera. Le extendió su mano, y ella se la sujetó con la suya.

—Gracias por el vestido.

—No fue nada, te ves preciosa.

—Gracias, Keith.

La joven, saludó a su familia. Y unos minutos después, comenzaron a llegar los invitados.

Las mesas estaban alrededor de la pista de baile improvisada. Los comentarios de la decoración de los invitados eran halagadores. Y eso, a ella le levantó un poco los ánimos. Se sentaron en la mesa principal, y allí comenzó la cena.

—¿Vamos a bailar?

—¿Estás loco?

—En lo absoluto, vamos a bailar, por favor.

—Está bien, Keith —le dijo y la sujetó de la mano para llevarla a la pista de baile.

No había nadie en la pista, excepto ellos dos.

—Esto es ridículo.

—No lo creo, ¿por qué lo crees?

—No me hagas hablar, parece nuestra boda.

—¿Quieres casarte otra vez?

—No te haría pasar otra vez por lo mismo —le dijo ella, y él arqueó su negra ceja.

La condujo al centro de la pista de baile, y allí comenzaron a bailar un lento de la década del ochenta, llamado Careless Whisper.

La tomó de la cintura, sujetó la mano de la joven. Y ella posó su mano en el fuerte hombro de él.

Él, le dio varias vueltas alrededor de la pista, y la inclinó hacia atrás manteniéndola frente a él. Ella, se rio por su osadía, y volvió a abrazarla por su cintura para seguir bailando el lento con ella. Los dos se miraban penetrantemente, sin decirse nada, pero quizá diciéndose todo con la mirada. Hubo un momento en que Cassie, creyó que su marido, la desnudaba con su mirada, y sus mejillas se tiñeron de un rosa más fuerte que el habitual en ella.

Apenas terminó la canción, empezó otro tema más movido, como para que las demás personas se sumen a la pista de baile.

Los mozos iban y venían, la gente se divertía, y ella aprovechó, en ir hacia la galería, para sentarse en uno de los sillones y ver si podía despejarse la mente después de aquel baile.

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