Capítulo 05

Cena en familia y conversación inesperada


Los días iban pasando, y con los mismos, la organización de su fiesta de cumpleaños. Keith no había visto nada de la decoración, ni de ninguna otra cosa más. Las invitaciones ya se habían mandado con anticipación. Y solo restaba esperar el día de su cumpleaños.

El día de su cumpleaños llegó y consigo un día tormentoso y con mucha nieve, especial para un rico chocolate caliente frente a la chimenea de leña natural. Había caído de jueves su día, y el fin de semana se realizaría la fiesta.

Corina, estaba preparando chocolate caliente, y Cassandra fue a golpearle la puerta de su estudio por si quería una taza de chocolate caliente.

—Pasa.

—Perdón, quería saber, ¿si querías una taza de chocolate caliente?

—De acuerdo, ¿porqué no?

—Está bien, enseguida te la traigo.

—Bueno —le dijo, y volvió a cerrar la puerta de su despacho.

Un rato después, Cassandra, volvió a golpearle la puerta. Le dijo que pasara, y así lo hizo. Le dejó en una bandeja tamaño mediana, una taza de humeante chocolate, y unas galletitas dulces caseras, junto con una servilleta de tela.

Keith tomó una galleta del plato, y se llevó una entera a la boca. La masticó varias veces y luego la tragó.

—¿Quién las hizo?

—Yo —le dijo en un susurro ininteligible.

—¿Quién?

—Yo —le volvió a decir con voz más alta.

—Están riquísimas —le dijo y ella lo miró perpleja.

—Gracias.

—De nada.

—Te dejaré tranquilo.

—De acuerdo, no te olvides de la cena de ésta noche.

—No lo haré —continuó diciéndole y salió de su estudio cerrando la puerta a sus espaldas.

Un tiempo más tarde, la joven mujer volvió a entrar al despacho.

—Lo siento por la interrupción, feliz cumpleaños —le expresó apoyando una pequeña caja con un envoltorio de regalo sobre su escritorio.

—Muchas gracias, Cassandra.

—De nada, Keith, ahora sí, volveré a lo que estaba haciendo.

—Quédate, abriré el regalo.

—Está bien —le dijo y él comenzó a abrir el regalo.

—¿Cartier?

—Sí.

—¿Gemelos?

—Sí, con tus iniciales.

—Ya los veo, ¿por qué?

—Porque es tu cumpleaños.

—Sí, pero seguramente te costaron una fortuna.

—Una pequeña fortuna, no he sacado nada de tu dinero, si a eso te refieres, tenía guardado algo de dinero, bastante, y preferí reservarlo para tu regalo.

—No te entiendo realmente, primero, días atrás me pides el divorcio, y ahora, ¿me regalas esto?

—No quiero que cambie nada entre nosotros, Keith, tu cumpleaños y lo que te he regalado no hace la diferencia en lo absoluto.

—¿Por qué no? —le preguntó, y la dejó boquiabierta.

Antes de poder contestarle, sonó el teléfono, y de inmediato atendió. Cassandra, aprovechó en salir de allí y cerrar la puerta detrás de ella. Por la noche, luego de estar metido casi toda la tarde en su despacho, atendiendo mitad la empresa desde su casa y mitad las llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos, y mensajes instantáneos por su cumpleaños, era momento de vestirse para la cena en uno de los restaurantes más finos de Beverly Hills, llamado Villa Blanca.

La joven, cuando pudo, sin ser vista por su marido, investigó cómo se vería el restaurante por dentro, lo que había visto desbordaba opulencia. Solamente iban a estar sus padres y hermana. Era una cena muy íntima nada más. La prefería, antes que saber que iría a estar la tal Margot.

Salió del despacho, mientras que Keith se daba una ducha, y de inmediato subió las escaleras para entrar al dormitorio. Sin decirse nada, apenas él salió del baño, ella tomó sus cosas y entró a ducharse también.

Él se había elegido un traje negro, y camisa gris oscura, sin corbata. Medias negras y zapatos gris topo. Se veía por demás masculino el muy cretino. Era ya de por sí muy masculino, y las demás mujeres se lo comían con los ojos.

Se puso un poco de gel en su pelo para despeinárselo más y por último se puso perfume. Se colocó los gemelos que le había regalado y a continuación el reloj pulsera en su muñeca izquierda. Tomó un abrigo de pana gruesa en color negro con grandes y anchas solapas, y se lo puso encima, junto con una bufanda negra, gris oscura y gris más clara también. En todo lo que duró su vestir, Cassandra, quién ya había salido de la ducha y tenía aún la bata puesta, se lo quedó mirando embobada. Pero antes que se diera cuenta de aquello, decidió comenzar a vestirse también.

Eligió la ropa interior, en un conjunto gris perla de seda, sin encajes y cubierto.

Un pantalón con su chaqueta a juego, en color gris perla también, ajustada al cuerpo la chaqueta y el pantalón algo suelto, la chaqueta tenía dos ganchos por delante. El escote, dejaba ver con sutileza el satén del sostén. Un par de zapatos con plataformas y taco aguja plateados, un collar dorado, junto con un anillo dorado también y combinado, se eligió una cartera chica de mano dorada también en imitación cocodrilo. Un par de aros en celeste grisáceo con piedritas incrustadas. Y más nada. Se secó el pelo con el secador una vez que terminó de cepillárselo. Se lo dejó suelto, pero se colocó una hebilla para tenerlo mitad suelto y mitad recogido. Se maquilló muy natural, solamente un poco de brillo transparente, un delineado delicado y bien finito por dentro de los ojos en negro, y mucha máscara de pestañas. Por último se perfumó con el desodorante de frutas, y para no sentir frío, se eligió un abrigo de pana gris oscura y piel ecológica alrededor del cuello.

Alrededor de las ocho y algo de la noche llegaron al restaurante. Era más fino y sofisticado de lo que se veía por Internet, y se quedó a mitad de camino al ver lo que ya se veía por fuera, lo que tenía por dentro.

—¿Entrarás conmigo? —le preguntó y ella se ruborizó por completo.

—Sí, lo siento —le dijo y ambos entraron al hall del establecimiento.

—Buenas noches, ¿tienen mesa?

—Buenas noches —le contestaron ambos.

—Sí, una reserva a nombre de Keith Astrof —le dijo él.

—Por aquí por favor, ya han llegado tres personas, había reservado en la parte privada del lugar.

—Así es —le dijo escuetamente a la chica.

Antes de llegar al sector privado y alejado de los demás comensales, una voz de mujer interrumpió su caminata al lugar que Keith había reservado.

Él se dio vuelta, y su esposa también. Para volver a ver a Margot y sus curvas peligrosas.

—Feliz cumpleaños, Keith.

—Muchas gracias —le dijo.

—De nada, ¿vienes a festejarlo?

—Sí, una simple cena familiar.

—El sábado es la gran fiesta, ¿verdad?

—Sí, creo que ya conoces a mi esposa, Cassandra.

—Encantada —le dijo por amabilidad extendiendo la mano, pero Margot jamás se la estrechó.

—Yo he venido con unas amigas a cenar —le siguió la conversación sin parar un segundo para verla y saludarla.

—Si nos disculpas, estamos atrasados en la cena.

—Oh, sí, de acuerdo, no hay problema, nos vemos pronto, hasta luego.

—Hasta luego —ambos le dijeron.

Detrás de una gran cortina blanca y dorada, estaban sus padres y su hermana. Los saludaron y a él le dijeron nuevamente feliz cumpleaños. Le entregaron los regalos, y luego se sentaron en las sillas correspondientes. Él a la cabecera de la mesa, y la joven mujer frente a su cuñada y al lado tenía a su suegra.

Transcurrida la cena, Pamela veía a Cassandra, con cara rara. Le preguntó entre dientes qué le pasaba, pero ella le negó con la cabeza para que dejara de preguntarle delante de sus padres y menos delante de su hermano.

Cassie, giró la cabeza en dirección a Keith, y vio que la estaba mirando, apenas le sonrió sutilmente, y él le sonrió en retribución. Su hermana, luego le preguntó qué había decidido ponerse para el sábado.

—Todavía no lo sé, veré luego.

—¿Acaso no te has comprado nada todavía?

—No, por eso te digo que luego veré qué me pondré.

—Ese vestido que vimos en el desfile era precioso.

—¿Cuál de todos? —le preguntó porque en verdad le habían encantado todos.

—Ese plateado con tul.

—Ese era increíble.

—Te quedaría perfecto.

—Demasiado caro, nada caro va conmigo.

—Ay por favor no empieces otra vez, Cassandra.

—Es lo que pienso —le dijo levantando los hombros en señal de indiferencia.

—¿Y le has regalado algo a Keith?

—Sí, un par de gemelos, los tiene puestos.

—Keith, déjame ver tus gemelos, por favor —le pidió su hermana—, son hermosos, y muy sencillos —le dijo mientras los miraba.

—Lo son.

—Y como buen marido que estoy segura que eres, tendrías que darle un beso —le dijo Pamela a él, clavando sus ojos en los de ella.

—Frente a mis padres y tú, no me es cómodo darle besos.

—Y a mí menos —le respondió de repente.

—Oh, vamos, en su casamiento tuvieron que darse varios besos frente a todos los demás invitados, un besito ahora no pasa nada, estamos en familia, somos tres personas junto con ustedes dos nada más —les dijo su hermana, y él se levantó de la silla para acercarse a su esposa.

—Será mejor que nos demos un beso, si no, tendremos a mi hermana atosigándonos durante toda la noche hasta irnos de aquí.

—No te excedas —le dijo entre dientes, y en cuanto se había dado cuenta ya le daba el beso en sus labios.

A la hora de su pastel de cumpleaños, le cantaron el feliz cumpleaños, y ella volvió a darle un beso en sus labios.

Un tiempo más tarde, salieron del restaurante alrededor de las diez de la noche. En la puerta del restaurante, volvieron a encontrarse a Margot, al parecer, esperando un taxi.

—Hola, Allison.

—Buenas noches, Margot —le dijo seria, la madre de Keith.

—Hola, Sean.

—Buenas noches —le contestó escuetamente su padre a ella.

—¿Qué haces aquí, Margot? —le preguntó Pamela.

—Vine a cenar con unas amigas.

—Oh, qué casualidad, que en el mismo restaurante que estamos nosotros, ¿no? —le dijo sarcásticamente y Cassandra, la miró sorprendida por la audacia que tuvo en decirle aquellas palabras.

—Decidieron venir aquí, ¿qué otra cosa podía haber hecho? ¿Ya se van?

—Sí —le dijo Keith.

—Nosotros ya nos vamos, Keith —le dijo su madre—, nos vemos el sábado —le dijo saludándolo con un beso en su mejilla.

—Nos vemos pronto, mamá.

—Cualquier cosa, si necesitas algo para el sábado, nada más tienes que llamarme, ¿de acuerdo, Cassandra? —le dijo apenas terminó de saludarla.

—Sí, Allison, y gracias.

—De nada.

Su padre, la saludó apenas terminó con su hijo, y luego le siguió su hermana menor.

—Nosotros nos vamos a tomar algo por ahí —les dijo Keith y su esposa arqueó su ceja de forma sorpresiva.

—Hacen bien, unas copas de más, quién sabe donde terminan —les dijo Pamela, y su cuñada se puso roja de la vergüenza.

—¿Podrías llevarme hasta mi casa? —le preguntó Margot a Keith.

—¿Acaso no pediste un taxi?

—Sí, pero no ha venido todavía.

—Nosotros nos vamos para otro lado, no queda de paso tu casa —le dijo él sin vueltas.

—Pero...

—Pero nada Margot, espera tu taxi, siempre llegan, algunas veces tarde pero llegan igualmente —le dijo y al instante se estaba estacionando uno de ellos—, justo que hablamos de un taxi, ahí lo tienes —le dijo, y a Cassie la sujetó del codo, para hacerle bajar los dos escalones bajos de la entrada principal y caminar hacia el auto.

Entraron a su auto, se pusieron el cinturón de seguridad, y encendió el motor.

Condujo hasta un bar en donde se servían cócteles, y aperitivos, junto con comida para acompañar las diferentes bebidas alcohólicas.

El lugar se llamaba Nic's Beverly Hills. Estacionó sobre el cordón de la vereda. Se bajaron del auto, y entraron al establecimiento. Se sentaron apenas encontraron un rincón alejado. Había pocas personas, ella supuso porque era día de semana y tarde también. Era muy colorido, le gustaba y mucho. La chica les trajo las cartas y decidieron al momento qué beber. Él, una caipirinhia, y ella, volvió a pedir el mismo trago que había pedido en Spago, un martini de manzana verde.

—Es lindo, colorido, me gusta.

—¿Más cómoda que en Villa Blanca?

—Sí —le dijo poniéndose toda colorada.

—Tienes que saber que en donde me manejo, esto es así, habrá muchos lugares que desbordan riquezas, pero no por ver tantas de esas cosas te tienes que sentir menos que otras personas —le dijo y ella se sorprendió.

—Tú me haces sentir así —le dijo porque no pudo contenerse más.

—Lo sé, ¿sigues con la idea del divorcio?

—Sí, y creí que querías hablar de eso, luego de tu fiesta de cumpleaños.

—Hoy, el domingo o el lunes, es lo mismo, ¿por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué tienes ganas de divorciarte?

—¿No es obvio? ¿O quieres que te enumere las de cosas que veo y me callo?

—Si te divorcias, nada te corresponderá, ya te lo aclaré antes.

—No es el dinero, Keith, aquí estamos hablando de tú y yo, somos incompatibles, tú no te despegarás de tus modales, y yo tampoco, tú no aceptarás nunca la manera en cómo soy, y sabes muy bien a lo que me estoy refiriendo, no necesitas que te lo diga.

La mesera volvió con sus tragos, y algo de comida, y se retiró nuevamente. Ellos volvieron a la charla interrumpida anteriormente.

—Creo que estás equivocada.

—¿En qué estoy equivocada si es que puedo saberlo?

—En todo.

—¿En qué? Sé más específico, por favor. Porque yo sí sé las de cosas enumeradas que tengo con respecto a ti, y no te gustarán en lo absoluto, te casaste conmigo porque creíste que no iba a decir nada, solamente acompañarte a eventos sociales sin hablar y sin quejarme de nada, te casaste conmigo porque mi padre te comentó lo que era, alguien callada y sin buscar problemas de ningún tipo, resumiendo, querías un trofeo, algo inanimado que te acompañe a todas partes, y yo no soy así, lo lamento pero no soy de callarme y no hacer cosas, me siento una inútil sin hacer nada, no quiero eso para mí, no me siento cómoda, no soy feliz, no me dejas hacer nada y si lo hago te enojas conmigo, no sé quedarme quieta esperando a que pasen las horas.

—Y yo no quiero que trabajes, no está bien eso, si me casé es porque quiero mantener a mi esposa.

—No, Keith, querías un trofeo para exhibirlo, nada más que eso querías tú.

—No, no entiendes.

—Sí, lo entiendo, tú escúchame a mi primero, no quiero que me interrumpas, no quiero desaires, porque tus desaires, malas contestaciones e indirectas me afectan, tus padres y hermana me tratan muy bien, pero tú, no, jamás aceptarás mi clase media trabajadora, jamás lo harás, y yo no quiero vivir así, no quiero hacer algo y dudar si luego me gritarás o terminarás golpeándome, ¿algunas vez te pusiste en mi lugar y pensaste por un momento de la manera en cómo me sentía cada vez que hacia algo y estaba a la expectativa por si en algún momento me gritabas o te enfurecías conmigo? No estoy tranquila, me siento incómoda e insegura.

—No tienes porqué sentirte así.

—Habla el hombre que me hace sentir así cada vez que vuelve del trabajo o se queda dentro de su casa —le confesó y este se quedó perplejo del asombro.

—¿Acaso tienes miedo que te llegue a golpear?

—No creo que seas el primero en que golpee a su esposa, pero sí, de eso tengo miedo, cada vez que a tu parecer hago algo mal, es un grito más que me aguanto y es un miedo más esperando el golpe.

—Jamás te golpearía, Cassandra, jamás caería tan bajo como tu padre —le dijo sujetando la mano de la joven que tenía sobre la mesa y ella, la sacó de inmediato de su contacto.

—Es cuento viejo el que me golpee, ya estoy acostumbrada a sus golpes, siempre lo ha hecho, cada vez que no quería darle dinero ahorrado mío para pagar sus deudas de juego de azar.

—¿Y tu madre?

—Mamá me curaba las heridas, ¿por qué Corina te lo contó? Le había pedido por favor que no lo hiciera.

—Porque no te vio bien.

—Tú tampoco me veías bien, sin embargo no te importó.

—Te llevé al hospital.

—Hablo en general.

—¿Tenías buena paga en el trabajo que tenías? —le preguntó queriendo saber y queriendo sacar un tema de conversación.

—Sí, podía mantener a mi familia y solventar gastos propios, sé que el sueldo de mi papá es realmente bueno, pero si sigue jugando no habrá dinero que le alcance para pagar sus deudas de juego y no es la primera vez que me pide, y yo me le niego, lo peor de todo era que sacaba a escondidas, mi dinero ahorrado para pagarlas, mamá es ama de casa, y mis dos hermanos, la más grande está desempleada, y el más chico recién comienza jardín de infantes.

—Demasiado chico.

—Así es —le dijo bebiendo un sorbo de su martini de manzana verde.

—Algo sabía sobre tu familia, pero no tanto como ahora me lo cuentas.

—Pues ya lo sabes ahora, y las diferencias entre tu familia y la mía, y entre nosotros dos son abismales, no encajamos —le dijo y ambos bebieron un sorbo de sus bebidas alcohólicas, y se quedaron muy callados.

—¿Quieres irte ya?

—Sí tú quieres sí.

—Prefiero quedarme más tiempo.

—Está bien entonces.

—Dijiste que tu hermana está desempleada.

—Sí.

—¿Sabe hacer algo?

—Trabajaba como secretaria en un estudio jurídico.

—¿Por qué renunció? Hay buen sueldo en esos lugares.

—Lo sé, y no renunció, la echaron.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—¿Quieres que la tenga a prueba por un mes?

—Haz lo que a ti te parezca.

—Es tu hermana.

—Es tu empresa, ¿y por qué habrías de ayudar a mi familia? Casi ni los conoces.

—Conozco a tu padre, no da problemas, eso está fuera de discusión, lo que no veo bien y no me gusta es que golpee a su hija, y le pida dinero, le pago bastante bien como para pedirte dinero.

—Ni siquiera sabes la cantidad de dinero que adeuda.

—Pero me lo puedo imaginar.

—No, no te lo imaginas en lo absoluto, es una cifra de cuatro ceros, cifra que la juntaba en casi cinco meses.

—¿Cuánto ganabas?

—Dos mil dólares al mes.

—Tu padre debe diez mil dólares entonces —le dijo rotundamente y ella se ruborizó por completo de la vergüenza ajena que le daba frente a él.

—Sí —le dijo agachando la mirada a la copa de martini.

—Oye, no tienes porqué avergonzarte tú de las cosas que él hace, Cassandra.

—Pero es mi padre.

—Aún así, a él le tendría que dar vergüenza pedirle dinero a su hija para pagar deudas de juego, y sobretodo le tendría que dar vergüenza el golpear a su hija porque ella se negó a darle el dinero.

—Supongo que sí, Keith.

—Hagamos una cosa, llama mañana sin falta a tu hermana, y dile que quiero que se presente el lunes a las diez de la mañana en la empresa, ¿puede ser?

—El lunes quiero hablar sobre nuestro divorcio y tampoco quiero mezclar las cosas.

—No las vas a mezclar, simplemente, si tu hermana está de acuerdo, será una empleada más de la empresa, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, y gracias desde ya.

—Ella me lo va a tener que agradecer a mí y no tú por ella, Cassandra.

—Lo sé, pero aún así, no tienes porqué emplear a alguien de mi familia, sé que está mi padre en tu empresa, pero eso era algo que fue mucho antes de habernos conocido.

—No importa, haz eso y luego veremos como va ella.

—Está bien.

—Y sobre nuestro divorcio, lo podemos hablar el mismo lunes, o el domingo, si tú quieres.

Entre los tragos de ambos, la comida que les habían traído y la charla un tanto amena, que era la primera que tenía con él tan fluida, se hizo la una y media de la madrugada. Keith, pagó la cuenta, le dejó propina a la chica, y se levantaron de los asientos. Ella, volvió a ponerse el abrigo de pana y piel en el cuello, se lo abrochó, y se ató el cinturón a la cintura. Él, hizo lo mismo, y luego salieron del bar. Volvieron a su casa alrededor de las dos de la mañana.

El viernes a la mañana temprano, la joven, llamó a la casa de sus padres. Atendió su hermana mayor, y le comentó sobre el trabajo que le había ofrecido Keith. Una vez que cortó la llamada, volvió al comedor para terminar de desayunar.

—¿Y bien?

—Dijo que irá el lunes a la diez allí.

—Excelente, solo te aclaro, la mantendré un mes a prueba, sin goce de sueldo, si veo que no presta atención y me da problemas, como la metí, la saco definitivamente de la empresa.

—Sí, no tienes que explicarme lo que harás con ella, es mi hermana, pero es tu empresa, haces y deshaces lo que a ti te venga en gana, Keith.

—Perfecto entonces.

Terminó de desayunar, y él se fue a la empresa, ella se quedó acomodando las cosas junto con Corina.

Mientras Cassie se vestía, Keith aprovechó en llamar a su hermana.

—Hola, Pam, ¿cómo estás?

—Hola, Keith, todo bien, ¿y tú?

—Todo bien también, recién salgo de casa para el trabajo.

—¿Cómo la pasaron anoche después de la cena?

—Sinceramente no lo sé, hemos charlado mucho, lo cierto es que Cassandra sigue con el tema del divorcio.

—¿En serio?

—Sí, en serio, en fin, solo te llamaba para decirte si puedes ir con ella a Rodeo, y asegúrate que se compre un vestido para mañana a la noche.

—¿Le sugeriste ir de compras conmigo o ella te lo pidió?

—Yo no se lo sugerí, y ella menos abrirá la boca para comentarme que quiere ir de compras, sabes bien cómo es Cassandra.

—Tú, de un principio le prohibiste que comprara cosas.

—Qué directa.

—Es la verdad y no lo puedes negar.

—Y no te lo negaré.

—Esto que haces ahora, ¿por qué es?

—Porque no quiero divorciarme de ella.

—Al fin lo dices hermano, de acuerdo, iré a tu casa y la sacaré de compras y me aseguraré que se lleve consigo un bonito vestido.

—Perfecto entonces, nos vemos pronto.

—Nos vemos hermano, besos.

—Besos a ti también, Pame.

Ambos cortaron la llamada, y él aceleró la marcha para irse a la empresa familiar.

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