Capítulo 02
Un padre interesado
El matrimonio Astrof, llegó a los veinte minutos al restaurante. Encontrándose con todos que estaban en la cena de negocios.
—Hola, al fin llegan, los estábamos esperando —les dijo uno de los hombres que estaba invitado a la cena.
—Había un poco de tráfico —le dijo su marido.
—Vamos a beber algo antes de cenar —les volvió a decir el mismo hombre.
Pasaron a un bar, había muy poca gente, pero era muy fino y caro también, servían bebidas y trago alcohólicos. Y bocaditos para que las bebidas con alcohol no cayeran mal al estómago.
Cassandra no estaba acostumbrada a beber alcohol, en realidad, jamás bebía, no le gustaba, pero aquella noche decidió probar el martini de manzana verde. Aunque primero se comió varios bocaditos. Estaban riquísimos, y entre escuchar las charlas ridículas de aquellas mujeres que solamente un par de veces había visto en su vida, prefería comerse algo mientras probaba la bebida alcohólica.
Le había gustado y muchísimo. El gusto era ácido pero muy dulce también. Y el color de un verde tan vivo que le había llamado la atención al instante.
Por cortesía, escuchaba los comentarios de aquellas mujeres, y acotaba alguna que otra cosa por respeto también. Ellas no le prestaban mucha atención tampoco. Y la joven menos a ellas, esa era la verdad. Una de ellas cinco, clavaba sus ojos en Keith, se hacía la disimulada, porque creía que nadie la estaba mirando. Era novia de uno de los cuatro que estaba hablando con su marido.
Una de ellas le preguntó algo a Cassandra, y parpadeó un par de veces para volver a mirarla, ya que estaba pensando en otra cosa.
—Perdóname, sinceramente no te he escuchado, ¿me decías algo?
—No te preocupes, te estaba preguntando, ¿qué te parece la nueva colección de Zuhair Murad?
—Sinceramente no he podido verla.
—Deberías de verla, presentará su nueva colección, en el hotel Hyatt de la ciudad, éste sábado a la noche, ¿por qué no vienes?
—Quizá sí.
—En la semana te llamaré a la casa, y acordaremos todo, ¿te parece bien?
—Sí, seguro, gracias.
—De nada.
Un rato más charlaron, algunas cosas a ella le daban risa, y otras le parecían realmente ridículas, hablaban de moda, viajes, zapatos, accesorios, carteras y toda clase de lujos que la joven no estaba acostumbrada a tener. Tenía una buena posición social gracias a que estaba casada con Keith, pero ella no disponía de su dinero.
Lo cierto era que, antes de casarse con él, le hizo firmar un contrato pre-nupcial. En donde figuraba que todas las posesiones y dinero, seguirían siendo suyas, aunque se casaba con ella. Y la joven mujer había estado de acuerdo, por el simple hecho de haberse casado enamorada de su marido.
Pasaron al restaurante, en donde ya tenían una mesa redonda para diez personas. Se sentaron y ella se sentó al lado derecho de Keith.
La cena fue muy amena, y la charla también. Salieron del restaurante a las tres horas de haber llegado. Los hombres charlaron y discutieron de negocios, y las mujeres, incluyéndola, de cosas superficiales, a Cassandra, algunas le cayeron bien, y otras no tanto.
***
Dos días después, en la cena, la joven le comentó la invitación al desfile en el hotel Hyatt de la ciudad.
—Teresa me ha invitado a un desfile, ésta tarde me llamó.
—¿Cuándo y a qué hora?
—Este sábado a las seis de la tarde, ¿puedo ir?
—¿Quiénes irán al desfile?
—Sinceramente no lo sé, pero calculo que las mujeres que estuvieron en la cena de negocios, si me dejas ir, les diré a tu hermana y a tu madre si quieren venir.
—De acuerdo, pero apenas termine, te vuelves a la casa, ya lo sabes bien, nada de ir a comer afuera, y ni a beber algo, ¿lo has entendido bien?
—Sí, Keith, lo he entendido bien, y gracias.
—De nada.
Terminaron de comer, y él se levantó de la silla y salió de la sala del comedor, dejándola como todas las noches a solas. Y como era de esperarse de ella siempre, acomodó, lavó, secó y guardó todo.
Su vida matrimonial era un desastre, cada uno hacia lo suyo. Él por su parte, y ella por la suya. Él, en sus negocios, y ella sola dentro de la inmensa casa en Beverly Hills. Se sentía como la princesa del cuento sin un príncipe amoroso, cariñoso, y dulce.
Un día después, el padre de ella llegó a la casa. Se lo veía realmente desesperado.
—Papá, ¿qué haces aquí?
—Hija, tengo que hablar contigo.
—¿Quieres tomar algo?
—No, solamente quiero hablarte.
Cuando su padre quería hablarle a solas, era por algo. Y ya la cabeza de ella estaba pensando más de la cuenta en deducir lo que estaba tramando e insinuándole.
—Necesito dinero.
—¿Para qué? —le preguntó y Corina estaba atenta contra una de las paredes de la cocina escuchándolos.
—Porque debo pagar algo que adeudo.
—¿Cuánto?
—Diez mil dólares.
—¡¿Qué?! ¿Cómo es que tienes que pagar una deuda tan cara papá? ¿Qué has hecho?
—He sacado varios préstamos y créditos, me metí en un negocio que no ha ido del todo bien, y ahora me están apretando con que tengo que pagarles el dinero que pedí en su momento, Cassandra.
—No te daré dinero papá.
—Soy tu padre.
—Y yo tu hija, y no te lo daré, primero porque no dispongo del mismo, y segundo no quiero dártelo.
—Tu marido es multimillonario.
—¿Y qué con eso? No se lo pediré aunque me daría dinero, y ni tampoco te lo daré, no soy pedigüeña.
—¿No me ayudarás?
—No, no creo que te hayas metido en ningún negocio, solamente creo que tienes un serio problema con los juegos de azar papá, no es la primera vez que haces esto, y para que lo sepas, cuando me casé con Keith, firmé un contrato pre-nupcial, el cuál yo también estuve de acuerdo, por lo tanto quiere decir que en ese contrato figuraba que aunque esté casada con él, yo no soy rica.
Un segundo después, Corina la estaba ayudando a levantarse del piso. Su padre la había golpeado fuertemente. Ella cayó contra la pequeña mesa redonda al lado del sillón de cuero de color crema, y con la caída rompió un jarrón caro en dorado a la hoja.
—Váyase de aquí, señor.
—Eres solamente una estúpida, no sirves para nada —le dijo, dio media vuelta y salió de la casa pegando un portazo.
—¿Se encuentra bien señora Astrof?
—Sí, Corina, no te preocupes por mí, ve a seguir con lo que habías dejado.
—Señora, está sangrando, venga conmigo —le dijo ayudándola a caminar erguida.
—Jamás pensé que me iría a golpear.
—Jamás tendrían que levantarle la mano.
—Corina, por favor, nunca se lo cuentes a Keith.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero que se entere, mi padre trabaja en una de sus empresas, y no quiero que se ventilen rumores de deudas que mi padre tiene que pagar, es vergonzoso.
—Aun así, tendría que saber que la ha golpeado.
—No, eso es lo peor del asunto Corina, no quiero que se lo digas, por favor, no lo hagas.
—De acuerdo, señora, no se lo diré.
—Gracias, te lo agradezco muchísimo, y gracias por ayudarme también —le dijo mientras se limpiaba la herida de la boca.
—De nada, señora, estoy para servirle —le respondió mientras le colocaba un poco de algodón con alcohol.
—Ay, duele.
—Lo sé.
Cassandra, intentó levantarse de la silla, y lo hizo con dificultad, le dolía bastante el costado derecho, y luego, ayudó a Corina a juntar los pedazos de porcelana del jarrón.
Keith llegó apenas terminaban de tirar todo a la basura.
—Hola —le dijo apenas salió de la cocina.
—Hola, ¿qué le ha pasado al jarrón de la mesa? —le preguntó arqueando su ceja derecha.
—Se me ha caído.
—No hago dinero para que tú rompas las cosas y yo tengo que comprarlas luego, como siempre me decepcionas, Cassandra.
—Lo siento, no volverá a ocurrir.
—Eso espero.
Aquella noche fue normal y tranquila, como siempre, sin hablar en la cena, y dejándola sola luego de la misma, para acomodar y lavar todas las cosas.
A la mañana siguiente, se despertó un poco más tarde que él. Le dolía y muchísimo el costado. La joven, salió de la cama, y entró al baño, levantó la musculosa del pijama de raso verde manzana, y miró en el espejo el costado. Tenía un enorme hematoma. Y la boca, la tenía algo hinchada y amoratada, producto del fuerte golpe que le había dado su padre.
Mientras ella se estaba preparando lentamente, abajo, en la sala del comedor, Corina le servía el desayuno a su jefe.
—Señor, ¿puedo comentarle algo?
—Lo que quieras, Corina.
—La señora me ha pedido por favor que no se lo contara, pero me es imposible callarme algo que presencié.
—¿Qué ha pasado, Corina? —le preguntó alarmado, pensando lo peor de su esposa.
—Tranquilo, señor, su esposa jamás lo engañaría con ningún hombre, no es esa clase de mujer en lo absoluto, esto es otra cosa, ayer por la tarde, un rato antes que usted volviera a la casa, estuvo su suegro.
—¿Qué quería?
—Dinero, y su hija se lo negó, le dijo que no tenía dinero, y que tampoco era rica porque firmó un contrato pre-nupcial.
—¿Por qué quería el dinero?
—Porque tiene deudas que pagar, y una muy grande de diez mil dólares, la señora cree que juega en apuestas de casino, ya que no es la primera vez que se encuentra de esa manera él, un tanto, digamos apretado de bolsillo.
—Ella se lo negó, ¿y luego, qué pasó?
—Terminó golpeando a Cassandra, por eso mismo usted cuando llegó vio que no estaba más el jarrón en la pequeña mesa redonda al lado del sillón principal de la sala de estar, cayó encima de la mesa, tiene un fuerte golpe en el costado derecho, y partida su boca también, ella me pidió por favor que no se lo cuente, pero algo así no puedo dejarlo pasar y contárselo señor Astrof.
—Muchísimas gracias por habérmelo contado, Corina.
—De nada, señor, por la manera en cómo la hizo caer, dudo que no se haya fisurado una costilla.
—Gracias.
—De nada, señor —le dijo y ella ya estaba bajando las escaleras—, ¿más café?
—Sí, por favor, gracias.
—De nada.
—Buen día —les dijo sentándose al lado izquierdo de Keith.
—Buen día —le dijeron los dos al unísono.
—¿Cómo están?
—Bien —respondieron los dos.
—¿Y tú? —le preguntó Corina.
—Bien también, gracias.
—¿Café con leche?
—Sí, por favor, gracias.
—De nada.
La joven mujer se sostenía el costado mientras desayunaba. Y en ningún momento se quejó. En la boca, se puso un poco de base de maquillaje fijada con polvo volátil para que no se notara el moretón.
Keith, aquella mañana estaba un poco más accesible que los anteriores días, y le preguntó algo que la sorprendió rotundamente.
—Tengo pensado hacer una mascarada para mi cumpleaños, ¿te gustaría organizar la fiesta?
—¿Me lo dices en serio?
—Sí, puedes decirle a mi madre y hermana para que te ayuden sí quieres.
—Sí, sí, claro, les pediré ayuda, porque jamás he hecho una fiesta.
—Ya sabes cómo quiero que salga.
—Sí, perfecta.
—Así es.
A la noche de ese mismo día, apenas terminó de ponerse el pijama, ella volvió a mirarse el golpe, se estaba formando una mancha demasiado morada, estaba aún en el vestidor, ya casi pronta para irse a dormir, cuando se percató que tenía a Keith detrás suyo, mirando atentamente aquel moretón, automáticamente bajó la musculosa del pijama.
—Es impresionante ese golpe, déjame verlo.
—Es un simple golpe Keith, nada más.
—Tienes la zona inflamada, y es posible que tengas una costilla fisurada, no puedes estar así sin que te la vea alguien.
—Ya se me pasará.
—Corina me contó todo, ¿cuándo pensabas contármelo?
—Nunca.
—¿Por qué?
—Es obvio, ¿no? Jamás me hablas, ¿por qué debería de contártelo? Y le pedí por favor que no te lo dijera, veo que faltó a mi palabra.
—Corina se preocupa por ti.
—Menos tú —le declaró molesta, y ardida y él se quedó perplejo.
—Será mejor que vayamos a un hospital para que te vean ese asqueroso golpe.
—No, y si voy, será sin ti —le respondió cortante y directa.
—Obedéceme —siseó.
Se quedó callada, y se le aguaron los ojos. Se sujetaba fuertemente el costado porque le dolía terriblemente. Y con su otra mano intentaba apretar los lagrimales con los dedos para no llorar frente a él.
—Ya nos vamos a que te revisen ese golpe, y deja de llevarme la contra mujer —le chilló exasperado por demás.
—Está bien.
Con dificultad se puso ropa cómoda, y tomó un abrigo del vestidor, y él hizo lo mismo también. Varios minutos después, estaban en la sala de espera. Había un montón de gente, ella quería volverse a la casa, pero Keith la sujetó de su muñeca, para retenerla. Se sentaron, y esperaron su turno. Más de tres horas esperaron en la sala, y cuando fue el turno de ellos, entraron los dos. La médica se quedó perpleja al ver a Keith. Sí, su marido era muy atractivo, sexy y por demás masculino. Y tenía que lidiar con eso siempre que una mujer lo miraba. Cassandra, carraspeó, y la doctora volvió del trance.
Cuando le contó lo que le había pasado, no le creyó mucho, y miró de mala manera al hombre que tenía con ella. Directamente lo fulminó con su mirada.
—No la he golpeado, si lo hubiera hecho no sería tan estúpido de traerla a un hospital.
—Creo que tienes razón —le dijo su esposa.
—Primero que nada, te sacarás unas placas, y me las traes, no creo que tengas fisuras en las costillas, más bien creo que tienes la zona desgarrada, pero quiero estar segura igualmente.
—De acuerdo, gracias.
—De nada.
Media hora después, la joven le estaba dando las placas sacadas en el mismo lugar.
—No tienes fisuras, es un desgarro, te daré una pomada, te la pondrás a partir de ahora mismo, desinflama la zona y la alivia, luego te vendaré, quítate el suéter, por favor —le dijo y ella enrojeció de la vergüenza de estar semi desnuda frente a él.
—Prefiero mantener el suéter.
—¿Acaso es tu amigo?
—No, es mi marido.
—Entonces no hay ningún problema, quítatelo por favor, me dejarás trabajar mejor a mí sin que tengas puesto el suéter.
—Está bien.
La joven mujer terminó quitándose el pulóver, y lo dejo sobre la camilla a su lado. La médica hizo su trabajo tranquilamente, y sin apuros, y ella cada vez estaba más roja de la vergüenza. Keith se había sentado frente a ellas dos. Y mientras ella trabajaba, le iba diciendo cada cuántas horas debía de pasarse la pomada y ponerse el vendaje.
También, le dio unos anti inflamatorios que a su vez eran analgésicos. Y que no hiciera esfuerzos de ningún tipo que se le pareciera, incluyendo el sexo.
Más roja se había puesto con aquella palabra, Keith y Cassandra no tenían sexo. Y ni siquiera besos mutuos.
Este se había quedado mirando atentamente la curva de su cintura mientras la doctora le pasaba la pomada.
Una vez hecho esto último, la doctora le pidió que sujetara el inicio del vendaje sobre el torso y así, comenzó a pasarlo por alrededor suyo.
—Si no puedes sola, pídele a tu marido que te ayude con la venda, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, doctora.
Apenas terminó de sujetarla con cintas adhesivas, ella se apuró en colocarse el suéter nuevamente, y en el apuro de volvérselo a poner, se quejó del dolor.
—Te dije que no hicieras las cosas a las apuradas.
—Perdón.
—Tranquila, que te ayude tu marido, para eso están también, para ayudarse mutuamente.
—Sí —emitió apenas en un susurro.
Keith, la ayudó a ponerse el suéter, y a bajarse de la camilla, en la cuál estaba sentada todavía. Le dio dinero, por haberla ayudado mucho y ella a pesar de no quererlo, lo aceptó al final de todo.
Una vez dentro del auto, su esposa, le agradeció el haberla llevado a la guardia.
—Jamás podré pagarte lo que has hecho por mí ésta noche, Keith.
—No ha sido nada.
—Para mí lo ha sido —le terminó de decir y miró el reloj digital del tablero de su auto deportivo—, son las cuatro de la madrugada ya, y tú tienes que levantarte tan temprano, lo siento en serio, no ha sido mi intención hacerte perder sueño, por eso era mejor que hubiera ido mañana mientras tú estabas en el trabajo.
—Ya olvídalo, Cassandra, no ha pasado nada, no es la primera vez que me acuesto tarde y me levanto temprano por la mañana.
—De acuerdo entonces, Keith.
Unas casi cinco horas después, ya estaban desayunando, con el reposo del sueño y la pomada, el dolor le había calmado un poco.
Les dio los buenos días a Keith y a Corina, y ellos dos se lo devolvieron también. Y luego se sentó en el lugar de siempre.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, gracias —le respondió apenas terminó de sorprenderla—, ¿y tú?
—De nada, bien también, adormilado —le respondió y ella se puso toda colorada de la vergüenza de aquel momento incómodo que le hizo pasar Keith.
—En serio, perdóname.
—Oye, no te lo he dicho para que me vuelvas a pedir perdón, ¿está claro?
—Sí —le dijo y volvió a ruborizarse y a bajar la vista al plato que tenía frente a sus ojos.
—¿Te vestirás luego del desayuno?
—Sí.
—Entonces te ayudaré a vestirte.
—Puede ayudarme Corina.
—¿Vamos a discutir sobre esto?
—Está bien.
—¿Te has cambiado la venda y puesto la pomada?
—No.
—Te ayudaré también.
—Bueno.
Desayunaron muy tranquilos y en silencio, casi nunca le dirigía la palabra y no era la excepción en que estaba lastimada y golpeada ferozmente por su padre. Keith no sentía amor por ella y no lo culpaba en lo absoluto, se casó solamente porque Cassandra era recatada y simple, una mujer que no lo iba a enfrentar jamás si le alzaba la voz y que era callada y tímida cuando iban a eventos sociales, una mujer que no le iba a causar problemas de ningún tipo que se le pareciera.
—Mañana hay cena familiar.
—Está bien, aprovecharé en decirle a Pam si quiere venir el sábado y contarles a las dos sobre tu fiesta de cumpleaños.
—De acuerdo, termina el desayuno.
—Sí, ¿cómo quisieras tu fiesta?
—Sorpréndeme.
—¿Cómo?
—Idéala, quiero ver cuán buena eres armando una gran fiesta, solo espero lo mejor Cassandra, ya lo sabes.
—Sí, Keith, siempre has querido lo mejor.
—Lástima que en todos los ámbitos no puedes tener lo mejor de lo mejor —le dijo él, tirándole una indirecta por ella en realidad.
Cassandra, no respondió, solo se limitó a beber de su taza de café con leche y crema líquida. Sus palabras eran cuchillos que se clavaban más a fondo en su ser. Para él, no era lo mejor de lo mejor, ni siquiera calificaba para la categoría de buena mercancía, con respecto a lo físico y personal.
Su barbilla apenas tembló y sus ojos se aguaron segundos también. Para cuando volvió a parpadear un par de veces más, ya sus palabras no le afectaban tanto como al principio, y vio que Keith ya había terminado su desayuno completamente.
Luego del desayuno, subieron a la habitación, entraron, y entró con ella al vestidor. Se eligió la ropa que se iría a poner. Un vaquero blanco, un suéter beige tramado, un par de zapatos con punta, y un par de aros.
La ayudó a ponerse el pantalón, una vez que se sacó el short del pijama de seda de color verde esmeralda. Se puso detrás de ella, y pasó sus fuertes manos por sus caderas hasta llegar a la pretina del vaquero blanco. Lo abotonó y subió el cierre del mismo. Se quedó quieta y emitió un suspiro entrecortado cuando sintió la respiración y el aliento de él, en su cuello y oído. Se dio vuelta para mirarlo, y casi rozaron sus bocas.
—Lo siento, no fue a propósito.
—Descuida, ponte de frente para poder ponerte el suéter.
—De acuerdo, Keith —le dijo y así lo hizo—, ¿cuántas personas tienes pensado invitar a tu fiesta de cumpleaños?
—Unas cuatrocientas personas, así qué, fíjate tú el listado de quiénes podrían ser esos invitados a la fiesta.
—Por favor, no me dejes a la deriva con esto, aunque sea, dime quiénes serán y del resto nos encargaremos las tres —le dijo y se sorprendió por su respuesta hacia él.
—Está bien, para ésta noche te tendré la lista hecha de todos los invitados a la fiesta.
—Me parece bien, gracias —le dijo, y le sonrió, sonrisa que él le correspondió también.
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