No Te Atrevas A Irte Sin Decir Adiós

Sabía que por supuesto eso tenía que ocurrir.

Era lo más obvio, lo más evidente, y el temor a ello, a que aquella pesadilla asomara su temible rostro en la realidad era una apuesta más que segura.

E igual, el que tu mente te lo dijera con anterioridad sirvió para poco; ella pudo sentirlo desde el taconeo fuerte de su calzado al notar la urgencia con la que varios profesionales de salud corrían con prisa.

—Esto es un hospital Sarah —se dijo, con caja en manos, y una mirada firme y al frente—. ¡Claro que habrán momentos así! ¿Dónde crees que estás? ¿En Disneylandia? Y aún ahí pasan tragedias.

Se le hubiera salido un murmuro extra, tal vez un "¡Pobre diablo del infortunado! ¡Y pobre de sus seres queridos!"

Mas salía sobrando; el decirlo sólo lo conjugaría con más razón.

E igual, seguía temiendo, siguiendo en su andar calmo y paciente, al menos comparados con aquellos entrenados en la ciencia del retrasar lo inevitable; ellos si andaban con una carrera de prioridad, listos y combatiendo en aquellas trincheras que separaban la vida de la muerte.

Tomó un ascensor, notando a un par de enfermeras corriendo y optando dar la vuelta para tomar las escaleras. Aquello no la sorprendió; no le tomó por sorpresa el que eligieran sus piernas sobre la máquina.

Lo que sí, fue que al abrirse las puertas del elevador, ver a aquel par llegar con apenas unos pocos segundos de diferencia.

Y claro, debía ser al mismo piso dónde Will se encontraba encamado.

—Hay muchos enfermos de urgencia de seguro —pensó al retomar su caminar—. Todavía más en este nivel...

Añadió a sus intentos de controlarse unos murmureos tranquilos, pero al borde de la desesperación.

—Por favor, no vayan dónde Will; por favor, no vayan dónde Will —repitió, esperando que aquel mantra tuviera el poder para doblar la realidad a su favor, que el universo conspirara para su bien, y en especial para el del rubio.

No lo hicieron.

—¿Qué sucede? —vio a la madre del muchacho, a las afueras de su cama, teniendo que ser contenida por el más alto y fornido de los profesionales a su alrededor—. ¡Me dijeron que estaría bien!

—Señora Hoggard, disculpe, pero tengo que corregirla en ese aspecto —una enfermera le informó—. Le dijimos que su hijo estaría estable; lo estaba pero...

Sarah, por un segundo, entró en un trance, un vacío, como si ella fuera una isla alejada de la realidad del mundo a su alrededor; sólo salió de tal estado al sentir el choque de la caja estrellándose contra el suelo.

Al carajo con las cartas y los mensajes; en su garganta se contuvo y en sus labios se expresó el único que realmente poseía importancia.

—¿Q-qué sucede? —preguntó al acercarse a la madre de Will.

Ella la vio, y por un buen par segundo, dio algo de batalla en contener las lágrimas; para el tercero, había sido derrotada.

—¿Está bien Will? —comentó al oído de la joven madre, tras ser recibida con un abrazo; un toque más urgido de apoyo que de simpatía.

Mientras los médicos intentaban estabilizar al chico, Sarah recibió una explicación detallada sobre lo que acababa de ocurrir; ambas mujeres se sentaron en una sala de espera que bien podría tener dos o 200 almas en ella; para el caso, no había luz más allá de la nariz de la morena.

—Tuvo hemorragias internas muy severas —indicó la madre, con ojos hinchados y cansados, y un tono de voz cada vez más resignado a lo que parecía abalanzarse sobre su destino —, y él necesita donantes constantes.

—¿Sangre?

—Ha perdido mucha, y la sigue perdiendo; yo he dado la mía —dijo al tiempo que Sarah notó las marcas en su antebrazo, indicios de los catéteres y agujas que atravesaron su delicada piel rosa—, pero sólo hay un límite, una cierta cantidad legal que una puede dar... y eso no basta ya.

—¿No tiene más donantes?

—No más allá de los que ya se ofrecieron, y los bancos de sangre... y sigue así; simplemente... no parece haber salida.

Si no parecía recuperarse, sería un ejercicio fútil, carente de sentido por completo; sangre entra, sangre se va, y Will no vuelve en sí.

Sarah entonces respondió como sólo ella sabía y debía: con otra acción igual.

—Señora Hoggard —comentó, agachando un tanto su cara—. ¿Qué tipo de sangre necesita Will?

La madre hubiera querido disuadirla, pero a pesar de todo, seguía aferrada a una luz de esperanza. ¿Era pedirle demasiado? Puede ser. Pero para Sarah, sería pedir demasiado el no tratar.

—¿De verdad ha estado en ayunas, señorita Greenberg? —preguntó una de las técnicas, mientras se le inyectaba la intravenosa, unos minutos después.

—Confíe en mí —respondió—, no he tenido apetito en absoluto.

Y en segundos, quedó lista para que comenzara la donación; gotas más, gotas menos, esperaban que de algo tuvieran que servir.

Le advirtieron que podría sentirse mareada, agotada, después de su donación; en todo caso, seguía siendo poco comparado con lo que él sufría.

Y si Will partía de este mundo, Sarah quería que quedara claro para el mundo y para ella que hizo lo que estaba dentro de su poder para ayudarlo a recuperarse. ¿Si lo lograba? Eso estaba en manos de Dios. Se requería poco menos que un milagro.

Mas este ocurrió.

El muchacho de hecho se estabilizó durante las horas posteriores tras recibir la sangre de Sarah, y su madre a su lado dio crédito de lo que parecía que eran plegarias respondidas con la mayor de las devociones; y unas horas más tarde, Will abrió los ojos.

—¡No puede ser! —la señora Hoggard apenas pudo dar crédito a lo que ocurría frente a sus ojos—. ¿¡Estás...!?

Rompió en llanto, en igual medidas por la emoción de verlo salvado, y por lo que le costaba resistir el impulso de no abrazarlo con todas sus fuerzas; pero Will seguía frágil, y temía que hasta un toque gentil pudiera herirlo.

—¿Mamá? —dijo con la más básica de las energías.

El muchacho parecía haber recuperado consciencia; sus recuerdos, su personalidad, intactos. Los doctores tenían algunas reservas, pero de manera preliminar, Will se encontraba en un estado tan bueno como el que podía ser posible, dado su historial y circunstancias.

Y en su mente, una vez asentados sus recuerdos e impulsos, deseó saber de Sarah; ¿Sería capaz de perdonarle por haberle ocultado la verdad?

No tenía ni idea del grado al que lo amaba, a pesar de todo.

En todo caso, siguió en observación; los doctores estaban impresionados con su estabilización, pero no deseaban tentar a la suerte: debía seguir bajo cuidados, bajo el ojo vigilante de la medicina, siempre lista y dispuesta a actuar si es que sufría una recaída; y con sus antecedentes, jamás se podía estar demasiado precavido respecto su salud.

Ni siquiera se atrevió a preguntar sobre ella durante los días subsecuentes; entró en terapia de recuperación, y su movilidad parecía recuperarse a un ritmo sorprendente; es como si jamás hubiera estado enfermo en primer lugar.

Y la dicha no parecía caber en el pecho de su madre; su criatura rubia, débil, y sensible estaba de pie, y respirando por cuenta propia una vez más.

Pasaron un par de días más; Will envió un mensaje desde su teléfono: Sarah ni siquiera lo había visto. Y no le conllevó mucha meditación el entender el por qué de la frialdad de la morena.

Pero no temía ser lo suficientemente orgulloso para pedir perdón, incluso exponer su dignidad; lo había visto perder casi todo su cabello, e incluso su vida, ¿qué más podía ver?

Así pues, preparó un mensaje más largo.

*

Ya ha sido un tiempo desde que nos vimos, desde lo... ya sabes: lo que pasó en el baile. Así pues, ¿no quieres hablar conmigo? Me duele pero lo comprendo.

Sé también lo patético que es comparar las relaciones con letras de canciones, pero para bien o para mal, a veces lo que expresó un tercero expresa mejor lo que uno siente que nosotros mismos; si me perdonas o no, eso está en tus manos. Pero estoy llorando por ti, como diría Orbison; te has ido, y desde este momento de ahora en adelante, estaré llorando por ti.

Porque...

*

—¿Se puede? —escuchó la voz de una chica en la puerta.

—¿Sarah? —alzó su cabeza el rubio.

—Eh... no sueno como ella, creo —dijo Allyson; la pelirroja amiga de ella—. Pero... quería ver si estabas...

—S-sí, sí, estoy bien —replicó ansioso, colocando su teléfono sobre una mesa lateral—. Los doctores dicen que es casi un milagro y... bueno, la ciencia médica: no pueden curar el resfriado común pero pueden hacer que...

—Sí, mira, no quiero interrumpir —dijo nerviosa, con un sobre entre manos—, pero... Sarah...

—¿Sarah? ¿Está aquí?

—No... no diría eso; disculpa, ella me pidió que te entregara esto y... creo que es mejor que lo leas.

—¿Pero, está enojada? ¿Por qué no ha venido a verme? —Will preguntó, tomando el papel entregado entre sus manos—. Sé que cometí una tontería pero... esperaría que al menos le importase un poco mi estado.

Allyson resopló.

—No vuelvas a decir eso de mi amiga —aseveró, casi haciéndose oír el rechinar de sus dientes.

Will se quedó helado; aquella pelirroja lo veía con un desprecio tal como si hubiera cometido herejía en la edad oscura y ella estuviese a cargo de hacerlo arder en leña verde.

—Lo siento —él susurró.

—Me tengo que ir —respondió Allyson dándole la espalda—. Lo siento... por todo.

Y se marchó; y Will dudó por un momento el abrir el mensaje, en un sobre que únicamente decía, "de Sarah".

Pero tenía que hacerse; que bien que había pasado por proezas más duras en los últimos días. Con manos temblorosas, abrió el sobre; notó dos ojos dentro de él; comenzó a leer la primera, que parecía escrita con letra a mano.

*

Esta serán las últimas palabras que recibas de mí, y no por gusto.

En todo caso, sí: me hiciste enojar, pero eso fue en su momento.

Sólo quiero dejar un mensaje claro, Will: te amo. Siempre te amaré dónde quiera que vayas, o dónde quiera que yo esté.

Nunca, NUNCA LO OLVIDES; ni jamás lo pongas en duda.

Pórtate bien... o mal: la vida, la de todos, es demasiado corta para un mundo tan grande; no te lamentes, saca provecho, y pide fuerzas para cambiar las cosas que no puedes aceptar.

Un beso desde dónde esté. Quizá algún día podamos vernos de nuevo.

Sarah


Ese críptico mensaje le hizo sentir como si su alma hubiera sido robada de su cuerpo; el segundo texto garantizaría que así sería.

Negro era la ropa, y negro se sentía el panorama en aquel día nublado a pesar de hace tan sólo el anterior sentirse calor y Sol en todo rincón de la ciudad; Will había salido del hospital, con una recuperación prácticamente perfecta; requería de ocasionales revisiones, pero inclusive otros problemas anteriores parecían haberse desvanecido, sin dejar pista alguna.

La única marca de dolor en todo caso, yacía en su corazón; cual su ídolo, para la ocasión, ostentó unas gafas oscuras, menos por el estilo, y más para ocultar el rojo color en su mirada, que no se cansó de llorar a los ángeles y hasta a los demonios.

Y a Sarah, que en realidad, era un poco de ambos.

—...ella tenía... celacantos de mascotas —dijo durante el servicio en la sinagoga del barrio Allyson, apenas dominando sobre sus deseos de dejarse caer —. Es decir, creo que eso dice mucho más de ella de lo que podría cualquier otra cosa. Y... todos los que la conocimos... jamás la vamos a poder... j-jamás la vamos a poder olvidar —cerró el comentario, apresurando sus palabras, queriendo ganarle ventaja a un llanto que igual iba a hacerse presente.

Se bajó del podio, auxiliada por Jake; él lucía duro, rudo, quieto, pero no engañaba a nadie; los rastros de lágrimas no tenían timidez a la hora de hacerse notar.

Quizá sería apropiado el decir algo, pero, ¿qué decir a una familia acongojada? ¿A amigos que nunca más verán ese rostro sonriente o escucharan esa excéntrica voz? ¿Gracias a su sacrificio, él vive? ¿Cómo pudo ser que una simple donación de rutina terminaría de ese modo? No tenía sentido alguno.

Pero para los que la sufren, la muerte de un amado nunca lo tendrá, más quizá para él pudo presentar el consuelo de un último encuentro.

 —Hola Will —el rubio escuchó a sus espaldas mientras daba vueltas por los alrededores del cementerio.

Se apresuró a voltear; no daba crédito, no era posible: Sarah, en negro, acorde a su propio funeral, sonriendo con los labios pero lamentando con sus ojos, parada a unos cuantos metros de él.

 —¿No tienes nada que decirme? — ella preguntó, acomodando varios de sus mechones rizados manipulados por el toque del viento.

Will tenía una pregunta solamente en su cabeza: en el fondo sabía la respuesta, lo sospechaba como mínimo.

—¿Nos volveremos a ver? 

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