Capítulo 8.

Al día siguiente, muy temprano, Vicente se encontraba revisando unos documentos en su laptop y pensando que tal vez ya era hora de comenzar a echarle un vistazo a la empresa «Vinos Ortega», la cual estuvo a cargo de Facundo y que un primo segundo de él, llamado Román, custodiaba en ese momento. 

Vicente, a pesar de que era el dueño legítimo de la empresa, nunca se interesó por ingresar en el ambiente de la licorera mientras su padre estuvo con vida, por eso cuando terminó de estudiar quiso probar algo diferente y logró colocarse en el área administrativa en una empresa de consultoría gerencial. A pesar de los problemas que implicaba su puesto, como en todo trabajo que requiere un grado de responsabilidad, le gustaba bastante y por eso no había buscado cambiar a otra empresa y, aunque muchas personas le decían que un hombre tan rico como él no debía trabajar en un puesto así ni mucho menos en una compañía que no le pertenecía, a él lo entretenía lo suficiente y lo hacía sentir útil, así que, por el momento, no pesaba cambiar su empleo, pero en esos momentos pensaba que tal vez era hora de ver cómo se estaban manejando las cosas en «Vinos Ortega». Su mente divagaba sobre qué momento era el mejor para hacer una visita, cuando su compañero Germán lo interrumpió.

—Vaya, vaya, ¿pero qué andas haciendo? —Se metió en el cubículo, que era bastante amplio y tenía una puertita, sin pedir permiso.

—Revisando unos documentos —dijo sin mucho interés.

—Ammm... Oye, ¿qué crees?

—¿Qué?

—Adivina.

—Amm... No sé —respondió sin dejar de ver la computadora.

—¡Intenta! Vamos, Vicente, no seas tan aguafiestas.

— Está bien, intentaré... —Se quedó pensando—. ¿María Eugenia te pilló de nuevo siéndole infiel? Y de seguro ahora sí ya te corrió de la casa y no te dejará ver a los niños, ¿no?

—¡No, cállate! ¡No invoques eso...! Es otra cosa.

—¿Qué es? —Preguntó mientras comenzaba a respaldar unos archivos. En lo que la máquina trabajaba, volteó a ver a Germán.

—Supe que tendríamos una nueva compañera de trabajo y estará en nuestro departamento —sonrió.

—Oh...

—¿Cómo «oh»? ¡Tendremos una nueva compañera! —Hizo un gesto dramático—. Ojalá sea guapa. Lo único que sé es que se llama Abigail y me corrió el rumor de que es rubia, ¡con lo que me encantan las rubias!

—Felicidades —musitó Vicente sin mucho interés.

—Aguafiestas. —Volvió a repetir su insulto porque no se le ocurrió otro que decir.

—¿Qué quieres que te diga?

—Pues no sé, algo que diría un hombre normal, como «ojalá que sí esté buena» o «voy a intentar cogérmela».

—No seas vulgar. —Vicente frunció el ceño.

—Ay, no te hagas el santito, yo sé que en el fondo eres igual o incluso peor que yo.

—Ni tú te lo crees —rio un poco. Su compañero lo imitó.

—Oye, ¿pero sabes quién sí está re-buenísima?

—¿Quién? —Su desinterés se volvió a hacer presente. Tomó su botella de agua y le dio un ligero sorbo.

—Tu hermanastra —aseguró. Vicente casi se ahogó al oír eso, así que se pasó el trago como pudo y carraspeó un poco—. Si desde que la vi en el funeral de tu padre me pareció apetecible...

—Germán —lo interrumpió—, no jodas.

—¿Qué tiene? ¿Es menor de edad?

—Sí.

—No te creo, así que preséntamela.

—No.

—¿Por qué no?

—Es casi una niña.

—Claro que no, casi niñas las de doce o trece, pero ella no.

—Para ti sí —afirmó, pues Germán tenía más o menos treinta y siete.

—Agh, como sea, mejor no —fingió apatía—, se ve que su madre se la trae así —tronó los dedos—, y de seguro si me le acerco a su preciosa hija, me va a terminar acuchillando o algo por el estilo. Además no está bien meterse con las hermanitas de los amigos, ¿o sí?

Vicente se sintió un poco incómodo al oír eso, pues no consideraba a Valeria precisamente una hermanita, pero no quiso seguir con ese tema, así que negó con la cabeza para cerrar el asunto; Germán, por su parte, no pensaba lo mismo e iba a continuar parloteando, pero en ese momento se apareció el jefe de ambos, un señor de edad madura, llamado Alberto, medio relleno, con un bigote gracioso y expresión dura. Frunció el entrecejo al ver a Germán allí.

—¿Qué haces aquí?

—Nada, solo vine a preguntar... —Volteó a ver a Vicente para que lo salvara de la situación.

—Vino a preguntar qué archivos eran los que debían eliminarse —inventó Vicente con rapidez.

—Ajá, sí —dijo sarcástico—. Vicente, de seguro Germán estaba aquí para contarte las nuevas noticias. ¿Ya te enteraste?

Germán quería que Vicente negara eso y empezara a inventar más excusas pero para su mala suerte, no lo hizo.

—Ya.

«¡Vicente, ¿por qué...?! ¡Traicióóóón!» Pensó Germán cruzándose de brazos.

—Bien, pues ahorita mismo la joven Abigail Silvera está esperando para que le enseñes la empresa y la capacites.

—¿Por qué él? —Se entrometió Germán con rapidez—. Vicente está muy ocupado, yo puedo capacitarla.

—No —Alberto entrecerró los ojos—, gracias. Vicente se encargará.

Alberto dirigió a Vicente con Abigail y los presentó. La joven, que tenía veinticinco años, saludó con amabilidad a su nuevo compañero. Abigail era muy delgada, tenía una estatura bajita, su cabello era rubio claro y largo, y sus ojos eran oscuros. A pesar de esto, a simple vista parecía una güerita simplona, pero cuando la gente la veía detenidamente se daban cuenta de que poseía una belleza extraña. Vicente la llevó para hacer el recorrido por la empresa y le explicó, a grandes rasgos, qué era lo que tenía que hacer.

—Se oye difícil —susurró con la intención de que no la escuchara.

—Al principio parece, pero no es tan difícil cuando le agarras el modo.

Abigail se ruborizó un poco.

—Ah, ¿sí me escuchaste?

—Sí.

—Oh...

Hubo un pequeño momento de incómodo silencio, hasta que Vicente continuó hablando acerca de las nuevas labores que debía desempeñar. Abigail sacó una libretita donde comenzó a apuntar casi todo y la letra le salió más horrible de lo normal porque escribió más rápido que de costumbre. El hombre comenzó a hablar un poco más despacio. Cuando terminó de explicarle, la llevó con Alberto para que le indicara dónde iba a estar su cubículo. Una vez que la dejó con su jefe, Vicente sonrió un poco, pues le dio la impresión de que se llevaría muy bien con esa agradable joven.


***


Después de la escuela, Flavio fue directo a la habitación de su hermana y le preguntó por qué no bajó a cenar la noche previa. Valeria no quería contarle, pues ya se había desahogado, pero él estuvo insistiendo tanto hasta que terminó contándole todo.

—¡Maldito Diego cabrón! —Exclamó Flavio—. Donde me lo llegue a encontrar, le voy a dar un madrazo.

—Ya le di uno ayer. —Sonrió un poco al recordar. Aún se sentía devastada pero quería aparentar estar normal.

—Se merece otro por idiota... Y las perras esas... ¡Qué mal plan!

—Sí, yo... No sé por qué no me extraña tanto que se hayan comportado así, pero...

—Creí que al menos manejaban mejor su hipocresía. —Se cruzó de brazos—. Ay, hermanita, ¿por qué no me dijiste nada ayer? Créeme que hubiera dejado todo por haberte consolado y apoyado.

—Gracias, Flavio, en verdad. —Se acercó a él y lo abrazó brevemente.

—¿Entonces estuviste sufriendo en silencio? —Preguntó luego de una pausa.

—Amm, más o menos... Bueno, al principio sí, pero luego... —Se quedó callada. Flavio puso los ojos en blanco.

—¿Luego...? Vale, no la hagas de emoción, ¡cuenta, cuenta!

—Bueno, Vicente me encontró y me dio consuelo.

Flavio se quedó callado un momento, hasta que finalmente habló.

—No inventes, ¿en serio?

—Sí... —Aceptó ella—. Es muy buena persona —susurró y, por alguna razón, agachó la cabeza.

—¿Y...? ¿Te empiezas a sentir culpable?

La joven se limitó a encogerse de hombros.

—Recuerda que el plan es que Vicente se encariñe contigo, no tú con él.

—Ya lo sé, animalito, no es necesario que me lo recuerdes. —Su tono grosero se hizo presente, a lo que él sonrió.

—Está bien, está bien, no te pongas así —rio—. Me da gusto que seas groserita, como siempre.

—¡Qué chistosito! —Dijo sarcástica. Se alejó un poco de su hermano, tomó su celular, que en realidad no estaba extraviado, sino que la tarde anterior lo dejó olvidado en su habitación y lo terminó encontrando arrumbado en su cama cuando terminó de platicar con Vicente, y comenzó a entretenerse viendo qué estupideces publicaban sus «amigos» en las redes sociales.

Flavio se limitó a sonreír, dando rienda suelta a su imaginación y pensando ideas absurdas, que ni él mismo se creía pero las inventaba para diversión propia, donde su querida hermana del alma terminaba casada con su hermanastro.


***


Los siguientes días en su trabajo, Vicente la pasó de una manera muy peculiar. Germán ya había conocido a Abigail y le coqueteaba descaradamente, pero la chica se hacía la inocente, y siempre que le decía alguna frase para cortejarla, ella se quedaba pensativa y cambiaba el tema con rapidez, hasta que aproximadamente una semana después, el hombre comenzó a disminuir sus «coqueteos de viejo verde», como le decía Vicente.

—Oye, ¿pero a ti te gusta? —Preguntó Germán en una de sus pláticas. Abigail era su nuevo tema de conversación con sus compañeros, que ya estaban hartos de oír siempre lo mismo, y difícilmente lo cambiaba. Vicente se encogió de hombros—. ¿Qué significó eso?

—Es linda —comentó sin tratar de darle mucha importancia al asunto.

—Pues sí, al principio me pareció rara, pero ya viéndola bien es guapa.

—Ajá... Oye, ya mero acaba el tiempo de descanso y no es que te corra pero ya vete a tu cubículo.

—Espérate, hombre, todavía falta un minuto... Como te iba diciendo —continuó—, Abigail...

—¿Yo qué? —Escucharon una vocecita femenina y ambos voltearon a verla con asombro y después vergüenza.

—Que eres una excelente compañera y un grandioso miembro para el equipo. —Germán levantó el pulgar.

La chica colocó su mano encima de su boca y rio con timidez.

—Gracias, compañeros.

—¿Deseas algo? —Preguntó Vicente luego de una pequeña pausa.

—Amm, yo venía por los reportes. Me dijo el licenciado Alberto que a esta hora ya los tendrías.

—Claro, espera... —Comenzó a buscarlos con rapidez y cuando los encontró, se los extendió—. Toma.

La chica tomó el folder y le sonrió.

—Muchas gracias, licenciado, nos vemos después... Hasta luego, licenciado. —Ahora se dirigió a Germán.

—Puedes llamarme Germán, cariño, ya te lo había dicho. Y a este —lo señaló—, puedes llamarlo Vicente.

—Este... —Comenzó a ponerse nerviosa—. Amm, nos vemos —sonrió un poco y se fue sin decir más.

Una vez que quedaron solos, Vicente habló.

—No la asustes.

—¡No...! Aww, viste, es tímida, ¡me encantan las mujeres tímidas!

—¿A ti qué clase de mujeres no te encantan? —Susurró Vicente—. Si ya sé con quiénes te has metido.

—¿Qué dices? A ver, si vas a decirme algo, dímelo en mi cara y en voz alta. —Trató de poner su tono prepotente y amenazador. No le funcionó.

—Que ya sé con qué clase de mujeres te has metido. Pobre de tu esposa, yo que ella ya te hubiera...

—Ya, ya, ya entendí. —Se cruzó de brazos—. Además pobre de tu familia, que te tiene que soportar así de raro —dijo burlón.

—Yo soy el que los tengo que soportar.

—¿En serio? ¿No te agradan? ¿Ni un poco?

—Bueno... —Se quedó pensando—. Más o menos. Juliana no me agrada para nada, pero los chicos...

—Se ven muy idiotas —lo interrumpió Germán—. Pero al menos la chica es guapa, mínimo podrás echarte un taco de ojo.

Vicente rodó los ojos.

—Sí, sí, como sea, ahora ya vete que si Alberto te llega a ver se va a molestar.


¿Opiniones?

No le hagan mucho caso a Germán, es un imbécil pero me da mucha risa 😂😂

Y ya salió un nuevo personaje. A ver qué tal salen las cosas con Abigail :D



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