Capítulo 30 - Final.
Recuerden que es actualización doble, no vayan a saltarse el anterior.
A las diez de la mañana, el joven Villanueva acompañó a su novio y a su familia a la central camionera para despedirlos. Flavio y Adrián se encontraban despidiéndose por enésima vez en el día.
—¡Te voy a extrañar tanto!
—Y yo a ti.
—Ya cállense, mariquitas.
Adrián rio pero Flavio frunció el ceño.
—Amargada, no es nuestra culpa estar enamorados y que tú no estés con tu amor.
—Técnicamente, sí es tu culpa.
—No es cierto.
—¿De quién fue la idea mandarme a seducir a Vicente? ¿Y a quién escuchó contarle a mamá lo de la mansión?
—¡Bueno, ya! Cállense ambos. —Se entrometió Juliana, más que nada porque sentía que en realidad todo fue su culpa y no de sus hijos—. Voy a comprar un café, ¿quieren algo?
Adrián y Valeria negaron con la cabeza pero Flavio pidió un capuccino frappé. Juliana se alejó para comprar y los chicos comenzaron a platicar.
—Mira, tomé prestadas estas fotos tuyas, aunque no pienso devolverlas... —rio—. Mentira, tu madre me las regaló. —Le extendió las fotos a Adrián. En una salía el joven en traje de baño, mostrando sus músculos, su abdomen marcado y su perfecta piel bronceada; en la otra era más chico y flaquito, la tomaron cuando iba en la secundaria—. Con razón tienes una sonrisa tan bonita, ¡usaste brackets!
—¡A ver eso! —Exclamó Valeria mientras le arrebataba la foto—. ¡Oh, pero qué feo eras! —Se burló—. Por eso nunca te noté en la escuela.
—No digas eso, no era feo. —Flavio le quitó la foto y la guardó—. Se veía lindo.
—¿Por qué te llevas esa? —Preguntó Adrián un poco apenado.
—Tu mamá me dio permiso de llevarme dos fotos tuyas y esas fueron las que quise.
—Pero había otras mejores —colocó una mano en su nuca—, ¿por qué esa?
—Porque sí.
—Oh... Bueno...
—¿Tú cuándo te vas a tu departamento? —Le preguntó Valeria, para cambiar de tema.
—Yo me voy el domingo en la mañana, quiero pasar el resto del día y mañana con mi familia.
—Oh... Está bien.
—¿Y ustedes por qué se van desde hoy?
—Queremos llegar y arreglar todo con calma, comprar algunas hojas de carpeta, entre otras cosas, y descansar un poco —le respondió su amiga. Dos semanas antes fueron a ver los departamentos y encontraron uno que les pareció muy acogedor, limpio, contaba con dos camas, dos armarios y estaba cerca de ambas universidades, además de que, en lo que se acomodaban bien y compraban algunos muebles y aparatos electrodomésticos, estaba cerca una cocina de comida corrida. No quisieron buscar más y decidieron apartar ese, pero sí tenían que llegar a acomodar todas sus cosas.
Valeria ya no siguió platicando con ellos pero sí escuchaba sus conversaciones, no porque quisiera sino porque los jóvenes no eran muy buenos susurrando o, mejor dicho, ni siquiera hacían el intento.
—Te extrañaré tanto...
—Y yo a ti, pero no te preocupes, Flavio, podemos venir aquí un fin de semana y vernos, o si no yo puedo ir contigo o tú conmigo.
—¿Seguro que no conseguirás otra pareja mientras estés allá?
—Segurísimo —dijo Adrián mirándolo a los ojos—, ¿y tú?
—Igual que tú... Y cuando nos volvamos a ver, ¿crees que la pasemos igual de bien que anoche?, porque no vamos a vernos en algún tiempo, y ya quiero hacerte el amor apasionadamente. —Se mordió el labio inferior.
—¿Ah, sí? —Le guiñó un ojo.
—Sí, no me importa que la próxima vez me toque ser el que recibe...
—¡Iuuuuu! ¡Qué asco! —Exclamó Valeria—. ¿Es en serio, Flavio? Nunca has sabido ser discreto pero no te pases.
—¿Tú qué andas oyendo, metiche?
—¿Yo qué? ¡Estoy a tu lado, cabrón! ¿Cómo no voy a oírte? ¿Crees que me gusta oírte decir eso, idiotita?
Adrián comenzó a reír, pues ya se estaba acostumbrando a las peleas de los hermanos Cisneros.
—Y tú no te rías, si tus padres se enteraran de lo que andas haciendo en su —recalcó— casa, de seguro te fusilan.
—Ya, Vale, tranquila.
—¿Cómo quieres que esté tranquila cuando te andas cogiendo y haciéndole quién sabe qué cosas a mi hermanito? —Masculló.
—Awww, hermana sobreprotectora al ataque.
—Vale, ¡qué tierna! —Se burló Flavio.
—¡Ya cállense, idiotas! —Se cruzó de brazos.
Ambos volvieron a reír y siguieron platicando, pero en un momento Flavio se quedó completamente callado.
—¿Qué tienes? —Preguntó Adrián con preocupación, a lo que su novio, como respuesta, señaló con el dedo índice hacia el frente.
—Amm, Valeria...
—¿Qué quieres, Flavio? —La chica estaba tan entretenida jugando con su celular, que ni siquiera lo volteó a ver.
—Creo que te buscan.
Valeria frunció el entrecejo pero siguió jugando.
—¿Ah, sí? No te creo...
—Valeria...
La chica escuchó una voz que le hizo sentir escalofríos y la piel erizada. Alzó la mirada y vio a Vicente, que caminaba hacia ella. Se levantó con rapidez de la silla y se acercó a él, incluso dejó su celular en la banca, el cual Flavio tomó para que no lo robaran y, de paso, escondérselo.
—Vicente, ¿qué haces aquí? —Preguntó cuando quedó enfrente de él.
En ese momento se acercó Juliana y lo miró a los ojos con sorpresa, incluso casi se le cayó el café que llevaba en la mano. En la otra mano llevaba el frappé, que en seguida le entregó a Flavio y, sin dejar de ver al joven, se sentó donde había estado Valeria. Vicente dejó de mirarla y se enfocó en la joven que tenía frente a él.
—Vine a desearte un buen viaje.
—Oh. —Se acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja—. Gracias.
Vicente le entregó una tarjetita que compró en el camino; tenía escrito: Buen viaje, y el dibujo era de unos globos aerostáticos. Valeria la tomó y sonrió un poco.
—Gracias —repitió.
—Abre la tarjeta.
Valeria la abrió con curiosidad y vio que tenía escrito, con letra muy grande, una pequeña pero significativa frase: ¡Te amo!
—Pe-pe-pero... ¿Por qué?
—¿Por qué no? —Con sumo cuidado, limpió con su pulgar una lágrima que le escurrió a la chica en la mejilla.
—Yo... yo te lastimé mucho. —Bajó la mirada.
—Valeria, veme a los ojos —pidió y ella obedeció—. Me mentiste, te acercaste a mí solo por interés, eres una terrible cantante —al escuchar eso, una mirada llena de duda se formó en los ojos de ella—, eres malísima con los números, tus dibujos son como de niño de kínder —rio levemente— y, a pesar de todo eso, te amo y sé que tú sientes lo mismo por mí. —La abrazó—. No quiero perderte —susurró.
Valeria correspondió el abrazo y comenzó a sollozar, recargando su cabeza en su hombro.
—Ya, ya —acarició su espalda—, está todo bien, no llores...
—Vicente, yo...
En ese momento, el joven la tomó del mentón y la calló con un beso.
—¡Awww! —Exclamó Adrián al ver eso. Volteó a ver a su novio y a su suegra pero estos tenían expresión de estar más impactados que contentos.
—No arruines el momento con palabras innecesarias —le susurró cuando se alejó de ella. Después volvió a besarla más apasionadamente, no le importó que hubiera gente ni que los vieran Juliana, Flavio y el niño bonito, ¡nada de eso le interesaba! Solo el hecho de que estaban ellos dos juntos, eso era lo único significativo.
Después del besó que se dieron, Valeria miró a Vicente con preocupación.
—Te amo demasiado. —Limpió por completo sus lágrimas con el pañuelo que Vicente le extendió—. Pero debo irme en menos de media hora.
—Lo sé —le sonrió mientras colocaba su frente y su nariz contra las de Valeria. Él hubiera querido llegar antes pero había mucho tráfico y se detuvo a comprar la tarjeta, así que le quedaban aproximadamente veinte minutos con su amada.
—Pero...
—Puedes venir los fines de semana...
—Intentaré venir lo más seguido posible.
—O yo puedo ir allá.
—Por supuesto. —También le sonrió—. Oye, ¿y tú cuándo me oíste cantar?
—Amm... Ya tiene tiempo... Estabas más niña, fue una vez que intentaste hacer karaoke con Flavio... Sonabas horrible.
—Ay, no es cierto.
—Claro que sí —se burló—, no te acuerdas.
Después de compartir otro beso, Valeria separó su rostro del de él.
—Creí que me odiabas —murmuró la chica.
—¿Odiarte? ¡No! Solo estaba enojado pero no te odio.
—Pero antes sí...
—Me caías mal, no te miento.
Se sonrieron mutuamente.
—Oigan, no quiero interrumpir su momento cursi y meloso —Flavio se levantó y caminó hasta su hermana. Ambos voltearon a verlo con curiosidad—, pero ya lo hice... Y ya se me olvidó lo que iba a decir...
—Ay, Flavio. —Valeria negó con la cabeza—. Déjame disfrutar estos minutos que me quedan con Vicente.
—¡Ah, ya recordé! —Tronó sus dedos—. ¿Por qué no te vas el domingo en la tarde al departamento?
Valeria lo miró con duda.
—Sí —continuó Flavio—, yo puedo irme desde hoy para acomodar todo, me llevaría tu maleta y la mía, y tú me alcanzarías el domingo, no son tantas horas de viaje, y así tienes más tiempo para disculparte todo lo que quieras y ponerte al corriente con Vicente.
—Amm, pero...
—Estaría bien —concordó Vicente—. ¿O no quieres?
—Yo sí pero tú debes estar ocupado.
Vicente negó con la cabeza, estaba seguro de que lo único que haría Alberto era descontarle el día y para un hombre millonario como él, eso no era ningún problema.
—No lo estoy... Es tu decisión.
—¡Me encantaría! —Lo abrazó. Después hizo lo mismo con su hermano—. Arregla todo bien, ¿eh? —Dijo cuando se separó de Flavio.
—Por supuesto, yo acomodo mejor que tú.
—Y no me pierdas nada —advirtió.
—Claro que no, tontita.
—Tontito tú.
—No me insultes, mensa.
—Tú eres el menso...
—¡Paren con eso! —Se entrometió Vicente.
—Lo siento, mi amor.
—Bueno, ya... Por cierto, Vale, toma tu celular. —Lo sacó del bolsillo de su chaqueta y se lo extendió—. Pensaba escondértelo pero si no te lo devuelvo no tendríamos con qué comunicarnos.
—¡Dame eso! —Valeria lo tomó y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
—Voy a meter toda tu ropa en el armario que apartaste para ti —le comentó—. Pero nada más quiero que me digas en qué cajón meto todos tus calzones y tangas.
—¡Flavio, cállate! —Lo fulminó con la mirada.
Su hermano, como contestación, comenzó a reír. Se le hizo gracioso avergonzar a Valeria de esa manera frente a Vicente.
—Ah, y el peluche de leoncito que metiste en tu maleta estará encima de la cama. —Al escuchar eso, Vicente no pudo evitar sonreír con amplitud—. Y quiero que se pongan al corriente en todo sentido, ¿eh, pillines?
—¡Flavio, que te calles!
—Pensé en lo mismo, mi amor, el jacuzzi no se ha usado en mucho tiempo.
—Vicente, ¿tú también...? Ya déjenme —les ordenó con las mejillas ruborizadas.
—Ya, ya, lo siento —le dijo Vicente. Posteriormente, se acercó a Adrián—. Así que se quedaron contigo, ¿eh?
—Amm... Sí —le respondió el joven.
—Vaya, eres muy buena persona —le sonrió—. Estoy seguro de que tus bondades recibirán frutos.
—Gracias. —Le devolvió la sonrisa—. No entendí muy bien la expresión pero gracias.
—No hay de qué. —En seguida se acercó a Juliana, que no dejó de verlo en ningún momento—. Hola.
—Hola —respondió.
—Nunca me agradaste.
—Ni tú a mí —farfulló.
—Pero, al parecer, vamos a tener que seguir soportándonos.
—Eso creo.
—A pesar de todo, creo que debo darte las gracias, de no haber sido por ti, no me hubiera dado cuenta de lo maravillosa que es tu hija.
Juliana sonrió.
—Sí, es maravillosa.
Luego de un momento de silencio, Vicente continuó.
—Me puse a pensar y creo que, a tu extraña manera, eres buena madre... Solo quieres lo mejor para tus hijos.
—A veces querer lo mejor para alguien te vuelve egoísta... Mi hija te ha pedido disculpas muchas veces, pero yo fui la que empezó con todo. Lo siento.
Vicente se sorprendió al escuchar eso, ¿acaso le entendió bien y Juliana le estaba pidiendo disculpas por lo que hizo?
—¿Qué dijiste? —Preguntó, divertido.
—No voy a repetirlo... —murmuró la señora, cruzándose de brazos en el acto. Vicente rodó los ojos—. Tú eres un buen hombre —continuó—, tu padre estaría muy orgulloso de ti.
—Gracias —le sonrió un poco.
A las once en punto, todos despidieron a Flavio.
—Te veo el domingo, Flavio —dijo dándole un fuerte abrazo.
—Sí, hermanita —le sonrió.
—¡Mi bebé, te voy a extrañar! — Juliana abrazó a su hijo.
—Y yo a ti, mami, ¡te quiero mucho!... ¡Adrián! —Se apartó de su madre y corrió hacia su novio—. ¡Te extrañaré demasiado!
—¡Y yo a ti!
Compartieron un beso con todo y lengua, y los otros tres desviaron la mirada para no parecer unos metiches. Después de despedirse de Adrián, Flavio se acercó a Vicente.
—Hasta luego.
—Hasta luego, Flavio... Gracias por avisarme que se iban —le susurró.
—De nada. Cuídate.
—Igual tú.
—Y quiero que me regreses a mi Valeria —recalcó— muy feliz, así como está ahorita.
—Haré mi mejor esfuerzo.
—Más te vale. —Entrecerró los ojos. Segundos después, su mirada se suavizó y sonrió.
Una vez que Flavio se subió al autobús y este comenzó a andar, Adrián colocó su brazo alrededor de Juliana.
—Venga, suegrita, hay que darles privacidad. —Señaló a su amiga y a su pareja.
—Sí... Valeria, compra de una vez tu boleto para salir el domingo.
—Ajá.
—Cualquier cosa me avisas. —Sacó su celular de su bolso—. Puedes llamarme o mandarme un mensaje. —Agitó el aparato y en seguida volvió a guardarlo.
—Está bien.
***
Una vez que compraron el boleto y salieron de la central, Valeria tomó la mano de Vicente y volteó a verlo.
—¿Por qué decidiste esto?
—¿Qué? —Alzó una ceja.
—El venir por mí, el decirme que me amas y el esforzarte por mantener viva nuestra relación... No malinterpretes las cosas, ¡estoy muy feliz porque haya pasado!, pero simplemente tengo curiosidad.
—Una amiga me dijo que a veces hay que luchar por ciertas cosas que uno cree que valen la pena.
—¿Una amiga...? ¿Abigail?
—Sí, ella.
—¡Y yo que fui tan grosera con ella! —Comentó con arrepentimiento—. Debo comprarle un pastel de disculpas.
—Si quieres. —Se encogió de hombros.
—¿Y ese fue el único motivo? —Preguntó luego de un rato.
—No.
—¿No? ¿Cuál otro tuviste...? Si se puede saber —agregó.
En un movimiento rápido, Vicente la tomó de la cintura y pegó su cuerpo al de él. Miró con atención su rostro, queriendo memorizar esa imagen que tenía enfrente: sus carnosos labios, sus grandes ojos color chocolate, su cabello ondulado enmarcando su rostro, su pequeña nariz. Posó sus labios lentamente sobre los de ella y se besaron con suavidad, grabando ese sublime momento en sus memorias. El joven hombre se separó con lentitud de la chica y se miraron a los ojos; los de él tenían cierto brillo especial y le parecieron a Valeria aún más hermosos que de costumbre. Segundos después, Vicente comenzó a besar el rostro de la joven mientras respondía la pregunta que se le había formulado.
—Bueno, lo que pasa es que alguien —dijo entre besos con tono acusador— me hizo prometerle que intentaría ser feliz todos los días por el resto de mi vida... Y después de todo, mi amor, tú sabes que soy un hombre de palabra.
FIN
¡Gracias por leer, espero les haya gustado! ❤
Recomiendo no saquen la historia de sus bibliotecas, tengo algunas cosas que comentar en un apartado especial :3
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